Además
de los ambientes característicos de la Amazonia,
que son los de montaña de la parte andina y los de
selva lluviosa tropical de la llanura amazónica,
están las franjas de transición entre la selva
y la sabana, las zonas de arenas blancas con escasa vegetación,
conocidas como caatingas
y las antiguas formaciones del Escudo de Guayana o tepuyes.
SELVA DE TRANSICIÓN
En el límite norte de la Amazonia colombiana, a la
altura del curso del río Guaviare, el predominio
de los meses secos, la poca disponibilidad de agua en el
suelo y la fuerte influencia de los incendios, son factores
que limitan el desarrollo de la vegetación y consolidan
un paisaje de sabana seca o estacional; la selva tropical
desaparece o se vuelve muy rala y se reduce a pequeñas
franjas de bosques de galería de bajo porte, asentadas
en los valles más húmedos de la altillanura,
siguiendo el curso de los caños y los ríos.
Camilo Domínguez, investigador de la Amazonia colombiana
denominó Selva Transicional Norte a esta región;
es un área de vegetación baja que cubre aproximadamente
140.000 km2 y está formada por un conjunto de microcuencas
que llegan al río Atabapo y continúan hacia
el norte por las cuencas de los ríos Inírida,
Matavén, Guaviare y parte de la vertiente oriental
del río Vichada. Esta zona, que drena hacia el Orinoco,
hace parte de la Amazonia noroccidental y presenta un paisaje
de altillanura ondulada a fuertemente ondulada, con suelos
pobres en nutrientes que reciben precipitaciones de entre
2.000 y 3.000 mm al año, con temporadas secas de
uno a dos meses. La selva de transición comparte
muchos aspectos fisonómicos, estructurales y de composición
florística con los bosques de galería de la
altillanura; sin embargo, las especies caducifolias como
el floramarillo son escasas; se encuentran maderas valiosas:
granadillo, sangretoro, cedro macho, cabo de hacha o costillo,
caimo, anime, peine mono y el flor morado. Las palmas, entre
las que se destacan el chuapo, el cumare y el corozo, son
abundantes.
En los estratos bajos del sotobosque es muy común
la palma yagua, de frutos ricos en aceites y de su tallo
grueso subterráneo emergen hojas hasta de 5 m de
longitud. Cuando se tala el bosque es muy difícil
erradicarla, puesto que del banco de semillas enterradas,
con la luz y las altas temperaturas, germinan miles de semillas
que dan la apariencia de una plantación de palmas;
finalmente sucumbe después de muchos años
de desyerbe, pastoreo e intensificación de la erosión
del suelo. Otra palma que se destaca por su altura y múltiples
usos es la milpesos o seje, de gran importancia como alimento
para la fauna silvestre, que ha sido aprovechada por los
indígenas desde tiempos antiguos y produce aceite
de alta calidad.
LAS CAATINGAS
Durante los primeros meses del año, en el noroccidente
de la Amazonia colombiana el notable descenso de la pluviosidad
forma una cuña de sequedad que penetra cientos de
kilómetros hacia el sur, entre los meridianos 73
a 75 oeste, lo que es suficiente para hacer variar notablemente
la flora de la zona y generar arrabales o caatingas,
que son algunos de los ecosistemas terrestres menos conocidos
del país, a pesar de su fascinante contexto biogeográfico
y de su elevado grado de endemismos. Estas grandes extensiones
de vegetación herbácea se localizan en el
alto río Negro, en la cuenca del río Inírida
en Guainía, en parte de Vaupés y en las sabanas
del Refugio o sabanas del Yari, en el extremo sur de la
serranía de La Macarena.
Según Guillermo Sarmiento, ecólogo especialista
en sabanas tropicales, estas seudosabanas sobre arenas blancas
soportan una fuerte y prolongada inundación anual;
sus suelos están constituidos casi exclusivamente
por arenas cuarcíticas y probablemente son los ecosistemas
más hiperdistróficos —faltos de nutrientes—
del trópico americano. Las sabanas llaneras cubiertas
por gramíneas se diferencian florísticamente
de las sabanas amazónicas de plantas herbáceas,
porque éstas fueron centros de diversificación
más antiguos y su vegetación se adaptó
a los sustratos arenosos —psamófila—,
escasos en nutrientes, desde hace más de 70 millones
de años.
Los arenales de la planicie amazónica surgieron en
las épocas extremadamente secas del Pleistoceno
—hace 10.000 años—, cuando el viento
arrastró arenas fluviales y cuarcíticas
provenientes de la erosión del Macizo Guayanés.
En estos suelos donde predominan arenas blancas con altos
niveles de humedad edáfica se desarrolla un bosque
muy pobre, de poca altura y de tallos delgados generalmente
con menos de 30 cm de diámetro, denominado varillal.
La formación vegetal, también llamada caatinga,
corresponde al mosaico de selvas bajas y sabanas que predominan
en los departamentos de Guainía y en Vaupés,
en una extensa franja cerca al Orinoco. Los caatingales
de la Amazonia colombiana son muy diferentes a los de la
verdadera caatinga
—caa= bosque; tinga= blanco o ralo— del Tupí–Guaraní
de la Amazonia brasileña, tanto en su composición
y fisonomía como en otros aspectos ecológicos;
sin embargo, muestra algunas similitudes en las estrategias
de adaptación de las plantas a ambientes con deficiencia
de nutrientes.
Bosques de arena blanca o varillales similares a los caatingales
de la Amazonia peruana, al suroccidente de Iquitos, donde
hay pocas especies, pero abundantes individuos por especie
y los árboles presentan diámetro reducido;
el sotobosque es bajo e irregularmente abierto, los bejucos
tienen una cantidad muy reducida de especies e individuos
y el estrato herbáceo está compuesto predominantemente
por helechos.
El aspecto de los varillales puede variar desde un bosque
enano de 2 a 4 m de altura, con capa orgánica gruesa
de 43 cm de espesor y con el 90% de tallos menores de 1
cm de diámetro, hasta bosques con una altura de 30
m, escasa materia orgánica —1 cm— y árboles
macizos hasta de un metro de diámetro; aún
no se sabe a qué se deben estas variantes en su estructura.
En las depresiones o cuando hay capas impermeables en el
subsuelo, el bosque sobre arena blanca presenta muy baja
estatura —chamizal—, alta penetración
de luz y un dosel dominado por aguaje, aguaje de varillal
y aguajillo. Los varillales albergan una fauna y flora únicas,
adaptadas a condiciones muy duras de estrés por escasez
de nutrientes y a la fluctuación constante de la
capa freática; muchas especies como las de los géneros
Bonnetia y Ternstroemia son endémicas.
Investigadores del Instituto de Ciencias Naturales de la
Universidad Nacional descubrieron una gran complejidad ecosistémica
y heterogeneidad espacial en los caatingales
del Guainía y de acuerdo con su fisonomía
y la fisiografía, los caracterizaron en los siguientes
tipos de vegetación y de ambientes:
-
Bosques
medianos de las planicies aluviales bajas. Son los que
están sujetos a inundación y presentan un
arbolado de 15 a 18 m de altura con diámetros de
7 a 30 cm. Entre las 58 especies que registraron en estos
bosques, se destacan comunidades de la Sapotácea
Manilkara y la Lecitidácea Gustavia,
entre otras.
-
Bosquecitos
y matorrales de ribera. Se desarrollan en los caños
y planicies aluviales bajas inundadas estacionalmente
y su vegetación, que tiene 7 m de altura y tallos
menores de 15 cm de diámetro, presenta entre 14
a 29 especies. Los matorrales, que rodean la sabana, se
desarrollan sobre suelos arenosos y alcanzan los 5 m de
altura; están compuestos por palmas y arbustos
de hojas esclerófilas como el gaquillo y los delgados
arbolitos de Humiria, especialmente adaptados
a la pobreza en nutrientes. Las investigaciones señalan
que las plantas bajo estas condiciones hacen asociaciones
simbióticas con micorrizas ectotróficas,
lo que les permite suplir la deficiencia de nutrientes
en el sustrato arenoso y optimizar la captura de algunos
minerales como el fósforo y el nitrógeno,
fundamentales para su desarrollo. El excedente de productividad,
como la hojarasca y las ramas, forman una pequeña
capa de humus y la acción descomponedora de microorganismos,
como los hongos basidiomicetos, lentamente libera los
ácidos húmicos y minerales que contribuyen
a la coloración ambarina característica
de las aguas ácidas de estos ecosistemas.
-
Bosques
altos de las terrazas medias de altillanura. Alcanzan
una altura de 18 m con árboles que alcanzan 35
cm de diámetro. Entre las 89 especies que componen
estos bosques se destacan las Burseráceas Protium
opacum y Dacryoides chimantensis, de un
gran potencial económico como productoras de resinas
industriales; entre las maderables está la leguminosa
del género Clathrotropis.
Otros
tres tipos de vegetación encontrados en los planos
aluviales de las sabanas arboladas con suelos arenosos,
donde se desarrollan el pasto Mesosetum y arbolitos
de Licania, son: las comunidades de pequeños
arbolitos de laurel y saladillo; las comunidades de Rapateáceas,
entre las que crece la flor de Inírida, reconocida
por su uso ornamental y los bosques de chiquichiqui, conocidos
locamente como fibrales, que cobran especial importancia
debido a su utilización artesanal por parte de las
comunidades indígenas curripacos y cuinaves. Los
estudios sobre este ecosistema, indican que los fibrales
que crecen sobre suelos arenosos son más pobres y
presentan cerca de 377 individuos por hectárea y
los fibrales sobre suelos arcillosos llegan a 602 individuos
por hectárea.
LOS TEPUYES
Las formas extraordinarias de vida que hay en las inexpugnables
cimas de los tepuyes, monumentales mesas de la roca granítica
más antigua del mundo, que emergen envueltas en nubes
en medio de la selva amazónica, han suscitado siempre
el deseo de conocerlas y fueron fuente de inspiración
para el escritor inglés Sir Arthur Conan Doyle, en
su novela Mundo perdido.
Tanto la biota como las culturas que albergaron estas fabulosas
formaciones de la Amazonia colombiana fueron por mucho tiempo
desconocidas; una de las primeras expediciones para explorarlas,
la realizó en 1820 el botánico Carl von Martius,
quien logró solamente llegar hasta la base de las mesas
de Araracuara. La serranía de La Macarena fue objeto
de una gran exploración por parte del botánico
Jesús Idrobo y en la década de 1980, varios
investigadores lograron establecer campamentos temporales
en las cimas de la serranía de Chiribiquete.
La provincia de Guayana Occidental, que abarca las tierras
bajas y serranías aisladas del oriente colombiano,
suroccidente venezolano y norte brasilero, forma parte del
Escudo Guayanés, una de las formaciones más
antiguas del planeta, que data de hace unos dos mil millones
de años, durante los cuales se han erosionado progresivamente
y han formado impresionantes mesas, aisladas de la llanura
amazónica por paredes verticales de más de 1.000
m de altura.
La biota de las cumbres de los tepuyes está muy diferenciada
de la del resto de la región guayanesa y de la de cualquier
otro bioma planetario; solo se han encontrado similitudes,
aunque remotas, con los ecosistemas de páramos andinos.
Además de su elevada diversidad, estas cimas se caracterizan
por poseer muchas especies únicas y relictuales, así
como adaptaciones muy particulares a ambientes tropicales
fríos, pobres en nutrientes. Esto ha llevado al establecimiento
de una provincia biogeográfica llamada Pantepuy, que
es discontinua —está constituida por las cumbres
tepuyanas por encima de los 1.500 m de altitud— y tiene
una extensión total de unos 5.000 km2. Su
flora es relativamente conocida, aunque todavía queda
mucho por explorar; hasta ahora, se han documentado 2.322
especies, pertenecientes a 630 géneros y 158 familias;
766 de estas especies —33%— son endémicas,
muchas de ellas de un solo tepuy y 1.517 —65,3%—
son endémicas del Escudo de Guayana. Así como
existen 23 géneros endémicos de Pantepuy y 85
de Guayana, hay una familia —Tepuianthaceae— endémica
de Pantepuy y cuatro del Escudo de Guayana.
Las plantas están especialmente adaptadas a las condiciones
ambientales de suelos sobre rocas cristalinas, ácidos
y extremadamente pobres en nutrientes, a la exposición
permanente a fuertes vientos desecantes y a la fuerte fluctuación
térmica de temperaturas, con altas tasas de evaporación
acompañadas de intensa radiación, lo que ha
generado una flora de apariencia rústica y achaparrada,
de tallos tortuosos capaces de tolerar largos períodos
de sequía y falta de nutrientes.
Entre los principales factores que dieron origen a esta flora
única se cuentan los siguientes:
Estos elementos le otorgan características especiales
a tan singular región. Algunos de los 23 géneros
endémicos de las cimas de los tepuyes son reconocidos
por el nombre del tepuy donde se encuentran: el Chimantaea
del tepuy Chimantá, el Duidaea del tepuy Duida
y el Neblinaea del tepuy Neblina, el de mayor altitud
del macizo, con 3.014 m. Las elevadas mesas de los tepuyes
en Venezuela son el escenario de la caída de agua más
alta del mundo, el salto Ángel, con cerca de 980 m
de caída vertical.
El Escudo Guayanés se adentra en el territorio colombiano
y emerge formando un conjunto de mesas y serranías
como los cerros de Mavecuri, las serranías de Tunahí,
del Naquén, La Lindosa y Chiribiquete, la serranía
de La Macarena y los afloramientos de El Tuparro en la Orinoquia.
Se estima que la extensión original del complejo geológico
guayanés debió de ser de más de un millón
de kilómetros cuadrados; en Colombia ocupa un área
de por lo menos 250.000 km2; en la actualidad,
después de prolongados procesos de fracturamiento,
disección y erosión, solamente subsiste un 20
a 25% del área original, conformada por pequeños
fragmentos con forma de cerros tabulares aislados.
LOS TEPUYES DE LA SELVA DE TRANSICIÓN
En el extremo oriental del departamento de Guainía,
donde se desarrollan selvas de transición hacia las
sabanas de la Orinoquia, varios cerros de poca altura, que
forman parte del Escudo Guayanés, emergen unos 200
a 300 m sobre el nivel del piso. Al sur de Puerto Inírida
se destaca el conjunto de cerros Mavecuri, El Mono y Pajarito,
tepuyes fuertemente erosionados, de laderas suaves y rodeados
por suelos arenosos, profundos y bien drenados, que soportan
una cobertura boscosa discontinua, de poca altura —10
a 15m—, con algunos árboles y palmas emergentes
del género Syagrus.
En las áreas más abiertas de sus alrededores,
con suelos superficiales, crecen matorrales esclerófilos
dispersos y en las planicies, sobre sustrato rocoso, se forman
pequeños pantanos con vegetación graminoide
y arbustos y varillales característicos de las caatingas.
Sobre la roca desnuda se encuentran plantas xerófilas
con un metabolismo adaptado para soportar grandes fluctuaciones
de temperatura, déficit hídrico y escasez de
nutrientes; se destacan Bromeliáceas, Cactáceas,
Agaváceas, algunas Orquidáceas y la extraña
familia Velloziaceae, capaz de tolerar la extrema desecación
de la planta. Donde las fluctuaciones de temperatura están
entre 30 y 60ºC, se desarrollan algunos líquenes
y organismos microscópicos formados por cianobacterias
epilíticas y endolíticas que degradan la roca
y le extraen nutrientes. Las lluvias lavan los nutrientes
de la roca con superficie oscura aparentemente inhóspita
y humedecen los suelos arenosos que soportan alguna vegetación.
También en el Guainía, al sur del departamento,
en los límites con Brasil, sobresale en el paisaje
la serranía de Caranacoa, que hace parte de la Reserva
Natural de Puinawai, vocablo indígena que hace referencia
a la cosmogonía puinave, según la cual, en estos
cerros tuvo su origen la humanidad. Hacia el occidente, cerca
de la mesa de Mariapiri y sobre la ribera norte del río
Inírida, emergen de la selva como inselbergs o cerros
islas, los cerros Cangrejo, Rayado y Tigre.
Los primeros estudios sobre las selvas del Guainía,
realizados por los biólogos Mireya Córdoba y
Andrés Etter, revelan una enorme diversidad florística
con un total de 678 especies que representan más de
307 géneros y 104 familias. Se identificaron 74 especies
de leguminosas, 49 de Rubiáceas y 37 de Melastomatáceas,
entre otras, así como 11 géneros de los 140
que se reconocen como endémicos para la región
de Guayana.
La vegetación abierta es la de sabana amazónica
sobre suelos arenosos, donde predominan las Ciperáceas,
Eriocauláceas, Xiridáceas y Juncáceas;
otras formaciones vegetales comunes son los bosques sobre
arenas blancas en bajos pantanosos que circundan las sabanas,
donde se desarrollan bosques medio densos y arbustales arbolados
con apariencia de varillales. La región también
se caracteriza por su gran diversidad de fauna, los grupos
con mayor diversidad son las aves y los mamíferos;
de los 180 mamíferos que se han observado, son de especial
interés dantas, venados, osos palmeros, nutrias, perros
de agua y siete especies de primates entre los que se destacan
el churuco, el mico diablo, el choyo; también hay poblaciones
de cachicamos, armadillos gigantes u ocarros —los más
grandes del mundo que pueden llegar a pesar hasta 30 kilos—,
ñeques y puercoespines.
A unos 150 km al suroriente de San José del Guaviare,
en el departamento de Guaviare se encuentra la serranía
de Tunahí, que forma parte de la Reserva Nacional Natural
Nukak. El complejo de formaciones rocosas no sobrepasa los
700 m de altitud y presenta diferentes mesas y picachos escarpados
donde afloran areniscas cuarcíticas estratificadas,
de la formación Araracuara. En el sustrato limoso–arenoso
de las cimas plano–cóncavas de los cerros se
presenta una cobertura vegetal rica en Ciperáceas,
Poáceas, Xiridáceas y Bromeliáceas y
en las laderas, sobre suelos arenosos bien drenados, se desarrolla
un bosque bajo y achaparrado, con arbustos de hojas esclerófilas
de los géneros Bonnetia y Ternstroemia.
En la vertiente norte de la serranía, que forma parte
de la cuenca de la Orinoquia, nacen varios afluentes de aguas
negras que forman el río Inírida, en cuyas vegas
se desarrolla una exuberante selva inundable, con especies
de cacao de monte, caraño y cuyubí y maderables
de importancia como el caimo y el cabo de hacha; entre las
palmas se destacan la asaí, la cumare y el chipo. En
los sectores de terrazas altas crece una selva de altillanura
sobre suelos bien drenados.
Esta área de reserva es de gran importancia cultural
porque constituye un refugio para los indígenas cazadores–recolectores
nukak, emparentados con los makú de Venezuela y Brasil,
grupo que conserva su forma de vida nómade y muchas
de sus tradiciones selváticas.
La franja de transición entre la selva amazónica
y la sabana orinocense presenta mesas bajas muy erosionadas,
como la Mesa de La Lindosa, cerca a San José del Guaviare
y otros cerros que están rodeados por tierras fuertemente
transformadas para la agricultura y la ganadería.
LA SERRANÍA DE LA MACARENA
El tepuy más occidental del Escudo de Guayana, que
prácticamente se incrusta en la cordillera de los Andes
es la serranía de La Macarena, una formación
geológica con un longitud de 120 km aproximadamente
y un ancho entre 20 y 40 km , que en algunos sectores sobrepasa
los 2.000 msnm.
Esta serranía es considerada como un enclave biogéográfico
de gran valor, debido a que allí convergen elementos
de flora y fauna andinos, amazónicos, guayanenses y
orinocenses; es por esto que en 1989 fue declarada Parque
Nacional Natural e integrada a un área de manejo especial
de conservación, del cual también hacen parte
los parques nacionales Cordillera de Los Picachos y Tinigua.
Esta zona constituye un verdadero gradiente ecológico
que integra ecosistemas de montaña andina, con los
de selva húmeda tropical y los de sabana; sin embargo,
se observa un avanzado proceso de fragmentación de
la selva para convertirla en tierras aptas para ganadería
y agricultura.
En los picos más elevados de la serranía crecen
selvas altimontanas de bosques bajos, cuyos elementos florísticos
tienen afinidad con algunos de los Andes, como los bosques
achaparrados de encinos y de gaquillos de los géneros
Clusia y Tovomita; a esta altitud las neblinas
frecuentes y la alta humedad favorecen el epifitismo, así
como el desarrollo de abundantes musgos y de un estrato herbáceo
denso y rico en heliconias. En el extremo norte, en las cimas
del piso medio, se presentan bosques sobre suelos más
profundos arcillosos que soportan grandes árboles de
abarco, con diámetros promedio de un metro y altura
de 20 a 30 m; en contraste, en el extremo sur, sobre los afloramientos
rocosos de mesetas que ascienden hasta 1.300 msnm, donde el
déficit de nutrientes y estrés hídrico
y térmico son factores que limitan el crecimiento de
la vegetación, se desarrollan bosques bajos y matorrales
achaparrados, en los que se encuentran plantas altamente especializadas,
como la Vellozia macarenensis, endémica de
la región y la bromelia terrestre del género
Navia, entre otras.
Estas dos especies tienen en común que no requieren
del suelo para subsistir, puesto que desarrollaron la capacidad
de tomar nutrientes de la lluvia; la Vellozia lo
hace a través de un sistema de raicillas que surgen
del ápice de la planta y la Navia almacena
el agua como una planta tanque. Los estudios ecofisiológicos
han demostrado que la principal estrategia de las especies
de ambientes extremos es su alta tolerancia a la desecación
—pueden subsistir en condiciones de extrema marchitez—
y la tolerancia al fuego; después de un incendio, la
Vellozia reverdece y florece, gracias a que parte
de los nutrientes de las cenizas son reabsorbidos por las
raíces de su tallo. En suelos totalmente arenosos la
estrategia de muchas plantas se orienta a la carnivoría,
como ocurre con el género Drosera, cuyas hojas
rojizas están provistas de múltiples tentáculos
glandulosos que secretan un mucílago especial para
atraer y atrapar diminutos insectos que luego son digeridos.
La fauna en la serranía es igualmente diversa y vistosa;
en las partes bajas hay elementos de la Amazonia y la Orinoquia
y en las altas, de los Andes y de Guayana. Existen ocho especies
de primates: el macaco, el zocayo, el tití, el maicero,
el araguato, el choyo, la marimonda y el mico de noche o tutamono,
único género de primates con actividad nocturna.
Varios mamíferos fitófagos —comedores
de hierbas— habitan La Macarena; algunos ramonean en
los claros o a la orilla de los cuerpos de agua y otros, como
los tapires y pecaríes, prefieren vivir entre el follaje
aprovechando que su cuerpo está perfectamente adaptado
a deslizarse entre la vegetación tupida. Entre las
aves de la serranía se destacan los tinamúes,
la gallineta azul, el paujil y el tente, este muy apreciado
por los indígenas debido a que hace mucho ruido ante
la presencia de serpientes.
LA SERRANÍA DE CHIRIBIQUETE
La serranía de Chiribiquete, la más representativa
de los tepuyes de la Amazonia colombiana es actualmente Parque
Nacional Natural. El conjunto de mesas planas tiene una longitud
de unos 300 km, una anchura promedio de 90 km y las cimas
de estas moles de granito pueden alcanzar entre 700 a 1.000
m sobre le nivel del piso. Con una orientación sur–norte,
la mayor área del macizo se localiza en el departamento
de Caquetá y luego de ser cortado por el río
Apaporis, continúa en el departamento de Guaviare.
Los ríos negros como el Mesay y el Yarí nacen
en la serranía y lentamente erosionan la dura arenisca
del macizo antiguo formando un cauce estrecho y encajonado
para entregar sus aguas al Caquetá.
El modelado de la superficie es muy variable; tiene algunos
sectores planos y otros planos con ondulaciones, separados
por profundas grietas labradas por procesos erosivos de más
de 500 millones de años, algunas de las cuales son
tan amplias que separan completamente un tepuy de otro. Las
formas columnares que emergen sobre las grandes mesas forman
angostos valles e infinidad de laberintos que semejan un mundo
perdido. En el borde inferior de las mesas la erosión
genera una terraza corta donde se acumula el material que
se erosiona desde arriba y sobre el que crece una vegetación
de bosques bajos y matorrales.
En la estructura vertical del tepuy se pueden reconocer varios
tipos de flora. La de la base presenta características
similares a la hylea de la planicie amazónica; sin
embargo, aproximadamente el 18% de la flora es autóctona
del Escudo de Guayana; en el talud superior, de mayor pendiente,
crecen bosques densos y altos, que al aproximarse a la escarpada
reducen su porte; en dichos bosques, el 17% de los géneros
son propios de la cima y del talud; en el escarpe de areniscas
cuarzosas se desarrolla una vegetación especialmente
adaptada a vivir en ambientes rocosos y en la cima se encuentran
39 géneros, muchos de ellos endémicos del Escudo
Guayanés. Existen otros ambientes que aún no
se han explorado en detalle, como los de las cuevas y cavernas
formadas como resultado de la disolución de la roca
granítica de la formación Roraima.
En las expediciones realizadas entre 1991 y 1992, los botánicos
y ecólogos encontraron nuevos tipos de comunidades
vegetales, especialmente adaptados a estas antiguas formaciones,
como los bosquecitos bajos y achaparrados de los géneros
Bonnetia, Tepuianthus y Licania.
En la roca granítica crecen matorrales de Vellozia,
planta que en Chiribiquete mide aproximadamente 1 m de altura,
se ramifica en tallos con forma de roseta y utiliza las raíces
sólo para fijarse al piso; los nutrientes los toma
de las lluvias, a través de un complejo sistema interno
de filamentos que tiene en el tallo.
El acceso al agua y a los nutrientes son aspectos críticos
para la sobrevivencia de las plantas que crecen en las rocas
graníticas y en los suelos arenosos de los tepuyes;
dichas plantas han desarrollado especial tolerancia a las
condiciones extremas de escasez de nutrientes, fuerte radiación
y alta temperatura. Debido a que el agua se pierde rápidamente
en los suelos arenosos, algunas plantas presentan hojas duras
y correosas, cuyo tamaño reducido y el ángulo
de posición en el tallo, o el cubrimiento con cutículas
o resinas, evitan el sobrecalentamiento y la pérdida
de nutrientes. Otras formas de vida se han adaptado elaborando
un tanque en el que almacenan agua, como es el caso de la
bromelia Brocchinia y algunas, como ciertas especies
suculentas, guardan el agua en los tejidos. La germinación
rápida y los ciclos de vida cortos les sirven a algunas
especies para aprovechar tiempos favorables y otras como la
Utricularia o la pequeña roseta de Drosera
optan por la carnivoría como estrategia para adquirir
nutrientes a partir de los pequeños invertebrados que
atrapan en sus hojas glandulosas.
La fauna de la serranía y sus alrededores está
compuesta por numerosos mamíferos, entre los que se
encuentran varios murciélagos —insectívoros,
frugívoros y hematófagos—, armadillos,
ñeques, pecaríes, borugos, dantas, perros de
agua o nutrias, monos maiceros, monos de noche, y felinos
como el puma y el tigrillo. Algunas de las aves que habitan
este sector son el guácharo, especialmente adaptado
a la cavernas, el gallito de roca, la guacamaya roja, el barranquero,
el martín pescador y varias gallinetas; entre los reptiles
se destacan el caimán negro y la babilla del Apaporis,
cuyas condiciones de aislamiento se deben a la presencia de
los grandes raudales.
Se han reportado muchas especies de las que no se tenía
noticia en la región, entre las que se encuentran 40
de lepidópteros —mariposas—, 78 coleópteros
—escarabajos— y 16 endemismos a nivel de subespecies.
Al analizar el riquísimo conjunto de miles de pictografías
halladas en el Parque Nacional Natural de Chiribiquete, se
pudo establecer que a lo largo de milenios hubo presencia
humana en los abrigos rocosos de la zona, pero no se observan
vestigios de asentamientos permanentes. Probablemente fueron
grupos nómades de cazadores y recolectores los que
dejaron las representaciones, cuya variada temática
fue clasificada por los investigadores de la siguiente manera:
-
Naturalista o seminaturalista con motivos zoomorfos, entre
los que se destacan por su abundancia, el jaguar, el ciervo
y bandadas de animales, entre otros.
-
Seminaturalista–esquemática
con representaciones antropomorfas, que no suelen ser
figuras aisladas, sino asociaciones narrativas muy variadas,
como escenas de caza, recolección sobre palmeras,
transporte de alimentos, danzas, luchas y motivos relacionados
con la fecundidad.
-
Fitológica
de carácter naturalista o seminaturalista de palmeras,
unas aisladas, otras en germinación, que aluden
a la idea de fecundidad.
-
Ideográfica,
donde aparecen manos, en algunos casos asociadas con elementos
faunísticos.
En el extremo sur de las mesas de la serranía de Chiribiquete,
se localizan las mesas de Araracuara, lugar que fue asiento
de una famosa colonia penal durante 33 años —1938
a 1971— y muy cerca el río Caquetá cruza
imponente formando poderosos raudales y cachiveras.
Hacia el sur, en los raudales de Araracuara, el destacado
botánico alemán Karl Friedrich von Martius,
tuvo contacto en 1820 con los indígenas karijona de
la región, ya desaparecidos; allí aún
subsisten algunas comunidades como los andoke, los muinane
y los huitoto, que luchan por conservar su tradiciones y su
cultura, a pesar de la presión de la colonización.
En el siglo XIX, en la región comprendida entre los
ríos Caquetá y Putumayo, la casa Arana —angloperuana—
esclavizó a los indígenas para extraer del caucho,
látex que produce el tronco de la siringa; esta vasta
zona llegaba hasta El Encanto en la región del río
Cara Paraná.
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