La
a cordillera Central es la cadena montañosa más
antigua del territorio nacional; su estructura comenzó
a emerger de los fondos marinos en el Paleozoico Superior,
hace unos 270 millones de años y alcanzó
su volumen y altura actuales en medio de una intensa actividad
volcánica, a finales del Cenozoico y comienzos
del Pleistoceno, hace 11 millones de años.
La cordillera de los Andes es producto del choque entre
las placas tectónicas; en la zona de subducción
la placa marina se estrelló contra la continental
y se hundió bajo ésta. Entonces el borde
del continente se arrugó, se levantó y se
fracturó y por esas fisuras, aproximadamente a
200 km del punto de choque, el magma ascendió para
crear en territorio colombiano la cordillera Central,
que como resultado de ese evento tectónico tiene
cerca de 45 volcanes repartidos a lo largo de su eje.
Durante el Cretáceo medio a superior, hace aproximadamente
80 millones de años, se generó en el norte
de la cordillera un gran flujo de magma hacia la superficie;
fue entonces cuando los sustratos geológicos superiores
se plegaron para dar paso a las gigantescas rocas intrusivas
del batolito de Antioquia.
FORMACIÓN DE ALTIPLANOS EN CORDILLERA VOLCÁNICA
El vulcanismo más intenso ocurrió durante
las últimas fases de la orogénesis andina.
Se cree que hubo dos grandes períodos de emisiones
de grandes flujos de lava andesítica; el primero
entre el Mioceno —25 millones de años—
y el Pleistoceno antiguo —11 millones de años—
y el segundo entre el Cuaternario muy reciente —600.000
años—, y el período histórico
—hace 10.000 años—.
La intensa actividad volcánica, con sus flujos
de lava y la acción de las masas glaciares, formaron
varias altiplanicies en la cordillera Central. Algunos
relieves dejados por los volcanes, como grandes calderas
apagadas, crearon ambientes lacustres o lagos de caldera,
que durante su fase de reposo se sedimentaron y se convirtieron
en fértiles altiplanicies. También las emisiones
recientes de coladas de lava, que brotaron de los volcanes
de la cordillera Central, durante el Holoceno, hace 10.000
años, al solidificarse taponaron antiguos valles
glaciares, donde se formaron lagos de barrera, como ocurrió
con la laguna del Otún, localizada en el complejo
volcánico Ruiz, Tolima, a 3.900 msnm.
Flujos de lava a elevadas temperaturas, compuestos por
materiales livianos como piedra pómez y escorias,
recorrieron grandes distancias antes de solidificarse.
Debido a su gran volumen, en la cordillera Central colombiana
sepultaron laderas de montañas bajo gruesas capas
de rocas, o rellenaron amplios valles lejos de su cráter;
al depositarse en el fondo de los valles se formaron extensas
llanuras ignimbríticas relativamente planas, características
de algunos altiplanos del sur del país. Los lahares
se originaron por las emisiones volcánicas en el
centro de los casquetes glaciares; debido al intenso calor
se produjeron rápidos deshielos que generaron inmensos
flujos de lodo volcánico, los cuales se desplazaron
rápidamente a grandes distancias y finalmente formaron
planicies a diferentes alturas.
Los nevados también contribuyeron a la formación
de altiplanos; debido a la acumulación y al arrastre
de materiales por la acción de las masas glaciares
sobre la roca volcánica, se generaron gigantescos
arcos morrénicos que cerraron extensos valles,
donde se formaron lagos y ambientes lacustres que más
tarde tuvieron procesos de sedimentación y disección,
como ocurrió en el valle alto del río Lagunillas,
localizado en el norte del departamento del Tolima entre
los 3.400 y 3.600 msnm.
Flujos espesos de materiales fluvio-volcánicos
se explayaron y recubrieron grandes superficies y lavas
más antiguas y el material volcánico recientemente
emitido terminó por suavizar la topografía;
las tefras —capas de ceniza y lapilli— cerca
de los volcanes sepultaron el relieve preexistente. Posteriormente
se presentó un modelado por disección que
transformó las planicies recién formadas;
de acuerdo con el tipo de roca y la presencia y espesor
de la cubierta piroclástica, la erosión
del paisaje actuó con mayor o menor rapidez.
LA HERENCIA DEL MODELADO VOLCÁNICO EN LOS
ALTIPLANOS
Antiguas fases de la actividad volcánica, sobre
todo efusivas, produjeron coladas de lava no muy fluidas
y grandes explayamientos fluviovolcánicos que formaron
abanicos o conos de deyección, en los que se alternan
los materiales magmáticos con flujos de lodo o
lahares, como el gran abanico de Ibagué. El Nudo
de los Pastos y la altillanura de Popayán son las
zonas volcánicas más anchas de Los Andes
colombianos, donde se observan las huellas de grandes
coladas de lava, lahares, altillanuras de ignimbritas
y, sobre todo, capas de tefras muy espesas que recubren
los amplios conos de explayamientos fluviovolcánicos
que ocurrieron durante el Cuaternario, hace 100 millones
de años. La actividad volcánica reciente
fue más explosiva; durante el Holoceno, desde hace
10.000 años y en el período histórico
reciente, el vulcanismo, cuyas erupciones también
se han registrado en la actualidad, dejó pequeños
flujos mixtos de lava, lahares y sobre todo grandes cantidades
de materiales piroclásticos —ceniza, lapilli,
pómez—, que recubrieron la mayoría
de las vertientes y los bordes bajos de la cordillera.
Buena parte del levantamiento de la cordillera Central
se debió al flujo de magma hacia la superficie,
que ocurrió desde el Cenozoico tardío, hace
65 millones de años, hasta el Cuaternario antiguo,
hace tres millones de años; este episodio tiene
relación con el solevantamiento —empuje de
abajo hacia arriba— general de la región
andina, tal como Tomás Van der Hammen y otros investigadores
lo comprobaron a través de los estudios que llevaron
a cabo en la cordillera Oriental. De acuerdo con datos
geomorfológicos, al final de este proceso algunas
áreas de la cordillera Central pudieron haber alcanzado
unos 1.800 a 2.400 m de altitud, mientras que en la superficie
de aplanamiento que hay sobre el gran batolito antioqueño,
entre 2.000 y 3.000 m de altitud, se conserva un modelado
de pequeñas colinas redondeadas y de suelos ferralíticos
—con abundante hierro—, construidos más
recientemente.
El solevantamiento final de las cordilleras colombianas
debió de concluir antes del Cuaternario antiguo
a medio —hace unos 400.000 años—, porque
las huellas de las glaciaciones, características
de este período, por lo general se presentan en
las montañas, por encima de los 3.000 msnm y excepcionalmente
más abajo. La mayor parte de los modelados de los
páramos y de las regiones alto–andinas de
la cordillera Central se originaron en las glaciaciones
del Cuaternario reciente a medio —70.000 a 10.000
años—, debido a que el movimiento de los
hielos desempeñó un papel geomorfológico
apreciable, lo mismo que la cobertura de tefras, que es
muy extensa en toda la cordillera y constituye el material
parental de los suelos actuales que además reciben
los aportes de la geodinámica y de los procesos
sedimentarios recientes generados por las vertientes andinas.
PATRONES GENERALES EN EL MODELADO DE DISECCIÓN
En la parte central de la cordillera, los investigadores
han encontrado seis tipos básicos de patrones de
modelado por disección, que se presentan de acuerdo
con el tipo de roca que hay en el área donde actúan;
las lavas andecíticas y dacíticas son las
más duras, las rocas de los macizos granodioríticos
y cuarzodioríticos por su composición mineralógica,
tienen diferentes grados de resistencia y las rocas metamórficas
—filitas, esquistos— son las menos resistentes.
El primer tipo de modelado es el contrastado, que se manifiesta
en mesas radiales planas y valles anchos en forma de U;
el segundo es el subparalelo, que generalmente es el que
se da sobre una cubierta espesa de piroclastos con topografía
suavizada; el tercero es el de los arroyos y cárcavas
profundas, estrechas y largas, con fondos casi planos,
que por lo general están bastante separadas unas
de otras por terrenos anchos, cuya superficies van de
planas a onduladas y en algunos casos semiredondeadas;
el cuarto es el cincelado, que se manifiesta en la presencia
de cuchillas cortas y finas; el quinto es el típico
de disección, suavemente ondulado y redondeado,
en el que las quebradas tienen un patrón de drenaje
dendrítico —con forma de ramas—, que
es más o menos denso según la resistencia
de la roca donde se presentan y el sexto tipo de modelado
es el más accidentado de todos y en los conjuntos
metamórficos de su relieve muestran una disección
fuerte, con sierras abruptas, puntiagudas, cerros estrechos
y quebradas profundas que corren por estrechos cañones
con forma de V.
GRANDES PROCESOS EDÁFICOS
La característica principal en la formación
de los suelos de los altiplanos de la cordillera Central,
que los diferencia de los de la cordillera Oriental, es
la cubierta de material piroclástico de origen
volcánico con fragmentos de lapilli, pómez,
andesita, arena volcánica y cenizas finas.
Generalmente los suelos de esta cordillera, ricos en minerales
depositados por los volcanes, están asociados con
abundante materia orgánica, por lo que se forma
un estrecho vínculo orgánico-mineral, aspecto
que explica en parte su fertilidad y que consiste en que
los compuestos minerales amorfos estabilizan la materia
orgánica y la protegen contra la biodegradación
causada por los microorganismos. Con esto se impide que
la materia orgánica del perfil del suelo migre
hacia abajo. Otra característica importante en
estas tierras de material volcánico, es que la
formación masiva de complejos orgánico-minerales
amorfos es independiente de la cantidad y calidad de la
vegetación y depende más de factores climáticos,
puesto que, además de las bajas temperaturas, la
ausencia de una estación seca es uno de los factores
preponderantes en la alta y media montaña andina.
Sin embargo, al cambiar el clima, los andosoles —suelos
que en su parte mineral son ricos en geles de sílice,
aluminio y óxido ferroso— adquieren características
que son propias del escalonamiento altitudinal; hacia
abajo y a una menor altitud —por debajo de 2.000
msnm— se vuelven más pardos y en condiciones
ambientales de estación seca —2 a 3 meses
de verano—, tienden a evolucionar hacia la ferralización,
pierden rápidamente sílice y presentan fuertes
cambios en las arcillas y la materia orgánica.
Al dispersarse en el agua las arcillas se profundizan
entre el perfil del suelo y forman un horizonte argílico
enriquecido en hierro, típico de la montaña
media y baja de clima cálido ecuatorial tropical.
ALTIPLANOS DE LA MONTAÑA ANTIOQUEÑA
En el norte de la cordillera Central, la actividad magmática
ocurrida durante el Mesozoico dio origen al gigantesco
batolito antioqueño y al surgimiento de otras intrusiones
volcánicas. Estudios detallados de este monumental
cuerpo plutónico revelan que tiene entre 63 y 90
millones de años de antigüedad y un área
aproximada de 8.000 km2; entre otros tipos
de rocas, este batolito está compuesto en un 64%
por granodioritas, en un 25% por tonalitas y en un 5%
por cuarzodioritas.
Millones de años después de su surgimiento,
los procesos orogénicos y erosivos dejaron al descubierto
la evidencia de masas de magma intrusivo que ascendían,
como las piedras del Peñol de Guatapé y
el Peñol de Entrerríos, los cuales, antes
de llegar a la superficie se enfriaron y formaron las
inmensas moles de granito que hoy podemos apreciar en
medio del paisaje colinado del altiplano; debido a las
elevadas temperaturas que se dieron a su alrededor y a
la alta presión, el magma de estos peñoles
en su ascenso transformó los materiales adyacentes
en rocas metamórficas.
Gracias a las investigaciones realizadas por Alberto Arias,
se han encontrado evidencias de que el altiplano de Santa
Rosa de Osos, cuya extensión es de 1.600 km2,
corresponde a una superficie de erosión antigua,
modelada sobre un manto de alteritas muy espeso —80
a 90 m—, producido por la meteorización de
las cuarzodioritas del batolito antioqueño. El
relieve primigenio de esta superficie de erosión
fue modelado cuando comenzaba su ascenso y se encontraba
unos pocos metros sobre el nivel del mar; posteriormente,
durante gran parte del Terciario —hace 40 millones
de años—, fue sometido a varios períodos
de levantamiento tectónico, de tal forma que las
zonas más elevadas, donde se presenta evidencia
de actividad glaciar, alcanzaron los 3.000 msnm.
En esta gran región se ha reconocido un conjunto
de altiplanos escalonados, separados por escarpes erosivos
que abarcan un amplio gradiente altitudinal y climático,
desde los que se encuentran en la alta montaña
paramuna, hasta los que hay en el piso cálido de
la parte baja. Los que están a mayor altitud son
los más antiguos y los de la zona baja, los más
recientes.
ALTIPLANO DE LOS PÁRAMOS DE BELMIRA Y SONSÓN
El extenso corredor de los páramos de Belmira y
Sonsón está limitado en el borde occidental
que mira hacia el cañón del río Cauca,
por picos y serranías que, como el alto de Belmira
en el norte, alcanzan los 3.265 msnm; la altiplanicie
más extensa y antigua y la que ha sufrido mayores
alteraciones de esta parte del batolito antioqueño
tiene 120 km de largo por 15 de ancho. En este sector
también se presentan serranías o cerros
aislados de menor importancia y terrenos vecinos relativamente
planos y de menor tamaño, como el altiplano de
Santa Helena y el de La Unión, Abejorral.
En el páramo de Belmira se forman pequeñas
áreas de vegetación paramuna a partir de
los 2.900 m, con pajonales de Calamagrostis recta
y frailejonales de Espeletia hartwegiana. La
alta humedad que asciende del cañón del
río Cauca y la precipitación anual que alcanza
los 2.000 mm, favorece el desarrollo de densos bosque
altoandinos con encenillos, canelos y pega pega, entre
otros. A corta distancia y sobre relieve escarpado se
encuentran los últimos fragmentos de bosques de
roble que originalmente cubrían todo el altiplano.
En esta región paramuna nacen el río Chico
y el río Grande, cuyas aguas cristalinas corren
serpenteantes a través del relieve colinado del
altiplano, hasta aportar sus aguas al embalse Río
Grande II.
La parte más antigua del altiplano, en la región
del páramo de Sonsón, presenta el relieve
más escarpado y abrupto compuesto por numerosos
picos y cerros que sobrepasan los 3.000 m de altitud;
en sus cumbres aflora la roca granítica del batolito
de Sonsón. Los cerros más altos son la serranía
del Guayabo —3.280 msnm—, en límites
con Caldas; la Cuchilla de Montecristo —3.240 msnm—;
la Cuchilla de Osa —3.230 msnm—; el Alto del
Cóndor —3.150 msnm—; el Morro de La
Vieja —3.205 msnm—; el alto de Anorí
—3.020 msnm—; el Alto de Guayaquil —3.000
msnm— y el más alto de todos, el páramo
del Cerro de las Palomas —3.340 msnm—. La
alta humedad atmosférica y los suelos volcánicos
favorecen el desarrollo de una vegetación paramuna
rica en especies endémicas de Bromeliáceas
entre las que se destacan el cardón y algunas Eriocauláceas
del género Paepalanthus; las Cyperáceas
o cortaderas forman una densa cobertura herbácea,
salpicada de frailejones. Estos escarpados picos son el
hábitat principal de una de las águilas
de mayor tamaño del páramo.
Una de las particularidades de estos cerros es la presencia
de una cadena de pequeños páramos azonales,
aislados en las cumbres de los cerros y rodeados por un
anillo de selvas altoandinas que permanecen la mayor parte
del año ocultas por la neblina; el límite
superior del bosque llega hasta los 3.200 m de altitud.
El terreno escarpado ha permitido la conservación
de la selva nublada a partir de 2.900 m de altitud, principalmente
de la que se encuentra en la cuenca del río Magdalena.
En la parte alta es común encontrar bosques de
encenillos y cedros y a menor altitud densos robledales.
A corta distancia vertical se presenta una gran diversidad
de ecosistemas de bosques de roble, bosques altoandinos
y páramos ricos en flora y fauna. La diversidad
espacial de hábitats y oferta de recursos permite
la existencia del mayor roedor de alta montaña,
la guagua negra y de otros mamíferos.
Toda esta diversidad biológica se ve afectada en
algunos sectores por la expansión de la frontera
ganadera que invade terrenos de bosques altoandinos y
páramos para la siembra de pastizales. En esta
región se han explotado, con métodos tradicionales,
varias vetas de oro.
ALTIPLANO DE SANTA ROSA DE OSOS Y RIONEGRO
Este altiplano tiene dos grandes sectores —Santa
Rosa y Rionegro— que están divididos por
el cañón del río Medellín
y el valle del Aburrá. Se extiende desde San José
de la Montaña y Yarumal en el norte, hasta El Retiro
y Carmen de Viboral en el sur. El sector de Santa Rosa,
de clima frío, tiene las partes más elevadas
—2.750 a 2800 msnm—y son las que mejor conservan
la morfología original del batolito antioqueño;
el sector de Rionegro es el más bajo, con altitudes
de 2.200 msnm en promedio, que lo ubican entre el límite
superior del piso subandino y el clima templado.
El principal tipo de relieve que se observa en Rionegro
es el colinado, constituido por un secuencia de colinas
de poca altura y valles encajonados y angostos con pequeñas
planicies de origen coluvio aluvial, formadas por depósitos
recientes del Cuaternario y disectadas por pequeñas
quebradas de aguas cristalinas. La heterogeneidad espacial
que ofrece el relieve colinado y su evolución en
el tiempo, han permitido el desarrollo de varios tipos
de suelos; los más reciente son los inceptisoles,
ricos en materia orgánica y humus. Otros suelos
son los andisoles y los ultisoles, pero los más
antiguos que se encuentran son los oxisoles. Sorprende
el hallazgo de este tipo de suelo en las cimas de las
colinas de un piso térmico frío; sin embargo,
los investigadores explican que la presencia de éstos,
que tienen un horizonte de plinthita, se debe a que en
el pasado la región tuvo un régimen de precipitaciones
contrastado: largos períodos de lluvia seguidos
por épocas secas, lo cual indica que, de acuerdo
con la historia del clima global, en sus fases tempranas,
el altiplano tenía una altitud menor que la actual.
AGROECOSISTEMAS DEL ALTIPLANO
La planicie de relieve colinado está localizada
entre los 2.200 y 2.600 msnm y tiene un clima frío
y húmedo, con precipitaciones medias anuales entre
2.000 y 3.000 mm. Debido a que la producción se
centra principalmente en la ganadería lechera de
raza Holstein, abundan los pastizales de kikuyo y falsa
poa. Las pequeñas colinas muestran en sus laderas
procesos de erosión superficial causados por el
intenso pastoreo; el suelo frágil cede ante el
peso de los animales y se forma una serie de caminos entretejidos
escalonados, que localmente se denominan terrazas de patas
de vaca; la intensificación de este proceso puede
ocasionar mayor erosión y producir cárcavas
profundas o el desplome de masas de tierra. La intensidad
de usos y los suelos empobrecidos en algunas zonas, hacen
surgir plagas de insectos como el chinche mión
del género Colaria y el lorito verde,
que empiezan a menguar la producción lechera debido
al deterioro de los pastos.
El cultivo de papa en el norte del altiplano y en el oriente
antioqueño constituye uno de los sistemas de producción
más importantes en la región; se dice popularmente
que en Antioquia se siembra papa todos los días
del año, excepto, jueves y viernes santo. En realidad
las épocas de siembra coinciden con el comienzo
de las lluvias a finales de febrero y principios de marzo,
para el cultivo del primer semestre y a finales de agosto
y principios de septiembre, para el segundo cultivo. De
acuerdo con las estadísticas de la producción
de papa en Antioquia, el 90% de los cultivadores son pequeños
agricultores, generalmente en minifundios de menos de
3 hectáreas. Antioquia aporta el 8,5% de la producción
nacional y ocupa el cuarto lugar entre las 14 regiones
productoras de papa del país, solo superado por
Cundinamarca, Boyacá y Nariño. Dedica un
área de 15.546 ha, que generan un volumen de producción
de 244.634 toneladas y un rendimiento promedio de 15,7
toneladas por hectárea; como sucede en otras regiones
paperas del país, los elevados costos de producción
por hectárea se deben al exagerado uso de insumos
para controles fitosanitarios.
ALTIPLANO DE ANORÍ, CAROLINA Y EMBALSE
EL PEÑOL
De acuerdo con las investigaciones de Alberto Arias, este
altiplano localizado en el nororiente de la cordillera
es el más joven de batolito antioqueño y
está segmentado por los cañones de los ríos
Porce y Nus, que dejan tres sectores bien definidos.
El primero y el más septentrional es el de Anorí,
que a diferencia de la mayor parte de los altiplanos del
batolito, se encuentra modelado sobre rocas metamórficas
menos resistentes a la erosión. El segundo altiplano
es el de Carolina Gómez Plata, al occidente del
río Porce, un pequeño segmento por el que
fluye la red de drenaje de la quebrada Hojas Anchas y
el tercer segmento, el de Amalfi, Yolombó y el
Embalse El Peñol, el de mayor tamaño, que
está modelado sobre las cuarzodioritas del batolito
antioqueño y sobre rocas metamórficas del
Paleozoico. Parte de este conjunto de altiplanos se encuentra
en clima templado, en tierra de producción cafetera
y parte en clima templado~cálido, donde predominan
la ganadería y la minería, principalmente
de oro y plata.
EL AGROECOSISTEMA CAFETERO
En el noroccidente de Colombia han existido tres formas
de agricultura. La más tradicional, para el consumo
directo, está basada en los cultivos de fríjol,
maíz, papa, hortalizas y frutales en los climas
frío y templado y en los más cálidos,
los de caña, yuca y plátano; la agricultura
fue fundamental en el proceso colonizador de la región
y complemento de la actividad minera. A finales del siglo
XIX se desarrollaron los cultivos de exportación,
como palma para la extracción de aceite, quina,
tabaco y añil, que se localizaron en espacios geográficos
muy definidos y desarticulados respecto del contexto agrícola
interno. A partir de 1920 se incrementó el cultivo
del café, que como industria inició la historia
moderna de la economía regional y constituyó
un factor de identificación de todo este sector
de la cordillera Central.
En el centro de Antioquia la caña fue el cultivo
más importante, para la producción de panela
y aguardiente y la elaboración de mieles para el
ganado y alimentos para las recuas de mulas. Con el auge
del café, la agricultura de esta subregión
adoptó el carácter de monocultivo que propició
el aumento de la población, se desarrolló
el comercio, se extendieron las vías de comunicación
y se inició el intercambio de alimentos con otras
regiones del país, especialmente con Valle, Tolima
y Cundinamarca. Después se diversificaron los cultivos
en busca de productos de exportación como las flores
y el plátano. La papa y las hortalizas tuvieron
su desarrollo a partir de 1960 como respuesta al crecimiento
de los mercados urbanos. Las nuevas variedades de café
de sol, más resistentes a plagas y enfermedades
y altamente productivas, rápidamente han ido remplazando
los cultivos tradicionales.
En el oriente y norte de Antioquia, especialmente en pequeñas
parcelas de clima frío, entre los 1.800 y 2.400
m de altitud se siembra el fríjol cargamanto; se
estima que son 20.000 familias las que están dedicadas
a esta labor en un área de 27.000 ha aproximadamente.
A pesar de la importancia que tiene esta leguminosa en
la tradición paisa, el deterioro de los suelos
y las técnicas inadecuadas de manejo han hecho
que los cultivos sean vulnerables a plagas y enfermedades;
para su control se hace uso indiscriminado de pesticidas,
lo cual eleva los costos de producción y contamina
las aguas y los suelos.
Ante esta crítica situación, a partir de
las variedades ancestrales de germoplasma se buscan nuevas
variedades de fríjol resistentes y productivas.
Otras alternativas consisten en diversificar la producción
con frutales como el tomate de árbol y la mora
de Castilla, cultivo que en Rionegro, El Peñol
y Guarne, entre otros, ocupa un área de 600 ha;
sin embargo, las deficiencias técnicas en su manejo
han bajado su rendimiento a 8,84 kg/planta por año,
muy por debajo de los 15 kg esperados. Se ha demostrado
que el incremento de la diversidad biológica en
los cultivos de pequeños productores y un manejo
amigable del medio ambiente, pueden recuperar la capacidad
de autorregulación y producción del agroecosistema,
para lo cual hay que estar atento a indicadores tempranos
de deterioro y a los niveles de tolerancia; nuevamente
la clave del equilibrio está en la biodiversidad.
EL CAFETAL DE SOMBRA, UN AGROECOSISTEMA BIODIVERSO
El agroecosistema cafetero tradicional con café
de sombra, Coffea arabica, representa uno de
los más diversos y de mayor complejidad estructural
y a la vez de baja dependencia de insumos agrícolas
externos; fue el que se denominó, el «café
más suave del mundo».
A mediados del Siglo XIX nació un nuevo proceso
económico, el de la industrialización del
café, cuya base económica se caracterizaba
por el minifundio y el autoabastecimiento de la familia
antioqueña. Muchos años de experiencia le
dieron al campesino el conocimiento suficiente para manejar
uno de los factores críticos: la selección
de árboles con el follaje adecuado para obtener
la intensidad y la calidad de luz necesarias para los
cafetales, sombrío que cumple una función
similar a la de los bosques naturales de altitud media
—1.000 y 2.000 msnm, con precipitaciones de 1.800
a 2.800 mm y temperatura media de 19 a 21,5 °C—
que remplazaron.
Los árboles plantados para dar sombra al café,
entre los que se encuentran varias especies medicinales,
frutales y maderables valiosas, como cedro rosado, nogal,
laurel, cámbulo o chocho, guayacán y guamo,
generan una estructura vertical diversa. Con ellos coexiste
todo un complejo de plantas epífitas, de líquenes,
musgos, bromelias y orquídeas. La función
principal del sombrío es la de mantener las condiciones
microclimáticas favorables para el café
al atenuar los rayos desecantes del sol, proteger los
suelos de la erosión y reciclar los nutrientes,
que de este modo producen su propio abono natural. Probablemente
los agroecosistemas cafeteros de montaña son los
que albergan una mayor diversidad de aves; las copas de
los árboles sirven de refugio y alimento a trepatroncos,
carpinteros, loros, tángaras, guacharacas, pavas
de monte —casi extintas—, trogones, quetzales,
tucanes y colibríes y en el piso viven especies
tan valiosas como los tinamúes, entre muchas otras;
de igual manera es el hábitat de muchos mamíferos
terrestres y voladores.
Para el sombrío de los cafetales se siembran frutales
como aguacates, mandarinos, naranjos, zapotes, árboles
del pan, madroños, bananos, plátanos y guamas,
entre otros y en el estrato bajo, plantas herbáceas
como platanillos, bambúes y bejucos. El campesino
paisa conoce la aplicación que se le puede dar
a cada una de estas especies.
Un grupo importante que actúa como controlador
biológico de plagas es el de las hormigas. En estos
cafetales coexisten especies de insectos–plaga y
sus predadores y parásitos naturales que mantienen
la variedad y el equilibrio natural, pero que al eliminarse
la sombra de los árboles desaparecen. Recientemente
se descubrió una hormiga feroz y ponzoñosa
llamada chusmerita, capaz de acabar con la broca, la plaga
más temible de los cafetales.
Hasta hace poco los científicos, más preocupados
por la conservación de las selvas no intervenidas,
dejaron pasar inadvertida la dinámica y la diversidad
biológicas de los paisajes de la montaña
antioqueña que permaneció oculta bajo la
sombra de los cafetales. El cafetal tradicional encaja
en el concepto de agrobosque dado por el científico
Francis Hallé, quien ha investigado muchos bosques
tropicales del mundo y concluye que las agriculturas complejas,
las asociaciones de plantas, la ganadería integrada
a los cultivos y las innumerables modalidades de la agrosilvicultura,
son las bases de la agronomía específicamente
tropical. El agrobosque es la manifestación más
depurada de una tendencia generalizada, típicamente
tropical, que consiste en asociar entre sí plantas
útiles de dimensiones diversas, así como
animales útiles, en la misma parcela de tierra.
Sería muy oportuno que se despertara el interés
por la investigación de estos agroecosistemas,
puesto que de allí también ha surgido el
interés por el turismo ecológico de la zona
cafetera, lo que ha contribuido a revitalizar la economía.
Vale la pena estudiar la biodiversidad, el conocimiento
tradicional y los servicios ambientales que prestan los
cafetales con sombrío, antes de que desaparezcan
reemplazados por los cafetales de pleno sol de la variedad
caturra.
LOS MINERALES DEL ALTIPLANO ANTIOQUEÑO
Los ciclos de actividad ígnea del Cretáceo
y de sedimentación marina de las primeras fases
de formación del batolito antioqueño, formaron
grandes depósitos y yacimientos de minerales. Pueblos
indígenas como los catíos en las planicies
del río Cauca, los nutabes en la zona andina del
Valle de Aburrá y los tahamíes en la mayor
parte de la zona oriental, conocieron las riquezas insospechadas
de las montañas y de sus ríos sagrados.
En la Colonia la extracción de oro fue la actividad
dominante de la provincia de Antioquia y durante siglos
ha sido una importante fuente de ingresos para la población.
Según la documentación histórica
del Cinep, hasta 1580 Santa Fe de Antioquia fue la mayor
área de explotación minera; sin embargo,
la crisis de la población llevó a que propietarios
y vecinos se desplazaran en la primera mitad del siglo
XVII hacia el Valle de Aburrá, donde establecieron
haciendas de caña y ganado. Ante el crecimiento
demográfico, la élite decidió gestionar
la creación de la Villa de Nuestra Señora
de la Candelaria de Medellín, que fue fundada el
2 de marzo de 1616 y en 1826 fue erigida capital del Estado
de Antioquia.
Motivados por los ricos yacimientos auríferos,
los mineros llegaron hasta el llano de Ovejas —hoy
San Pedro—, Belmira y Santa Rosa; en 1785 don Pedro
Rodríguez de Zea propuso la fundación de
cuatro poblaciones en los Osos para atraer mazamorreros
y agricultores. Por esa época el oidor Juan Antonio
Mon y Velarde sostenía que donde hay minería
es necesaria la agricultura, por lo cual se dio impulso
a la creación de las primeras colonias agrícolas
del altiplano en Donmatías, Yarumal y Carolina.
La tala de los robledales dio paso a la agricultura para
abastecer a los pueblos mineros de Guarne, La Mosca, Rionegro,
Concepción, Santuario y Piedrasblancas; el comercio
tuvo un gran desarrollo y la arriería se convirtió
en una de las actividades más importantes para
la economía de las zonas más apartadas;
todo lo que entraba a la región y salía
de ella dependía del cuidado, la vigilancia, la
diligencia y la honradez del arriero.
Aún se conservan antiguos métodos de explotación
del oro de depósitos aluviales y de filón,
como motobombas, canalones de madera, herramientas manuales
y algunos accesorios como la batea, modalidad de extracción
conocida como barequeo. En los valles altos de los ríos
del altiplano, Porce, Nare y Nus, el barequeo genera grandes
disturbios y contaminación de las fuentes de agua.
La minería tecnificada posee un mayor conocimiento
del depósito y los adecuados niveles de mecanización,
emplea dragas, retroexcavadoras y maquinaria pesada, así
como equipos adecuados para el transporte del material
y recuperación del oro en amalgamadores. También
hay minería de socavón que sigue por pequeños
túneles la dirección del filón de
oro; después el material es triturado en molinos
y el oro finalmente es recuperado mediante amalgamación
en barriles, cianuración y en algunas ocasiones,
por agitación.
La minería aurífera se ha caracterizado
por ser generadora de un fuerte impacto ambiental que
afecta todos los niveles del ecosistema y su estructura
trófica. La remoción de sedimentos y la
recuperación del oro mediante mercurio también
impacta los ecosistemas de humedales y ciénagas
de menor altitud. Algunos estudios realizados en la Universidad
de los Andes, revelan niveles de contaminación
por mercurio que sobrepasan los estándares límites
internacionales permitidos en la región de la Mojana,
uno de los sistemas cenagosos más ricos en biodiversidad
del mundo; comprende 450.000 ha delimitadas en el norte
por el brazo de Loba del río Magdalena, en el oriente
y el sur por el río Cauca y en el occidente por
la serranía de Ayapel. El mayor aporte de contaminantes
está dado por los procesos mineros que se realizan
en la zona nororiental del departamento de Antioquia.
El estudio concluye que de continuar el aporte de contaminantes
al sistema hídrico de la región de La Mojana,
éste no puede tener ningún tipo de uso,
situación grave si se tiene en cuenta que la región
es netamente ganadera, agrícola y pesquera y todas
estas actividades dependen del agua para su subsistencia.
Las posibilidades mineras de esta gigantesca mole son
ilimitadas. Actualmente en el batolito antioqueño
también existen los depósitos de talco más
importantes del país, localizados en el municipio
de Yarumal. Las arcillas comerciales de mayor importancia
se localizan en los alrededores de La Unión y Carmen
de Viboral, población reconocida por su tradición
artesanal. La arcilla es también una importante
fuente para la industria ladrillera del Valle de Aburrá,
pero tiene una fuerte incidencia sobre la contaminación
atmosférica.