Gracias
a su condición de punto de encuentro entre el mar,
el agua dulce y la tierra, las zonas deltaicas presentan
una amplia gama de ambientes donde viven diversidad de plantas
y animales. Humedales de diferentes tipos —pantanos,
lagunas, ciénagas y albuferas—, así
como formaciones vegetales —manglares, juncales, arbustales,
pastizales y bosques— y salitrales, playas arenosas
y playones de lodo, que conforman comúnmente un mosaico
de hábitats cuyo esquema de distribución responde
a las interacciones que se presentan entre las interfases
río-tierra, río-mar, tierra-mar y tierra-río-mar.
Debido a la dinámica de dichas interacciones, la
existencia de cada uno de los hábitats es transitoria.
A medida que van cambiando las condiciones de humedad, salinidad,
deposición de sedimentos, erosión y flujos
de aguas, unos ecosistemas se transforman en otros y a la
vez se modifican las comunidades de seres vivos que albergan:
un playón lodoso se convierte en manglar y éste
en arbustal; la playa se transforma en herbazal y el pantano
en salitral.
Los principios generales de interacciones entre la fauna,
la flora y el entorno de los sistemas deltaicos y estuarinos
son tan intrincados, que a menudo es difícil tipificarlos
y con frecuencia el esquema de funcionamiento sólo
se aplica a casos locales únicos. No obstante, tal
complejidad constituye un argumento que refuerza la necesidad
de apreciarlos pues son escenarios irremplazables para la
vida, que albergan una increíble biodiversidad y
son algunos de los más frágiles y amenazados
del mundo.
LA FORMACIÓN Y TRANSFORMACIÓN DE ESPACIOS
VITALES
La cantidad de sedimentos que se deposita en el frente deltaico
durante su desarrollo es generalmente mayor que la removida
y transportada a otras áreas por las mareas y el
oleaje; como resultado, el delta
avanza paulatinamente ganándole terreno al mar y
creando nuevas planicies emergidas. Con cada inundación,
la marea redistribuye en el frente de playa una nueva capa
de sedimentos a lo largo de la costa del delta y forma cordones
litorales —tenues rasgos topográficos en forma
de arcos que se aprecian bien desde cierta altura a lo largo
de las playas— y espigas arenosas, que son la evidencia
de los pulsos anuales o estacionales de la acumulación
de sedimentos en el frente de avance de los deltas.
La parte posterior de las playas y espigas cada vez más
consolidadas y alejadas de la influencia marina, se convierten
en sustrato para la colonización de algunas especies
terrestres, generalmente hierbas, que forman una comunidad
biológica pionera. La permanente acumulación
en la desembocadura al mar, de sedimentos que arrastran
los distributarios, forma bancos de arena y lodo que una
vez consolidados se convierten en islas y pronto se cubren
con vegetación herbácea, juncos, mangles o
arbustales.
Como parte de la dinámica natural del delta,
cuando hallan un camino más corto para llegar al
litoral, los distributarios abandonan su cauce y dejan en
ese lugar un caño ciego, una ciénaga, un pantano
o un terreno apto para la colonización del bosque;
a su vez, el nuevo cauce anega terrenos que antes permanecían
secos y mantenían una comunidad de especies propias
de tierra firme.
Desde el punto de vista ecológico, el delta
es un sistema dinámico en el cual las condiciones
ambientales que propician la existencia de un determinado
hábitat y por consiguiente de una comunidad particular
de plantas y animales, pueden cambiar para dar paso a otro
hábitat y a otra comunidad biológica, pues
en el delta todo está sometido a cambios continuos
que a veces ocurren gradualmente y son casi imperceptibles
y otras suceden repentinamente. La secuencia de remplazo
de unos elementos biológicos por otros a través
del tiempo, que por lo general va acompañada de transformaciones
en los rasgos del paisaje, se conoce como sucesión
ecológica.
La sucesión
ecológica primaria es aquella que tiene lugar
sobre un sustrato nuevo, como es el caso de los sedimentos
acumulados en el frente de avance del delta. Bajo condiciones
similares de sustrato, humedad y temperatura, las plantas
pioneras generalmente son las mismas en una región
geográfica determinada, pero el desarrollo que sigue
a partir de allí, aunque en muchos casos es previsible,
resulta de una combinación de múltiples factores
y por lo tanto es diferente en cada caso particular. La
instalación, persistencia y remplazo de las plantas
en las etapas iniciales, depende principalmente de la velocidad
con que se depositan los sedimentos, de la disponibilidad
de semillas de algunas plantas y de la acción de
los animales herbívoros, factores que son determinantes,
tanto en la selección de las especies que participan
exitosamente en el recambio florístico, como en la
permanencia de las que persisten durante las diferentes
etapas del proceso.
Según la situación topográfica local,
la sucesión vegetal en los deltas puede seguir diversos
caminos: unos progresivos y otros regresivos, que en algunos
momentos alcanzan condiciones de clímax —estado
de madurez de un ecosistema o una formación vegetal,
por lo general al final de una larga trayectoria de sucesión—.
Algunos factores relevantes durante este proceso son, entre
otros, la sedimentación, las inundaciones y la acumulación
de hojarasca y otros materiales orgánicos que contribuyen
a nutrir los suelos.
La sucesión empieza con asociaciones de unas pocas
especies colonizadoras primarias que pueden ser hierbas,
juncos o manglares; luego pasa por comunidades algo más
complejas y termina con bosques bien estructurados de muy
diversas especies. Sin embargo, esta secuencia no es siempre
posible debido a que pueden ocurrir eventos que obliguen
a que el proceso se revierta, se estanque, o tome un rumbo
completamente diferente al esperado, como es el caso de
un arbustal que, en vez de evolucionar hacia un bosque maduro,
repentinamente es inundado por el cambio de curso de un
distributario y se convierte en humedal poblado con juncos.
Las inundaciones periódicas frecuentemente producen
perturbaciones que pueden calificarse como de estrés
para la fauna y la flora, lo que en muchos casos implica
reiniciar la sucesión. Por otra parte, la fase de
aguas bajas constituye un importante factor de selección
que condiciona la distribución de animales y plantas;
durante esta fase, a varios animales terrestres se les presenta
la única oportunidad de ampliar su distribución.
Sin embargo, muchos de los organismos que viven en este
hábitat están adaptados a los pulsos y pueden
sobrevivir en una amplia gama de condiciones ambientales,
o bien, migrar en las épocas desfavorables.
Los cuerpos de agua más o menos aislados dentro del
delta,
como caños ciegos, ciénagas, lagunas o albuferas,
son a menudo estadios transitorios donde se desarrollan
formaciones vegetales que pronto serán una comunidad
clímax, como un bosque o un pastizal terrestres.
Muchos de ellos empiezan como un cuerpo de agua moderadamente
profundo, a veces con características estuarinas,
continúan como una albufera o ciénaga cubierta
con vegetación acuática y cuando los limos
acumulados en su lecho han rellenado la depresión
de la laguna, pueden convertirse en un herbazal, un helechal
o un manglar, de acuerdo con la región y la salinidad
del suelo, para luego volverse un arbustal y finalmente
un bosque.
En la zona del frente de avance de los deltas y en las islas
de los distributarios pueden apreciarse muy bien las etapas
de la sucesión vegetal; al frente, donde termina
la playa, se observa la vegetación de herbáceas
y plantas rastreras; más atrás, hacia el continente,
matorrales bajos seguidos por arbustos y finalmente árboles
de cierta talla que dan paso a la conformación del
bosque maduro. Al borde de las riberas del río en
su desembocadura y de los cuerpos de agua estuarinos de
los deltas
tropicales, generalmente se observan arbolitos jóvenes
de mangle que van incrementando su talla, a medida que están
más alejados de la orilla. Las islas deltaicas de
los distributarios son generalmente más recientes,
cuanto más cerca se encuentran del mar, lo que frecuentemente
se refleja en la escasa complejidad y el bajo porte de la
vegetación que crece sobre ellas, en comparación
con las más antiguas, localizadas aguas arriba.
En cuanto al estuario, a medida que el delta avanza hacía
el mar y el río prolonga su cauce, en la zona se
mezclan aguas saladas y dulces y la cuña salina se
desplaza en la misma medida. De esta manera, las condiciones
de salinidad del agua en un determinado sitio del estuario
van cambiando gradualmente; así, donde en cierto
momento prevalecieron aguas marinas, luego fueron las salobres
y finalmente las dulces. Estos cambios, aunque muy graduales
e imperceptibles, tienen efectos sobre la vegetación
ribereña y las comunidades acuáticas de fauna
y flora, que también experimentan un cambio paulatino
de las especies que las componen.
EL REINO DE LAS MARISMAS
Cuando los canales distributarios de un delta
se aproximan al océano, la inclinación del
terreno se vuelve imperceptible y disminuye la altura de
las bermas a cada lado de los cauces. Esta zona, que es
sometida regularmente a inundaciones producidas por el aumento
del nivel del río durante las estaciones lluviosas
y por las pleamares extremas o pujas, es por lo general
la más extensa de los deltas, especialmente en regiones
donde la amplitud de las mareas es considerable. En esta
parte el delta presenta un paisaje dominado por caños
interconectados y lagunas o albuferas semiaisladas que ocupan
algunas de las áreas localizadas entre uno y otro
distributario.
La vegetación propia del ámbito encharcado
de los deltas de las zonas templadas y frías, generalmente
a partir de los 30º de latitud norte y 20º de
latitud sur, se conoce como marismas
o praderas pantanosas con hierbas halófitas,
adaptadas al agua salobre. En ellas, la variedad de especies
vegetales es relativamente baja, debido a que deben ser
tolerantes a la sal, a las inundaciones y al sustrato fangoso
con muy poco contenido de oxígeno; predominan allí
los pastos de los géneros Salicornia y Spartina,
que están distribuidos alrededor de casi todo el
mundo y que crecen hasta una altura de 80 cm, formando amplias
praderas en torno a los caños y lagunas. Por lo general,
estas herbáceas son las primeras que colonizan los
planos lodosos de los estuarios de esas latitudes e inician
la sucesión
ecológica que conduce a la formación de
las marismas.
Sus retoños quedan expuestos al flujo de las corrientes
de marea, mientras sus raíces penetran y se irradian
rápidamente dentro del sustrato para afianzar el
lodo movedizo y darle estabilidad a la planta, a la vez
que transportan oxígeno a las capas subsuperficiales,
permitiendo así que otras plantas menos tolerantes
al suelo anóxico,
como la lavanda marina y la verdolaga, se establezcan.
La flora de una marisma presenta varios niveles, de acuerdo
con el grado de tolerancia a la salinidad y al encharcamiento.
La vegetación de las riberas debe ser capaz de sobrevivir
a altas concentraciones de sal, a inmersión periódica
bajo el agua y al movimiento de ésta, en tanto que
las plantas establecidas en terrenos un poco más
elevados pueden quedar a veces sometidas a condiciones de
resequedad y escasez de nutrientes.
En deltas y estuarios de las regiones templadas, dominados
por el flujo de aguas dulces, como ocurre en el del río
Paraná, localizado en el interior del Río
de La Plata, entre Argentina y Uruguay, que en realidad
es un gran golfo estuarino con cuña salina, los distributarios
y las lagunas están bordeados principalmente por
juncales, en tanto que la vegetación propia de marismas
—Spartina, cortadera y otras herbáceas
halófitas—, se encuentra en el borde del estuario
del Río de La Plata.
En las marismas
predomina la descomposición, puesto que son lugares
donde se acumulan enormes cantidades de materia orgánica,
se recicla una inmensa cantidad de nutrientes y la productividad
biológica es alta. Curiosamente, muchas de sus plantas
halófitas
adaptadas a los ambientes salinos no son apetecidas por
los animales herbívoros, sino que mueren y pasan
a ser alimento para los microorganismos descomponedores,
que a su vez son alimento para peces y éstos para
aves.
Las marismas
han sido intervenidas por el hombre desde tiempos muy antiguos
para favorecer la formación de suelos aptos para
el uso agropecuario; se han construido canales y diques
y se han sembrado pastos tolerantes a la sal. Muchas han
terminado por ser desalinizadas por los aportes de agua
dulce inducidos mediante el desvío de ríos
y la construcción de canales y diques frente al mar
y paralelos a las líneas de costa, para protegerlas
de la invasión de las aguas marinas o del agua de
río mediante diques fluviales. Intrincadas redes
de canales y zanjas de drenaje impiden el encharcamiento
de los terrenos y evacuan las aguas excedentes; la máxima
expresión de este tipo de paisaje son los pólders
holandeses, donde grandes extensiones de marismas
fueron completamente aisladas del mar y dieron paso a campos
de cultivo, pastizales para el ganado y poblaciones urbanas.
La evaporación de las charcas de las marismas
durante el verano deja sobre el suelo una capa de sal que
ha sido aprovechada desde tiempos inmemoriales para consumo
del hombre. En Francia, las marismas
han sido tratadas desde hace varias décadas como
plantas industriales para la producción de sal.
MANGLARES DE LAS REGIONES TROPICALES
En las costas tropicales y subtropicales, donde no ocurren
heladas en el invierno, en lugar de las marismas
hay formaciones boscosas de plantas leñosas tolerantes
a la sal: los manglares. Se trata de un grupo de especies
típicamente arbóreas que han desarrollado
adaptaciones fisiológicas, reproductivas y estructurales,
lo cual les permite colonizar sustratos inestables y áreas
anegadas influenciadas por los cambios de las mareas; también
se conocen dichas formaciones como bosques hidrófilos,
debido a que siempre están en contacto directo con
cuerpos de agua de origen marino mezclados con el agua que
llega a través de la escorrentía o con los
ríos.
Los manglares son ecosistemas muy variados en cuanto a su
composición y estructura, que marcan la transición
entre el mar y la tierra; su maraña de troncos y
raíces crea una verdadera trampa que atrapa y retiene
sedimentos y material flotante, lo que contribuye, junto
con la materia orgánica en proceso de descomposición,
a la formación de un nuevo suelo que permite el surgimiento
de selva de tierra firme, en el medio acuático. Entre
sus múltiples valores ecológicos se destaca
la producción de hojarasca, detritos y compuestos
orgánicos solubles que son aprovechados por muchos
de los organismos que conforman las complejas redes alimentarias.
Las especies de mangle pertenecen a grupos taxonómicos
diferentes, que sin embargo presentan muchas características
comunes, como la tolerancia a la salinidad, sin que sean
necesariamente halófitas —resistentes a la
alta salinidad— y la presencia de raíces sujetadoras,
estructuras respiratorias y filtradoras para el intercambio
de gases en sustratos con poco oxígeno y embriones
capaces de flotar, cuyo mecanismo es la dispersión
a través del agua.
El mangle rojo es la especie pionera y la que en mayor medida
tolera el contacto permanente con el agua salada. Se caracteriza
por poseer raíces que antes de penetrar en el suelo
se ramifican y forman una suerte de zancos o raíces
adventicias, con las cuales puede aumentar su superficie
de sustentación en suelos inestables, y al crear
un denso entramado mitiga los embates del oleaje en los
sustratos poco consistentes, favorece el depósito
de sedimentos y proporciona refugio a larvas y juveniles
de peces y sustrato para la fijación de algas, ostras
y muchos otros invertebrados sésiles. Las semillas
del mangle rojo germinan adheridas a las ramas antes de
ser liberadas; al caer, su forma de torpedo les permite
clavarse en el fango adyacente al árbol madre, donde
rápidamente se enraízan para dar origen a
un nuevo árbol y así ampliar la cobertura
del manglar. En caso de caer al agua, su capacidad de flotación
les permite viajar con las corrientes cientos de kilómetros,
puesto que conservan la viabilidad para germinar durante
12 meses, lo que les da la posibilidad de esperar por el
sustrato adecuado y así dar origen a una nueva isla
de manglar.
El mangle negro y el mangle blanco no forman zancos pero
desarrollan pequeñas raíces adventicias que
sobresalen del sustrato a manera de tubos respiratorios
llamados neumatóforos. Estas especies no tienen la
capacidad de soportar sustratos tan inestables, por lo que
se desarrollan donde tienen menor contacto con el agua,
aunque pueden ser inundados periódicamente. El mangle
piñuelo y el mangle nato se caracterizan por sus
raíces engrosadas en forma de contrafuertes o tabloides
que les brindan una amplia base de apoyo.
Para darle solución a la falta de oxígeno
en el sustrato fangoso, los mangles han encontrado soluciones
diferentes de acuerdo con la especie: el mangle rojo posee
en sus zancos unos poros impermeables al agua llamados lenticelas,
que se abren y se cierran de acuerdo con el nivel de inundación,
permitiendo de esta forma el intercambio de gases. Las raíces
tabloides del mangle piñuelo también están
provistas de lenticelas, pero además poseen un tejido
esponjoso en donde se acumula aire; así, cuando el
nivel del agua baja, los poros se abren para absorber el
aire y cuando sube, la raíz respira el que queda
atrapado en el tejido. El mangle blanco y el negro utilizan
los neumatóforos —tubos para respirar—
que contrarrestan la limitación de oxígeno
en el suelo; mediante éstos, cuando el nivel de la
marea sobrepasa su altura, como ocurre en las pujas o mareas
extremas, la raíz es capaz de realizar el intercambio
de gases en el agua por cierto tiempo.
De acuerdo con la estructura que presentan en relación
con los gradientes topográficos y la exposición
a inundaciones, los manglares han sido clasificados en cinco
tipos estructurales de bosque:
-
MANGLARES
DE BORDE; se desarrollan a lo largo de litorales con terrenos
ligeramente inclinados y en islas que no están
sometidas al excesivo lavado de las costas, producido
por las mareas altas; rara vez se presentan en áreas
deltaicas o estuarinas.
-
MANGLARES
DE CUENCA; crecen en depresiones topográficas donde
se acumulan las inundaciones y sólo esporádicamente
experimentan el intercambio de agua con las mareas; generalmente
se ubican a cierta distancia del mar y forman una hilera
de ramales a lo largo de los distributarios.
-
MANGLARES
RIBEREÑOS; se presentan en las llanuras de inundación
estacional de drenajes de agua dulce, que reciben la influencia
permanente de las mareas.
-
MANGLARES
DE INUNDACIÓN; tienden a desarrollarse en planos
lodosos de marea completamente inundados; suelen formar
islas deltaicas y están compuestos por árboles
de varias especies, pero por lo general su altura no sobrepasa
los 5 m.
-
MANGLARES
ENANOS; raras veces se presentan en zonas deltaicas, se
desarrollan bajo severas limitaciones para el crecimiento
de los árboles, como fuertes vientos o suelos secos
o con alto contenido de carbonatos; rara vez superan los
2 m y sus arbustos constituyen una comunidad en forma
de matorrales dispersos.
Aunque cada tipo de manglar cumple las mismas funciones de
respiración, producción y reciclaje de nutrientes,
todos tienen, según su estructura, modalidades diferentes
de regulación, acordes con las condiciones ambientales
presentes en su entorno. |