La
costa, ese estrecho límite entre la tierra y el
mar, siempre ha sido un lugar intranquilo. En la historia
geológica del planeta, el nivel del mar ha cambiado
en repetidas ocasiones, ascendiendo o descendiendo en
la medida en que el clima, más caliente o más
frío, ha derretido o formado inmensos glaciares;
los fondos profundos de las cuencas oceánicas también
se han modificado al cubrirse progresivamente con sedimentos
y la corteza terrestre se ha elevado o hundido para aliviar
las tensiones producidas por el desplazamiento de las
placas tectónicas. Hoy puede pertenecer al mar
un poco más de tierra y mañana un poco menos,
puesto que el límite entre el mar y la tierra será
siempre una frontera indefinida y esquiva donde las olas
que golpean contra el continente y las mareas que incursionan
y retroceden sin cesar sobre la tierra, impiden que su
configuración permanezca igual, incluso durante
unos pocos días.
Los deltas
y los estuarios,
por ser lugares de encuentro de aguas dulces y saladas
y donde el continente hace su mayor aporte de sedimentos
al océano, son los escenarios donde la morfología
de la costa es más inestable y los cambios ocurren
con mayor velocidad. Los procesos son complejos y variados,
puesto que allí confluyen factores que tienen una
clara relación con los regímenes fluviales,
climáticos, oceanográficos y continentales.
DEL CONTINENTE
AL MAR: LOS PROCESOS
SEDIMENTARIOS
Los sedimentos —arcillas,
limo, arena, grava— están compuestos por
fragmentos de rocas y partículas de suelo que constituyen
la superficie de la tierra y el fondo del mar. La formación
de sedimentos depende de factores físicos, químicos
y biológicos producidos por el contacto de la atmósfera,
el agua y los seres vivos con las rocas; el fenómeno
de su destrucción y desgaste se conoce como meteorización
y en él intervienen procesos mecánicos relacionados
con cambios de temperatura, ocurrencia de heladas e hidratación
y cristalización de sales contenidas en las rocas;
mediante dichos procesos, éstas no cambian su composición
química, sino que son fracturadas y van transformándose
en fragmentos cada vez más pequeños, lo
que no sólo incrementa la superficie de roca expuesta
al aire, sino que ofrece una mayor área de penetración
para la descomposición química.
En el proceso mediante el cual se altera la composición
de las rocas, participan la hidrólisis, la disolución
y la oxidación que es el factor más importante;
al entrar en contacto con el aire, los minerales que componen
la roca reaccionan con el oxígeno atmosférico
y forman óxidos. El proceso es particularmente
importante en la meteorización
de minerales con alto contenido de hierro, como la olivina,
el piroxeno
y los anfiboles.
La hematita
y la limonita, por ejemplo, son óxidos resultantes
de la oxidación del hierro en las rocas silícicas.
Como ocurre con muchas otras reacciones químicas,
cuanto más alta es la temperatura, la velocidad
de la meteorización
química es mayor y por ello es más importante
en los climas cálidos y húmedos del trópico.
La meteorización
biológica, que en realidad es de naturaleza química
o mecánica, es menos importante, aunque los ácidos
y compuestos orgánicos del suelo, producidos por
la actividad bacteriana al descomponer los restos de plantas
y animales, pueden en ocasiones exacerbar la alteración
química de las rocas y en sus grietas también
es posible que se introduzcan las raíces de ciertas
plantas y contribuyan a su fragmentación mecánica.
Con la erosión se comienza el traslado o transporte
de sedimentos desde su lugar de origen, bien sea por la
fuerza de gravedad, a través del hielo, el viento
o el agua que además es el principal agente erosivo.
Los ríos que discurren sobre la superficie terrestre
desgastan el lecho y arrastran los sedimentos para depositarlos
en diversos lugares y así formar nuevos suelos
y en definitiva modelar el paisaje. Se estima que cada
año los ríos del mundo transportan alrededor
de 10 km3 de sedimentos, es decir, arrojan
cada segundo unos 320.000 m3 de limo, lodo
y arenas al mar, lo que equivale a la capacidad de carga
de unos 30.000 camiones.
La naturaleza y la cantidad de los sedimentos que arrastra
un río dependen de la topografía, de las
características geológicas y de suelos de
su cuenca, de la cobertura vegetal y del régimen
climático. Por otra parte, la capacidad de un río
para movilizar sedimentos de determinado tamaño,
depende de la velocidad de la corriente: para que las
partículas grandes como gravas
y arenas gruesas puedan ser empujadas, es necesario que
el agua se desplace a grandes velocidades; en cambio,
las partículas pequeñas pueden ser transportadas
por velocidades menores.
La corriente conduce el material erosionado de diferentes
maneras: algunos minerales, como las sales pueden disolverse
en el agua y desplazarse en solución; las partículas
de grano muy fino, responsables de la turbidez del agua,
como arcillas
y limos,
pueden ser acarreadas en suspensión, siempre y
cuando el río mantenga una cierta corriente o turbulencia;
los sedimentos de grano más grueso suelen ser arrastrados
y ruedan a lo largo del lecho del río. Cuando la
corriente pierde velocidad transitoriamente, los sedimentos
en suspensión tienden a precipitarse al fondo,
donde se depositan, primero los más gruesos y pesados
y luego los más finos.
Las mayores velocidades del agua en un río se registran
en la superficie y en el centro del cauce, donde el lecho
es generalmente más profundo y decrecen hacia las
riberas y hacia el fondo, debido a la fricción
que allí se ejerce sobre el flujo del agua.
Cuando la pendiente del terreno por donde discurre un
río se vuelve casi imperceptible, éste se
desplaza de una manera sinuosa y forma un sistema de meandros.
En un río curvilíneo, la zona de velocidad
máxima se traslada de un lado a otro a lo largo
del cauce, debido a la fuerza centrífuga; es por
esto que la porción externa de cada curva del meandro,
donde la velocidad del agua es mayor, es la más
erosionada, mientras que en la parte interna, donde el
flujo es más lento, tienden a acumularse sedimentos
que forman bancos de arena o lodo. A medida que el meandro
se desarrolla, los procesos de erosión y relleno
van labrando un paisaje muy característico, pero
cuando la carga de sedimentos sobrepasa la capacidad de
la corriente, éstos se van acumulando en su lecho,
hasta que impiden el flujo del agua y obligan al río
a buscar un nuevo cauce; de este modo, por lo general
se forma un tramado de canales interconectados, separados
entre sí por bancos de sedimentos. La erosión
de unas riberas y la acumulación de sedimentos
en otras, hacen que, en ocasiones, la corriente encuentre
atajos para acortar el camino y así obviar el recorrido
de largos trechos que describen circunferencias casi cerradas;
entonces los meandros
abandonados se convierten en cuerpos de agua aislados,
llamados madreviejas, que paulatinamente se van rellenando
hasta secarse, pero en ocasiones, cuando el río
crece por encima de su nivel normal, pueden volver a ser
parte de su cauce.
En la desembocadura al mar es donde el río llega
a su nivel altitudinal más bajo, su velocidad de
avance se desacelera drásticamente y la carga de
sedimentos excede la capacidad del río para transportarlos;
los sedimentos en suspensión, de grano más
grueso, se precipitan primero al fondo, se van acumulando
paulatinamente y generan el crecimiento o progradación
del delta, en tanto que los más finos son acarreados
hasta el exterior de la desembocadura y distribuidos por
el oleaje y las corrientes marinas.
Los sedimentos gruesos tienden a depositarse a lo largo
de los márgenes de aguas quietas donde forman bermas
laterales a cada lado del cauce principal y frente a éste;
en la desembocadura, donde por lo general hay una repentina
pérdida de velocidad, se forma una barra sedimentaria
que actúa como un tapón; debido a estas
acumulaciones el agua busca su salida y entonces se producen
dos cauces más pequeños —distributarios—
que se dirigen hacia el mar; el proceso se repite y cada
una de las dos nuevas ramificaciones se divide en otras
dos más pequeñas y así sucesivamente.
De este modo, un sistema ramificado de distributarios
va construyendo un abanico deltaico hacia afuera de la
costa, especialmente en los deltas con fuerte influencia
fluvial.
LA MEZCLA
DE AGUAS DULCES
Y SALADAS
En la desembocadura del río en el mar generalmente
se forma un estuario
debido al encuentro de las aguas dulces con las saladas;
la interacción de las dos masas puede darse de
diversas formas, puesto que a medida que cambia la marea,
los flujos de agua dulce hacia adentro del estuario y
de agua salada hacia adentro y afuera de éste,
varían sistemáticamente. Si bien el caudal
de descarga del río se mantiene generalmente constante
en el corto plazo, cuando la ola de la pleamar —marea
alta— avanza por la desembocadura, represa el flujo
del río; en cambio, durante la bajamar —marea
baja—, se acrecienta la evacuación de agua
dulce.
Sin embargo, la circulación en los estuarios es
muy compleja debido principalmente a las características
y comportamiento diferentes de ambas masas de agua. La
marina tiene una salinidad —contenido total de sales
disueltas— de 35 partes por mil, o 3,5%, mientras
que la del río carece prácticamente de salinidad,
lo que hace que la densidad de ambas sea distinta; 1,026
gramos por mililitro en la marina, contra 1 gramo en el
agua dulce. Aunque esta diferencia pueda parecer insignificante,
en ausencia de oleaje o corrientes que causen turbulencia,
el agua salada, más densa, se hunde debajo de la
dulce, lo que genera dos estratos o capas bien diferenciadas:
la de agua marina suele entonces adoptar la forma de una
cuña que incursiona y se retira del estuario al
ritmo de la marea y puede internarse río arriba
varias decenas de kilómetros. Un estuario con este
esquema de circulación se conoce como estuario
estratificado y es característico de la desembocadura
de grandes ríos donde no son relevantes las influencias
de la marea y el oleaje.
Cuando las corrientes generadas por el flujo y reflujo
de las mareas son más fuertes, las capas de agua
dulce y salada se mezclan parcialmente, diluyéndose
de forma gradual; es decir, se crea un gradiente vertical
de salinidad: las aguas en la superficie tienen salinidad
prácticamente nula, pero ésta se va incrementando
poco a poco con la profundidad, hasta que en el fondo
del estuario pueden ser tan saladas como la del mar. La
amplitud de dicho gradiente es variable entre un estuario
y otro y a lo largo del tiempo en un mismo estuario.
En estuarios donde predominan condiciones turbulentas
debido al oleaje o a corrientes de marea fuertes, pero
también donde la columna de agua es poco profunda
y el viento local es capaz de generar suficiente turbulencia
como para mezclar completamente las aguas superficiales
con las del fondo, se produce una homogenización
completa de la columna, sin diferencias significativas
de salinidad entre la superficie y el fondo, de manera
que predominan las aguas salobres, con salinidad intermedia.
Este es el caso del estuario del río Amazonas y
de la mayoría de las lagunas o ciénagas
costeras del Caribe colombiano.
EL ESTUARIO:
UNA EXPLOSIÓN
DE VIDA
La productividad biológica primaria de un ecosistema
se define como la velocidad con que los organismos productores,
principalmente las plantas verdes, captan y almacenan
la energía solar mediante la fotosíntesis,
para formar sustancias que puedan ser utilizadas como
alimento para otros organismos. Casi todos los ecosistemas
en nuestro planeta son productivos, pero por diversos
factores, algunos lo son más que otros.
Si se dejan a un lado los sistemas agrícolas, cuya
altísima eficiencia se debe a la gran cantidad
de abonos que les proporciona el hombre, los bosques húmedos
tropicales son el ecosistema más productivo —almacenan
anualmente hasta 8 kilogramos de materia orgánica
por metro cuadrado— seguidos por los manglares,
las marismas y otros pantanos costeros, que alcanzan valores
entre 3 y 7 kilogramos por metro cuadrado por año.
La generación de alimento en las aguas marinas,
debida principalmente a la actividad fotosintética
de las algas, en su mayoría microscópicas,
es muy variable; en el océano abierto es muy baja,
menos de 50 gramos por metro cuadrado al año, mientras
que en aguas costeras suele ser cinco veces mayor; en
áreas donde afloran aguas enriquecidas con nutrientes
y en estuarios llega a ser hasta veinte veces mayor. La
productividad biológica primaria en el mar está
confinada a la capa superior de la columna de agua —denominada
zona eufótica—, donde la cantidad y calidad
de luz son aptas para la actividad fotosintética.
La profundidad máxima de esta zona en el mar abierto,
donde prevalecen aguas transparentes, puede alcanzar una
centena de metros debajo de la superficie; en aguas costeras
relativamente claras, unas pocas decenas de metros y en
las turbias, apenas un par de metros.
En los estuarios
existen varios procesos que tienden a incrementar la actividad
de las algas microscópicas —del llamado fitoplancton—
y la mayoría de ellos tiene que ver con el enriquecimiento
de nutrientes —fosfatos, nitratos, silicatos y otros
compuestos—, que al actuar como abono propician
su crecimiento y reproducción.
Debido a factores tanto físicos como biológicos,
los estuarios actúan como trampas de nutrientes.
Por una parte, en sus fondos de arena y lodo, donde habita
una comunidad compuesta por gran cantidad y variedad de
bacterias y animales, se retienen y transforman rápidamente
sustancias nutritivas para el fitoplancton; allí
se acumulan agregados y detritos orgánicos que
son convertidos en alimento gracias a la actividad microbiana,
a la labranza del suelo que ejecutan los animales enterradores,
que al excavar túneles y galerías en el
fondo permiten su oxigenación y a las profundas
raíces de algunas plantas que facilitan la remoción
mecánica del suelo y el ingreso de oxígeno.
La fricción entre la capa superior de agua dulce
y la cuña salina del fondo de un estuario estratificado,
crea una turbulencia que vuelve a suspender y a hacer
migrar los nutrientes acumulados en el fondo y los que
aportan las aguas fluviales hacia la zona eufótica
y la superficie; esta actividad se incrementa considerablemente
con el flujo y reflujo de las mareas y produce una especie
de sistema de auto-enriquecimiento de nutrientes.
El continuo flujo y reflujo de las mareas también
colabora con la vida en el estuario,
pues al remover los desperdicios e incorporar nuevos alimentos
con más nutrientes, favorece la existencia de muchos
organismos sésiles y filtradores como mejillones,
almejas, ostras y balanos, que no necesitan desplazarse
para conseguir el alimento.
En los estuarios
y zonas deltaicas, debido precisamente a la riqueza en
nutrientes de los depósitos de sedimentos, suelen
desarrollarse exuberantes comunidades de plantas tolerantes
a la salinidad, que contribuyen en gran medida a la producción
primaria del sistema. Se trata principalmente de hierbas
de marisma como la Spartina alternifolia, que
predomina en latitudes templadas, de árboles de
mangle en la zona tropical, de algas bentónicas
que crecen sobre el fondo lodoso y a veces forman un tapiz
vegetal imperceptible pero homogéneo, responsable
hasta del 30% de la generación primaria de alimento
en algunos estuarios de la costa oriental de Norteamérica
y de pastos marinos, como los de los géneros Zostera,
Ruppia y Thalassia, que abundan en zonas
estuarinas de algunas regiones y como los Thalassia
testudinum en el Caribe.
Mientras el fitoplancton es lenta y gradualmente transportado
hacia el mar, una parte es consumido por el zooplancton
y otra se hunde pasivamente hacia el fondo, donde se descompone
y libera nutrientes que nuevamente se incorporan al ciclo
del estuario.
Gracias a la alta producción de fitoplancton, el
zooplancton crece y se reproduce profusamente en el estuario;
una parte es consumida por pequeños peces e invertebrados
que filtran el agua para alimentarse y que a su vez son
alimento para peces más grandes, aves pescadoras
y otros animales que son devorados por carnívoros
de mayor tamaño y así sucesivamente hasta
llegar al nivel superior de la cadena trófica,
de la cual hacen parte los grandes peces, los mamíferos
y el hombre.
OSCILACIONES Y PULSOS
Muchos estuarios experimentan cambios estacionales en
sus esquemas de circulación de masas de agua, tan
grandes que pueden llegar a alterar su clasificación.
Generalmente la causa es la variabilidad estacional de
las lluvias en la cuenca fluvial,
que produce oscilaciones en el caudal de los ríos
y en la cantidad de agua que éstos vierten al mar;
algunos estuarios pueden mutar de la condición
de mezclados —con agua salobre homogéneamente
distribuida— a la de estratificados —con cuña
salina— y viceversa, a lo largo del año.
En casos extremos, donde la distribución anual
de las lluvias es muy marcada y se presentan períodos
prolongados de sequía en las cuencas, el estuario
llega a perder su identidad y se convierte en un cuerpo
de agua completamente marino, hasta que se reanuda el
flujo fluvial.
En latitudes altas con estaciones climáticas muy
marcadas, el cambio del tipo de un estuario a otro puede
ser generado por la retención del agua en forma
de nieve y hielo durante los inviernos; las condiciones
estuarinas se reanudan con el flujo producido por el deshielo.
Este tipo de estuarios
se conoce como estuarios intermitentes y en ellos la vida
acuática sufre una transformación drástica,
debido a que muy pocas plantas o animales soportan los
cambios de salinidad que ocurren entre sus fases estuarina
y marina. Algunos estuarios muestran tendencia a convertirse
en intermitentes debido a la remoción de las coberturas
vegetales en las cuencas, a la modificación de
sus regímenes hídricos, o a la construcción
de infraestructura para el manejo del agua —embalses,
canales y represas—, lo que disminuye o interrumpe
completamente en épocas de sequía el flujo
de agua que se destina exclusivamente al uso humano y
agrícola.
Los estuarios localizados en el área de influencia
de vientos de carácter fuertemente estacional,
como los alisios, vientos generados en la franja subtropical
de alta presión que fluyen intensamente hacía
la zona de baja presión del ecuador climático,
durante el invierno del hemisferio correspondiente, pueden
mudar su condición de mezclados a estratificados
cuando tales vientos se tornan débiles y no generan
suficiente oleaje para perturbar la columna de agua, de
manera que ésta se estratifica y se crean las condiciones
para la formación de una cuña
salina.
En relación con la dinámica de los deltas,
la estacionalidad climática puede tener repercusiones
importantes desde el punto de vista sedimentario. Cuando
disminuye el caudal de los ríos durante las sequías
o cuando se produce la retención natural o intencional
de las aguas en las cuencas, la carga de sedimentos transportada
también es menor y por lo tanto, la cantidad disponible
de arenas y lodos para alimentar o incluso mantener los
depósitos en la zona deltaica puede disminuir drásticamente;
esto permite a las fuerzas marinas —mareas y oleaje—
erosionar o degradar el delta haciéndole perder
parte del terreno ganado durante las fases de mayor caudal
y aporte de sedimentos. Por esta razón, los deltas
sometidos a una marcada estacionalidad en las descargas
fluviales adquieren un carácter pulsante; en una
época del año le ganan terreno al mar y
en otra lo pierden. De acuerdo con el balance neto anual
promedio, los deltas pueden tender, en el largo plazo,
a crecer y ampliar su área o a retroceder, con
lo que sus sedimentos se desplazan hacia la plataforma
continental adyacente, al ser arrastrados por el oleaje.
El más emblemático de todos los deltas,
el del Nilo, desarrollado a lo largo de muchos siglos
gracias al generoso aporte de sedimentos del río
más largo del mundo, se encuentra en franco retroceso
desde 1970, cuando culminó la construcción
de la gran represa de Assuán, diseñada para
controlar las inundaciones de las planicies habitadas,
irrigar cultivos y generar electricidad. Es aún
más extrema la situación del delta del río
Colorado, localizado en el extremo septentrional del golfo
de California, puesto que todo su caudal es empleado para
consumo humano, regadío agrícola y generación
de energía, de modo que no suministra prácticamente
ningún flujo a su desembocadura, como tampoco sedimentos
al delta que se está erosionando por efecto de
las corrientes de marea.
Un caso contrario ocurre con el delta del Amazonas, que
pese al gran caudal del río y a la enorme carga
de sedimentos que transporta, tiene una construcción
relativamente modesta, debido a que en el transcurso de
muchos siglos no ha podido ganarle terreno al Atlántico
con su fuerte oleaje y sus intensas corrientes de marea.
Desde hace un par de décadas su ritmo de crecimiento
se ha acelerado de forma significativa, gracias a la cada
vez mayor cantidad de sedimento procedente del lavado
de los suelos desprovistos de cobertura boscosa, a raíz
de la tala extensiva de selva húmeda tropical.
LA EDAD
DE LOS DELTAS Y EL CAMBIANTE
NIVEL DEL MAR
Según el océano y la costa donde se localiza,
el nivel del mar varía diariamente al ritmo de
las mareas, entre unos pocos centímetros y una
decena de metros; sin embargo, debido a lo riguroso y
predecible de estas variaciones, en términos prácticos
se asume que dicho nivel se ubica en el promedio de su
oscilación diaria y es más o menos constante
durante un tiempo que sobrepasa varias veces la edad de
un ser humano y de unas cuantas generaciones, pero a la
escala geológica de miles de años, ese nivel
ha variado en repetidas ocasiones, en magnitudes considerables.
La gran mayoría de los deltas
actuales son formaciones geológicas de edad muy
reciente y algunos tienen menos de cien años. Dado
que estos se desarrollan en las zonas costeras, su existencia
depende en gran medida del nivel del mar; durante las
glaciaciones, una inmensa cantidad de agua se encontraba
en forma de extensos glaciares y el nivel marino se hallaba
muy por debajo del actual; los ríos recorrían
porciones de la plataforma continental, hoy sumergida
y vertían su carga sedimentaria cerca de los márgenes
de la plataforma. Los sedimentos en suspensión
se precipitaban por los inclinados taludes
de la plataforma como flujos de alta densidad y se depositaban
en zonas profundas sin posibilidad alguna de tomar parte
en la construcción de deltas; durante esos períodos,
los deltas que existieron previamente —en inmediaciones
de las costas actuales— fueron abandonados y atravesados
por los ríos que fluían a través
de la plataforma continental.
Al final de las glaciaciones del Cuaternario
—hace unos 12.000 años— el deshielo
produjo un rápido incremento del nivel del mar
y las desembocaduras de los ríos retrocedieron
a tal velocidad que no dieron tiempo suficiente a la formación
de deltas.
Finalmente, hace unos 7.000 años, ya en el Holoceno,
se desaceleró el ritmo de ascenso del mar y se
estabilizó en el nivel actual, donde las condiciones
eran apropiadas para el desarrollo de deltas, en la medida
en que se acumulaban los sedimentos fluviales en las desembocaduras.
En otras costas, especialmente en el trópico americano,
el nivel relativo del mar se estabilizó algo más
tarde, hace unos 4.000 años, debido no tanto a
los ascensos y descensos del mar, como a los movimientos
verticales de las masas continentales. Como consecuencia,
la edad de los deltas más antiguos del trópico
americano es, en general, más reciente.
Sin embargo, no todos los deltas actuales tienen una edad
de apenas unos cuantos milenios. Unos pocos, como los
del Mississippi en Estados Unidos y el Níger en
África, se formaron encima de deltas anteriores
que tenían decenas de millones de años,
pero sus lóbulos deltaícos actuales —porciones
de la planicie deltaica que aún están sometidas
a procesos de erosión y deposición de sedimentos
por las fuerzas dinámicas del río y el mar—
tienen tan solo entre 3.000 y 6.000 años.
El nivel relativo del mar puede cambiar a lo largo de
ciertas costas debido a movimientos tectónicos
que hacen ascender o descender la corteza terrestre. Además,
el peso creciente de los sedimentos acumulados en la plataforma
continental contribuye a hundir en el mar porciones de
la costa adyacente en muchas regiones. Se presume que
el mar se encuentra actualmente en una fase de ascenso
paulatino que se evidencia en algunas regiones más
que en otras, pero que afecta a la gran mayoría
de las costas del mundo. Por ejemplo, en la Florida se
encontraba 38 cm y en Venecia 25 cm más abajo que
en la actualidad, hace menos de 100 años. Si continúa
ascendiendo en el presente siglo, muchos estuarios se
trasladarán hacia tierra adentro, otros se formarán
y muchos desaparecerán.