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CAPÍTULO 5

LA VIDA MARINA

 

La vida en el océano, pródiga y compleja, se manifiesta a través de una infinidad de organismos de diversas formas y tamaños; sus ecosistemas son mucho más variados y numerosos que los terrestres y están representados por miles de especies de animales y vegetales, que a su vez contienen millones de individuos. Las aproximaciones científicas estiman que en el océano, ese universo inmenso y en gran medida desconocido, se encuentra no menos del 80% de la diversidad biológica del planeta.

UNA MIRADA MICROSCÓPICA AL OCÉANO

Por sus unidades funcionales de estructura y por la forma como absorben la energía para sobrevivir y reproducirse, las células se clasifican en dos grandes conjuntos que nacieron en los mares primigenios: las procariontes, aparecidas hace 3.000 millones de años y las eucariontes, que evolucionaron hace 1.500 millones de años; estas últimas dieron origen a organismos multicelulares y crearon, desde entonces, complejas estructuras de organización, que se caracterizan por la cooperación celular.

Las células eucariontes conforman los cuatro reinos posibles de la estructura orgánica del planeta: Protista, Plantae, Fungae y Animalia. Estos seres multicelulares se clasifican según su necesidad de energía, en autótrofos, cuando se alimentan por ellos mismos usando la luz o la energía lumínica para fabricar comida y heterótrofos cuando se alimentan de otros organismos vivientes como plantas o animales. En el océano surgieron estos organismos y desarrollaron sus estrategias de sobrevivencia, creando la única fórmula posible de vida, tanto en el medio marino como el medio terrestre o atmosférico.

EL FITOPLANCTON

Así como en la Tierra la vida depende de la energía solar que las plantas clorofílicas captan y transforman en energía química, en el mar, la base de la pirámide alimentaria está constituida por el plancton vegetal o fitoplancton, una prodigiosa masa de organismos unicelulares y pluricelulares que viven especialmente en los primeros 200 m de profundidad. Es una biomasa que puede corresponder a la masa vegetal de todos los bosques existentes en el planeta y cumple un papel tan importante como el de estos, en la liberación de oxígeno a la atmósfera.

El fitoplancton o algas microscópicas marinas, se clasifica en función de su tamaño, en tres grupos: el microplacton —de 50 a 500 micrómetros—, conocido como diatomeas dinoficeas; el nanoplancton —de 10 a 50 micrómetros—, con especies como las crisoficeas que incluyen los cocolitoforos y las cilicoflagelados; y el ultraplancton —de 0,5 a 10 micrómetros—, que incluye las pequeñas crisoficeas y bacterias.

Las algas más numerosas y en permanente reproducción son las diatomeas, características de las aguas frías y templadas. El fitoplancton nerítico —de superficie— es el más rico y nutritivo que existe y está muy relacionado con la riqueza ictiológica, puesto que es el responsable del 90% de la producción primaria en los mares, mientras que las algas bénticas, sólo aportan un 10%.

En el océano existen algas de tamaños diferentes de los establecidos para el fitoplancton; son plantas no vasculares, fotosintéticas, que contienen clorofila y tienen estructuras reproductivas muy simples. Sin embargo, son las plantas más importantes del gran ecosistema acuático. Se presentan en una gran diversidad de formas y tamaños y su distribución es extremadamente amplia, las hay prácticamente en todos los ambientes del océano.

Algunas algas parecen animales y otras se asemejan a plantas superiores con órganos similares a tallos, hojas y raíces. Existen las que flotan, las que nadan y las que están fijas a un sustrato. También hay algas unicelulares —arquítalos—, filamentosas —semejantes a un filamento o cabello— y las de estructura compleja como las cladomas. Las hay epífitas y semiparásitas, así como fóticas y afóticas; es decir, la variedad y las posibilidades de su existencia en el medio marino son prácticamente ilimitadas.

EL ZOOPLANCTON

Del fitoplancton depende el zooplancton, otra masa infinita de animales microscópicos que pueden contarse por cientos de miles, en un vaso de agua marina; de hecho, en una gota se encuentran varias docenas de radiolarios con su esqueleto transparente; copépodos de caprichosas formas y crustáceos, moluscos y peces de todo tipo en estado larvario. El agua del océano es la expresión más notable de la saturación de la vida.

En el océano existe una gran variedad de zooplancton que flota y nada en los diferentes estratos; son animales que viven del material vegetal del fitoplancton y del material nutricio que, como materia orgánica muerta, se precipita al fondo constantemente, como si fuera una lluvia de «maná» que cae al abismo y posibilita la alimentación de una gran cantidad de microorganismos e incluso de grandes peces que están adaptados a esta circunstancia en el fondo abisal.

Hasta hace poco tiempo se creía que después de los 200 m de profundidad la vida orgánica era imposible y que por la presión atmosférica, la vida era inexistente en las grandes fosas abisales oscuras, frías y desoladas. Pero la vida microscópica no sólo se limita a la zona nerítica o de superficie; estudios recientes han demostrado que su existencia se da igualmente en las zonas más profundas del océano.

INTERACCIONES DEL PLANCTON

Las densidades de plancton —fito y zooplancton— pueden ser observados por los satélites espaciales que hacen recorridos alrededor del planeta. Diariamente aparecen los brotes de esta materia orgánica viviente y microscópica que se aglutina en masas de miles de millones de individuos, las cuales determinan, incluso, la coloración del océano.

Un brote de fitoplancton puede formarse en los días largos, cuando más nutrientes afloran a la superficie formando densas nubes de diversas coloraciones e intensidades, que se distribuyen por cientos de kilómetros sobre la superficie del mar. La arremetida inmediata de zooplancton determina nuevos cambios en la concentración de fitoplancton y, por consiguiente, del color y la temperatura del mar. Cuando el fitoplancton no es consumido por estos microscópicos animales muere y se hunde con los restos gelatinosos dejados por el zooplancton que ha comido abundantemente; se forman entonces unos grumos pegajosos de color blanquecino, que se precipitan al fondo marino en nubes o en partículas llamadas nieve marina.

Otro fenómeno sorprendente se observa cuando millones de estos animales microscópicos intercambian información con el propósito de alimentarse: se reúnen en grandes cantidades y exudan pequeñísimas partículas de grasa, que dan una coloración bioluminiscente en la noche; es un espectáculo extraordinario sólo comparable con la majestuosidad de la masa densa de estrellas de la Vía Láctea. También puede ocurrir que, gracias a la fecundidad de estos microorganismos y a condiciones especiales de temperatura y de nutrientes, se multipliquen en cuestión de minutos, creando una conjunción de colores en el agua. Así, el océano toma tonalidades rojizas, azulosas, verdosas y metálicas, según el tipo y la abundancia de los microorganismos presentes.

Estos fenómenos son sorprendentes y algunos de ellos temidos por el hombre, como la biocoloración acuática súbita conocida como la marea roja —presente en océanos latinoamericanos desde comienzos de los setenta—, que se produce por el rápido incremento de los dinoflagelados —Dinophyceae—, cuyas células rojizas colorean el mar cuando millones de estos organismos se concentran gracias a la disponibilidad de nutrientes que surgen por las corrientes ascendentes; la presencia de fosfatos arrastrados por las precipitaciones en la zona continental disminuye la salinidad y aumenta la concentración de la vitamina B12 producida por las bacterias y las cianófitas del suelo —cianuros y materiales ferrosos—. Asociada a la marea roja, aparece una acumulación de toxinas que pueden matar peces, invertebrados e incluso al mismo hombre cuando consume mariscos expuestos a este tóxico, puesto que los moluscos y los bivalvos que actúan como organismos filtradores, son especialmente receptores de toxinas.

Cuando en el océano se presentan los géneros de microalgas Prorocentrum Gonyoaulax, Ceratium y Cochlodium, en concentraciones de más de 20 millones de células por litro, se produce una neurotoxina venenosa llamada saxitoxina —mil veces más potente que la cocaína—, que produce un efecto paralizante en todos los organismos, debido a que afecta la transmisión neuromuscular.

Todo este universo microscópico se define, con riguroso acierto, como el principio de la cadena alimentaria del mar, creador de una formidable fábrica de seres vivos. En muchas oportunidades no se ha podido definir si estos organismos son vegetales, animales o constituyen un grupo aparte; en el océano existe una gran cantidad de animales que parecen plantas y plantas que semejan animales, por lo que se debe considerar su estudio desde una perspectiva muy diferente de la que se aplica en la tierra firme.

UN MUNDO BIODIVERSO

Los cálculos sobre la diversidad marina son quizás los más inciertos; se estima que, a escala planetaria, el número de especies que habita los océanos oscila entre los 2 y los 100 millones; quizás el dato más aproximado es el de 30 millones, de los cuales tan sólo 1.4 millones han sido estudiadas, reportadas e inventariadas científicamente y poseen un nombre y apellido taxonómico en su clasificación.

En los biomas terrestres, los grupos más conocidos y estudiados son los de las aves y los mamíferos; a las 9.040 aves conocidas, se suman tres nuevas especies cada año, y a los 4.003 mamíferos reportados, se adicionan tres especies cada cinco años, así como a las 248.428 especies de plantas superiores descritas hasta la fecha, se le suma una nueva identificación taxonómica cada dos meses. Del océano, ese gran ecosistema acuático que conserva la mayor parte de las especies existentes en el planeta, no conocemos más del 4% del total de la oferta biológica disponible.

El hombre ha necesitado dos siglos de trabajo científico para catalogar 4.760 especies de bacterias —monera—; 46.983 especies de hongos; 26.900 de algas; 38.800 de protozoarios; 5.000 de esponjas, 9.000 medusas y corales —celentéreos—; 12.200 de gusanos planos —platelmintos— y 12.000 de gusanos redondos —nemátodos—; 11.500 especies de lombrices —anélidos—; 50.125 de moluscos; 6.100 de estrellas de mar —equinodermos—; 123.151 de arañas, crustáceos y acáridos —artrópodos no insecta—; 19.986 peces; 4.188 anfibios y 6.302 reptiles. Todos ellos huéspedes del bioma marino; un contingente de plantas y animales que viven adaptados a las condiciones particulares de este medio acuoso, ochocientas veces más denso que el aire y con presiones entre 1 y 1.500 atmósferas.

Gracias a la tecnología moderna, que utiliza sumergibles que han desafiado todos los principios de la batimetría oceánica, se ha podido llegar a profundidades insospechadas en varios sitios del mundo oceánico y se ha podido comprobar la existencia no sólo de vida, sino de seres sorprendentemente extraños y fantásticos. En un sitio entre las Islas Galápagos y la isla Malpelo, el sumergible Alvin transportó a un grupo de científicos norteamericanos que observaron un conjunto de chimeneas o surtidores térmicos a 4.200 m de profundidad, donde había una gran cantidad de almejas gigantes, gusanos tubículas, caracoles peludos y gambas sin ojos; todo ello rodeado de una infinita profusión de plancton.

LOS PECES

El grupo más conocido, el más numeroso de los vertebrados y aquel entre el cual se halla más de la mitad de las especies marinas conocidas, es el de los peces; estos evolucionaron a partir de los primitivos ostracodermos, hasta llegar a los Ichtyostega, los primeros vertebrados. Desde los puntos de vista evolutivo, morfológico y anatómico se clasifican en dos grupos diferentes: los peces cartilaginosos y los peces óseos; no obstante, los peces de formas muy arcaicas, sin mandíbula, conocidos como las Lampreas o Mixinos, se identifican como otro conjunto.

Los más numerosos son los peces óseos, que tienen una estructura de hueso, están cubiertos de escamas duras, tienen mandíbulas flexibles con dientes duros y afilados y poseen vejiga natatoria, órgano que les permite flotar. Los peces cartilaginosos ostentan una estructura flexible, menos dura que el hueso, y aunque no poseen un órgano de flotación, presentan aletas pectorales, cola y cabeza plana que les dan, como a los anteriores, un perfil aerodinámico imprescindible en el medio acuático. Los peces sin mandíbula no tienen escamas y son los más primitivos; de éstos sólo subsiste un orden cuyo origen se estableció hace 600 millones de años y son los últimos sobrevivientes de los primeros vertebrados.

Los peces han adaptado estratégicamente su morfología para desplazarse eficazmente en el medio acuático. Por este motivo su longitud relativa, que corresponde a la proporción entre la longitud de su cuerpo y su mayor dimensión transversal, tiene una razón de ser: si la altura máxima de un pez sobrepasara un tercio de su longitud, ofrecería mucha resistencia al agua; por ello, las formas de los peces nunca son demasiado altas, demasiado cortas, ni demasiado largas y finas.

Más de las tres cuartas partes de los peces del océano viven en la zona nerítica y sólo llegan a profundidades de hasta 200 m, mientras que la cuarta parte restante vive en las grandes profundidades; aunque la gran mayoría de los peces habitan exclusivamente en los mares y en los océanos, unas pocas especies pueden pasar del medio marino al del agua dulce de los continentes: los salmónidos, las anguilas y los alcipenseridos.

Existen peces que realizan viajes de varios miles de kilómetros; los hay veloces que pueden nadar a más de 80 kph. Los arenques, como muchos otros peces, nadan en grupos enormes llamados bancos o cardúmenes, compuestos por más de 5 millones de ejemplares a la vez y que pueden desplazarse a una velocidad superior a los 40 kph.

El gobio de las Filipinas es sin duda el más pequeño de los peces, pues en su estado adulto tan solo llega a medir unos 11 mm de largo, mientras que el tiburón ballena es el más grande; puede medir más de 18 m y pesar unas 50 toneladas.

La linga, un pez emparentado con el bacalao, es famoso por la cantidad de huevos que pone, unos 30 millones por mes. Sin embargo, por cada millón de ellos sólo uno dará origen a un pez que sobreviva hasta su estado adulto.

Entre los peces de las grandes profundidades encontramos especies que tienen que soportar presiones superiores a los 300 kg/cm2; en estas condiciones tan particulares, han desarrollado diferentes maneras de adaptarse para subsistir. El melanoceto, un pequeño espécimen de las fosas abisales, se alimenta de otros peces; ingiere dos y tres veces su propio peso, para lo cual tiene la capacidad de dilatar enormemente su estómago; de esta forma puede pasar algún tiempo sin comer. El pejesapo o pez pescador, como otras tantas especies del fondo abisal, utiliza un pedúnculo que le sale del torso anterior hasta las proximidades de la boca y enciende una luz —cebo luminoso— que atrae a otros peces para poder tragárselos de un solo bocado. Otro huésped interesante de este medio profundo es el triglido, un pez cuyos tres primeros radios de las aletas pectorales están libres y pueden moverse como dedos, con el fin de caminar como en zancos por el fondo y así descubrir los gusanos, crustáceos y moluscos de que se alimenta.

LOS MOLUSCOS

Los moluscos son el segundo grupo más numeroso del reino animal, después de los artrópodos —crustáceos—. Son animales de cuerpo blando, que suelen tener una envoltura externa dura de constitución calcárea. Algunas estimaciones tentativas establecen el número de moluscos existentes en una cifra superior a las 120.000 formas. Entre los moluscos más conocidos se encuentran las almejas, las ostras, los caracoles, las babosas, las lapas, los ostiones, los pulpos y los calamares; estos animales, de un gran éxito ecológico y adaptativo, tienen representantes en casi todo hábitat del medio marino.

Los primeros moluscos aparecieron durante el período Cámbrico, hace 600 millones de años; de ello existe un gran registro fósil que permite reconstruir muchos de sus procesos evolutivos. En la actualidad existen representantes de siete clases: Los aplacóforos —sin envoltura—, parecidos a los gusanos, con 250 especies; los quitones, con 600 especies; los monoplacóforos como la neopilina, con 10 especies; los bivalvos, como las almejas, con más 7.500 especies; los escapópodos —colmillos de mar— con 350 especies; los gasterópodos, como los caracoles y babosas, con 37.500 especies; y finalmente, los cefalópodos —pulpos y calamares— con más de 600 especies.

Es admirable ver en todos ellos una infinita variedad de colores y formas que engalanan el mar; la pulida y brillante concha de la cypraea, por ejemplo, está adornada de tal forma que se la conoce como caracol de porcelana y las tridacnas o tlacobos, características del mar de Filipinas, tienen conchas de más de 2 m de diámetro y 200 kg de peso; han sido utilizadas como pilas bautismales en las Iglesias de todo el mundo.

LOS ERIZOS

Otro grupo importante en los ecosistemas oceánicos es el de los erizos —Echinodermata—, que poseen una armadura de calcio de gran belleza, cubierta de espinas móviles de variados tamaños y colores. Estas especies se desplazan usando sus espinas de cristal de calcita, ayudadas con pequeños pies tubulares que accionan su movimiento hidráulicamente. Pueden tener diferentes formas, desde redondeadas y alargadas como el erizo negro —Diadema antillarum—, hasta los aplanados en forma de disco, como los dólares de arena.

LAS ANÉMONAS

También llamadas flores de mar, cubren grandes áreas de los fondos rocosos y arenosos sobre la plataforma continental, especialmente en las aguas continentales tropicales. Estos animales, cuya clasificación científica es Antozoos —animales–flores—, hasta hace pocos años eran conocidos como zoofitos, haciendo alusión, a esa doble condición de forma y carácter orgánico.

LOS GUSANOS

No menos curioso resulta el grupo de los Asquelmintos o gusanos redondos, muy frecuentes tanto en el mar como en los litorales de las regiones costeras. Se dividen en varias clases: los Rotferos, Gasteriotricos, Quinórricos, Priapuloideos, Nematomorfos y Nemátodos, muy característicos de la región oceánica. Todos ellos se caracterizan por poseer una sola cavidad, sin ningún tipo de segmentos, en donde están situados sus órganos. Proliferan especialmente los Cinarrincos o Quinorrincos, con más de 150 especies; su nombre se debe a que tienen el cuerpo cubierto de placas con espinas y poseen una cabeza y una faringe retráctil, con la que atrapan su alimento succionándolo. Llegan a medir como máximo un milímetro y viven entre el fango o sobre las algas.

Los Priapuloides, gusanos marinos de 8 a 10 cm de longitud, tienen un cuerpo blando y cilíndrico y una trompa retráctil con una hilera de ganchos que facilitan la obtención de los alimentos escarbando en los fondos arenosos del mar. Entre los gusanos parásitos se destacan los Acantocéfalos o Equirrincos y los Nemátodos, cuyo número supera las 750 especies; habitan fundamentalmente en el aparato digestivo de los vertebrados, aunque en su estado larvario, suelen parasitar en los crustáceos. Los Nemátodos son considerados animales muy adaptables a todas las condiciones posibles del océano: temperatura, humedad, sequedad y condiciones de rigor químico.

LOS CRUSTÁCEOS

Se estima que existen no menos de 26.000 especies vivientes de crustáceos —Artrópodos— cuyo nombre se debe a que poseen un cuerpo dividido en compartimentos articulados. En su forma larvaria hacen parte del microscópico y casi invisible mundo del zooplancton marino; en esta etapa se denominan krill y se constituyen en el alimento más apetecido de la fauna marina, incluso para los grandes mamíferos como las ballenas o el tiburón ballena. Como el resto del zooplancton, el krill forma inmensas masas móviles que se desplazan durante la noche hacia las superficies relativamente más iluminadas y durante el día se sumergen en aguas profundas.

Los crustáceos se clasifican en función del tamaño y número de segmentos de su cuerpo, en inferiores —Entomostráceos— y superiores —Malacostráceos—. Los crustáceos inferiores se subdividen en seis grupos, algunos de los cuales actúan como parásitos, como los Branquiuros o piojos de peces, o los Percebes y bellotas de mar —Cirrípedos—, que después de pasar por un estado larvario móvil, se fijan en las rocas o conchas formando placas calcáreas que los recubren como una cápsula. Los otros, forman parte del zooplancton.

Los crustáceos superiores, más conocidos como mariscos, son más evolucionados; su cuerpo se divide en no menos de 20 segmentos y tienen una caparazón que cubre casi siempre el cefalotórax. Se clasifican a su vez en ocho conjuntos, entre los cuales sobresalen las pulgas de playa y los saltones —Misidaceos— y los cangrejos —Eucáridos—, con más de 8.500 especies.

LOS REPTLES

Otro tipo de animales grandes y vistosos habita los océanos: son los reptiles que se han adaptado a las condiciones del mar. Las tortugas marinas han tenido grandes cambios para desarrollarse en este medio; han transformado sus patas en aletas, lo que las convierte en inmejorables nadadoras; utilizan las aletas delanteras para impulsarse, mientras que las traseras son empleadas como timón para maniobrar. Comparadas con las terrestres, sus caparazones se han aplanado y sus cuerpos se han vuelto más livianos. Entre las más comunes se encuentran la tortuga caguamo, la verde, la carey y el tinglar, habitantes de aguas cálidas del océano tropical.

LOS MAMÍFEROS

Finalmente se destaca el grupo de mamíferos marinos, dentro de los cuales podemos identificar numerosas especies.

La familia de los mamíferos marinos que incluye las ballenas, los delfines y las marsopas, recibe el nombre de cetáceos, procedente de la palabra griega y latina que significa monstruo marino; sin embargo son animales realmente hermosos, inteligentes y sociables, que todos los pueblos del mundo han admirado desde hace siglos. Son mamíferos que después de haber sido terrestres retornaron a la vida marina; existen aproximadamente 80 especies diferentes, con tamaños que varían entre los 90 cm y los 40 m de longitud.

Las ballenas son los mamíferos más grandes de la Tierra; algunos como el cachalote y la ballena azul pueden llegar a medir entre 35 y 40 m de longitud y pesar entre 200 y 250 toneladas; tan sólo su corazón puede ser del tamaño de un rinoceronte.

Todos los mamíferos son de sangre caliente, una de las características que los diferencian del resto de los animales del océano. Su piel es extremadamente gruesa y grasosa con el fin de soportar las bajas temperaturas del agua, particularmente en las zonas polares y las aguas con más de 1.200 metros de profundidad, hasta las cuales pueden llegar. Con el propósito de mantener la humedad y favorecer su hidrodinámica, segregan una sustancia por la epidermis; sus extremidades posteriores han desaparecido totalmente y las anteriores han sido transformadas en aletas para maniobrar. Su cuerpo se diferencia del de los peces por una gran aleta horizontal dotada de potente musculatura, que les permite alcanzar velocidades de 40 a 50 kph.

La ciencia ha demostrado que la ballena desciende de un animal de cuatro patas que vivió por fuera del agua en la época de los dinosaurios; los restos fósiles más antiguos de una ballena datan de hace por lo menos 55 millones de años. En Pakistán y en algunos lugares de las estepas rusas se han descubierto esqueletos fósiles, los cuales indican que las primeras ballenas ondulaban su columna vertebral para nadar y mover la parte final del cuerpo en sentido vertical —arriba y abajo— de modo muy similar al de las nutrias actuales.

Las especies de ballenas se diferencian entre las que tienen dientes —Odontocetos— y las que tienen barbas o ballenas, como también se conocen estos tejidos filtradores. La gran mayoría de ballenas se alimentan de krill, para lo cual tienen que tragar toneladas de agua de mar, que después sacan de la boca, filtrándola a través de una serie de hendiduras llamadas barbas y atrapando grandes cantidades de pequeños animales que son recogidos por su lengua. Se estima que durante las etapas álgidas de su alimentación, una ballena jorobada puede consumir entre 3 y 5 toneladas de krill, como preparación para veranear —no invernar—, puesto que una vez al año migran hacia las aguas más cálidas del trópico, por un período de dos a tres meses, para aparearse o realizar su parto; durante este tiempo dejan de comer.

Los delfines son parientes directos de las ballenas; esta familia de cetáceos posee 22 especies distribuidas por casi todos los mares del mundo. Como las ballenas, respiran a través de un orificio que tienen encima de la cabeza, conocido como espiráculo. Salen a la superficie cada dos o tres minutos y después de realizar una explosiva exhalación toman aire, para sumergirse de nuevo, con lo cual pueden llegar hasta los 300 m de profundidad.

Los manatíes y los dugongos pertenecen al orden taxonómico Sirenia, llamado así por la creencia de que eran las legendarias y míticas sirenas; habitan las costas marinas y los ríos en las zonas tropicales del mundo. De los manatíes, palabra indígena caribeña que significa con mamas, existen tres especies: el manatí del Amazonas, el manatí de África Occidental y el manatí antillano. Del dugongo hay tan solo una especie, aunque había otra llamada la Vaca Estelar —Hydrodamalis gigas—, que fue cazada indiscriminadamente hasta su extinción, ocurrida increíblemente sólo treinta años después de haber sido descubierta en el mar de Bering.

Los manatíes tienen el cuerpo grande y de forma cilíndrica, parecido al de la foca; se caracterizan por poseer un cola aplanada en forma de cuchara y por tener sus dos extremidades provistas de tres o cuatro uñas. Su peso es de 550 kg y su longitud 3 m; sin embargo, se han encontrado individuos de 4 m de largo con un peso de 1.500 kg. Sus cuerpos tienen poco pelo, pero sus hocicos están cubiertos por pelos fuertes y cortos; como todos los mamíferos, tienen pulmones y necesitan respirar aire, por lo cual suben a la superficie cada uno a cuatro minutos, aunque pueden permanecer sumergidos hasta 20 minutos; al sumergirse, sus dos orificios nasales localizados en el hocico un poco más arriba de la boca, se cierran herméticamente.

Resulta prácticamente imposible hacer un recuento pormenorizado de todos los habitantes del océano —por la abundancia de especies y por la falta de un mayor conocimiento—, pero es muy preocupante la rapidez con la que se están extinguiendo y la lentitud con la que estamos solucionando los deterioros causados a este gran ecosistema, futuro del planeta.

 
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