La
vida en el océano, pródiga y compleja, se
manifiesta a través de una infinidad de organismos
de diversas formas y tamaños; sus ecosistemas son
mucho más variados y numerosos que los terrestres
y están representados por miles de especies de
animales y vegetales, que a su vez contienen millones
de individuos. Las aproximaciones científicas estiman
que en el océano, ese universo inmenso y en gran
medida desconocido, se encuentra no menos del 80% de la
diversidad biológica del planeta.
UNA MIRADA MICROSCÓPICA AL OCÉANO
Por sus unidades funcionales de estructura y por la forma
como absorben la energía para
sobrevivir y reproducirse, las células se clasifican
en dos grandes conjuntos que nacieron en los mares primigenios:
las procariontes, aparecidas hace 3.000 millones de años
y las eucariontes, que evolucionaron hace 1.500 millones
de años; estas últimas dieron origen a organismos
multicelulares y crearon, desde entonces, complejas estructuras
de organización, que se caracterizan por la cooperación
celular.
Las células eucariontes conforman los cuatro reinos
posibles de la estructura orgánica del planeta:
Protista, Plantae, Fungae y Animalia. Estos seres multicelulares
se clasifican según su necesidad de energía,
en autótrofos, cuando se alimentan por ellos mismos
usando la luz o la energía lumínica para
fabricar comida y heterótrofos cuando se alimentan
de otros organismos vivientes como plantas o animales.
En el océano surgieron estos organismos y desarrollaron
sus estrategias de sobrevivencia, creando la única
fórmula posible de vida, tanto en el medio marino
como el medio terrestre o atmosférico.
EL FITOPLANCTON
Así como en la Tierra la vida depende de la energía
solar que las plantas clorofílicas captan y transforman
en energía química, en el mar, la base de
la pirámide alimentaria está constituida
por el plancton vegetal o fitoplancton, una prodigiosa
masa de organismos unicelulares y pluricelulares que viven
especialmente en los primeros 200 m de profundidad. Es
una biomasa que puede corresponder a la masa vegetal de
todos los bosques existentes en el planeta y cumple un
papel tan importante como el de estos, en la liberación
de oxígeno a la atmósfera.
El fitoplancton o algas microscópicas marinas,
se clasifica en función de su tamaño, en
tres grupos: el microplacton —de 50 a 500 micrómetros—,
conocido como diatomeas dinoficeas; el nanoplancton —de
10 a 50 micrómetros—, con especies como las
crisoficeas que incluyen los cocolitoforos y las cilicoflagelados;
y el ultraplancton —de 0,5 a 10 micrómetros—,
que incluye las pequeñas crisoficeas y bacterias.
Las algas más numerosas y en permanente reproducción
son las diatomeas, características de las aguas
frías y templadas. El fitoplancton nerítico
—de superficie— es el más rico y nutritivo
que existe y está muy relacionado con la riqueza
ictiológica, puesto que es el responsable del 90%
de la producción primaria en los mares, mientras
que las algas bénticas, sólo aportan un
10%.
En el océano existen algas de tamaños diferentes
de los establecidos para el fitoplancton; son plantas
no vasculares, fotosintéticas, que contienen clorofila
y tienen estructuras reproductivas muy simples. Sin embargo,
son las plantas más importantes del gran ecosistema
acuático. Se presentan en una gran diversidad de
formas y tamaños y su distribución es extremadamente
amplia, las hay prácticamente en todos los ambientes
del océano.
Algunas algas parecen animales y otras se asemejan a plantas
superiores con órganos similares a tallos, hojas
y raíces. Existen las que flotan, las que nadan
y las que están fijas a un sustrato. También
hay algas unicelulares —arquítalos—,
filamentosas —semejantes a un filamento o cabello—
y las de estructura compleja como las cladomas. Las hay
epífitas y semiparásitas, así como
fóticas y afóticas; es decir, la variedad
y las posibilidades de su existencia en el medio marino
son prácticamente ilimitadas.
EL ZOOPLANCTON
Del fitoplancton depende el zooplancton, otra masa infinita
de animales microscópicos que pueden contarse por
cientos de miles, en un vaso de agua marina; de hecho,
en una gota se encuentran varias docenas de radiolarios
con su esqueleto transparente; copépodos de caprichosas
formas y crustáceos, moluscos y peces de todo tipo
en estado larvario. El agua del océano es la expresión
más notable de la saturación de la vida.
En el océano existe una gran variedad de zooplancton
que flota y nada en los diferentes estratos; son animales
que viven del material vegetal del fitoplancton y del
material nutricio que, como materia orgánica muerta,
se precipita al fondo constantemente, como si fuera una
lluvia de «maná» que cae al abismo
y posibilita la alimentación de una gran cantidad
de microorganismos e incluso de grandes peces que están
adaptados a esta circunstancia en el fondo abisal.
Hasta hace poco tiempo se creía que después
de los 200 m de profundidad la vida orgánica era
imposible y que por la presión atmosférica,
la vida era inexistente en las grandes fosas abisales
oscuras, frías y desoladas. Pero la vida microscópica
no sólo se limita a la zona nerítica o de
superficie; estudios recientes han demostrado que su existencia
se da igualmente en las zonas más profundas del
océano.
INTERACCIONES DEL PLANCTON
Las densidades de plancton —fito y zooplancton—
pueden ser observados por los satélites espaciales
que hacen recorridos alrededor del planeta. Diariamente
aparecen los brotes de esta materia orgánica viviente
y microscópica que se aglutina en masas de miles
de millones de individuos, las cuales determinan, incluso,
la coloración del océano.
Un brote de fitoplancton puede formarse en los días
largos, cuando más nutrientes afloran a la superficie
formando densas nubes de diversas coloraciones e intensidades,
que se distribuyen por cientos de kilómetros sobre
la superficie del mar. La arremetida inmediata de zooplancton
determina nuevos cambios en la concentración de
fitoplancton y, por consiguiente, del color y la temperatura
del mar. Cuando el fitoplancton no es consumido por estos
microscópicos animales muere y se hunde con los
restos gelatinosos dejados por el zooplancton que ha comido
abundantemente; se forman entonces unos grumos pegajosos
de color blanquecino, que se precipitan al fondo marino
en nubes o en partículas llamadas nieve marina.
Otro fenómeno sorprendente se observa cuando millones
de estos animales microscópicos intercambian información
con el propósito de alimentarse: se reúnen
en grandes cantidades y exudan pequeñísimas
partículas de grasa, que dan una coloración
bioluminiscente en la noche; es un espectáculo
extraordinario sólo comparable con la majestuosidad
de la masa densa de estrellas de la Vía Láctea.
También puede ocurrir que, gracias a la fecundidad
de estos microorganismos y a condiciones especiales de
temperatura y de nutrientes, se multipliquen en cuestión
de minutos, creando una conjunción de colores en
el agua. Así, el océano toma tonalidades
rojizas, azulosas, verdosas y metálicas, según
el tipo y la abundancia de los microorganismos presentes.
Estos fenómenos son sorprendentes y algunos de
ellos temidos por el hombre, como la biocoloración
acuática súbita conocida como la marea roja
—presente en océanos latinoamericanos desde
comienzos de los setenta—, que se produce por el
rápido incremento de los dinoflagelados —Dinophyceae—,
cuyas células rojizas colorean el mar cuando millones
de estos organismos se concentran gracias a la disponibilidad
de nutrientes que surgen por las corrientes ascendentes;
la presencia de fosfatos arrastrados por las precipitaciones
en la zona continental disminuye la salinidad y aumenta
la concentración de la vitamina B12 producida por
las bacterias y las cianófitas del suelo —cianuros
y materiales ferrosos—. Asociada a la marea roja,
aparece una acumulación de toxinas que pueden matar
peces, invertebrados e incluso al mismo hombre cuando
consume mariscos expuestos a este tóxico, puesto
que los moluscos y los bivalvos que actúan como
organismos filtradores, son especialmente receptores de
toxinas.
Cuando en el océano se presentan los géneros
de microalgas Prorocentrum Gonyoaulax, Ceratium
y Cochlodium, en concentraciones de más
de 20 millones de células por litro, se produce
una neurotoxina venenosa llamada saxitoxina —mil
veces más potente que la cocaína—,
que produce un efecto paralizante en todos los organismos,
debido a que afecta la transmisión neuromuscular.
Todo este universo microscópico se define, con
riguroso acierto, como el principio de la cadena alimentaria
del mar, creador de una formidable fábrica de seres
vivos. En muchas oportunidades no se ha podido definir
si estos organismos son vegetales, animales o constituyen
un grupo aparte; en el océano existe una gran cantidad
de animales que parecen plantas y plantas que semejan
animales, por lo que se debe considerar su estudio desde
una perspectiva muy diferente de la que se aplica en la
tierra firme.
UN MUNDO BIODIVERSO
Los cálculos sobre la diversidad marina son quizás
los más inciertos; se estima que, a escala planetaria,
el número de especies que habita los océanos
oscila entre los 2 y los 100 millones; quizás el
dato más aproximado es el de 30 millones, de los
cuales tan sólo 1.4 millones han sido estudiadas,
reportadas e inventariadas científicamente y poseen
un nombre y apellido taxonómico en su clasificación.
En los biomas terrestres, los grupos más conocidos
y estudiados son los de las aves y los mamíferos;
a las 9.040 aves conocidas, se suman tres nuevas especies
cada año, y a los 4.003 mamíferos reportados,
se adicionan tres especies cada cinco años, así
como a las 248.428 especies de plantas superiores descritas
hasta la fecha, se le suma una nueva identificación
taxonómica cada dos meses. Del océano, ese
gran ecosistema acuático que conserva la mayor
parte de las especies existentes en el planeta, no conocemos
más del 4% del total de la oferta biológica
disponible.
El hombre ha necesitado dos siglos de trabajo científico
para catalogar 4.760 especies de bacterias —monera—;
46.983 especies de hongos; 26.900 de algas; 38.800 de
protozoarios; 5.000 de esponjas, 9.000 medusas y corales
—celentéreos—; 12.200 de gusanos planos
—platelmintos— y 12.000 de gusanos redondos
—nemátodos—; 11.500 especies de lombrices
—anélidos—; 50.125 de moluscos; 6.100
de estrellas de mar —equinodermos—; 123.151
de arañas, crustáceos y acáridos
—artrópodos no insecta—; 19.986 peces;
4.188 anfibios y 6.302 reptiles. Todos ellos huéspedes
del bioma marino; un contingente de plantas y animales
que viven adaptados a las condiciones particulares de
este medio acuoso, ochocientas veces más denso
que el aire y con presiones entre 1 y 1.500 atmósferas.
Gracias a la tecnología moderna, que utiliza sumergibles
que han desafiado todos los principios de la batimetría
oceánica, se ha podido llegar a profundidades insospechadas
en varios sitios del mundo oceánico y se ha podido
comprobar la existencia no sólo de vida, sino de
seres sorprendentemente extraños y fantásticos.
En un sitio entre las Islas Galápagos y la isla
Malpelo, el sumergible Alvin transportó a un grupo
de científicos norteamericanos que observaron un
conjunto de chimeneas o surtidores térmicos a 4.200
m de profundidad, donde había una gran cantidad
de almejas gigantes, gusanos tubículas, caracoles
peludos y gambas sin ojos; todo ello rodeado de una infinita
profusión de plancton.
LOS PECES
El grupo más conocido, el más numeroso de
los vertebrados y aquel entre el cual se halla más
de la mitad de las especies marinas conocidas, es el de
los peces; estos evolucionaron a partir de los primitivos
ostracodermos, hasta llegar a los Ichtyostega,
los primeros vertebrados. Desde los puntos de vista evolutivo,
morfológico y anatómico se clasifican en
dos grupos diferentes: los peces cartilaginosos y los
peces óseos; no obstante, los peces de formas muy
arcaicas, sin mandíbula, conocidos como las Lampreas
o Mixinos, se identifican como otro conjunto.
Los más numerosos son los peces óseos, que
tienen una estructura de hueso, están cubiertos
de escamas duras, tienen mandíbulas flexibles con
dientes duros y afilados y poseen vejiga natatoria, órgano
que les permite flotar. Los peces cartilaginosos ostentan
una estructura flexible, menos dura que el hueso, y aunque
no poseen un órgano de flotación, presentan
aletas pectorales, cola y cabeza plana que les dan, como
a los anteriores, un perfil aerodinámico imprescindible
en el medio acuático. Los peces sin mandíbula
no tienen escamas y son los más primitivos; de
éstos sólo subsiste un orden cuyo origen
se estableció hace 600 millones de años
y son los últimos sobrevivientes de los primeros
vertebrados.
Los peces han adaptado estratégicamente su morfología
para desplazarse eficazmente en el medio acuático.
Por este motivo su longitud relativa, que corresponde
a la proporción entre la longitud de su cuerpo
y su mayor dimensión transversal, tiene una razón
de ser: si la altura máxima de un pez sobrepasara
un tercio de su longitud, ofrecería mucha resistencia
al agua; por ello, las formas de los peces nunca son demasiado
altas, demasiado cortas, ni demasiado largas y finas.
Más de las tres cuartas partes de los peces del
océano viven en la zona nerítica y sólo
llegan a profundidades de hasta 200 m, mientras que la
cuarta parte restante vive en las grandes profundidades;
aunque la gran mayoría de los peces habitan exclusivamente
en los mares y en los océanos, unas pocas especies
pueden pasar del medio marino al del agua dulce de los
continentes: los salmónidos, las anguilas y los
alcipenseridos.
Existen peces que realizan viajes de varios miles de kilómetros;
los hay veloces que pueden nadar a más de 80 kph.
Los arenques, como muchos otros peces, nadan en grupos
enormes llamados bancos o cardúmenes, compuestos
por más de 5 millones de ejemplares a la vez y
que pueden desplazarse a una velocidad superior a los
40 kph.
El gobio de las Filipinas es sin duda el más pequeño
de los peces, pues en su estado adulto tan solo llega
a medir unos 11 mm de largo, mientras que el tiburón
ballena es el más grande; puede medir más
de 18 m y pesar unas 50 toneladas.
La linga, un pez emparentado con el bacalao, es famoso
por la cantidad de huevos que pone, unos 30 millones por
mes. Sin embargo, por cada millón de ellos sólo
uno dará origen a un pez que sobreviva hasta su
estado adulto.
Entre los peces de las grandes profundidades encontramos
especies que tienen que soportar presiones superiores
a los 300 kg/cm2; en estas condiciones tan
particulares, han desarrollado diferentes maneras de adaptarse
para subsistir. El melanoceto, un pequeño espécimen
de las fosas abisales,
se alimenta de otros peces; ingiere dos y tres veces su
propio peso, para lo cual tiene la capacidad de dilatar
enormemente su estómago; de esta forma puede pasar
algún tiempo sin comer. El pejesapo o pez pescador,
como otras tantas especies del fondo abisal,
utiliza un pedúnculo que le sale del torso anterior
hasta las proximidades de la boca y enciende una luz —cebo
luminoso— que atrae a otros peces para poder tragárselos
de un solo bocado. Otro huésped interesante de
este medio profundo es el triglido, un pez cuyos tres
primeros radios de las aletas pectorales están
libres y pueden moverse como dedos, con el fin de caminar
como en zancos por el fondo y así descubrir los
gusanos, crustáceos y moluscos de que se alimenta.
LOS MOLUSCOS
Los moluscos son el segundo grupo más numeroso
del reino animal, después de los artrópodos
—crustáceos—. Son animales de cuerpo
blando, que suelen tener una envoltura externa dura de
constitución calcárea. Algunas estimaciones
tentativas establecen el número de moluscos existentes
en una cifra superior a las 120.000 formas. Entre los
moluscos más conocidos se encuentran las almejas,
las ostras, los caracoles, las babosas, las lapas, los
ostiones, los pulpos y los calamares; estos animales,
de un gran éxito ecológico y adaptativo,
tienen representantes en casi todo hábitat del
medio marino.
Los primeros moluscos aparecieron durante el período
Cámbrico, hace 600 millones de años; de
ello existe un gran registro fósil que permite
reconstruir muchos de sus procesos evolutivos. En la actualidad
existen representantes de siete clases: Los aplacóforos
—sin envoltura—, parecidos a los gusanos,
con 250 especies; los quitones, con 600 especies; los
monoplacóforos como la neopilina, con 10 especies;
los bivalvos, como las almejas, con más 7.500 especies;
los escapópodos —colmillos de mar—
con 350 especies; los gasterópodos, como los caracoles
y babosas, con 37.500 especies; y finalmente, los cefalópodos
—pulpos y calamares— con más de 600
especies.
Es admirable ver en todos ellos una infinita variedad
de colores y formas que engalanan el mar; la pulida y
brillante concha de la cypraea, por ejemplo, está
adornada de tal forma que se la conoce como caracol de
porcelana y las tridacnas o tlacobos, características
del mar de Filipinas, tienen conchas de más de
2 m de diámetro y 200 kg de peso; han sido utilizadas
como pilas bautismales en las Iglesias de todo el mundo.
LOS ERIZOS
Otro grupo importante en los ecosistemas oceánicos
es el de los erizos —Echinodermata—, que poseen
una armadura de calcio de gran belleza, cubierta de espinas
móviles de variados tamaños y colores. Estas
especies se desplazan usando sus espinas de cristal de
calcita, ayudadas con pequeños pies tubulares que
accionan su movimiento hidráulicamente. Pueden
tener diferentes formas, desde redondeadas y alargadas
como el erizo negro —Diadema antillarum—,
hasta los aplanados en forma de disco, como los dólares
de arena.
LAS ANÉMONAS
También llamadas flores de mar, cubren grandes
áreas de los fondos rocosos y arenosos sobre la
plataforma continental, especialmente en las aguas continentales
tropicales. Estos animales, cuya clasificación
científica es Antozoos —animales–flores—,
hasta hace pocos años eran conocidos como zoofitos,
haciendo alusión, a esa doble condición
de forma y carácter orgánico.
LOS GUSANOS
No menos curioso resulta el grupo de los Asquelmintos
o gusanos redondos, muy frecuentes tanto en el mar como
en los litorales de las regiones costeras. Se dividen
en varias clases: los Rotferos, Gasteriotricos, Quinórricos,
Priapuloideos, Nematomorfos y Nemátodos, muy característicos
de la región oceánica. Todos ellos se caracterizan
por poseer una sola cavidad, sin ningún tipo de
segmentos, en donde están situados sus órganos.
Proliferan especialmente los Cinarrincos o Quinorrincos,
con más de 150 especies; su nombre se debe a que
tienen el cuerpo cubierto de placas con espinas y poseen
una cabeza y una faringe retráctil, con la que
atrapan su alimento succionándolo. Llegan a medir
como máximo un milímetro y viven entre el
fango o sobre las algas.
Los Priapuloides, gusanos marinos de 8 a 10 cm de longitud,
tienen un cuerpo blando y cilíndrico y una trompa
retráctil con una hilera de ganchos que facilitan
la obtención de los alimentos escarbando en los
fondos arenosos del mar. Entre los gusanos parásitos
se destacan los Acantocéfalos o Equirrincos y los
Nemátodos, cuyo número supera las 750 especies;
habitan fundamentalmente en el aparato digestivo de los
vertebrados, aunque en su estado larvario, suelen parasitar
en los crustáceos. Los Nemátodos son considerados
animales muy adaptables a todas las condiciones posibles
del océano: temperatura, humedad, sequedad y condiciones
de rigor químico.
LOS CRUSTÁCEOS
Se estima que existen no menos de 26.000 especies vivientes
de crustáceos —Artrópodos— cuyo
nombre se debe a que poseen un cuerpo dividido en compartimentos
articulados. En su forma larvaria hacen parte del microscópico
y casi invisible mundo del zooplancton marino; en esta
etapa se denominan krill y se constituyen en el alimento
más apetecido de la fauna marina, incluso para
los grandes mamíferos como las ballenas o el tiburón
ballena. Como el resto del zooplancton, el krill forma
inmensas masas móviles que se desplazan durante
la noche hacia las superficies relativamente más
iluminadas y durante el día se sumergen en aguas
profundas.
Los crustáceos se clasifican en función
del tamaño y número de segmentos de su cuerpo,
en inferiores —Entomostráceos— y superiores
—Malacostráceos—. Los crustáceos
inferiores se subdividen en seis grupos, algunos de los
cuales actúan como parásitos, como los Branquiuros
o piojos de peces, o los Percebes y bellotas de mar —Cirrípedos—,
que después de pasar por un estado larvario móvil,
se fijan en las rocas o conchas formando placas calcáreas
que los recubren como una cápsula. Los otros, forman
parte del zooplancton.
Los crustáceos superiores, más conocidos
como mariscos, son más evolucionados; su cuerpo
se divide en no menos de 20 segmentos y tienen una caparazón
que cubre casi siempre el cefalotórax. Se clasifican
a su vez en ocho conjuntos, entre los cuales sobresalen
las pulgas de playa y los saltones —Misidaceos—
y los cangrejos —Eucáridos—, con más
de 8.500 especies.
LOS REPTLES
Otro tipo de animales grandes y vistosos habita los océanos:
son los reptiles que se han adaptado a las condiciones
del mar. Las tortugas marinas han tenido grandes cambios
para desarrollarse en este medio; han transformado sus
patas en aletas, lo que las convierte en inmejorables
nadadoras; utilizan las aletas delanteras para impulsarse,
mientras que las traseras son empleadas como timón
para maniobrar. Comparadas con las terrestres, sus caparazones
se han aplanado y sus cuerpos se han vuelto más
livianos. Entre las más comunes se encuentran la
tortuga caguamo, la verde, la carey y el tinglar, habitantes
de aguas cálidas del océano tropical.
LOS MAMÍFEROS
Finalmente se destaca el grupo de mamíferos marinos,
dentro de los cuales podemos identificar numerosas especies.
La familia de los mamíferos marinos que incluye
las ballenas, los delfines y las marsopas, recibe el nombre
de cetáceos, procedente de la palabra griega y
latina que significa monstruo marino; sin embargo son
animales realmente hermosos, inteligentes y sociables,
que todos los pueblos del mundo han admirado desde hace
siglos. Son mamíferos que después de haber
sido terrestres retornaron a la vida marina; existen aproximadamente
80 especies diferentes, con tamaños que varían
entre los 90 cm y los 40 m de longitud.
Las ballenas son los mamíferos más grandes
de la Tierra; algunos como el cachalote y la ballena azul
pueden llegar a medir entre 35 y 40 m de longitud y pesar
entre 200 y 250 toneladas; tan sólo su corazón
puede ser del tamaño de un rinoceronte.
Todos los mamíferos son de sangre caliente, una
de las características que los diferencian del
resto de los animales del océano. Su piel es extremadamente
gruesa y grasosa con el fin de soportar las bajas temperaturas
del agua, particularmente en las zonas polares y las aguas
con más de 1.200 metros de profundidad, hasta las
cuales pueden llegar. Con el propósito de mantener
la humedad y favorecer su hidrodinámica, segregan
una sustancia por la epidermis; sus extremidades posteriores
han desaparecido totalmente y las anteriores han sido
transformadas en aletas para maniobrar. Su cuerpo se diferencia
del de los peces por una gran aleta horizontal dotada
de potente musculatura, que les permite alcanzar velocidades
de 40 a 50 kph.
La ciencia ha demostrado que la ballena desciende de un
animal de cuatro patas que vivió por fuera del
agua en la época de los dinosaurios; los restos
fósiles más antiguos de una ballena datan
de hace por lo menos 55 millones de años. En Pakistán
y en algunos lugares de las estepas rusas se han descubierto
esqueletos fósiles, los cuales indican que las
primeras ballenas ondulaban su columna vertebral para
nadar y mover la parte final del cuerpo en sentido vertical
—arriba y abajo— de modo muy similar al de
las nutrias actuales.
Las especies de ballenas se diferencian entre las que
tienen dientes —Odontocetos— y las que tienen
barbas o ballenas, como también se conocen estos
tejidos filtradores. La gran mayoría de ballenas
se alimentan de krill, para lo cual tienen que tragar
toneladas de agua de mar, que después sacan de
la boca, filtrándola a través de una serie
de hendiduras llamadas barbas y atrapando grandes cantidades
de pequeños animales que son recogidos por su lengua.
Se estima que durante las etapas álgidas de su
alimentación, una ballena jorobada puede consumir
entre 3 y 5 toneladas de krill, como preparación
para veranear —no invernar—, puesto que una
vez al año migran hacia las aguas más cálidas
del trópico, por un período de dos a tres
meses, para aparearse o realizar su parto; durante este
tiempo dejan de comer.
Los delfines son parientes directos de las ballenas; esta
familia de cetáceos posee 22 especies distribuidas
por casi todos los mares del mundo. Como las ballenas,
respiran a través de un orificio que tienen encima
de la cabeza, conocido como espiráculo. Salen a
la superficie cada dos o tres minutos y después
de realizar una explosiva exhalación toman aire,
para sumergirse de nuevo, con lo cual pueden llegar hasta
los 300 m de profundidad.
Los manatíes y los dugongos pertenecen al orden
taxonómico Sirenia, llamado así por la creencia
de que eran las legendarias y míticas sirenas;
habitan las costas marinas y los ríos en las zonas
tropicales del mundo. De los manatíes, palabra
indígena caribeña que significa con mamas,
existen tres especies: el manatí del Amazonas,
el manatí de África Occidental y el manatí
antillano. Del dugongo hay tan solo una especie, aunque
había otra llamada la Vaca Estelar —Hydrodamalis
gigas—, que fue cazada indiscriminadamente
hasta su extinción, ocurrida increíblemente
sólo treinta años después de haber
sido descubierta en el mar de Bering.
Los manatíes tienen el cuerpo grande y de forma
cilíndrica, parecido al de la foca; se caracterizan
por poseer un cola aplanada en forma de cuchara y por
tener sus dos extremidades provistas de tres o cuatro
uñas. Su peso es de 550 kg y su longitud 3 m; sin
embargo, se han encontrado individuos de 4 m de largo
con un peso de 1.500 kg. Sus cuerpos tienen poco pelo,
pero sus hocicos están cubiertos por pelos fuertes
y cortos; como todos los mamíferos, tienen pulmones
y necesitan respirar aire, por lo cual suben a la superficie
cada uno a cuatro minutos, aunque pueden permanecer sumergidos
hasta 20 minutos; al sumergirse, sus dos orificios nasales
localizados en el hocico un poco más arriba de
la boca, se cierran herméticamente.
Resulta prácticamente imposible hacer un recuento
pormenorizado de todos los habitantes del océano
—por la abundancia de especies y por la falta de
un mayor conocimiento—, pero es muy preocupante
la rapidez con la que se están extinguiendo y la
lentitud con la que estamos solucionando los deterioros
causados a este gran ecosistema, futuro del planeta.