La
última capa del globo terráqueo, donde se
desarrolla la vida, es la litosfera o corteza terrestre.
En ella se encuentran tanto los océanos —corteza
oceánica—, como los continentes —corteza
continental—.
La corteza oceánica es muy pequeña con respecto
a la totalidad del volumen de la Tierra —su masa
corresponde tan solo al 0,099% de la del planeta—,
es sumamente delgada —sus profundidades oscilan
entre 1 y 10 km— y está compuesta por rocas
de basalto que se han formado como consecuencia de la
actividad magmática.
La corteza continental, compuesta por rocas graníticas
que se encuentran sobre una capa de basalto, es mucho
más gruesa —su espesor máximo es de
64 km— y su masa corresponde al 0,37% de la del
planeta.
LAS FRONTERAS ENTRE LAS PLACAS
La litosfera, relativamente fuerte, está compuesta
por piezas o placas que flotan sobre un océano
de magma. Estas placas, conformadas tanto por corteza
oceánica como continental, se mueven lateralmente,
siguiendo las corrientes convectivas del manto, de las
zonas calientes hacia las zonas más frías;
chocan entre sí, se destruyen y se hunden para
fundirse nuevamente en el magma y al hacerlo generan profundas
grietas oceánicas, cadenas de volcanes, extensas
fallas, grandes elevaciones lineales y retorcidos cinturones
de montañas.
Esta reproducción y destrucción de la corteza
terrestre genera un fenómeno dinámico conocido
como tectónica de placas, en el cual los movimientos
de convergencia, de subducción, de deriva y de
regeneración del material ígneo magmático,
están íntimamente relacionados entre sí
y conforman la compartimentalidad de la piel del planeta;
el secreto que hace de la Tierra un motor viviente, siempre
en busca de equilibrio.
En la actualidad la litosfera planetaria está dividida
en ocho grandes placas —la africana, la atlántica,
la eurasiática, la indoaustraliana, la de Nazca,
la norteamericana, la pacífica y la suramericana—
y en 24 placas más pequeñas —la de
Anatolia, la arábiga, la caribeña, la de
Cocos, la filipina y la somalí, entre otras—,
que se mueven a la deriva sobre el manto, a una velocidad
de 5 a 10 cm al año.
Es apenas natural que las fronteras entre las placas,
generalmente localizadas bajo los océanos, sean
especialmente agitadas; generan aproximadamente el 95%
de los sismos del mundo. De acuerdo con los movimientos
relativos entre placas, se identifican tres tipos fundamentales
de fronteras:
LAS FRONTERAS DIVERGENTES
En ellas, dos placas se mueven alejándose una respecto
de la otra, debido a que los fluidos magmáticos
que emergen desde el manto a través de las fisuras
que éste crea en la corteza, al entrar en contacto
con el agua de mar, se enfrían, solidifican y acumulan,
taponando dichas fisuras. Se genera una especie de cremallera
que se encarga de cerrar las grietas, pero la presión
de los fluidos magmáticos dilata nuevamente los
empalmes de las fisuras; es decir, abren la cremallera
y el proceso se repite continuamente; entonces la materia
recién brotada hace que la anterior se vaya alejando
a cada lado del eje central, en una permanente renovación
del suelo de la corteza oceánica que comúnmente
se denomina como formación del fondo oceánico.
Estas estructuras morfológicas conocidas con el
nombre de dorsales, son muy activas y se encuentran casi
siempre en la mitad de los océanos, circundando
el globo. Allí los sismos son más someros
—poco profundos— y se encuentran alineados
estrictamente a lo largo del eje de divergencia; esto
puede observarse en la dorsal del Pacífico o en
Islandia, donde se localiza la dorsal del Atlántico.
Con el tiempo la litosfera que se ha alejado más
del eje central, la más antigua, aumenta de espesor
y su densidad sobrepasa la del manto que la sostiene,
provocando su hundimiento —generalmente con un ángulo
de penetración muy pronunciado—, con lo cual
inicia su disolución en el manto por fundición,
para dar comienzo a un nuevo ciclo de regeneración
del suelo oceánico.
LAS FRONTERAS CONVERGENTES
También son conocidas como de subducción;
en este caso una placa oceánica, al chocar con
una continental se hunde bajo ella y penetra hacia el
manto a más de 100 km de profundidad, para fundirse
en él. Este proceso genera sismos de profundidad
e intensidad diversas y crea cadenas de montañas
y volcanes a lo largo de toda la zona de choque.
LAS FRONTERAS TRANSCURRENTES
En ellas, las placas se desplazan lateralmente una respecto
de la otra; allí no se elimina ni se crea litosfera
como en las otras clases de frontera, puesto que no hay
fundición con el manto, pero los sismos que producen
son someros, de gran intensidad y con falseamiento de
rumbo; es el caso de la Falla de San Andrés, en
el área de California.
EL MUNDO TRIDIMENSIONAL DEL OCÉANO
Donde la tierra continental se sumerge bajo las aguas,
a partir de la zona litoral, se encuentra un mundo misterioso,
fascinante y desconocido. Es un espacio donde la vida
adquiere formas completamente diferentes; una masa de
agua salada, única y en permanente movimiento,
que cubre más de las dos terceras partes de la
superficie del planeta, regula los procesos vitales para
su funcionamiento e interactúa con los demás
elementos, logrando una simbiosis sorprendente con la
atmósfera y la tierra. Le llamamos océano.
De los 510 millones de km2 que tiene la superficie
del planeta, los océanos representan unos 362 millones
de km2, incluyendo la porción de plataforma continental sumergida en el mar, que abarca 28 millones
de km2. La profundidad de sus aguas es de 4
km en promedio y la fisonomía del fondo marino
está determinada por el continuo ciclo de los movimientos
tectónicos que modifican permanentemente sus accidentes
geográficos. Los fenómenos geológicos,
físicos, biológicos, y químicos que
allí ocurren, difieren notablemente de los terrestres.
Las especies vivientes del océano existen en un
medio cuyo espacio es aproximadamente 300 veces mayor
que la de todos los continentes e islas del globo. Con
la movilidad que este medio acuático les permite,
aprovechan mucho mejor el espacio vital disponible; no
dependen, como los animales terrestres —con excepción
de las aves—, de su contacto con el suelo: flotan,
gravitan y se desplazan a lo largo, ancho y profundo de
un mundo tridimensional. En estas condiciones especiales
han evolucionado seres extremadamente diferenciados, de
acuerdo con las condiciones de temperatura, salinidad,
profundidad y luminosidad del lugar donde habitan.
LAS PROVINCIAS DEL OCÉANO
De acuerdo con la cercanía al litoral, la profundidad
y la cantidad de vida que presentan, el
océano se divide en dos grandes provincias, la
nerítica y la oceánica.
LA PROVINCIA NERÍTICA
También llamada plataforma continental, corresponde
a la región que va desde la línea costera
hasta el inicio del talud continental; en promedio es
de 75 km y en la mayoría de los casos corresponde
a la zona de interés económico de las naciones
que tienen costas sobre los océanos.
Su superficie es más o menos plana y está
expuesta a los efectos de la erosión marina; sus
aguas, fuertemente influenciadas por la variación
de las mareas, no sobrepasan los 200 m de profundidad
y permiten que los rayos del sol penetren hasta el fondo,
creando un ambiente propicio para el desarrollo de la
vida vegetal y animal. Allí abundan los nutrientes
y prolifera el plancton, lo que facilita la existencia
de numerosos bancos y cardúmenes de casi la totalidad
de especies de peces marinos; también es el lugar
donde crecen los mayores arrecifes de coral. En esta zona
se realiza casi toda la pesca comercial en el mundo.
LA PROVINCIA OCEÁNICA
Al final de la plataforma continental o zona nerítica,
que tiene un suave declive, se inicia el talud, un descenso
brusco que cambia instantáneamente todas las condiciones:
la profundidad del agua aumenta, las formas de vida conocidas,
asociadas al mar desaparecen gradualmente y la luz solar
no alcanza a penetrar más allá de los 300
m; es la provincia oceánica que abarca desde el
talud continental hasta los grandes fondos marinos o zonas
abisales y comprende el mar adentro y el mar abajo.
El punto de descenso a los abismos oceánicos se
denomina borde continental; está ubicado en la
parte interior de los taludes y es el que realmente marca
el límite entre la región continental y
el dominio oceánico. Aunque su límite no
siempre es fácil de detectar, tiene la forma de
un surco muy profundo que termina tajantemente; en algunos
casos, sin embargo, se trata de una saliente poco inclinada
—llamada gracis—, que da continuidad al talud
con la llanura abisal.
El talud está conformado por una serie de escalones
que por lo general se encuentran a los 500, 700 y hasta
los 1.200 m, para luego llegar a los fondos abisales que
conforman la mayor parte de la provincia oceánica.
Tanto por su complejidad como por su relieve, el fondo
marino tiene una topografía muy similar a la de
los continentes, compuesta por llanuras, valles, cordilleras
y montañas que se encuentran sumergidos entre los
4.000 y 11.000 m de profundidad, pero sometidos a presiones
y fuerzas gravitacionales completamente diferentes de
las que se presentan sobre la corteza continental.
La oceanografía clasifica el relieve de los fondos
abisales en tres grandes conjuntos: formas planas, formas
salientes y formas deprimidas.
Las formas planas tienen un relieve del tipo característico
de una llanura, como sucede en las cuencas de la región
noroccidental de Australia, en la cuenca del Pacífico
Central y en las cuencas brasileña y argentina
en el Atlántico Sur.
Las llanuras oceánicas son extensas zonas de fondo
arenoso, arcilloso o fangales, donde raramente encontramos
cualquier otro tipo de morfología. Son extensiones
interminables sólo cubiertas por agua, donde se
presenta una que otra tormenta de arena, cuando las corrientes
profundas se agitan; de hecho, estas zonas son conocidas
también como los desiertos oceánicos, por
la notoria disminución de la flora y la fauna.
Las formas salientes se destacan de manera notable en
la vastedad interminable de las llanuras oceánicas,
no sólo por su gran tamaño, sino también
por lo intrincado y espectacular de sus relieves. Se clasifican
según su localización y origen en las de
gran longitud y extensión —por lo general
llamadas dorsales o ridges— que conforman verdaderas
cordilleras a lo largo del fondo oceánico y las
montañas marinas aisladas, que de acuerdo con su
estructura pueden ser denominadas pitones —picos
submarinos— y guyots —montes en forma de cono
truncado—.
Una de las dorsales más famosas está ubicada
en el fondo del océano Atlántico; recorre
más de 15.000 km, entre América, África
y Europa, en forma de doble ‘S’ —su
estructura casi toca los dos polos—. Investigaciones
recientes aseguran que esta dorsal no sólo recorre
el Atlántico, sino que se extiende alrededor de
la Tierra, por más de 60.000 km con unos 2.400
km de ancho conformando así un sistema que se inicia
en la cuenca eurasiática del Ártico, pasa
por Islandia y las Azores en el Atlántico Sur;
se dirige hacia el oriente y da la vuelta al suroriente
de África hasta el océano Índico;
de allí vuelve hacia el sur, para pasar por el
sur de Australia; cruza el Pacífico Sur y el Oriental
hasta las Galápagos y asciende al golfo de California
para continuar hacia el Polo Norte.
Los pitones se destacan en el fondo marino por su esbelta,
lánguida y solitaria figura que soporta las embestidas
del océano; tal es el caso de los pitones de Vema
o los de Meteor al suroeste del continente Africano.
Los guyots, por el contrario, tienen una apariencia extraordinariamente
robusta; son como Vesubios submarinos que pueden alcanzar
más de 4.000 m de altura y unos 10 a 15 km de diámetro.
Entre los más conocidos están los del gran
Banco Mentor —Islas Canarias al borde de la Dorsal
del Atlántico Central—, los de Ob y Lena,
en el océano Índico. Dentro de este grupo,
también se encuentran las islas volcánicas,
que son estructuras surgidas del fondo de la corteza oceánica,
elevaciones aisladas, generalmente alejadas de los continentes
y posiblemente originadas por la segmentación de
las grandes cordilleras. La particularidad de sobresalir
o no del nivel del mar es simplemente casual, puesto que,
en ocasiones, los volcanes surgen y se elevan varios cientos
o miles de metros entre las olas y con el transcurrir
del tiempo se precipitan nuevamente en el interior del
mar. En el mundo existen picos colosales que se levantan
imponentes, como es el caso de la isla Mauna Kea en Hawai,
con más de 9.450 m desde el fondo del mar hasta
su cima, que sobresale 4.250 msnm.
Las nuevas exploraciones del fondo marino han permitido
descubrir una serie de estructuras semejantes a tubos
rocosos de apariencia esponjosa, que pueden llegar a tener
más de 10 m de altura. Por su boca lanzan una columna
de humo negruzco que remonta las aguas pesadas y aplastantes
del fondo —con más de 250 atmósferas
de presión— para luego ascender por más
de 50 m hacia la superficie. Las temperaturas próximas
a estas fumarolas o chimeneas que vierten una gran cantidad
de materiales minerales —sulfuros y metales como
el zinc y el hierro—, pueden superar los 650 °C,
en contraste con la temperatura promedio —1 a 2
°C—, que se observa en estas profundidades.
Las formas deprimidas son especialmente fascinantes por
ser las menos conocidas y las que guardan el mayor de
los misterios; muchos las creen conectadas con el manto
superior de la corteza terrestre.
Se trata de accidentes con características y tipologías
muy variadas que comprenden fallas, fosas, cañones
y trincheras, alrededor de los cuales discurre la incertidumbre
de la ciencia, puesto que los únicos registros
de su existencia son los que trasmiten sofisticados equipos
de sonar y sondas submarinas que permiten conocer tan
solo las siluetas del fondo.
La Trinchera de Mindanao a 11.500 m de profundidad desde
el nivel del océano Pacífico, es una de
las más profundas y singulares. Entre las fosas
más conocidas están las de Las Marianas,
Filipinas, Japón, Puerto Rico, Sandwich y Java,
cuyas profundidades van desde los 7.500 hasta los 11.000
m, con longitudes entre los 2.500 y los 4.500 km. El piso
de las fosas está integrado por roca basáltica
oscura de tipo volcánico.
Las fallas, como grandes cicatrices de la corteza oceánica,
tienen un delineamiento rectilíneo y constante
a lo largo de cientos de kilómetros; pueden incluso
estar interconectadas, como es el caso de las fallas paralelas
de Mendocina, Murray, Clarión y Clipperton, las
cuales llegan de forma perpendicular a la gran falla de
San Andrés —la más activa y conocida
de todas, por su extensión entre Alaska y Centroamérica
a lo largo de 6.000 km—. Estas fallas cumplen un
papel primordial como grietas de dilatación de
la corteza oceánica, pero presentan altos grados
de sismicidad.
LOS RESTOS FÓSILES DEL SUELO OCEÁNICO
Uno de los principios más importantes en el mar
es que todos los elementos y organismos que no pueden
moverse por sus propios medios se precipitan hacia el
fondo; el suelo oceánico es entonces el gran receptor
de todos estos materiales y sedimentos que van formando
capas que conservan la historia del tiempo oceánico.
En el fondo marino, tanto las fosas abisales o de profundidad
de la plataforma oceánica, como los suelos someros
de la plataforma continental, están íntimamente
relacionados con el índice de acumulación
de sedimentos, el cual resulta muy variable, pero definitivo
en la composición final de las corteza submarina.
En estricto sentido, esta corteza está estructurada
por rocas ígneas que pasaron por el estado de lava
líquida vertida desde las profundidades del manto,
pero los procesos de acumulación de sedimentos
han formado grandes depósitos de rocas metamórficas
y sedimentarias.
Los fondos de suelos arcillosos donde se encuentran fósiles
de vegetales reciben el nombre de diatomeas. A la lente
de un potente microscopio, muestran un mundo insospechado
de formas, que siglos atrás tuvieron vida y contribuyeron
decisivamente en las cadenas de evolución orgánica.
En las rocas sedimentarias más profundas se observa
la evidencia fósil de organismos que existieron
en otras épocas: restos de esqueletos y caparazones
—compuestos principalmente por carbonato de calcio
y sílice— de antiguos animales conocidos
como radiolarios, que también dan cuenta de las
diferentes etapas del desarrollo de la vida marina.
Suelos, lodos, arcillas y fangos abisales son elementos
propicios para la formación de rocas sedimentarias
y metamórficas, entre otras razones, por las grandes
presiones a las que son sometidos. Ellos constituyen un
medio ideal para leer la historia geológica del
planeta.
OCEÁNOS Y MARES
Amenudo los términos mar y océano se emplean
como sinónimos para referirse a las grandes masas de agua salada; sin embargo se diferencian de
acuerdo con criterios como su proximidad a las costas,
su aislamiento, su posición con respecto a las
plataformas continentales y por supuesto su tamaño;
la extensión de los mares es mucho menor que la
de los océanos.
El océano actual, como el del pasado remoto, es
un manto de agua ininterrumpido que abarca el planeta
de polo a polo. Sin embargo, presenta notorias diferencias
por sectores, tanto en la composición orgánica
y la vida marina, como en el comportamiento de sus aguas,
que varía de acuerdo con la acumulación
de energía; en algunos lugares tiene una mayor
disposición a generar temporales y tormentas, mientras
que en otros la superficie es calmada. Por diferentes
características como accidentes geográficos,
corrientes marinas, cuencas oceánicas y placas
tectónicas, esta gran extensión de agua
se ha dividido en cinco grandes océanos: Pacífico,
Atlántico, Índico, Glacial Ártico
y Glacial Antártico. Cada uno de ellos presenta
características particulares, tanto en la temperatura
de sus aguas, como en las corrientes, vientos y vida marina.
Hasta el siglo XIV se creía en la existencia de
tan solo siete mares: el Mediterráneo, el Rojo,
el de China, el de África Occidental, el de África
Oriental, el Caspio y el Negro. Hoy se tienen definidos
54 mares distribuidos en los cinco grandes océanos;
tipológicamente se clasifican en mares abiertos
y en mares cerrados o interiores, de acuerdo con la existencia
o no de una conexión con otros océanos o
mares. Las particulares características de cada
uno de ellos se originan en su tamaño, profundidad
y latitud, lo que determina el clima, la temperatura,
la salinidad de sus aguas y las corrientes.
LOS MARES INTERIORES
Están desligados de la vida oceánica y su
existencia está mantenida únicamente por
los caudales de ríos y arroyos que vierten sus
aguas sobre estas cuencas saladas. Su salinidad es muy
variable y depende de la temperatura y del régimen
de lluvias de la región, pues éstas intensifican
o disminuyen los niveles de evaporación y acumulación
de agua. Estos mares son “Madre Viejas” del
gran océano; formaron parte de él, pero
quedaron atrapados dentro de los continentes en algún
momento de su historia geológica. En muchos casos
se han secado y la única evidencia de su existencia
la constituyen los estratos lacustres de tipo oceánico
que dejaron como huella.
Algunos mares interiores se encuentran muy retirados de
la costa, otros se elevan a más de 200 msnm, sin
que hayan perdido sus particularidades de salinidad; tal
es el caso del mar Caspio (Irán–Turkmenistán–Azerbaiyán–Kazajstán–Rusia),
o el mar Muerto (Jordania–Israel). Pero algunos
se aislaron hace tanto tiempo y se levantaron hasta tales
alturas, que sus aguas se volvieron dulces, como el Titicaca
(Bolivia–Perú), o quedaron aislados en altas
mesetas continentales como el Lago Salado de Utah (Estados
Unidos) o el de Urnia (Armenia). Sin embargo, todos son
testigos de la dinámica telúrica, sísmica,
orogénica y tectónica del planeta.
LOS MARES CONTINENTALES
Son los que aún guardan una conexión con
otros mares litorales o con algún océano,
pero se encuentran en una situación de aislamiento
relativo. Allí, las tierras continentales no han
podido encerrarlos por completo, por lo que mantienen
una cierta interdependencia con el océano más
próximo. El mejor ejemplo de estos mares es el
Mediterráneo, que se encuentra rodeado por los
continentes europeo y africano y tiene apenas un pequeño
contacto con el océano Atlántico a través
del estrecho de Gibraltar. A su vez, el Mediterráneo
establece un sistema de conexión e interdependencia
con otros mares continentales como el de Liguria, el Tirreno,
el Adriático, el Jónico, el Egeo y el de
Mármara. Otros mares continentales importantes
son el de Azov, el mar Negro y el mar Rojo, limitado por
los continentes africano y asiático.
LOS MARES LITORALES
Están formados por grandes escotaduras en las costas
de los continentes, por lo que se encuentran en un relativo
aislamiento respecto de los océanos. Están
delimitados por grandes puntas y prolongaciones de superficie
terrestre, que al introducirse en los océanos,
generan un semicerramiento litoral y costero. Como mares
de este tipo, se pueden considerar algunos golfos, bahías
o ensenadas de gran tamaño. El comportamiento de
los mares litorales dependen de manera fundamental de
las condiciones de marea, oleaje, calmas o furias de los
océanos que los cobijan. El mar del Norte en Europa,
el mar de Siberia y el de Kara, en el continente asiático,
poseen las mismas particularidades de litoralidad y dependencia
del océano. Otros ejemplos de mares litorales son
el golfo de México, el de California, el de Guinea,
el Pérsico, el de Bengala o el de Siam.