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CAPÍTULO 6

BOSQUE SECO TROPICAL
EN COLOMBIA

 

El territorio emergido de Colombia, cuya extensión es de 1’141.748km2 de área continental, está localizado en la esquina noroccidental de Suramérica, entre las latitudes 4º 13’ 30” Sur y 12º 27’ 47” Norte y aunque se encuentra entre las franjas ecuatorial y tropical, la mayor parte del país pertenece al hemisferio norte; además, posee unos 55 km2 de territorios insulares oceánicos en el mar Caribe.

En Colombia hay seis regiones naturales: la Amazonia, la región del Pacífico, la Orinoquia, el Caribe, la Andina y la Insular Oceánica; en la mayoría de éstas —Orinoquia, Caribe, Insular Oceánica y partes medias y bajas de los dos grandes valles interandinos—, se presenta el zonobioma tropical alternohígrico o tropical con lluvias de verano y una marcada estacionalidad hídrica. La cordillera andina y otros macizos montañosos permiten la existencia de variados pisos térmicos que, a pesar de ser alterados por el régimen de lluvias, las temperaturas y los vientos en muchas áreas, los requisitos climáticos y de suelo para el desarrollo de los bosques secos tropicales están dados en una considerable extensión; sin embargo, la formación vegetal de bosque seco tropical, sensu stricto, está ausente en la Orinoquia, donde predominan las sabanas de herbáceas y formaciones boscosas aisladas llamadas bosques de galería o matas de monte; éstas, aunque pueden contener elementos florísticos de los bosques secos, son de reducidas dimensiones y no se comportan como tales, pues la pérdida de follaje de la vegetación no ocurre de manera sincrónica.

DISTRIBUCIÓN HISTÓRICA Y ACTUAL
Durante las glaciaciones del Pleistoceno, especialmente en la última, conocida como de Würm o Winsconsin, que finalizó hace 10.000 años, no sólo ocurrió un descenso de los casquetes glaciales, sino también una disminución generalizada de la pluviosidad. Esto determinó la expansión de la vegetación de ambientes secos, especialmente de los desérticos y semidesérticos. De este modo, grandes extensiones del país se convirtieron transitoriamente en zonas secas con vegetación predominantemente xerofítica, como las islas del archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina —entonces más numerosas y extensas que en la actualidad debido al considerable descenso del nivel del mar—, la planicie costera del Caribe, el valle medio y alto del río Magdalena, la Orinoquia, parte de la Amazonia e incluso la región de Urabá y el norte del Chocó, donde a pesar de ser en la actualidad una de las regiones más lluviosas del globo, hay evidencias de que existió un corredor árido que se extendió a lo largo de las costas del Pacífico, desde Panamá hasta el norte de Ecuador. Todas las tierras bajas en la periferia de esas áreas desprovistas de vegetación arbórea significativa, debieron de estar cubiertas por bosques secos, al igual que las áreas vecinas a los pocos parches de selvas húmedas que se conservaron.

Es evidente que los pronunciados cambios climáticos del Pleistoceno causaron grandes variaciones en la cobertura vegetal y provocaron la reducción y fragmentación de las selvas húmedas y muy húmedas. Al producirse un aislamiento geográfico, sus remanentes se convirtieron en los únicos refugios para las plantas y animales de hábitos silvícolas, lo cual estimuló la creación de nuevas especies y al reestablecerse las condiciones climáticas, es decir, al aumentar la pluviosidad y la temperatura, se expandieron nuevamente y se reconectaron entre sí; de este modo las nuevas especies tuvieron oportunidad de entremezclarse y de ampliar su distribución geográfica. De igual manera, muchas de las áreas desérticas y semidesérticas se redujeron y fueron sustituidas por bosques, muchos de ellos secos, que adquirieron entonces elementos florísticos y faunísticos adicionales, tanto de los bosques húmedos que se expandían, como de las zonas xerofíticas que paulatinamente iban desplazando.

Los primeros pobladores humanos que arribaron al actual territorio de Colombia hace unos 15.000 años, a finales del Pleistoceno, cuando las temperaturas y la pluviosidad aumentaron gradualmente, fueron testigos del encogimiento paulatino de las zonas desérticas y de la expansión de los bosques; en los milenios siguientes, estos nómadas se adaptaron a vivir en una amplia gama de ecosistemas tropicales, desde selvas húmedas y cálidas hasta sabanas y páramos. La abundancia de recursos y la baja densidad de población, hizo que ésta dependiera de áreas relativamente pequeñas para subsistir, por lo que la transformación de los ecosistemas debió de ser poco significativa, a lo sumo de un 10%.

Así, los bosques del actual territorio colombiano se mantuvieron en estado prácticamente virgen hasta los tiempos tardíos de la colonia española e incluso hasta hace poco más de un siglo, cuando la población se incrementó y la intervención humana sobre las coberturas vegetales boscosas, para adecuar terrenos para la ganadería y la agricultura, empezó a ser significativa.

En Colombia se ha ido perdiendo vertiginosamente la cobertura de los bosques secos tropicales; si se asume que en tiempos coloniales ésta era cercana a la que naturalmente debería existir y mantenerse, su extensión total debió de ser de unos 80.000 km2, o sea algo más del 7,3% del territorio nacional. Para la segunda década del siglo XX, su distribución a lo largo de gran parte de la planicie y serranías bajas del Caribe, de las partes medias de los valles de los ríos Cauca y Magdalena, de las islas de San Andrés y Providencia y de algunos enclaves secos de los valles transversales de las cordilleras Oriental y Occidental, había disminuido entre el 8 y el 10%, o sea que unos 8.000 km2 habían sido sustituidos por pastizales, campos agrícolas y asentamientos humanos. La introducción al país de la raza bovina cebú, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, que se concentró en los climas cálidos estacionales de sabana y en las zonas de bosque seco tropical de la región Caribe y de los valles interandinos, fue la principal causa de dicha transformación.

Para la década de 1950, más de la mitad de la extensión original, unos 45.000 km2, habían desaparecido debido a la expansión ganadera, a la instalación de extensos cañaduzales en el valle alto y medio del río Cauca, a la construcción de vías, a la colonización de terrenos baldíos y a su apropiación legal mediante las llamadas «mejoras». Esa tendencia ha continuado hasta el presente, de manera que en 2006 quedan unos 1.200 km2, cifra que corresponde apenas al 1,5% de la extensión original. En otras palabras, el 98,5% de los bosques secos tropicales ha desaparecido; sus remanentes, dispersos en pequeños parches desconectados entre sí, se localizan en la zona costera y serranías bajas de la región Caribe, en los valles interandinos y en las islas de San Andrés y Providencia.

BOSQUES SECOS DEL VALLE DEL MAGDALENA
Del más de millón y medio de hectáreas de bosques caducifolios entremezclados con sabanas naturales que existían a lo largo de una franja adyacente al río Magdalena, sobre llanuras de desborde y sectores de terrazas disectadas de pendientes cortas y fuertes, quedan menos de 5.000, dispersas en unos 35 parches de extensión variable, entre 50 y 200 has, que se concentran en la parte norte del departamento del Tolima en los municipios de Armero, Mariquita y Melgar. Otros fragmentos mucho más pequeños, riparios y aislados, que no sobrepasan una hectárea, y por lo tanto no ameritan mayor tratamiento, se hallan en terrenos muy inclinados y a lo largo de cañadas de fincas ganaderas de los departamentos de Cundinamarca, Caldas, Tolima y Huila.

Debido al reducido tamaño, aislamiento y grado de intervención humana, la composición florística de estos parches es muy variable; la mayoría de sus elementos arbóreos tiene un patrón de distribución aleatorio y son especies propias de estadios sucesionales pioneros y secundarios tardíos. Los bosques secos tal vez más extensos de esta región se encuentran en Melgar, en predios de la base militar de Tolemaida y del complejo recreativo Piscilago, el cual hace parte de actividades educativas y de conservación. Uno de los fragmentos mejor estudiados es el que subsiste en Armero y Guayabal, en predios de la Universidad del Tolima, que tiene una extensión cercana a las 100 has y se encuentra sobre un terreno irregular de colinas disectadas, con altitudes entre 430 y 520 msnm; allí, entre las 52 especies de plantas clasificadas, los árboles del estrato emergente alcanzan 25 m de altura y varios de ellos son característicos de bosques maduros, como el diomate, el fruteloro y el negrillo, endémico de la región. Dignos de mención son también los bosques aledaños a la población de Mariquita, donde subsiste una población del mono tití cabeciblanco, especie seriamente amenazada de extinción en Colombia, que está conformada por unos 70 individuos. Entre los años 1783 y 1791, Mariquita fue la sede principal de la Real Expedición Botánica al Nuevo Reino de Granada, liderada por el insigne botánico José Celestino Mutis; en los bosques secos aledaños a esta ciudad fueron descubiertas muchas especies de plantas, algunas de las cuales se ilustraron con lujo de detalles y se almacenaron en herbarios científicos.

Debido a lo reducido de los parches que quedan, la fauna de tamaños mediano y grande es escasa, aunque todavía es posible observar, en los mejor conservados, algunos osos hormigueros, venados, ardillas y armadillos y más esporádicamente, tigrillos y zorros.

BOSQUES SECOS DEL VALLE DEL RÍO CAUCA
La escasa docena de parches de bosque seco tropical que aún existe en el valle medio del río Cauca, probablemente no alcanza más de 1.900 has. En esta región subhúmeda a seca, que se extiende a lo largo de una estrecha franja paralela al cauce del río, desde los límites de los departamentos del Cauca y Valle del Cauca, en el sur, hasta el departamento de Antioquia, en el norte, debieron de existir aproximadamente 63.000 has, por lo que los remanentes corresponden tan sólo al 3%. Entre 1957 y 1986 el área ocupada por los bosques secos se redujo en un 66% debido principalmente a la expansión de los ingenios azucareros.

Altitudinalmente —850 a 1.000 msnm—, estos bosques secos se encuentran muy cerca de la transición hacia los bosques submontanos. La pluviosidad, que oscila entre 1.500 y 1.800 mm, está repartida en dos épocas, de abril a mayo y de octubre a noviembre, en las que cae el 70% de la lluvia total anual; la sequía en estos bosques no parece ser tan severa como en otras regiones, pues el período en que la vegetación pierde el follaje no suele prolongarse por más de unas pocas semanas. En los parches mejor conservados, como en el de Las Pilas, cerca de la ciudad de Cartago, la vegetación arbórea alcanza un dosel de 30 m, con algunos elementos prominentes de caracolí, burilico, manteco, higuerón, yarumo y ceiba. Una particularidad especial de estos bosques es que frecuentemente aparecen entremezclados con guaduales.

BOSQUES SECOS DE LA REGIÓN CARIBE
La parte continental de la región Caribe colombiana corresponde a la porción suroccidental del llamado cinturón árido pericaribeño, que se extiende hacia el oriente a lo largo de las costas de Venezuela e incluye las islas de Sotavento, desde Aruba hasta Margarita. Aunque aislados y en parte fuertemente intervenidos, los bosques secos tropicales de esta zona son los más extensos y mejor desarrollados de Colombia y se localizan principalmente en la franja costera, sobre serranías elevadas de la planicie, en el piedemonte del flanco norte de la Sierra Nevada de Santa Marta y el sur de La Guajira. Se trata de formaciones boscosas secundarias que suman unas 133.500 has, pero una porción considerable de ellas, alrededor de 70.000, presentan alto grado de transformación; son remanentes de los bosques que antiguamente se alternaban con sabanas naturales y humedales y ocupaban un área cercana a los tres millones de hectáreas.

En esta región se encuentra la mayor variabilidad en los tipos de cobertura vegetal, debido a las condiciones climáticas y del suelo, particulares en distintas áreas; es decir, son formaciones vegetales azonales. En partes de la costa, especialmente en los departamentos de Atlántico y Bolívar se desarrollan bosques con rasgos de zonas más secas, puesto que poseen elementos florísticos con características xerofíticas, como cactáceas y arbustos espinosos y los árboles dominantes presentan tallas menores que en otros lugares y permanecen sin hojas más de la mitad del año. Una de las causas de este fenómeno es la marcada influencia de los vientos alisios que soplan con fuerza desde el noreste entre diciembre y abril y que, a pesar de que portan cierta cantidad de humedad, su intensidad y constancia les confieren un alto poder de desecación, elevan la transpiración de la vegetación y hacen que ésta crezca en forma achaparrada.

En la parte sur de la región el contraste en la apariencia del bosque seco y la selva húmeda se hace evidente; el límite entre ambas formaciones se vuelve complejo a causa de la variabilidad de los suelos generada por la presencia de ciénagas y zonas inundables en las llanuras del bajo Magdalena. Por otro lado, algunas serranías, con altitudes de hasta 500 m, modifican en cierto modo los regímenes de precipitación y temperatura a nivel local y, como consecuencia, el bosque adopta un aspecto que se asemeja al de las selvas húmedas y la vegetación permanece menos tiempo sin follaje durante la época seca. Además, serranías como los Montes de María, San Jacinto y Piojó, tienen suelos formados por rocas calizas que favorecen el desarrollo de plantas calcofílicas, por lo que presentan algunas especies endémicas, en tanto que están ausentes otras especies que son comunes en la mayoría de los bosques secos en Colombia. Una especie de níspero silvestre, que es común en los bosques secos de la península de Yucatán, México, cuyos suelos son de origen coralino, es generalmente rara en el norte de Suramérica, excepto en suelos calcáreos como los de estas serranías.

Las áreas de bosque seco de mayor extensión y mejor conservadas de la región se localizan en la zona costera adyacente a la ciudad de Santa Marta, en el Parque Nacional Natural Tayrona, con 7.300 has aproximadamente y en el parque–reserva Mamancana, con 600; en el municipio de Zambrano, departamento de Bolívar, hay cerca de 99.000 has y en las zonas altas de los Montes de María, aproximadamente 3.000. Otras áreas dignas de mención, aunque de menor tamaño, son el Santuario de Fauna y Flora los Colorados, con 1.000 has; la isla de Tierra Bomba, aledaña a la ciudad de Cartagena, con 570; los bosques de Arroyo Grande, con 700; la Reserva Forestal Protectora de Caño Alonso, con 450; el Eco–parque Los Besotes, muy cerca de Valledupar, con aproximadamente 400 y varios predios privados con vocación conservacionista.

En el Parque Nacional Natural Tayrona, las estribaciones noroccidentales de la Sierra Nevada de Santa Marta se precipitan abruptamente sobre el mar Caribe y forman una costa de acantilados rocosos, bahías y ensenadas rematadas por playas, manglares y arrecifes de coral. Allí el paisaje marino se alterna de manera espectacular con las pronunciadas laderas montañosas pobladas por densos bosques caducifolios que cambian constantemente; durante la época de lluvias la vegetación exhibe todo su verdor y en la temporada seca los árboles se desnudan para ofrecer un panorama mustio y únicamente los manglares del litoral, los cactus columnares y uno que otro trupillo permanecen verdes; sin embargo, la formación de nieblas en las laderas de los cerros centrales, como en el denominado «No Se Ve», permite que la vegetación de ese sector permanezca con follaje durante más tiempo que en el resto del área. La topografía del terreno y las diferencias en los suelos se reflejan en la estructura de la vegetación: en los valles que se abren hacia las bahías, por donde corren pequeños arroyos estacionales y el suelo tiene mayor capacidad de retención de agua, el dosel del bosque se eleva hasta 25 m y los árboles adquieren mayor envergadura que en las colinas aledañas y en las laderas pedregosas.

Los estratos superiores de estos bosques están dominados por indio desnudo, bonga o ceiba, mamón de leche, guayacán, bija o palo santo, naranjuelo y jobo. El estrato arbóreo inferior está conformado por varias leguminosas como el ébano, el dividivi y el trupillo, además de aceitunos, quebrachos y tréboles y varios bejucos y trepadoras leñosas. La fauna de vertebrados es muy variada, pero quizás las aves son el grupo mejor representado, con unas 250 especies, entre las que se destacan el paujil, motivo de varios diseños en la orfebrería de los Tayrona, la pava, las perdices jabadas, los pericos y la guacharaca. Entre los reptiles son frecuentes las serpientes bejuquillo, coral, falsa coral, boa y la temida mapaná; además de varias especies de lagartos que incluyen gekkos o cuquecas, se encuentran el lobo pollero y la iguana. Entre los mamíferos se destacan unas 70 especies de murciélagos, dos de venado enano —con una subespecie endémica: Mazama gouazoubira sanctamartae— dos de zaíno y cuatro de monos, incluyendo el mico de noche y el tití; también hay dos especies de felinos, una subespecie de ardilla endémica, Sciurus granatensis bondae, puercoespín, armadillo y oso hormiguero. De gran importancia para la biodiversidad de los bosques de esta área es su proximidad a las selvas húmedas tropicales, submontanas y montanas del piedemonte y las laderas de la Sierra Nevada de Santa Marta, así como a la zona subxerófítica de Santa Marta, puesto que muchas especies, especialmente de aves, realizan migraciones entre estos ecosistemas.

Entre los 200 y los 560 msnm, en la parte suroccidental de la Serranía de San Jacinto en jurisdicción de los municipios de Toluviejo, Colosó y Chalán, departamento de Sucre, se localiza la Reserva Forestal Protectora Serranía de Coraza y Montes de María. Las zonas bajas han sido en gran parte transformadas en pastizales e intensamente intervenidas para la extracción de maderas y leña, pero en las partes altas aún existen remanentes de bosque seco que albergan especies estructurales de una comunidad de clímax, como el jobo, el carreto, la ceiba de leche, el guayacán y el camajón; se destaca una especie de boj, recientemente descubierta en Colombia. En cuanto a la fauna, aún se observan varias especies de primates, como la marimonda, el maizero o machín, el aullador o mono colorao y el tití cabeciblanco; también se encuentran guatinajas, perezosos, puercoespines, zorros, venados y diversas aves poco comunes en otras áreas de bosques secos, como las guacamayas.

En el otro extremo de la Serranía de San Jacinto, en su flanco nororiental, en inmediaciones de la población de San Juan Nepomuceno, departamento de Bolívar, se localiza el Santuario de Fauna y Flora Los Colorados. Se trata de un cerro de pendientes moderadas a fuertes, que van desde los 230 hasta los 420 msnm y que está cubierto por densos bosques en buen estado de conservación, con doseles de 20 a 25 m y árboles emergentes de hasta 35 m. Entre los de mayor envergadura se destacan el indio desnudo, el tamarindo de mico, la ceiba de leche, el jobo, el guácimo y el palo brasil. La fauna característica del Santuario la constituyen los primates, especialmente el aullador o mono colorao, a cuya abundancia se debe el nombre del cerro; también están presentes el tití, el mico prieto o marimonda, el maizero o machín y el mono de noche.

A unos 30 km al sur de Barranquilla, por la carretera que conduce a la población de Galerazamba y a Cartagena, el paisaje costero de colinas bajas que forma la cuenca de la quebrada estacional Arroyo Grande, mantiene una cobertura boscosa arbustiva que exhibe características xerofíticas debido a los fuertes y constantes vientos que soplan desde el mar. En las partes menos expuestas de las hondonadas se desarrolla una formación boscosa con algunos árboles emergentes, entre los cuales se destaca el pico de loro o sietecueros que invade de amarillo el paisaje con su floración explosiva, que ocurre poco antes de iniciarse la temporada de lluvias. Cerca de allí, en las partes más altas de la serranía de Piojó, también existen algunos remanentes de bosque seco relativamente bien conservados.

En la isla de Tierrabomba y parcialmente en la península de Barú y en las islas del Rosario, departamento de Bolívar, se desarrollan bosques secos con marcada influencia del viento marino; su vegetación achaparrada y con rasgos subxerofíticos está dominada por quebrachos, trupillos y algunos árboles prominentes de indio desnudo, majagua y ceiba de leche.

En la llanura del Caribe, cuya topografía es más bien plana, la ganadería extensiva y la agricultura tecnificada han transformado la mayoría de las antiguas áreas de bosques secos en pastizales o en campos de palma africana y sorgo. Sin embargo, algunos propietarios de fincas y empresas dedicadas al procesamiento de productos forestales han optado por conservar en sus predios porciones representativas de la cobertura vegetal natural, incluyendo parches de bosque seco. La mayor extensión —cerca de 99.000 has— se encuentra en terrenos de una empresa maderera, en el municipio de Zambrano, departamento de Bolívar. En dichos bosques, que corresponden a vegetación secundaria en distintos estados de sucesión y colindan con plantaciones forestales comerciales, se han contabilizado 50 especies de árboles y arbustos con predominio de quebracho, vara de piedra y huevos de burro, planta endémica de la región norte de Colombia y Venezuela; también se han observado 38 especies de hormigas, 86 de aves, así como venados, zainos, guatinajas, zorros y diversas serpientes y lagartos. Otros predios de la región que mantienen pequeñas extensiones de bosque seco son la finca La Ceiba —300 has— en el municipio de Santa Catalina, departamento de Bolívar; la finca Betancí–Guacamayas —60 has— en el municipio de Buenavista, departamento de Córdoba y el Eco–parque Los Besotes —400 has—, en el departamento de Cesar, adyacente a la ciudad de Valledupar. Estos dos últimos figuran dentro de la Red de Áreas de Interés para la Conservación de las Aves —apoyada por varias organizaciones nacionales e internacionales—, por ser lugares donde habitan especies amenazadas de extinción, como el paujil.

En el extremo sur de la planicie Caribe, la única área digna de mención es la Reserva Forestal Protectora de Caño Alonso, localizada en el municipio de Pelaya, departamento del Cesar, que cubre un área aproximada de 460 has de terreno predominantemente plano, a una altitud promedio de 50 msnm. Pese a que sus bosques están bastante intervenidos por el aprovechamiento de maderas de valor comercial, principalmente de ceiba tolúa y cedro, en los remanentes de bosque se encuentran todavía algunos cedros y otras especies de gran porte como caimito, caracolí, guácimo, jobo y ceiba de leche, entre otras. Aunque la fauna también ha sido explotada, todavía se observan paujiles, pavas, guacamayas, venados, perezosos, monos, ardillas y guatinajas.

Los bosques secos de la parte sur del departamento de La Guajira son relativamente extensos y poco densos y están fuertemente intervenidos por el pastoreo de ganado caprino y vacuno y la extracción de leña. Los parches relictuales en mejor estado se encuentran en los Montes de Oca y en el sector de El Cerrejón y cubren una extensión total de poco más de 20.000 has que constituyen una franja de transición entre los arbustales espinosos y la vegetación xerofítica semidesértica hacia los bosques húmedos de los piedemontes de la Sierra de Perijá y la Sierra Nevada de Santa Marta. Predominan árboles y arbustos de leguminosas, como el ébano, el dividivi y el trupillo y son frecuentes el indio desnudo, el jobo y el guayacán de bola.

BOSQUES SECOS DEL ARCHIPIÉLAGO DE SAN ANDRÉS, PROVIDENCIA Y SANTA CATALINA
El Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, localizado en el Caribe suroccidental, fuera de la plataforma continental de Nicaragua, consta de una serie de islas, atolones y bajos de origen volcánico, orientados en sentido noreste-suroeste, cuyas cimas fueron colonizadas por corales y otros organismos arrecifales; sus únicas porciones emergidas son las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, además de varios cayos e islotes arenosos.

La posición del archipiélago le ha conferido características biogeográficas particulares que han permitido el establecimiento de plantas originarias, tanto de Centroamérica, como de las Antillas. Sus suelos de origen coralino y volcánico, la influencia permanente de los vientos alisios y la ocurrencia esporádica de perturbaciones meteorológicas, como el paso de tormentas tropicales y huracanes, se reflejan en la estructura y aspecto general de la vegetación boscosa.

San Andrés, con 25 km2 y 60.000 habitantes, es una de las islas más densamente pobladas del Caribe. De sus formaciones vegetales originales es poco lo que queda, pues han sido sustituidas por plantaciones de coco, yuca, plátano y frutales. No obstante, en algunas zonas de sus colinas más altas, todavía se pueden apreciar algunos individuos aislados de ceiba, indio desnudo, guácimo, jobo y cedro.

En contraste, la isla de Providencia, con 17,2 km2, y su vecina Santa Catalina, con 1 km2, separadas entre sí por un estrecho de 200 m de ancho y escasa profundidad, cuentan con menos de 5.000 habitantes y por su origen volcánico más reciente son montañosas y se elevan hasta 360 msnm. Desde el Pick, la cima más alta, se divisa en todo su esplendor el mosaico de verdes de la vegetación y los tonos aguamarina de los arrecifes coralinos que circundan la isla. La vegetación natural, constituida por formaciones arbóreas y arbustivas que crean parches en ambas islas, es en parte reflejo de diferentes estados sucesionales o de madurez. Estas islas, que han sido intervenidas desde el siglo XVII, cuando fueron colonizadas por puritanos y corsarios ingleses, en la actualidad presentan potreros abandonados que han dado lugar a arbustales y formaciones secundarias, cuya edad se refleja en la estructura de los bosques; en los más desarrollados, que se concentran en los valles y hondonadas al abrigo del viento, predominan el chaparro, llamado localmente crab wood, el indio desnudo, el olivo, las ceibas y los jobos que alcanzan alturas de hasta 25 m; el sotobosque es poco denso y está conformado por individuos jóvenes de los árboles que forman el estrato superior; las lianas y los bejucos son también escasos.

En las zonas más altas de las laderas, especialmente en el costado de barlovento predominan bosques achaparrados de arbustos de baja altura pero muy densos. El suelo pedregoso y la influencia del viento parecen imponer grandes limitaciones a su desarrollo; evidencia de ello son los árboles de cierto tamaño, caídos o derribados por su propio peso, por no disponer de buen anclaje al sustrato o a consecuencia de fuertes vientos y huracanes. El arbusto dominante en estas zonas es una acacia, llamada localmente cock-spur, provista de robustas espinas en forma de espuela de gallo en las que se alojan colonias de hormigas conocidas por su agresividad y lo doloroso de su picadura; entremezclados con las acacias aparecen los chaparros y otros matorrales, además de esporádicos indios desnudos, majaguas y ceibas de porte reducido; en las partes más altas se observan algunas palmas, una de ellas —Coccothrinax jamaicensis— endémica de estas islas caribeñas, grandes helechos de hojas coriáceas y varias herbáceas.

OTRAS ÁREAS
Los profundos valles transversales de la región andina, especialmente los de los las cordilleras Oriental y Occidental, generalmente se desarrollan en sentido oriente-occidente y crean condiciones climáticas locales muy particulares con respecto a la humedad del aire y a la pluviosidad, que son conocidas como «sombra de lluvia». Estos valles se constituyen en enclaves secos donde prospera una vegetación propia de zonas subhúmedas y en ocasiones de xerofíticas; en las áreas más bajas se encuentran parches de bosque seco, en su mayoría riparios y en avanzado estado de degradación.

Las áreas dignas de mención son: la parte baja del río Patía, departamento del Cauca, donde hay once fragmentos de bosque que cubren una extensión total de 32 has; el cañón de río Dagua, departamento del Valle del Cauca, donde la vegetación seca, desarrollada sobre terrenos de fuerte pendiente, contrasta notoriamente con los bosques húmedos de las zonas vecinas; el valle del río Sogamoso, departamento de Santander, donde los bosques están bastante degradados por el pastoreo de ganado caprino y el valle del río Pamplonita, al sur de Cúcuta, departamento de Norte de Santander.

Debido al aislamiento geográfico, estos enclaves de bosque seco alojan algunos elementos florísticos y faunísticos endémicos, como la cactácea Frailea colombiana del cañón del río Dagua y el colibrí Amazilia castaneiventris del valle del río Sogamoso y el cañón del Chicamocha.

LA IMPORTANCIA DEL BOSQUE SECO TROPICAL

Los bosques secos constituyen ecosistemas complejos que aportan una amplia gama de beneficios económicos, sociales y ambientales que pueden agruparse en tres grandes categorías: productivas, regulativas e informativas.

Las funciones productivas, además de ser el hábitat de numerosas especies, tanto vegetales como animales, suministran al hombre alimento, maderas, materiales de construcción, combustibles, leña, fibras, plantas ornamentales y toda una serie de compuestos químicos secundarios como resinas, alcaloides, aceites esenciales, látex y fármacos; algunas regiones son importantes para las actividades socioculturales y religiosas y otras pueden constituirse en destinos turísticos y de recreación.

Las regulativas comprenden, entre otras, la captación y almacenamiento de dióxido de carbono para la amortiguación del cambio climático global, la protección de los suelos contra la erosión y el desecamiento, la absorción, almacenamiento y liberación de agua lluvia y freática, el reciclamiento de nutrientes, la regulación del clima, el amortiguamiento de la intensidad del viento y del ruido, la regeneración de productos como madera, frutas y hojarasca y la absorción y transformación de energía térmica y lumínica.

Las funciones relacionadas con la información se refieren a que portan los genes de las especies que allí viven, lo cual incluye sus complejas interacciones de simbiosis y los procesos ecológicos resultantes.

Las funciones productivas son las más fáciles de apreciar, puesto que permiten una utilización directa, como es el caso de los productos madereros; otros beneficios que los bosques proporcionan son intangibles, no son fácilmente percibidos por las comunidades locales y por lo tanto representan beneficios indirectos o intrínsecos.
Los usos directos son muy diversos y varían regionalmente de acuerdo con las tradiciones culturales de la población y las de tenencia de las tierras. Uno de los más generalizados es la extracción de maderas, puesto que los bosques secos son el hábitat de muchas especies que producen maderas finas de gran demanda para la elaboración de muebles, mampostería y artesanías, como las ceibas, los robles, los cedros, los guayacanes y el ébano, pero también para la construcción de viviendas, como el caracolí y el carreto. Las tasas de explotación han sido superiores a las de rebrote de nuevos árboles, por lo cual dichas especies son muy escasas en algunas áreas y la actividad extractiva es insostenible.

El bosque seco tropical es la fuente original de algunos alimentos, especialmente de frutos como el níspero, el caimito, el mamoncillo y el jobo, pero también de ciertas variedades de pimienta y ají. Las cepas silvestres de estas plantas aún se conservan en los remanentes de bosque; algunas han sido «domesticadas» como ornamentales en parques y avenidas, como los robles y guayacanes, o para la instalación de cercas vivas, como el matarratón. Varias plantas nativas han despertado recientemente gran interés como alternativa en la alimentación de animales rumiantes, puesto que pueden aportar los nutrientes que comúnmente son escasos en cantidad y calidad en las dietas constituidas sólo por pastos; se trata de frutos, semillas —principalmente de leguminosas como el trupillo— y hojarasca, que equivale al heno natural.

Otros productos tradicionales obtenidos del bosque seco incluyen las totumas, resinas, fibras y plantas medicinales. La ceiba, por ejemplo, produce una fibra sedosa resistente al agua, empleada como relleno de aislantes, tapizados, salvavidas y almohadas; de la corteza de la majagua obtenían los aborígenes tayronas de la región de Santa Marta la fibra para elaborar las redes y líneas de pesca, tradición que heredaron y practicaron los pescadores de Taganga, aldea vecina a dicha ciudad, hasta hace unas pocas décadas; la madera de bija o palo santo se utiliza para saumerios, como repelente de insectos y su resina para curar heridas y extraer de la piel aguijones y espinas enconadas.

Una cuarta parte de las medicinas disponibles en la actualidad proviene de las plantas y el 70% de éstas han sido identificadas por el National Cancer Institute, como útiles en tratamientos contra el cáncer y como antitumorales. Plantas propias del bosque seco tropical, algunas de ellas usadas tradicionalmente como infusiones y emplastos, han dado origen a fármacos comerciales para el tratamiento de la hipertensión, la artritis y afecciones cardíacas; sin embargo, un porcentaje mínimo de sus especies ha sido estudiado para su posible uso medicinal.

En cuanto a los valores intrínsecos, la biodiversidad de los bosques, que constituye un bien per se, es uno de los mayores patrimonios de que disponen las naciones tropicales. Las especies que se encuentran en estos hábitats representan un recurso genético enorme que puede ser la base de futuros productos farmacéuticos y forestales no maderables; por otro lado, los bosques tropicales brindan protección a las cuencas hidrográficas pues dan estabilidad al terreno en las laderas, disminuyen la posibilidad de avalanchas en la época de lluvias y moderan la tasa de escorrentía, reduciendo así los caudales durante las crecidas y aumentándolos durante las épocas secas.

El papel de los bosque en la regulación del clima se manifiesta no sólo a escala global —al capturar dióxido de carbono, contrarresta el calentamiento global— sino también local; las masas boscosas absorben el calor del sol en mayor proporción que los campos sin cobertura y reducen la temperatura ambiental; además actúan como barreras rompeviento que moderan el impacto que pueden causar las tormentas y vendavales.

El uso más extendido y evidente que se ha dado a los bosques secos tropicales, no sólo en Colombia sino en todo el mundo, es el de transformarlos en otro sistema. Debido a que los climas secos han sido preferidos por los humanos de las regiones tropicales y los suelos de la zona de vida correspondiente al bosque seco son por lo general de mejor calidad que los de las selvas húmedas, los asentamientos humanos y sus actividades productivas se han concentrado en dicha zona.

El agotamiento de recursos forestales no es exclusivamente un fenómeno de los tiempos modernos; un caso histórico es el de las islas de San Andrés y Providencia, que hasta el arribo de los europeos estaban deshabitadas y eran visitadas sólo esporádicamente por pescadores y cazadores de tortugas que habitaban las costas de Centroamérica. Posteriormente corsarios, puritanos ingleses y contrabandistas holandeses encontraron en ellas, además de una estación de paso y un refugio transitorio durante sus travesías por el Caribe, tierras de cultivo y maderas para la reparación y construcción de embarcaciones; entonces el cedro y otras maderas finas fueron entresacadas, hasta agotarlas durante los siglos XVI y XVII.

El uso intensivo, e incluso el abuso de los recursos naturales no fue prerrogativa de los europeos en tiempos coloniales, ni de los criollos de la Independencia, ni de las sociedades modernas; desde su inicio, la historia de la especie humana en el continente americano ha estado marcada por eventos de agotamiento de los recursos naturales, aunque también, justo es reconocerlo, por notables experiencias de uso sostenido y adecuado de los mismos.

Estudios arqueológicos asocian el colapso de varias culturas prehispánicas con el agotamiento de los recursos naturales; el de Teotihuacán, en México, ha sido vinculado a procesos de sobrexplotación del ambiente. Ejemplos de tal magnitud en las culturas que poblaron el territorio de la actual Colombia se desconocen; sin embargo, es evidente que algunas de ellas explotaron intensamente los bosques secos en ciertas áreas, como ocurrió con la cultura Tayrona, asentada en la zona costera y el piedemonte de la Sierra Nevada de Santa Marta, cuya población alcanzó densidades considerables. En algunas de las bahías del actual Parque Nacional Tayrona se erigieron poblados importantes y la extracción de leña, maderas, fibras, tinturas, frutas y animales de los bosques aledaños debió de ser considerable. Con la llegada de los conquistadores, los aborígenes se replegaron hacia las montañas, lo que permitió al bosque de la zona costera su regeneración natural hasta lograr la comunidad de clímax que se observa actualmente en algunas áreas del parque. Procesos similares debieron de darse en otras áreas de la planicie del Caribe, donde se asentaban, entre otros, los Zenúes y los Chimilas y en los valles interandinos con los Quimbayas, Pijaos y otros pueblos. Con los conquistadores arribaron a América también enfermedades hasta entonces desconocidas para los aborígenes, contra las cuales su sistema inmunológico no estaba preparado. La consecuencia fue un colapso demográfico generalizado, que seguramente se vio reflejado en una recuperación de los ecosistemas naturales.

La leña, el carbón de madera y otros combustibles derivados de los bosques secos han sido una fuente de energía y siguen siéndolo para muchas comunidades rurales. Ante la enorme reducción del área de los bosques, la presión sobre los remanentes, incluyendo los de las zonas destinadas a la conservación, ha alcanzado niveles críticos y ha dado origen a conflictos entre leñadores y autoridades ambientales y propietarios de tierras; por esta razón es de vital importancia protegerlos y colaborar con su recuperación.

 
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