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CAPÍTULO 7

EL HOMBRE Y LA AMAZONIA

 

Desnudos, apenas adornados con pintura sobre sus cuerpos y rostros, un pequeño grupo de hombres, mujeres y niños emergieron de la selva un día de 1988, cerca a la población de Calamar, al sur de San José del Guaviare. Nadie los había visto antes, no se comprendía su lengua, tampoco se conocía su procedencia; se trataba de un grupo de nukaks, que junto con los achagua, desano, embera katio, guayabero, huitoto, karijona, nasa, puinave, tikuna, yagua, yanacona y 50 comunidades nativas más, constituyen el último reducto de pueblos indígenas que, después de 500 años, permanecen en la Amazonia colombiana luchando por conservar sus tradiciones.

Los nukak —uno de los pocos grupos de cazadores nómadas que permanecen en el mundo— y otros grupos conocidos genéricamente como makú, forman parte de la familia lingüística Makú–puinave que tradicionalmente ha ocupado las áreas interfluviales del noroccidente amazónico, cuya población no supera los 3.000 individuos. Su forma de vida los llevó a establecer una relación de mutuo beneficio con el medio; sus hábitos de recolección, caza selectiva, corte de ciertas especies de árboles durante los traslados y abandono de sus campamentos transitorios, han ido creando parches en la selva que se tornan altamente productivos gracias a la abundancia de semillas, especialmente de palmas como la milpesos, que ellos depositan después de consumir el fruto, lo que demuestra que es posible un manejo silvicultural del medio, sin necesidad de implementar una horticultura de roza y quema. De esta manera han subsistido armónicamente en la selva desde tiempos ancestrales, pero actualmente se encuentran en proceso de aculturación y están a punto de desaparecer, pues sólo 200 siguen dispersos por las selvas del norte y el centro del Guaviare, en tanto que 300 de ellos se encuentran en los alrededores de San José del Guaviare.

Investigaciones arqueológicas realizadas en el medio río Caquetá, a 50 kilómetros de Araracuara, en el sitio de Peña Roja, revelaron, con base en el hallazgo de semillas de ocho especies de palma que hicieron parte de su dieta, la ocupación humana del territorio por parte de cazadores recolectores hace entre 9.000 y 9.300 años. En los abrigos rocosos de la serranía de Chiribiquete las evidencias de asentamientos se remontan a 5.500 años antes del presente, pero es muy probable que estos se hayan presentado desde hace unos 10.000.

De acuerdo con la antropóloga Elizabeth Reichel, otros grupos que llegaron por las selvas de la Amazonia, fueron los que dieron origen a las culturas de la región y a las andinas; eran pequeñas bandas de pescadores, cazadores y recolectores nómadas, que a partir del año 5.000 antes del presente, iniciaron el cultivo de yuca y de maíz y desarrollaron técnicas de tala y quema, con cultivos rotatorios, lo que les aseguró la subsistencia. Cerca del río Guaviare, al suroriente de la serranía de La Macarena, se encontró un abrigo rocoso que fue habitado hace 7.250 años por grupos que explotaron los recursos del bosque utilizando herramientas como raspadores elaborados en chert, cuarzo y cuarcita; el hábitat donde desarrollaron sus actividades era selvático y hace unos 5.000 años comenzaron a desplazarse hacia los Andes.

CONOCIMIENTO Y USO TRADICIONAL DE LA SELVA

Los grupos indígenas han logrado preservar buena parte del conocimiento ancestral sobre el manejo de la selva y el aprovechamiento de las especies de flora y fauna que el medio les brinda. Expertos en etnobotánica estiman que de las 80.000 plantas que hay en la Amazonia, en la parte colombiana unas 1.500 son usadas como medicinas o venenos; algunas son sagradas y sólo las emplean los chamanes y otras son de uso común para los nativos. La cultura occidental apenas hasta ahora ha comenzado a investigar el vasto recurso que se deriva de los compuestos químicos producidos por las plantas de la selva húmeda tropical y sus aplicaciones. Los indígenas de la Amazonia han desarrollado dos formas de utilización de la selva: el esquema de los nómadas, forma de vida de los nukak–makú, basada en la caza y la recolección y el esquema de los grupos sedentarios, cuya subsistencia se basa en la horticultura itinerante de las chagras.

LA AGRICULTURA ITINERANTE

La dinámica natural forma claros de diferentes tipos y tamaños en la selva amazónica, debido a que grandes árboles son derribados por vientos y tormentas, en ocasiones acompañados de incendios. El hombre aprendió a reconocer y a manejar la oferta de recursos de la selva y con el tiempo convirtió la formación de claros en la selva en un modelo de agricultura itinerante de bajo impacto, conocido como chagra o conuco, en el cual, mediante el sistema de tala y quema realizado durante la época seca, se preparaba el terreno para cultivar plantas alimenticias y para usos rituales.

La chagra no es simplemente un claro en la selva o un terreno de cultivo; es un espacio de fertilidad de dominio femenino, que complementa la maloka, vivienda multifamiliar indígena. El hombre es el encargado de elegir el terreno que ocupará la chagra, el cual, después de curado por el chamán, es talado con la ayuda de la comunidad y después quemado, en compañía de la pareja matrimonial.

En corto tiempo las plantas cultivadas disponen de los nutrientes liberados por las cenizas y comienza un proceso natural de sucesión vegetal o enrastrojamiento que además de proteger el suelo de la erosión, enriquece la chagra con especies herbáceas, algunas de uso medicinal como la caña agria, utilizada para combatir la fiebre y la hierba golpe, para las inflamaciones. Después de cosechadas las plantas de ciclos más largos como la yuca y el plátano, la chagra es abandonada y comienzan a crecer especies pioneras maderables, palmas y bejucos, como el curare o bejuco escalera. En fases más avanzadas de la sucesión vegetal surgen árboles tan importantes como las yanchamas o frutales como el juan soco que produce un látex que sirve como pegante para calafatear botes o para fabricar chicle; también es empleado para combatir la diarrea.

La ubicación, tamaño y composición de la chagra varía de acuerdo con las características de los suelos y los requerimientos básicos de cada grupo familiar. Entre la amplia variedad de plantas utilizadas, unas son transitorias: achira, ají, arroz, batata, caña, coca, dale dale, goiteño, mafafa, maíz, maní, ñame, piña, platanillo, plátano, yuca brava, yuca dulce, pupunha y tabaco; otras son perennes: anón amazónico, banano, barbasco, cacao, caimo, chontaduro, guacure, guamo, lulo, maraca, marañón, ucuye y uvilla. Las plantas se disponen en un arreglo espacial en el que la coca ocupa un lugar estratégico de carácter simbólico y de relaciones entre las plantas y las condiciones ambientales.

Las chagras abandonadas forman parte de un complejo sistema de terrenos intervenidos, algunos de más de 80 años, cuya estructura y composición es similar a la de la selva natural, pero enriquecida con palmas y árboles frutales; el conjunto de chagras en barbecho o descanso forma una especie de mapa que permanece en la memoria colectiva, de tal manera que las nuevas chagras se ubican donde estaban las más antiguas.

ABUNDANCIA DE ESPECIES PROMISORIAS

Las especies vegetales utilizadas por las comunidades indígenas de la Amazonia pueden ser entre 1.600 y 1.800. En los estudios de la bióloga Constanza La Rota sobre las plantas utilizadas por la comunidad miraña, que habita a lo largo del río Caquetá, se identificaron 264 especies útiles, de las cuales 81 son alimenticias, 23 venenosas, 9 tinturas, 14 sirven para construcción de vivienda, 4 para fabricación de canoas o implementos, 27 para la elaboración de utensilios domésticos, 40 son mágico–medicinales, 6 sirven para preparación de sales vegetales, 4 para inciensos, 19 son febrífugos, 10 bacteriostáticos, 19 gastrointestinales, 8 antirreumáticos, 6 antiofídicos, 8 analgésicos, 8 antiinflamatorios, 5 bronquiales, 3 curan las fracturas, 8 son cicatrizantes, 3 hepáticos, 2 para el riñón, 3 oftálmicos, 23 dérmicos, 1 hemostático, 1 contra las quemaduras y 1 ótico.

La antropóloga Elizabeth Reichel describió así el legado de los indígenas de la Amazonia:

«Tanto por la diversidad de especies de flora y fauna, como por la complejidad de los ecosistemas amazónicos, los aborígenes se vieron excepcionalmente estimulados para crear diversos modelos de adaptación. Tal diversidad les ofreció un laboratorio sin par, en el que desplegaron soluciones y fórmulas para su medicina, alimentación, recreación y vivienda, su organización económica, política y social, así como para su arte y filosofía. De otra parte, la contribución de estas poblaciones amerindias ha sido y es enorme, tanto para Colombia como para el mundo. Los indígenas de selva húmeda tropical experimentaron y desarrollaron conocimientos que hoy son parte de nuestra medicina, farmacéutica, economía, filosofía, literatura, arte, política, arquitectura, biología y astronomía. Aún hay muchas lecciones más que debemos escuchar y defender. Nos ofrecen, además, modelos alternativos de organización social y de manejo ambiental. Todo ello se les debe reconocer, retribuyéndoles respeto y autoridad».

EL BIOCOMERCIO

El manejo de los recursos biológicos de la Amazonia se sustenta en el biocomercio sostenible, definido por el Instituto Humboldt como el conjunto de actividades de recolección o producción, procesamiento y comercialización de bienes y servicios derivados de la biodiversidad nativa, bajo criterios de sostenibilidad ambiental, social y económica; a diferencia del comercio tradicional, busca la conservación de la biodiversidad, al tiempo que promueve el desarrollo humano y económico de la población que depende de este recurso, excluye el uso de especies altamente amenazadas y respeta la libre determinación de las comunidades indígenas, afroamericanas y campesinas, de participar en cualquier iniciativa de estas características. Gracias a su riqueza en materia de biodiversidad, Colombia puede lograr una adecuada utilización de una amplia gama de productos y servicios provenientes de la biodiversidad, que en el mercado mundial están en un continuo crecimiento. El mercado de los productos naturales no maderables se estima en US$ 60 billones anuales, el de extractos vegetales medicinales en US$ 16,5 billones, el de drogas provenientes de plantas en US$ 30 millones y el turismo basado en el entorno natural genera más de US$ 260 billones anuales.

La Amazonia ofrece un gran potencial para el biocomercio sostenible gracias a sus servicios ambientales y su diversidad de productos, que sirven para extraer aceites esenciales, colorantes naturales, plantas aromáticas y medicinales, gomas naturales, resinas y oleorresinas, aceites y grasas vegetales, extractos vegetales, maderas finas, alimentos y ecoturismo, entre otros. Entre las especies promisorias algunas pueden ser utilizadas como frutas, o ser transformadas debido a la calidad de su pulpa, como el copoazú, el maraco, el borojó, el anón amazónico, la granadilla cimarrona, el camu camu, la uchuva y el lulo amazónico. Para la producción de aceites de alta calidad o para la producción de palmito se pueden cultivar las palmas milpesos, chontaduro y asaí y los árboles umarí y tacay. Se encuentran productoras de nueces, como el olla de mono y el algarrobo y varias productoras de frutos y maderas, como el juan soco, el marañón gigante y el guaimaro.

Muchas de las maderas finas que han sido explotadas selectivamente, se pueden aprovechar y conservar mejor con un adecuado manejo, tal es el caso del cedro macho, el cedro amargo, el cedro achapo, la caoba y el grandillo, que son de gran demanda en el mercado.

LA FAUNA SILVESTRE

La inmensa variedad de mamíferos, anfibios, aves, reptiles e insectos representa un enorme potencial que puede ser aprovechado de manera sostenible; durante el período 1995–2001 se comercializaron cerca de 15 millones de peces ornamentales extraídos de los ríos Caquetá y Putumayo y de los ríos Amazonas y Putumayo se obtuvieron 51.000 toneladas de peces de consumo como el baboso blanco, el guacamayo, el capitán, el barbiplancho y el bocachico. Sin embargo, para lograr la sostenibilidad es necesario aprender a manejar las poblaciones en su hábitat natural y lograr su reproducción en cautiverio.

El desarrollo incipiente de la explotación de la fauna silvestre en la Amazonia colombiana frente a una oferta tan grande, se debe, según Luis Guillermo Baptiste, a un proceso histórico de marginalización social y económica. La conservación de la fauna silvestre en los países en desarrollo como Colombia, donde su uso es, además de tradicional un factor de supervivencia, no puede basarse en prohibiciones que minimicen los beneficios a los pobladores, sino en un manejo sostenible que, de acuerdo con los nuevos desarrollos es biológicamente necesario y posible. El manejo de los recursos de fauna puede plantearse bajo dos esquemas: uno de protección, que minimiza las presiones externas negativas sobre un determinado tipo de fauna que se encuentra en serio peligro de desaparición y otro manipulativo que cambia o influye sobre el tamaño de las manadas, a través de las modificaciones en su alimento, su hábitat, la cantidad de predadores y el control de las enfermedades.

GRANDES RETOS PARA LA AMAZONIA COLOMBIANA

A pesar de las dificultades, el país ha dado un gran paso al integrar las nuevas dinámicas del biocomercio sostenible impulsadas por el Instituto Humboldt, con la construcción de una agenda regional o Plan de Acción para cada departamento amazónico, liderada por el Instituto Sinchi. De acuerdo con la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo —UNCTAD—, son necesarias algunas medidas de planificación, tomadas por parte de los gobiernos, las comunidades y el sector privado. Se debe formular un marco jurídico y normativo, adquirir capacidades técnicas y empresariales, obtener información de los mercados y acceso a ellos, formular planes de conservación de la biodiversidad y fomentar la capacidad para proponer planes empresariales sólidos en el sector de los productos del biocomercio.

En el contexto regional, los países amazónicos afrontan el reto de promover el desarrollo sostenible de esta vasta región y al mismo tiempo lograr un mejor entendimiento en la utilización de las riquezas naturales de la Amazonia. En el plano nacional y liderado por el Sinchi con la participación de otras instituciones, mediante el Plan de Acción —Agenda 21—, en el 2006 y 2007 se asumió el desafío de resolver tres problemas claves: la creación de una política de largo plazo para la Amazonia colombiana, que reoriente las dinámicas de desarrollo con criterios de sostenibilidad en aspectos como el político el socioeconómico, el cultural y el ecológico y articule las gestiones implementadas con el Gobierno Nacional; el fomento e integración de los procesos de investigación en la región y el fortalecimiento de la Agenda 21 entre las instituciones regionales y nacionales. Estas políticas deben contemplar, tanto para los procesos de conservación como para los de desarrollo sostenible, el mantenimiento de los ambientes ecológicos esenciales y la conservación y manejo de la diversidad biológica en todos los niveles —genético, organismos, poblaciones y ecosistemas—.

AFRONTAR EL CAMBIO CLIMÁTICO

El clima esta cambiando a nivel global y regional como ocurrió muchas veces en el pasado; es probable que muy pronto debamos afrontar cambios dramáticos que traerán profundas consecuencias en los ecosistemas de la Amazonia, los cuales van a afectar otros ecosistemas vecinos y a la población. El problema central es que no estamos preparados para enfrentar tales cambios y no se están tomando las medidas de adaptación adecuadas.

La organización mundial de conservación WWF, predice un ambiente más calido y seco para la región y una disminución en la precipitación en la Amazonia; por esta razón, el mundo necesita evaluar la vulnerabilidad a este cambio e intensificar los esfuerzos de conservación de la biodiversidad. El Panel Intergubernamental de Cambio Climático —IPCC— confirmó que el calentamiento global esta afectando los sistemas biológicos alrededor del globo; lo que desconocemos es en qué medida afectará la Amazonia colombiana y la vertiente andina en aspectos como el ciclo hídrico; sin embargo, es difícil diferenciar cuáles efectos se deben realmente al cambio climático y cuáles a la deforestación o a la sinergia entre los dos.

Los cambios climáticos en la Amazonia afectan la región andina, cuyo calentamiento es patente desde hace más de tres décadas. Desde 1990, a nivel mundial se registraron aumentos en la temperatura de 0,2ºC por cada década y entre 1974 y 1998 el incremento en la región andina fue de 0,34ºC; es decir, 70% más que el promedio. Como reflejo de la relación Andes–Amazonia, algunos eventos climáticos en los Andes han sido extremos, como las inundaciones en algunos lugares y las sequías o granizadas extraordinarias en otros. Algunos modelos que predicen cómo las ciudades son afectadas por el cambio climático, publicado por la Secretaría General de la Comunidad Andina, estiman que en 2025 el 70% de la población urbana tendrá dificultades para acceder a fuentes de agua limpia. En 2020 alrededor de 40 millones de personas podrían verse afectadas por la falta de agua para su consumo y para la producción de energía eléctrica y la agricultura, cifra que alcanzaría a afectar a 50 millones en el 2050, debido a la desglaciación de los Andes. Estas deficiencias representarían en el año 2025, para los países de la Comunidad Andina, una pérdida económica de aproximadamente US$ 30.000 millones anuales, lo que equivale al 4,5% del PIB.

El cambio climático es una seria amenaza para la Amazonia colombiana, para sus ecosistemas periféricos y para el país, debido a la mayor frecuencia de fenómenos climáticos a los que, como el de El Niño, se les debe prestar atención inmediata. En este ámbito, el IDEAM busca afanosamente y con tecnología de punta, dar respuesta a los numerosos interrogantes que surgen del Proyecto Piloto Nacional de Adaptación al Cambio Climático, para así poder mitigar estos cambios que son irreversibles.

EL ENTORNO SOCIAL

Uno de los mayores retos en relación con la Amazonia colombiana tiene que ver con la solución de los problemas sociales que históricamente han afectado a la Amazonia y la Orinoquia. Primero fueron los generados por los españoles que durante la Colonia se adentraron en estas selvas en busca de El Dorado y en su transcurrir sometieron a los indígenas. Posteriormente, en la zona comprendida entre los ríos Caquetá y Putumayo, en una vasta zona de caucherías cuyos centros de acopio eran La Chorrera, en el área del río Igara Paraná y El Encanto en la región del río Cara Paraná, se desarrolló la más infame explotación de los indígenas que eran esclavizados, torturados y asesinados cuando el patrón lo consideraba conveniente; la Casa Arana —angloperuana— fue la gran explotadora en dicha región y pronto creó una red en el interior de la selva. El caucho se extraía del tronco de la siringa, cuyo látex recogían los indígenas y como los árboles estaban dispersos, debían recorrer diariamente grandes distancias para llevar el producto a la barraca, donde el propietario lo recibía como contraprestación de algunas mercancías que les había adelantado previamente, lo cual generaba un endeudamiento imposible de saldar. Ante las atrocidades cometidas, el gobierno inglés ordenó una investigación y como resultado, en 1913 se publicó en Londres El libro rojo del Putumayo, donde se denunciaban los crímenes cometidos por Arana; la situación no se modificó y cuando los peruanos tuvieron que ceder sus pretensiones sobre la región colombiana del norte del Putumayo, con la firma del Tratado Salomón–Lozano, en 1924, los caucheros fueron llevados en condiciones inhumanas hacia el Perú. En ese mismo año, José Eustasio Rivera publicó La Vorágine, novela en la que denunció la situación de las caucherías y la presencia de la Casa Arana en Colombia.

Recientemente los conflictos propios de la colonización agroindustrial, la explotación minera y energética y los derivados de las economías ilícitas y el narcotráfico, han sido los causantes del deterioro en la calidad de vida de indígenas y colonos. Frente a situaciones que van desde la abierta confrontación de proyectos políticos antagónicos, hasta la pugna por la distribución, uso y explotación de los recursos, se deben diseñar políticas que además de resolver el conflicto contribuyan con el establecimiento de los mecanismos ideales para incrementar la protección de la Amazonia colombiana, lo que a su vez contribuirá con la preservación de la más grande reserva forestal del mundo y con ella, del mayor banco genético de especies.

 
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