Los
estuarios
en zonas tropicales están generalmente rodeados
de manglares y son gigantescos sistemas que procesan enormes
cantidades de materia orgánica que, sumada a las
altas temperaturas generadas por la abundante oferta de
energía solar, dan lugar a una gran productividad
biológica; allí, la disponibilidad de alimento
es generalmente muy superior a la del mar abierto y a
la de las aguas dulces, una ventaja obvia para que muchos
animales prefieran vivir en ellos.
Los estuarios
son sistemas rebosantes de vida, aunque tal riqueza biológica
se expresa más en cantidad que en variedad. En
otras palabras, la diversidad de organismos que vive en
los estuarios es ostensiblemente menor que la de los ambientes
marinos y la de agua dulce, pero cada especie suele estar
representada por una gran cantidad de individuos.
A pesar de que la oferta alimenticia sea muy favorable,
la vida en los estuarios presenta una serie de dificultades,
principalmente fisiológicas, relacionadas con la
variabilidad de las condiciones de humedad, corrientes
y salinidad, que deben enfrentar los organismos que allí
se desarrollan.
LA VIDA
EN EL MANGLAR
La fauna de los manglares incluye organismos de hábitats
marinos y terrestres, así como especies residentes
y migratorias; la presencia de la mayoría de las
especies acuáticas depende de la periodicidad y
la amplitud de las mareas y de las fases de sus ciclos
vitales.
Las hojas vivas del mangle, como ocurre con la mayoría
de las plantas halófitas, no representan un alimento
importante para los animales herbívoros, salvo
para algunas orugas y otras larvas de insectos y uno que
otro oso perezoso, venado o mono aullador de los bosques
vecinos, que eventualmente se aventuran dentro del manglar.
Por el contrario, las hojas muertas que se acumulan sobre
el suelo o en el fondo del estuario, son consumidas directamente
por cangrejos violinistas, mangleros y ermitaños,
varios moluscos gasterópodos de las familias Neritidae,
Cerithiidae y Potamididae; además, las bacterias
y hongos que forman una película que recubre la
hojarasca, sirven de alimento a larvas de camarones y
otros crustáceos.
Las ramas del manglar suelen ser lugar de descanso para
varias especies de aves propias de los humedales, como
la garza, el pelícano, el cormorán, el martín
pescador y los gavilanes, así como para aves de
los bosques aledaños y para algunas migratorias.
Las garzas y los cormoranes construyen sus nidos en pequeños
rodales aislados, para evitar la presencia de depredadores
de huevos y polluelos, como ratas, mapaches o zorras mangleras,
zarigüeyas o zorros chucho, martejas y boas mangleras.
Del polen de las flores de los mangles blanco y negro
se nutren abejas y abejorros que se desempeñan
como polinizadores de estas especies, labor que es asumida
por colibríes en el caso del mangle piñuelo.
Las termitas y hormigas, frecuentes en el manglar, son
fuente de alimento para los osos hormigueros y su función
es importante en la descomposición de la madera.
Las porciones no sumergidas de los zancos del mangle rojo
son el hábitat de cangrejos y caracoles y las sumergidas
suelen estar recubiertas por algas, ostras, mejillones,
balanos y gusanos poliquetos. En el fango, entre la maraña
de raíces, merodean a veces el caimán aguja,
la nutria o perro de agua y miríadas de cangrejos
violinistas; en suelos consolidados de los manglares del
Caribe es muy común el cangrejo azul —del
que se obtienen las preciadas muelas de cangrejo—
que excava profundas galerías que ayudan a airear
las capas subsuperficiales del sustrato. La madera de
las raíces sumergidas es perforada por algunos
crustáceos y moluscos bivalvos cuya concha ha sido
modificada para taladrarla.
Los anfibios son el grupo de vertebrados menos abundante
en los manglares, debido a las limitaciones fisiológicas
que les impone la salinidad del agua para depositar sus
huevos. Sin embargo, el sapo y algunas ranas pueden eventualmente
ser hallados en las zonas de manglar menos influenciadas
por el agua marina.
Por su productividad biológica y por la enorme
importancia que tienen para muchas especies de fauna,
muchas áreas de manglar han sido declaradas en
todo el mundo como refugios y santuarios de vida silvestre;
la conservación de varias especies amenazadas de
extinción, incluyendo aves, como los ibis y las
garzas, reptiles como el caimán aguja y las tortugas
y mamíferos como la nutria y el manatí,
dependen en gran medida de la existencia de este ecosistema
y de su interacción ecológica con los estuarios.
LA VIDA
EN EL MEDIO ANFIBIO
En costas con poca inclinación como las deltaicas
y donde el nivel del mar oscila más de un metro
debido a las mareas, se forma una amplia franja que durante
una parte del día está inundada y durante
la otra queda expuesta al aire. El suelo en esta franja
es generalmente de color gris o pardo grisáceo,
como resultado de la mezcla de arena, limo,
partículas de arcilla, restos de conchas de moluscos
y materia orgánica de diversa composición,
procedentes tanto del mar como de los aportes fluviales.
Este hábitat anfibio, denominado zona intermareal
o entre mareas, alberga una sorprendente diversidad de
organismos vegetales y animales que enriquecen el suelo
con material orgánico y forman parte de una compleja
red trófica. El gradiente de humedad que retiene
el suelo durante la bajamar y la cantidad de tiempo que
permanece sumergido, que es mayor cuanto más abajo
se ubica, dictan la composición, cantidad y distribución
de los organismos vivos que contiene.
A simple vista, la parte de la zona intermareal emergida
parece carecer de vida vegetal, pero con el microscopio
se detectan densas capas de diatomeas y otras microalgas
que recubren la superficie del suelo. Éstas, que
pueden alcanzar densidades de hasta 3 millones por centímetro
cuadrado, son muchas veces las principales productoras
de alimento en los estuarios de zonas templadas.
De acuerdo con la ubicación en la franja intermareal
y con la textura de los sedimentos en el suelo blando,
rico en nutrientes, se establece una sorprendente diversidad
de organismos: cuando el sustrato es firme, predominan
los animales de vida sésil
o que se fijan al fondo, como algunos mejillones; otros
viven y se mueven reptando sobre la superficie, como muchos
caracoles y gusanos, cuyos desplazamientos se evidencian
con un tramado de huellas serpenteantes sobre la superficie
del lodo durante la bajamar. La gran mayoría de
ellos viven enterrados en el suelo o construyendo galerías
tubulares y cuevas; muchos moluscos bivalvos —almejas,
berberechos, navajas, pianguas y chipi chipis—,
gusanos poliquetos y cangrejos han optado por este estilo
de vida, aunque también algunos camarones y peces
han desarrollado dicha capacidad. Estas especies alcanzan
en ocasiones densidades sorprendentes; en el caso de los
berberechos, ciertas almejas y gusanos, se han llegado
a contar hasta 2.000 individuos por metro cuadrado de
fondo lodoso o arenoso. La biomasa o peso de los organismos
vivos en el suelo intermareal puede llegar a 500 gramos
por metro cuadrado o casi a cinco toneladas por hectárea,
cantidad muy superior a la que puede encontrarse en el
fondo del mar adyacente.
Los animales sésiles
y los que viven enterrados en el suelo de la zona intermareal
se alimentan filtrando el plancton y las partículas
nutritivas que trae el mar cuando inunda el lugar. Otros
suelen vivir semi–enterrados en el lodo durante
la pleamar para evitar la turbulencia que los puede arrastrar
a otro lugar donde son presa fácil para los peces
depredadores; apenas se retiran las aguas, emergen a la
superficie del fango para consumir la materia orgánica
depositada sobre éste. En la marea alta muchos
peces aprovechan para buscar su alimento escarbando el
fango o nadando al acecho en busca de algún cangrejo
o gusano que no logró escabullirse dentro de sus
cuevas antes del inicio de la inundación. Con la
marea baja aparecen los depredadores terrestres y aéreos,
principalmente las aves playeras y zancudas, como los
caracoleros, chorlitos y petreles, generalmente en grupos
que recorren la zona escarbando en el fango para extraer
sus presas.
CAMBIOS DE SALINIDAD:
ADAPTARSE O MORIR
Pese a que las condiciones físicas en los estuarios
son tan cambiantes y a menudo muy adversas y a que la
cantidad de animales que puede vivir allí es reducida,
la disponibilidad y la abundancia de alimentos son generalmente
tan favorables, que los estuarios
están repletos de vida. Sin embargo, mientras que
algunos organismos se adaptan gracias a que son capaces
de tolerar las variaciones de salinidad, otros no pueden
subsistir en este medio y mueren.
La mayoría de los invertebrados marinos mantienen
un equilibrio fisiológico con el medio en que viven,
puesto que la concentración de sales en su sangre
es igual o similar a la del agua. Su superficie corporal
es permeable —deja pasar libremente las sales y
el agua— de manera que cuando la salinidad del medio
se modifica, mediante el fenómeno de la ósmosis,
en igual proporción lo hace la de los fluidos corporales
del animal. Sin embargo, esas variaciones no pueden darse
más allá de los límites que tienen
sus tejidos corporales para tolerar los cambios en las
concentraciones de ciertas sustancias que son importantes
para su metabolismo; si tales límites se sobrepasan,
la salinidad del medio no se reestablece en un tiempo
prudencial o el animal por sus propios medios no encuentra
masas de agua que reúnan las condiciones adecuadas,
el animal se ve afectado. Las especies en las que sus
fluidos corporales están a merced del medio se
denominan conformistas.
Debido a que el mar abierto es un medio bastante estable
en cuanto a la salinidad, los invertebrados que viven
allí poseen capacidades muy limitadas para soportar
cambios y en caso de que aquella se reduzca, mueren rápidamente;
a estos organismos también se les conoce como estenohalinos
—del griego estenos, estrecho, y halos, sal—.
Los corales y equinodermos, como los erizos y las estrellas
de mar, tienen líquidos corporales que se hallan
en equilibrio salino con el agua oceánica y sus
tejidos no toleran una reducción prolongada de
su contenido de sales; por lo tanto, no es de extrañar
que tan sólo unas pocas de estas especies puedan
vivir en las cambiantes condiciones de los estuarios.
La fauna de los estuarios debe ser capaz de tolerar cambios
de salinidad de gran magnitud, a veces de manera brusca,
como cuando se presentan las mareas y se mezclan con las
aguas de los ríos; por ello se la denomina eurihalina
—del griego eurys, ancho, y halos, sal—. Muchos
cangrejos pueden resistir reducciones del contenido de
sales en sus fluidos corporales cuando el agua en la que
permanecen se vuelve prácticamente dulce, puesto
que gracias a que disponen de mecanismos bioquímicos
y fisiológicos, la concentración de sustancias
en su cuerpo cambia a una velocidad menor que la salinidad
en el estuario, de manera que casi siempre logran mantener
la sal en la sangre por encima de la del agua que los
rodea. Es por ello que a estos animales también
se los conoce como organismos reguladores.
Para aquellos animales que pasan al menos parte de su
vida en los estuarios, la estrategia fisiológica
más obvia es la regulación; sin embargo,
este es un proceso en el que hay que invertir energía,
lo cual implica consumir mayor cantidad de oxígeno
y disponer de estructuras morfológicas especializadas.
Dado que en los organismos reguladores la concentración
de sales en el cuerpo es superior a la que se presenta
en el agua estuarina, mediante ósmosis
ésta tiende a penetrar constantemente a través
de las paredes corporales para tratar de equilibrar las
salinidades interna y externa.
En el caso de los cangrejos, la mayor parte de su superficie
corporal es acorazada y prácticamente impermeable
al agua, lo que contribuye a aislar al animal de su medio,
pero no ocurre lo mismo con las delgadas branquias respiratorias,
sumamente permeables, puesto que son estructuras cuya
función es precisamente la de realizar el intercambio
de gases. Entonces, el problema se soluciona excretando
el exceso de agua, acción que en los peces y otros
organismos ocurre a través de los riñones,
pero que en los cangrejos se da mediante un par de glándulas
antenales situadas en la cabeza. Puesto que el animal
es más salado que el medio, no puede evitar una
pérdida de sal debido a la difusión hacia
afuera a través de las branquias y de la orina,
pero soluciona esta pérdida con células
especiales absorbentes de sales que tiene en las branquias,
las cuales capturan de forma activa, iones del agua y
los incorporan a la sangre, manteniendo así la
concentración interna. La capacidad de regulación
de casi todos los animales estuarinos es limitada, ya
que si las aguas se tornan muy poco saladas o completamente
dulces más tiempo del que pueden soportar, el cual
es variable para cada especie, la regulación falla
y mueren.
A pesar del mayor consumo energético que tienen
que realizar los organismos reguladores, la ventaja que
obtienen sobre los conformistas, radica en que pueden
vivir con éxito en un ambiente costero físicamente
inestable, pero en el que el alimento es abundante.
RESIDENTES, VISITANTES,
VIAJEROS E INVASORES
En los estuarios, las comunidades de organismos son muy
variadas y se presentan de acuerdo con las condiciones
hidrológicas del sistema, las cuales dependen de
la estación del año, de la localidad dentro
del estuario y de sus gradientes de salinidad. De esa
manera, en los estuarios pueden encontrarse en un momento
dado, además de especies bien adaptadas para la
vida en aguas de salinidad variable —eurihalinas—,
organismos eminentemente marinos —estenohalinas—
y también dulceacuícolas.
Hay organismos que pasan la mayor parte de sus vidas en
el fondo del estuario, sin mudar de sitio, o realizan
desplazamientos más bien modestos. La severidad
de las condiciones ambientales de este hábitat
es la responsable de la relativamente baja diversidad
de especies en este ámbito; sin embargo, ciertos
invertebrados y algunos peces sedentarios son capaces
de tolerar los cambios de salinidad y humedad y frecuentemente
sus poblaciones son muy altas; almejas, otros bivalvos
y gusanos viven enterrados en el sedimento y lo horadan
sin esfuerzo, en tanto que algunos caracoles y cangrejos
se desplazan sobre éste. Cuando sobrevienen cambios
drásticos en las condiciones físicas y químicas
del agua, estos organismos no tienen posibilidad de desplazarse
y deben soportar el estrés fisiológico;
si el medio no se restablece en un tiempo prudencial,
como cuando ocurre un cambio hidrológico importante
—inundaciones o sequías extremas, cambio
en el curso de un distributario, cerramiento del flujo
por formación de una barra arenosa— que puede
sacar la salinidad del rango de variación habitual,
los organismos mueren y la comunidad es remplazada por
otra cuyas especies soportan las nuevas características.
De los residentes permanentes de la zona que hay entre
las mareas del estuario, sobresalen los cangrejos y las
aves zancudas y playeras. En Nueva Zelanda y Australia,
se destacan varias especies de cangrejos que construyen
túneles en el fango, como Helice crassa y Macrophthalmus
hirtipes, que son de tamaño muy pequeño
y coloración poco llamativa, pero que pululan en
cantidades extraordinarias; en las regiones tropicales
y subtropicales, los cangrejos estuarinos más abundantes
son los violinistas, que en el Caribe comparten su hábitat
con el cangrejo azul. Aunque siempre ocultos en el fango,
varias especies de bivalvos intermareales son residentes
permanentes y exclusivos de los estuarios: las almejas
suelen ser muy abundantes en estos ambientes en casi todo
el mundo, pero las especies no siempre son las mismas;
en los estuarios no tropicales también son comunes
en los fondos arenosos los berberechos y las navajas o
machas, así como los mejillones y los ostiones
u ostras, en las zonas rocosas. En los trópicos
americanos, otras almejas, chipi chipis y pianguas son
los bivalvos más característicos en los
lodos, mientras que las ostras y pequeños mejillones
utilizan cualquier sustrato duro para adherirse, incluyendo
las raíces adventicias de los mangles.
A diferencia de la fauna sedentaria y sésil,
la mayoría de los peces son capaces de desplazarse
activamente por el medio en que habitan y casi todos los
del estuario son de origen marino, pues muy pocos dulceacuícolas
se aventuran en una zona tan variable. No todas las especies
marinas toleran la baja salinidad, por lo que se registra
una disminución progresiva del número de
ellas a medida que se avanza por el estuario, debido a
que en el ambiente variable de éste, la distribución
de la salinidad va cambiando con relación a los
puntos fijos de tierra firme; de ese modo, la salinidad
proporciona a los peces una especie de sistema de coordenadas
que les permite orientarse en sus incursiones. Con la
penetración del mar en forma de cuña en
los estuarios estratificados, ingresan peces que ocupan
la capa de fondo donde el agua es más salobre;
unas pocas especies toleran aguas de salinidades bajas
y se mantienen en un delgado estrato, a veces de menos
de un metro de espesor, en el remate de la cuña
salina, en el confín entre el río y
el estuario.
Ciertos peces marinos, entre ellos algunos tiburones,
corvinas y lisas, consiguen de algún modo burlar
los severos efectos de los cambios de salinidad e incursionan
río arriba hasta cientos y miles de kilómetros.
El tiburón toro, por ejemplo, es un reconocido
aficionado a remontar el curso de los ríos; su
presencia es habitual en el Lago de Managua, Nicaragua,
a donde llega tras remontar desde el Caribe las aguas
del río San Juan; también su presencia ha
sido documentada en el río Amazonas a la altura
de Leticia, Colombia, a más de 3.000 km de su desembocadura
en el Atlántico.
El fenómeno de la migración generalmente
se relaciona con movimientos periódicos en los
ciclos biológicos de los animales, que se deben
tal vez a la reproducción, a la búsqueda
de alimento o refugio, o a la utilización de algún
recurso. Entre los que frecuentan los estuarios, los peces
y las aves son los que tienen mayores comportamientos
migratorios.
Los peces que pasan la mayor parte de su vida en el mar,
pero entran a aguas dulces para reproducirse, como los
salmones, se denominan anádromos;
por el contrario, los que pasan su vida en el agua dulce
y migran al mar para desovar, como las anguilas, se llaman
catádromos. Las direcciones opuestas de estas migraciones
tienen su explicación aparentemente en la disponibilidad
de alimento; puesto que en las regiones templadas y frías
del mundo, los mares son por lo general más productivos
que los ríos, allí predominan las especies
anádromas,
mientras que en los trópicos, donde los grandes
ríos que drenan las regiones selváticas
suelen ser más productivos que los mares, son más
comunes las especies catádromas. El sábalo
es una de las especies tropicales más conocidas
por este tipo de migraciones, puesto que se reproduce
en el mar a cierta distancia de la costa y sus larvas
planctónicas y juveniles permanecen allí,
para luego adentrarse en los estuarios y remontar los
ríos; algunos individuos permanecen en ellos la
mayor parte de su vida y salen al mar solamente para reproducirse,
otros se mantienen en el estuario y hacen incursiones
esporádicas río arriba o mar afuera. Esta
especie habitaba originalmente las costas del Atlántico
y del Caribe; sin embargo, por su capacidad de vivir en
aguas dulces, pudo atravesar el istmo centroamericano
a través del Canal de Panamá y hoy en día
se encuentra también en las costas y estuarios
del Pacífico de Costa Rica, Panamá y Colombia.
Las lisas y lebranches, especies tropicales que realizan
migraciones entre el océano y los estuarios, permanecen
la mayor parte de su vida en aguas costeras estuarinas
y salen al mar para reproducirse; después de cumplir
sus primeras etapas de desarrollo en aguas abiertas, los
juveniles emprenden su migración hacia el estuario
a lo largo de las costas, formando grandes cardúmenes
que son aprovechados por barracudas, atunes, tiburones,
delfines y otros depredadores. Los róbalos y algunos
meros, por el contrario, ingresan a los estuarios para
reproducirse; sus larvas y juveniles encuentran refugio
y alimento entre los zancos sumergidos del mangle, hasta
que alcanzan una determinada talla para adentrarse en
el mar.
Las especies migratorias, que entran y salen de los estuarios,
cumplen un papel ecológico muy importante, puesto
que trasladan, importan y exportan biomasa y energía
entre unos ecosistemas y otros y contribuyen así
a la regulación energética del sistema estuarino.
Algunas especies entre las que figuran las corvinas y
los arenques no realizan migraciones y cumplen todo su
ciclo vital dentro del estuario. En estos peces, la energía
alimentaria ganada gracias la productividad de los estuarios,
debe superar las pérdidas energéticas derivadas
de su adaptación fisiológica a las condiciones
cambiantes y compensar la mortalidad que les impone la
vida en el estuario.
Los huevos de varios peces estuarinos residentes, aunque
pueden flotar, permanecen en la capa de agua que está
en contacto con el fondo, incapaces de atravesar la barrera
de densidad que forma la diferencia de salinidad entre
el agua del fondo y la superior; de esta manera se facilita
la retención de los huevos y las larvas en el estuario
y se evita su transporte al sistema costero adyacente.
Las aves zancudas y playeras son un grupo que resulta
particularmente beneficiado de la alta productividad de
los estuarios. Muchas son residentes permanentes, como
garzas y cormoranes, pero otras, como algunos chorlitos,
playeros, gaviotas, gaviotines y patos, son migratorias
que utilizan la oferta alimenticia de los estuarios durante
sus largas travesías entre sus lugares de reproducción,
generalmente en latitudes templadas durante el verano
y las regiones tropicales, donde además de evitar
los fríos inviernos se congregan por miles.
En las últimas décadas se ha visto un incremento
cada vez más acelerado de especies que nunca antes
fueron observadas en ciertos estuarios y paulatina o repentinamente
han aparecido allí y rápidamente se propagan
y se convierten en organismos dominantes. Se trata de
especies conocidas como exóticas, es decir, que
no son propias de una determinada región y que
fueron llevadas a estuarios lejanos del lugar de origen,
generalmente con propósitos de acuicultura, como
ostras, mejillones y camarones.
La continua comunicación entre áreas remotas
mediante barcos mercantes que atracan en los puertos de
todo el mundo, ha llevado al intercambio de variadas especies,
tanto animales como vegetales. Un buen número de
puertos está localizado en estuarios y en estos
viven organismos que tienen una elevada capacidad para
resistir los cambios ambientales; es por esto que muchos
invertebrados sésiles
que se adhieren a los cascos de las embarcaciones, al
ser transportados a miles de kilómetros de su lugar
de origen, pueden encontrar nuevos hábitats donde
desarrollarse. También pueden hacerlo larvas y
juveniles de peces entre el agua de lastre almacenada
en los enormes tanques de los grandes barcos que portan
escasa carga. La entrada incontrolada de especies exóticas
a los estuarios
produce diferentes efectos sobre la fauna y flora nativas
y sobre el equilibrio del propio ecosistema.
Las interacciones ecológicas entre especies nativas
y exóticas, que pueden ser directas, como depredación,
parasitismo, competencia y mutualismo, o indirectas como
alteración en las condiciones del hábitat,
pueden causar cambios en las poblaciones de las especies
nativas y en caso extremo producir su erradicación
o extinción. Algunas exóticas logran reproducirse
en el nuevo ambiente, de tal manera que se convierten
en plagas, por lo que se las denomina también invasoras.
Los organismos exóticos presentan diferencias en
su éxito invasor: algunos no sobreviven al viaje,
otros al llegar al nuevo ecosistema no consiguen establecerse,
fundamentalmente por falta de espacio, de alimento, por
competencia con las especies nativas, o por las limitaciones
que les imponen los factores ambientales, como la temperatura;
en ocasiones se naturalizan y mantienen unos niveles poblacionales
que no interfieren sobre el ecosistema, o bien desarrollan
su ciclo de vida y posteriormente desaparecen sin dejar
descendencia. Sin embargo, ciertos individuos, cuando
llegan al nuevo ecosistema pueden originar una invasión
biológica, generalmente porque se ven liberados
de las presiones locales de su área de origen,
como depredadores, enfermedades u otras especies competidoras;
esto hace que sus poblaciones experimenten un crecimiento
exponencial y lleguen a ocupar grandes extensiones y a
atentar contra la integridad de los ecosistemas naturales
que invaden. La llegada de organismos invasores también
puede ocasionar perjuicios directos al ser humano, como
afectar las pesquerías locales, alterar los sistemas
de drenaje de los estuarios y así dificultar la
navegación o traer consigo enfermedades que afectan
al hombre.
Existen múltiples ejemplos de invasiones biológicas
que han causado profundas transformaciones en los ecosistemas
locales. En la Bahía de San Francisco, en la costa
occidental de Estados Unidos, se han contabilizado más
de 200 especies de invasores marinos, incluyendo el cangrejo
verde europeo que fue introducido en 1989 y desde entonces
se ha expandido a casi todo lo largo de las costas del
Pacífico de Norteamérica. El estuario de
Chesapeake, en la costa oriental de Estados Unidos, se
encuentra invadido por el caracol de rapa, proveniente
del Japón, que está acabando con las almejas
y las ostras. La tilapia, originaria de África,
ha sido introducida para la acuicultura en muchos países
del trópico americano; algunos de sus individuos,
liberados de los estanques de cultivo, dieron origen a
invasiones en muchos ríos, estuarios y lagunas
costeras, como la Ciénaga Grande de Santa Marta,
donde han desplazado a las lisas, mojarras, róbalos
y otras especies tradicionales, en volúmenes de
captura, según estadísticas pesqueras. El
camarón blanco y el camarón azul, originarios
de las costas del Pacífico de Centroamérica,
Colombia y Ecuador, ha sido introducido a muchas regiones
del mundo para su cultivo. Estas especies se encuentran
libres en muchos estuarios, incluyendo los del Caribe.
Entre los vegetales también existen ejemplos bien
documentados de especies invasoras en los estuarios. Spartina
densiflora, una gramínea originaria de las
marismas del sur de Suramérica, invadió
varios estuarios del sur de España y Portugal,
donde ha desplazado la flora nativa. Igual ocurre con
Spartina alterniflora, nativa de las costas del
Atlántico, que ahora ocupa miles de hectáreas
alrededor de la Bahía de Willapa, en el Estado
de Washington, en la costa del Pacífico. La planta
acuática vallisneria del Japón, probablemente
introducida accidentalmente con las ostras japonesas,
se ha vuelto muy abundante en las marismas del Pacífico
del noroccidente de Norteamérica.
LOS VIVEROS
DEL MAR
Muchos animales marinos utilizan los estuarios
como lugares de desove y viveros donde las crías,
durante sus primeras semanas de vida, aprovechan la abundancia
de alimentos. Otras especies que no penetran al estuario
para desovar, como las barracudas o los pargos, lo hacen
en el mar cerca de la entrada a los estuarios, de tal
manera que sus huevos ingresan a éstos arrastrados
por las corrientes de la marea y allí se desarrollan,
protegidos de los depredadores marinos, hasta una determinada
fase de su ciclo vital durante la marea baja, una vez
son capaces de eludir las arremetidas de los depredadores
y ya preadultos, salen a completar su ciclo en el mar.
Un ejemplo bien conocido de la importancia de los estuarios
tropicales como áreas de desove y como vivero,
lo ilustra el caso del róbalo del Caribe. Los adultos
ingresan al estuario
para depositar sus huevos y una vez éstos eclosionan,
los alevinos se nutren de su saco vitelino por unos días,
para luego iniciar una difícil fase en sus vidas,
puesto que pasan a integrar los cardúmenes de minúsculas
criaturas que se desplazan a merced de las corrientes
—el plancton— donde se alimentan de otros
organismos planctónicos. Su vulnerabilidad es altísima
ya que la mayoría de ellos también son depredados
por otras especies. Ya como pequeño juvenil, refugiado
entre las raíces de los mangles, el róbalo
desarrolla sus instintos de depredador capturando cada
día presas de mayor tamaño, mientras su
masa muscular aumenta, lo que le permite evadir otros
peligros potenciales; en esta fase, aventurarse a la zona
descubierta más allá de la maraña
de raíces encierra un peligro mortal pues allí
acechan los grandes depredadores, incluyendo adultos de
su misma especie. Cuando el róbalo adquiere un
tamaño que supera los 30 centímetros, inicia
una vida de mayor libertad moviéndose por los canales
del estuario hasta que finalmente sale al mar. Aproximadamente
a los dos años, cuando adquiere la madurez sexual,
el róbalo regresa al estuario para reunirse con
otros individuos y desovar.
Al menos tres cuartas partes de los peces costeros —muchos
de importancia comercial—, utilizan los estuarios,
las lagunas costeras o sus áreas de influencia
en algún momento de su vida. Se estima que aproximadamente
el 98% de los recursos pesqueros comerciales del golfo
de México dependen de los estuarios,
es decir, su reproducción, etapa juvenil, alimentación,
migración o refugio tienen lugar en estos ambientes