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CAPÍTULO 4

ALTIPLANOS DE LA
CORDILLERA CENTRAL

 

La a cordillera Central es la cadena montañosa más antigua del territorio nacional; su estructura comenzó a emerger de los fondos marinos en el Paleozoico Superior, hace unos 270 millones de años y alcanzó su volumen y altura actuales en medio de una intensa actividad volcánica, a finales del Cenozoico y comienzos del Pleistoceno, hace 11 millones de años.

La cordillera de los Andes es producto del choque entre las placas tectónicas; en la zona de subducción la placa marina se estrelló contra la continental y se hundió bajo ésta. Entonces el borde del continente se arrugó, se levantó y se fracturó y por esas fisuras, aproximadamente a 200 km del punto de choque, el magma ascendió para crear en territorio colombiano la cordillera Central, que como resultado de ese evento tectónico tiene cerca de 45 volcanes repartidos a lo largo de su eje.

Durante el Cretáceo medio a superior, hace aproximadamente 80 millones de años, se generó en el norte de la cordillera un gran flujo de magma hacia la superficie; fue entonces cuando los sustratos geológicos superiores se plegaron para dar paso a las gigantescas rocas intrusivas del batolito de Antioquia.

FORMACIÓN DE ALTIPLANOS EN CORDILLERA VOLCÁNICA

El vulcanismo más intenso ocurrió durante las últimas fases de la orogénesis andina. Se cree que hubo dos grandes períodos de emisiones de grandes flujos de lava andesítica; el primero entre el Mioceno —25 millones de años— y el Pleistoceno antiguo —11 millones de años— y el segundo entre el Cuaternario muy reciente —600.000 años—, y el período histórico —hace 10.000 años—.

La intensa actividad volcánica, con sus flujos de lava y la acción de las masas glaciares, formaron varias altiplanicies en la cordillera Central. Algunos relieves dejados por los volcanes, como grandes calderas apagadas, crearon ambientes lacustres o lagos de caldera, que durante su fase de reposo se sedimentaron y se convirtieron en fértiles altiplanicies. También las emisiones recientes de coladas de lava, que brotaron de los volcanes de la cordillera Central, durante el Holoceno, hace 10.000 años, al solidificarse taponaron antiguos valles glaciares, donde se formaron lagos de barrera, como ocurrió con la laguna del Otún, localizada en el complejo volcánico Ruiz, Tolima, a 3.900 msnm.

Flujos de lava a elevadas temperaturas, compuestos por materiales livianos como piedra pómez y escorias, recorrieron grandes distancias antes de solidificarse. Debido a su gran volumen, en la cordillera Central colombiana sepultaron laderas de montañas bajo gruesas capas de rocas, o rellenaron amplios valles lejos de su cráter; al depositarse en el fondo de los valles se formaron extensas llanuras ignimbríticas relativamente planas, características de algunos altiplanos del sur del país. Los lahares se originaron por las emisiones volcánicas en el centro de los casquetes glaciares; debido al intenso calor se produjeron rápidos deshielos que generaron inmensos flujos de lodo volcánico, los cuales se desplazaron rápidamente a grandes distancias y finalmente formaron planicies a diferentes alturas.

Los nevados también contribuyeron a la formación de altiplanos; debido a la acumulación y al arrastre de materiales por la acción de las masas glaciares sobre la roca volcánica, se generaron gigantescos arcos morrénicos que cerraron extensos valles, donde se formaron lagos y ambientes lacustres que más tarde tuvieron procesos de sedimentación y disección, como ocurrió en el valle alto del río Lagunillas, localizado en el norte del departamento del Tolima entre los 3.400 y 3.600 msnm.

Flujos espesos de materiales fluvio-volcánicos se explayaron y recubrieron grandes superficies y lavas más antiguas y el material volcánico recientemente emitido terminó por suavizar la topografía; las tefras —capas de ceniza y lapilli— cerca de los volcanes sepultaron el relieve preexistente. Posteriormente se presentó un modelado por disección que transformó las planicies recién formadas; de acuerdo con el tipo de roca y la presencia y espesor de la cubierta piroclástica, la erosión del paisaje actuó con mayor o menor rapidez.

LA HERENCIA DEL MODELADO VOLCÁNICO EN LOS ALTIPLANOS

Antiguas fases de la actividad volcánica, sobre todo efusivas, produjeron coladas de lava no muy fluidas y grandes explayamientos fluviovolcánicos que formaron abanicos o conos de deyección, en los que se alternan los materiales magmáticos con flujos de lodo o lahares, como el gran abanico de Ibagué. El Nudo de los Pastos y la altillanura de Popayán son las zonas volcánicas más anchas de Los Andes colombianos, donde se observan las huellas de grandes coladas de lava, lahares, altillanuras de ignimbritas y, sobre todo, capas de tefras muy espesas que recubren los amplios conos de explayamientos fluviovolcánicos que ocurrieron durante el Cuaternario, hace 100 millones de años. La actividad volcánica reciente fue más explosiva; durante el Holoceno, desde hace 10.000 años y en el período histórico reciente, el vulcanismo, cuyas erupciones también se han registrado en la actualidad, dejó pequeños flujos mixtos de lava, lahares y sobre todo grandes cantidades de materiales piroclásticos —ceniza, lapilli, pómez—, que recubrieron la mayoría de las vertientes y los bordes bajos de la cordillera.

Buena parte del levantamiento de la cordillera Central se debió al flujo de magma hacia la superficie, que ocurrió desde el Cenozoico tardío, hace 65 millones de años, hasta el Cuaternario antiguo, hace tres millones de años; este episodio tiene relación con el solevantamiento —empuje de abajo hacia arriba— general de la región andina, tal como Tomás Van der Hammen y otros investigadores lo comprobaron a través de los estudios que llevaron a cabo en la cordillera Oriental. De acuerdo con datos geomorfológicos, al final de este proceso algunas áreas de la cordillera Central pudieron haber alcanzado unos 1.800 a 2.400 m de altitud, mientras que en la superficie de aplanamiento que hay sobre el gran batolito antioqueño, entre 2.000 y 3.000 m de altitud, se conserva un modelado de pequeñas colinas redondeadas y de suelos ferralíticos —con abundante hierro—, construidos más recientemente.

El solevantamiento final de las cordilleras colombianas debió de concluir antes del Cuaternario antiguo a medio —hace unos 400.000 años—, porque las huellas de las glaciaciones, características de este período, por lo general se presentan en las montañas, por encima de los 3.000 msnm y excepcionalmente más abajo. La mayor parte de los modelados de los páramos y de las regiones alto–andinas de la cordillera Central se originaron en las glaciaciones del Cuaternario reciente a medio —70.000 a 10.000 años—, debido a que el movimiento de los hielos desempeñó un papel geomorfológico apreciable, lo mismo que la cobertura de tefras, que es muy extensa en toda la cordillera y constituye el material parental de los suelos actuales que además reciben los aportes de la geodinámica y de los procesos sedimentarios recientes generados por las vertientes andinas.

PATRONES GENERALES EN EL MODELADO DE DISECCIÓN

En la parte central de la cordillera, los investigadores han encontrado seis tipos básicos de patrones de modelado por disección, que se presentan de acuerdo con el tipo de roca que hay en el área donde actúan; las lavas andecíticas y dacíticas son las más duras, las rocas de los macizos granodioríticos y cuarzodioríticos por su composición mineralógica, tienen diferentes grados de resistencia y las rocas metamórficas —filitas, esquistos— son las menos resistentes.

El primer tipo de modelado es el contrastado, que se manifiesta en mesas radiales planas y valles anchos en forma de U; el segundo es el subparalelo, que generalmente es el que se da sobre una cubierta espesa de piroclastos con topografía suavizada; el tercero es el de los arroyos y cárcavas profundas, estrechas y largas, con fondos casi planos, que por lo general están bastante separadas unas de otras por terrenos anchos, cuya superficies van de planas a onduladas y en algunos casos semiredondeadas; el cuarto es el cincelado, que se manifiesta en la presencia de cuchillas cortas y finas; el quinto es el típico de disección, suavemente ondulado y redondeado, en el que las quebradas tienen un patrón de drenaje dendrítico —con forma de ramas—, que es más o menos denso según la resistencia de la roca donde se presentan y el sexto tipo de modelado es el más accidentado de todos y en los conjuntos metamórficos de su relieve muestran una disección fuerte, con sierras abruptas, puntiagudas, cerros estrechos y quebradas profundas que corren por estrechos cañones con forma de V.

GRANDES PROCESOS EDÁFICOS

La característica principal en la formación de los suelos de los altiplanos de la cordillera Central, que los diferencia de los de la cordillera Oriental, es la cubierta de material piroclástico de origen volcánico con fragmentos de lapilli, pómez, andesita, arena volcánica y cenizas finas.

Generalmente los suelos de esta cordillera, ricos en minerales depositados por los volcanes, están asociados con abundante materia orgánica, por lo que se forma un estrecho vínculo orgánico-mineral, aspecto que explica en parte su fertilidad y que consiste en que los compuestos minerales amorfos estabilizan la materia orgánica y la protegen contra la biodegradación causada por los microorganismos. Con esto se impide que la materia orgánica del perfil del suelo migre hacia abajo. Otra característica importante en estas tierras de material volcánico, es que la formación masiva de complejos orgánico-minerales amorfos es independiente de la cantidad y calidad de la vegetación y depende más de factores climáticos, puesto que, además de las bajas temperaturas, la ausencia de una estación seca es uno de los factores preponderantes en la alta y media montaña andina. Sin embargo, al cambiar el clima, los andosoles —suelos que en su parte mineral son ricos en geles de sílice, aluminio y óxido ferroso— adquieren características que son propias del escalonamiento altitudinal; hacia abajo y a una menor altitud —por debajo de 2.000 msnm— se vuelven más pardos y en condiciones ambientales de estación seca —2 a 3 meses de verano—, tienden a evolucionar hacia la ferralización, pierden rápidamente sílice y presentan fuertes cambios en las arcillas y la materia orgánica. Al dispersarse en el agua las arcillas se profundizan entre el perfil del suelo y forman un horizonte argílico enriquecido en hierro, típico de la montaña media y baja de clima cálido ecuatorial tropical.

ALTIPLANOS DE LA MONTAÑA ANTIOQUEÑA

En el norte de la cordillera Central, la actividad magmática ocurrida durante el Mesozoico dio origen al gigantesco batolito antioqueño y al surgimiento de otras intrusiones volcánicas. Estudios detallados de este monumental cuerpo plutónico revelan que tiene entre 63 y 90 millones de años de antigüedad y un área aproximada de 8.000 km2; entre otros tipos de rocas, este batolito está compuesto en un 64% por granodioritas, en un 25% por tonalitas y en un 5% por cuarzodioritas.

Millones de años después de su surgimiento, los procesos orogénicos y erosivos dejaron al descubierto la evidencia de masas de magma intrusivo que ascendían, como las piedras del Peñol de Guatapé y el Peñol de Entrerríos, los cuales, antes de llegar a la superficie se enfriaron y formaron las inmensas moles de granito que hoy podemos apreciar en medio del paisaje colinado del altiplano; debido a las elevadas temperaturas que se dieron a su alrededor y a la alta presión, el magma de estos peñoles en su ascenso transformó los materiales adyacentes en rocas metamórficas.

Gracias a las investigaciones realizadas por Alberto Arias, se han encontrado evidencias de que el altiplano de Santa Rosa de Osos, cuya extensión es de 1.600 km2, corresponde a una superficie de erosión antigua, modelada sobre un manto de alteritas muy espeso —80 a 90 m—, producido por la meteorización de las cuarzodioritas del batolito antioqueño. El relieve primigenio de esta superficie de erosión fue modelado cuando comenzaba su ascenso y se encontraba unos pocos metros sobre el nivel del mar; posteriormente, durante gran parte del Terciario —hace 40 millones de años—, fue sometido a varios períodos de levantamiento tectónico, de tal forma que las zonas más elevadas, donde se presenta evidencia de actividad glaciar, alcanzaron los 3.000 msnm.

En esta gran región se ha reconocido un conjunto de altiplanos escalonados, separados por escarpes erosivos que abarcan un amplio gradiente altitudinal y climático, desde los que se encuentran en la alta montaña paramuna, hasta los que hay en el piso cálido de la parte baja. Los que están a mayor altitud son los más antiguos y los de la zona baja, los más recientes.

ALTIPLANO DE LOS PÁRAMOS DE BELMIRA Y SONSÓN

El extenso corredor de los páramos de Belmira y Sonsón está limitado en el borde occidental que mira hacia el cañón del río Cauca, por picos y serranías que, como el alto de Belmira en el norte, alcanzan los 3.265 msnm; la altiplanicie más extensa y antigua y la que ha sufrido mayores alteraciones de esta parte del batolito antioqueño tiene 120 km de largo por 15 de ancho. En este sector también se presentan serranías o cerros aislados de menor importancia y terrenos vecinos relativamente planos y de menor tamaño, como el altiplano de Santa Helena y el de La Unión, Abejorral.

En el páramo de Belmira se forman pequeñas áreas de vegetación paramuna a partir de los 2.900 m, con pajonales de Calamagrostis recta y frailejonales de Espeletia hartwegiana. La alta humedad que asciende del cañón del río Cauca y la precipitación anual que alcanza los 2.000 mm, favorece el desarrollo de densos bosque altoandinos con encenillos, canelos y pega pega, entre otros. A corta distancia y sobre relieve escarpado se encuentran los últimos fragmentos de bosques de roble que originalmente cubrían todo el altiplano. En esta región paramuna nacen el río Chico y el río Grande, cuyas aguas cristalinas corren serpenteantes a través del relieve colinado del altiplano, hasta aportar sus aguas al embalse Río Grande II.

La parte más antigua del altiplano, en la región del páramo de Sonsón, presenta el relieve más escarpado y abrupto compuesto por numerosos picos y cerros que sobrepasan los 3.000 m de altitud; en sus cumbres aflora la roca granítica del batolito de Sonsón. Los cerros más altos son la serranía del Guayabo —3.280 msnm—, en límites con Caldas; la Cuchilla de Montecristo —3.240 msnm—; la Cuchilla de Osa —3.230 msnm—; el Alto del Cóndor —3.150 msnm—; el Morro de La Vieja —3.205 msnm—; el alto de Anorí —3.020 msnm—; el Alto de Guayaquil —3.000 msnm— y el más alto de todos, el páramo del Cerro de las Palomas —3.340 msnm—. La alta humedad atmosférica y los suelos volcánicos favorecen el desarrollo de una vegetación paramuna rica en especies endémicas de Bromeliáceas entre las que se destacan el cardón y algunas Eriocauláceas del género Paepalanthus; las Cyperáceas o cortaderas forman una densa cobertura herbácea, salpicada de frailejones. Estos escarpados picos son el hábitat principal de una de las águilas de mayor tamaño del páramo.

Una de las particularidades de estos cerros es la presencia de una cadena de pequeños páramos azonales, aislados en las cumbres de los cerros y rodeados por un anillo de selvas altoandinas que permanecen la mayor parte del año ocultas por la neblina; el límite superior del bosque llega hasta los 3.200 m de altitud. El terreno escarpado ha permitido la conservación de la selva nublada a partir de 2.900 m de altitud, principalmente de la que se encuentra en la cuenca del río Magdalena. En la parte alta es común encontrar bosques de encenillos y cedros y a menor altitud densos robledales. A corta distancia vertical se presenta una gran diversidad de ecosistemas de bosques de roble, bosques altoandinos y páramos ricos en flora y fauna. La diversidad espacial de hábitats y oferta de recursos permite la existencia del mayor roedor de alta montaña, la guagua negra y de otros mamíferos.

Toda esta diversidad biológica se ve afectada en algunos sectores por la expansión de la frontera ganadera que invade terrenos de bosques altoandinos y páramos para la siembra de pastizales. En esta región se han explotado, con métodos tradicionales, varias vetas de oro.

ALTIPLANO DE SANTA ROSA DE OSOS Y RIONEGRO

Este altiplano tiene dos grandes sectores —Santa Rosa y Rionegro— que están divididos por el cañón del río Medellín y el valle del Aburrá. Se extiende desde San José de la Montaña y Yarumal en el norte, hasta El Retiro y Carmen de Viboral en el sur. El sector de Santa Rosa, de clima frío, tiene las partes más elevadas —2.750 a 2800 msnm—y son las que mejor conservan la morfología original del batolito antioqueño; el sector de Rionegro es el más bajo, con altitudes de 2.200 msnm en promedio, que lo ubican entre el límite superior del piso subandino y el clima templado.

El principal tipo de relieve que se observa en Rionegro es el colinado, constituido por un secuencia de colinas de poca altura y valles encajonados y angostos con pequeñas planicies de origen coluvio aluvial, formadas por depósitos recientes del Cuaternario y disectadas por pequeñas quebradas de aguas cristalinas. La heterogeneidad espacial que ofrece el relieve colinado y su evolución en el tiempo, han permitido el desarrollo de varios tipos de suelos; los más reciente son los inceptisoles, ricos en materia orgánica y humus. Otros suelos son los andisoles y los ultisoles, pero los más antiguos que se encuentran son los oxisoles. Sorprende el hallazgo de este tipo de suelo en las cimas de las colinas de un piso térmico frío; sin embargo, los investigadores explican que la presencia de éstos, que tienen un horizonte de plinthita, se debe a que en el pasado la región tuvo un régimen de precipitaciones contrastado: largos períodos de lluvia seguidos por épocas secas, lo cual indica que, de acuerdo con la historia del clima global, en sus fases tempranas, el altiplano tenía una altitud menor que la actual.

AGROECOSISTEMAS DEL ALTIPLANO

La planicie de relieve colinado está localizada entre los 2.200 y 2.600 msnm y tiene un clima frío y húmedo, con precipitaciones medias anuales entre 2.000 y 3.000 mm. Debido a que la producción se centra principalmente en la ganadería lechera de raza Holstein, abundan los pastizales de kikuyo y falsa poa. Las pequeñas colinas muestran en sus laderas procesos de erosión superficial causados por el intenso pastoreo; el suelo frágil cede ante el peso de los animales y se forma una serie de caminos entretejidos escalonados, que localmente se denominan terrazas de patas de vaca; la intensificación de este proceso puede ocasionar mayor erosión y producir cárcavas profundas o el desplome de masas de tierra. La intensidad de usos y los suelos empobrecidos en algunas zonas, hacen surgir plagas de insectos como el chinche mión del género Colaria y el lorito verde, que empiezan a menguar la producción lechera debido al deterioro de los pastos.

El cultivo de papa en el norte del altiplano y en el oriente antioqueño constituye uno de los sistemas de producción más importantes en la región; se dice popularmente que en Antioquia se siembra papa todos los días del año, excepto, jueves y viernes santo. En realidad las épocas de siembra coinciden con el comienzo de las lluvias a finales de febrero y principios de marzo, para el cultivo del primer semestre y a finales de agosto y principios de septiembre, para el segundo cultivo. De acuerdo con las estadísticas de la producción de papa en Antioquia, el 90% de los cultivadores son pequeños agricultores, generalmente en minifundios de menos de 3 hectáreas. Antioquia aporta el 8,5% de la producción nacional y ocupa el cuarto lugar entre las 14 regiones productoras de papa del país, solo superado por Cundinamarca, Boyacá y Nariño. Dedica un área de 15.546 ha, que generan un volumen de producción de 244.634 toneladas y un rendimiento promedio de 15,7 toneladas por hectárea; como sucede en otras regiones paperas del país, los elevados costos de producción por hectárea se deben al exagerado uso de insumos para controles fitosanitarios.

ALTIPLANO DE ANORÍ, CAROLINA Y EMBALSE EL PEÑOL

De acuerdo con las investigaciones de Alberto Arias, este altiplano localizado en el nororiente de la cordillera es el más joven de batolito antioqueño y está segmentado por los cañones de los ríos Porce y Nus, que dejan tres sectores bien definidos.

El primero y el más septentrional es el de Anorí, que a diferencia de la mayor parte de los altiplanos del batolito, se encuentra modelado sobre rocas metamórficas menos resistentes a la erosión. El segundo altiplano es el de Carolina Gómez Plata, al occidente del río Porce, un pequeño segmento por el que fluye la red de drenaje de la quebrada Hojas Anchas y el tercer segmento, el de Amalfi, Yolombó y el Embalse El Peñol, el de mayor tamaño, que está modelado sobre las cuarzodioritas del batolito antioqueño y sobre rocas metamórficas del Paleozoico. Parte de este conjunto de altiplanos se encuentra en clima templado, en tierra de producción cafetera y parte en clima templado~cálido, donde predominan la ganadería y la minería, principalmente de oro y plata.

EL AGROECOSISTEMA CAFETERO

En el noroccidente de Colombia han existido tres formas de agricultura. La más tradicional, para el consumo directo, está basada en los cultivos de fríjol, maíz, papa, hortalizas y frutales en los climas frío y templado y en los más cálidos, los de caña, yuca y plátano; la agricultura fue fundamental en el proceso colonizador de la región y complemento de la actividad minera. A finales del siglo XIX se desarrollaron los cultivos de exportación, como palma para la extracción de aceite, quina, tabaco y añil, que se localizaron en espacios geográficos muy definidos y desarticulados respecto del contexto agrícola interno. A partir de 1920 se incrementó el cultivo del café, que como industria inició la historia moderna de la economía regional y constituyó un factor de identificación de todo este sector de la cordillera Central.

En el centro de Antioquia la caña fue el cultivo más importante, para la producción de panela y aguardiente y la elaboración de mieles para el ganado y alimentos para las recuas de mulas. Con el auge del café, la agricultura de esta subregión adoptó el carácter de monocultivo que propició el aumento de la población, se desarrolló el comercio, se extendieron las vías de comunicación y se inició el intercambio de alimentos con otras regiones del país, especialmente con Valle, Tolima y Cundinamarca. Después se diversificaron los cultivos en busca de productos de exportación como las flores y el plátano. La papa y las hortalizas tuvieron su desarrollo a partir de 1960 como respuesta al crecimiento de los mercados urbanos. Las nuevas variedades de café de sol, más resistentes a plagas y enfermedades y altamente productivas, rápidamente han ido remplazando los cultivos tradicionales.

En el oriente y norte de Antioquia, especialmente en pequeñas parcelas de clima frío, entre los 1.800 y 2.400 m de altitud se siembra el fríjol cargamanto; se estima que son 20.000 familias las que están dedicadas a esta labor en un área de 27.000 ha aproximadamente. A pesar de la importancia que tiene esta leguminosa en la tradición paisa, el deterioro de los suelos y las técnicas inadecuadas de manejo han hecho que los cultivos sean vulnerables a plagas y enfermedades; para su control se hace uso indiscriminado de pesticidas, lo cual eleva los costos de producción y contamina las aguas y los suelos.

Ante esta crítica situación, a partir de las variedades ancestrales de germoplasma se buscan nuevas variedades de fríjol resistentes y productivas. Otras alternativas consisten en diversificar la producción con frutales como el tomate de árbol y la mora de Castilla, cultivo que en Rionegro, El Peñol y Guarne, entre otros, ocupa un área de 600 ha; sin embargo, las deficiencias técnicas en su manejo han bajado su rendimiento a 8,84 kg/planta por año, muy por debajo de los 15 kg esperados. Se ha demostrado que el incremento de la diversidad biológica en los cultivos de pequeños productores y un manejo amigable del medio ambiente, pueden recuperar la capacidad de autorregulación y producción del agroecosistema, para lo cual hay que estar atento a indicadores tempranos de deterioro y a los niveles de tolerancia; nuevamente la clave del equilibrio está en la biodiversidad.

EL CAFETAL DE SOMBRA, UN AGROECOSISTEMA BIODIVERSO

El agroecosistema cafetero tradicional con café de sombra, Coffea arabica, representa uno de los más diversos y de mayor complejidad estructural y a la vez de baja dependencia de insumos agrícolas externos; fue el que se denominó, el «café más suave del mundo».

A mediados del Siglo XIX nació un nuevo proceso económico, el de la industrialización del café, cuya base económica se caracterizaba por el minifundio y el autoabastecimiento de la familia antioqueña. Muchos años de experiencia le dieron al campesino el conocimiento suficiente para manejar uno de los factores críticos: la selección de árboles con el follaje adecuado para obtener la intensidad y la calidad de luz necesarias para los cafetales, sombrío que cumple una función similar a la de los bosques naturales de altitud media —1.000 y 2.000 msnm, con precipitaciones de 1.800 a 2.800 mm y temperatura media de 19 a 21,5 °C— que remplazaron.

Los árboles plantados para dar sombra al café, entre los que se encuentran varias especies medicinales, frutales y maderables valiosas, como cedro rosado, nogal, laurel, cámbulo o chocho, guayacán y guamo, generan una estructura vertical diversa. Con ellos coexiste todo un complejo de plantas epífitas, de líquenes, musgos, bromelias y orquídeas. La función principal del sombrío es la de mantener las condiciones microclimáticas favorables para el café al atenuar los rayos desecantes del sol, proteger los suelos de la erosión y reciclar los nutrientes, que de este modo producen su propio abono natural. Probablemente los agroecosistemas cafeteros de montaña son los que albergan una mayor diversidad de aves; las copas de los árboles sirven de refugio y alimento a trepatroncos, carpinteros, loros, tángaras, guacharacas, pavas de monte —casi extintas—, trogones, quetzales, tucanes y colibríes y en el piso viven especies tan valiosas como los tinamúes, entre muchas otras; de igual manera es el hábitat de muchos mamíferos terrestres y voladores.

Para el sombrío de los cafetales se siembran frutales como aguacates, mandarinos, naranjos, zapotes, árboles del pan, madroños, bananos, plátanos y guamas, entre otros y en el estrato bajo, plantas herbáceas como platanillos, bambúes y bejucos. El campesino paisa conoce la aplicación que se le puede dar a cada una de estas especies.

Un grupo importante que actúa como controlador biológico de plagas es el de las hormigas. En estos cafetales coexisten especies de insectos–plaga y sus predadores y parásitos naturales que mantienen la variedad y el equilibrio natural, pero que al eliminarse la sombra de los árboles desaparecen. Recientemente se descubrió una hormiga feroz y ponzoñosa llamada chusmerita, capaz de acabar con la broca, la plaga más temible de los cafetales.

Hasta hace poco los científicos, más preocupados por la conservación de las selvas no intervenidas, dejaron pasar inadvertida la dinámica y la diversidad biológicas de los paisajes de la montaña antioqueña que permaneció oculta bajo la sombra de los cafetales. El cafetal tradicional encaja en el concepto de agrobosque dado por el científico Francis Hallé, quien ha investigado muchos bosques tropicales del mundo y concluye que las agriculturas complejas, las asociaciones de plantas, la ganadería integrada a los cultivos y las innumerables modalidades de la agrosilvicultura, son las bases de la agronomía específicamente tropical. El agrobosque es la manifestación más depurada de una tendencia generalizada, típicamente tropical, que consiste en asociar entre sí plantas útiles de dimensiones diversas, así como animales útiles, en la misma parcela de tierra. Sería muy oportuno que se despertara el interés por la investigación de estos agroecosistemas, puesto que de allí también ha surgido el interés por el turismo ecológico de la zona cafetera, lo que ha contribuido a revitalizar la economía. Vale la pena estudiar la biodiversidad, el conocimiento tradicional y los servicios ambientales que prestan los cafetales con sombrío, antes de que desaparezcan reemplazados por los cafetales de pleno sol de la variedad caturra.

LOS MINERALES DEL ALTIPLANO ANTIOQUEÑO

Los ciclos de actividad ígnea del Cretáceo y de sedimentación marina de las primeras fases de formación del batolito antioqueño, formaron grandes depósitos y yacimientos de minerales. Pueblos indígenas como los catíos en las planicies del río Cauca, los nutabes en la zona andina del Valle de Aburrá y los tahamíes en la mayor parte de la zona oriental, conocieron las riquezas insospechadas de las montañas y de sus ríos sagrados. En la Colonia la extracción de oro fue la actividad dominante de la provincia de Antioquia y durante siglos ha sido una importante fuente de ingresos para la población.

Según la documentación histórica del Cinep, hasta 1580 Santa Fe de Antioquia fue la mayor área de explotación minera; sin embargo, la crisis de la población llevó a que propietarios y vecinos se desplazaran en la primera mitad del siglo XVII hacia el Valle de Aburrá, donde establecieron haciendas de caña y ganado. Ante el crecimiento demográfico, la élite decidió gestionar la creación de la Villa de Nuestra Señora de la Candelaria de Medellín, que fue fundada el 2 de marzo de 1616 y en 1826 fue erigida capital del Estado de Antioquia.

Motivados por los ricos yacimientos auríferos, los mineros llegaron hasta el llano de Ovejas —hoy San Pedro—, Belmira y Santa Rosa; en 1785 don Pedro Rodríguez de Zea propuso la fundación de cuatro poblaciones en los Osos para atraer mazamorreros y agricultores. Por esa época el oidor Juan Antonio Mon y Velarde sostenía que donde hay minería es necesaria la agricultura, por lo cual se dio impulso a la creación de las primeras colonias agrícolas del altiplano en Donmatías, Yarumal y Carolina. La tala de los robledales dio paso a la agricultura para abastecer a los pueblos mineros de Guarne, La Mosca, Rionegro, Concepción, Santuario y Piedrasblancas; el comercio tuvo un gran desarrollo y la arriería se convirtió en una de las actividades más importantes para la economía de las zonas más apartadas; todo lo que entraba a la región y salía de ella dependía del cuidado, la vigilancia, la diligencia y la honradez del arriero.

Aún se conservan antiguos métodos de explotación del oro de depósitos aluviales y de filón, como motobombas, canalones de madera, herramientas manuales y algunos accesorios como la batea, modalidad de extracción conocida como barequeo. En los valles altos de los ríos del altiplano, Porce, Nare y Nus, el barequeo genera grandes disturbios y contaminación de las fuentes de agua.

La minería tecnificada posee un mayor conocimiento del depósito y los adecuados niveles de mecanización, emplea dragas, retroexcavadoras y maquinaria pesada, así como equipos adecuados para el transporte del material y recuperación del oro en amalgamadores. También hay minería de socavón que sigue por pequeños túneles la dirección del filón de oro; después el material es triturado en molinos y el oro finalmente es recuperado mediante amalgamación en barriles, cianuración y en algunas ocasiones, por agitación.

La minería aurífera se ha caracterizado por ser generadora de un fuerte impacto ambiental que afecta todos los niveles del ecosistema y su estructura trófica. La remoción de sedimentos y la recuperación del oro mediante mercurio también impacta los ecosistemas de humedales y ciénagas de menor altitud. Algunos estudios realizados en la Universidad de los Andes, revelan niveles de contaminación por mercurio que sobrepasan los estándares límites internacionales permitidos en la región de la Mojana, uno de los sistemas cenagosos más ricos en biodiversidad del mundo; comprende 450.000 ha delimitadas en el norte por el brazo de Loba del río Magdalena, en el oriente y el sur por el río Cauca y en el occidente por la serranía de Ayapel. El mayor aporte de contaminantes está dado por los procesos mineros que se realizan en la zona nororiental del departamento de Antioquia. El estudio concluye que de continuar el aporte de contaminantes al sistema hídrico de la región de La Mojana, éste no puede tener ningún tipo de uso, situación grave si se tiene en cuenta que la región es netamente ganadera, agrícola y pesquera y todas estas actividades dependen del agua para su subsistencia.

Las posibilidades mineras de esta gigantesca mole son ilimitadas. Actualmente en el batolito antioqueño también existen los depósitos de talco más importantes del país, localizados en el municipio de Yarumal. Las arcillas comerciales de mayor importancia se localizan en los alrededores de La Unión y Carmen de Viboral, población reconocida por su tradición artesanal. La arcilla es también una importante fuente para la industria ladrillera del Valle de Aburrá, pero tiene una fuerte incidencia sobre la contaminación atmosférica.

 
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