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CAPÍTULO 2

FORMACIÓN DE LOS
ALTIPLANOS DE COLOMBIA

 

"Cuesta trabajo imaginarse que estos altiplanos alguna vez fueron fondos de un mar, y sin embargo así fue".
Profesor Ernesto Gulh.

Después de haber atravesado los cálidos y húmedos valles interandinos y de enfrentar el difícil ascenso por las escarpadas laderas montañosas, los exploradores que conquistaron los territorios de la cordillera Oriental y siglos más tarde los naturalistas del siglo XIX que estudiaron esta región, tuvieron ante sus ojos el paisaje calmado y sereno del altiplano. Alfred Hettner al describir sus viajes por la Cordillera de Bogotá durante 1882-84 escribió:

«…Si seguimos aguas arriba el río Bogotá, o el río Suárez o el río Sogamoso, y mientras más fuerte se torna en lo alto la corriente, más pendiente es la vertiente. A través del valle del río Bogotá, pasamos al lado de un formidable salto, y de un golpe cambia el paisaje: de los grandiosos valles entramos ahora a las llanuras a través de las cuales se mueven los ríos perezosamente. Se trata de una de las impresiones paisajísticas más raras, que se repiten varias veces en América».

Un escenario muy diferente se presenta en el norte de la cordillera Central, donde resulta paradójico que la región conocida como la montaña antioqueña, que sirvió de cuna a la cultura «paisa», sea en realidad una zona de altiplanos colinados o suavemente ondulados, ubicados a diferentes altitudes.

¿Por qué de repente y a gran altitud aparece ante los ojos una extensa planicie circundada por cerros? ¿Cómo explicar las diferencias ecológicas tan marcadas que se dan entre los altiplanos? En la actualidad es posible interpretar estos aspectos de la naturaleza, que en el pasado estaban rodeados de misterio, con base en el conocimiento de la historia geológica del país y en el estudio de los cambios que se han presentado en el clima, la vegetación y el medio ambiente.

LOS ALTIPLANOS DEL NORTE DE LOS ANDES

De acuerdo con la clásica concepción de la teoría davisiana —Morris Davis—, dominante a fines del siglo XIX, durante un período de millones de años, los agentes de erosión trabajaron para reducir los relieves hasta convertirlos casi en planicies; durante el ciclo de erosión se presentaron tres estadios: juventud, madurez y vejez. Bajo esta concepción se hicieron las primeras clasificaciones de los altiplanos cundiboyacenses. En la fase inicial del ciclo o «juventud», donde las zonas lacustres no estaban muy sedimentadas, se incluyó el altiplano Laguna de Tota; el altiplano de Bogotá, en el que los grandes lagos se convirtieron en zonas muy planas, se denominó como «maduro» y como altiplano «viejo» se catalogó el de Sogamoso, por estar muy disectado.

Posteriormente el geógrafo George Viers postuló un planteamiento diferente al modelo davisiano, en el que sostiene que a través de los tiempos se han presentado crisis erosivas breves pero violentas y no todas de la misma naturaleza, relacionadas con los movimientos tectónicos y orogénicos, que dieron origen a los altiplanos.

El geógrafo Antonio Flórez argumenta que si bien el ciclo ideal davisiano refleja la evolución de las geoformas, no incluye los procesos de degradación. En sus estudios sobre la evolución de los relieves y modelados de Colombia, definió los altiplanos como depresiones de origen tectónico que resultaron de los diferentes procesos endógenos de plegamiento, fallamiento y posterior levantamiento de las cordilleras; estas depresiones, que generalmente se localizan en la parte media de las cordilleras, sobre los 2.000 msnm, son representativas de la media y alta montaña de los Andes, aunque no exclusivas de éstas y fueron ocupadas por lagos durante el levantamiento andino. Su definición hace especial énfasis en la relación de los altiplanos con los procesos genéticos y morfogenéticos posteriores a su formación y proporciona un nuevo enfoque de la degradación del paisaje andino.

Investigaciones sobre la evolución del relieve del departamento de Antioquia, identifican unos altiplanos colinados que se localizan entre los 200 y 3.200 msnm, que se formaron a partir de las antiguas superficies de erosión. Estas planicies se elevaron a altitudes variadas debido a episodios tectónicos que se presentaron en épocas diferentes. Esta teoría indica que hay marcadas diferencias en la génesis y evolución de los altiplanos colombianos y también en su posición altitudinal.

En un sentido estricto, el altiplano andino es una planicie de origen fluvio-lacustre localizada a elevada altitud —entre 1000 y 4000 m—, con relieve plano, plano ondulado o colinado. También forman parte de esta categoría los altiplanos cuyas superficies se han denudado —erosionado— y las formaciones de terrazas altas de origen aluvial torrencial de los valles altos interandinos. Estos tres grandes tipos de altiplanos se diferencian en su génesis y evolución morfogenética y en los procesos ecológicos y culturales que en ellos han acaecido.

DISTRIBUCIÓN DE LOS ALTIPLANOS EN COLOMBIA

Tradicionalmente se han representado en la literatura geográfica y edafológica del país cuatro grandes altiplanos: el altiplano cundiboyacense que comprende la Sabana de Bogotá, valles de Ubaté-Chiquinquirá y Tunja-Sogamoso; los altiplanos del sur como Túquerres-Ipiales en Nariño; el de Popayán en el Cauca y los de Santa Rosa de Osos y Rionegro en la cordillera Central. En 1982 el Instituto Geográfico Agustín Codazzi —IGAC— publicó el mapa de suelos de la región andina, que delimita los altiplanos con relación a factores formadores como clima, relieve y tipo de material parental —del origen—. Un grupo corresponde a los Andisoles —suelos andinos oscuros, profundos, bien estructurados bajo la influencia de ceniza volcánica—, presentes en los altiplanos fríos y húmedos como los de Antioquia. En las planicies de clima frío y seco del altiplano cundiboyacense son comunes los suelos con una capa de arcilla endurecida, que dieron origen a los Alfisoles, o suelos pesados, arcillosos. Otro grupo corresponde a los Inceptisoles y Entisoles, o suelos jóvenes de menor evolución, ricos en materia orgánica y en ocasiones mal drenados o con fluctuaciones del nivel freático en los planos de inundación.

El inventario de altiplanos de Colombia hecho por el profesor Antonio Flórez contempla 17 altiplanos que, de acuerdo con sus estadios evolutivos y grado de sedimentación, los clasificó en cuatro grandes grupos. En estadio lacustre, como el Guamués en Nariño y el Lago de Tota en Boyacá; Sedimentados con pantanos y lagunas residuales, como La Magdalena, Gabriel López-Totoró y Paletará en Cauca, Balsillas en Huila, Sibundoy en Putumayo, La Lejía en Norte de Santander, Toquilla en Boyacá y El Estero en Nariño; Sedimentados en estado de disección, como el altiplano de Las Papas en Cauca, Santa Rosa de Viterbo-Cerinza en Boyacá, Pasto y Túquerres-Ipiales en Nariño y Pamplona en Norte de Santander y con problemas de desertización, en el que se incluyen los que tienen procesos de degradación ambiental causados por la intervención humana, como el altiplano de Berlín en Santander y el altiplano Cundiboyacense.

CLASIFICACIÓN DE LOS PRINCIPALES ALTIPLANOS DE COLOMBIA

Más allá de un criterio predominantemente geomorfológico, han surgido otras interpretaciones complementarias y más integradoras, que permiten comprender mejor el funcionamiento ecológico, en especial el relacionado con el uso y manejo sostenible de estos grandes paisajes andinos. A partir del mapa de zonificación agroecológica de Colombia, elaborado en 1985 por el IGAC y el Instituto Colombiano de Agricultura, se estima que los altiplanos en el país ocupan aproximadamente un millón de hectáreas, el 10% de la región andina, cifra que puede ser aún mayor, si se tiene en cuenta que la lectura se hizo sobre un mapa a escala 1:1.500.000, que dificultaba la representación de muchos altiplanos de poca extensión, perdidos entre las montañas.

En el piso térmico medio o templado, de 1.000 a 2.000 msnm, la superficie de planicies aluviales y pie de montes planos u ondulados, que han resultado principalmente del acarreo, es de 409.150 ha. En el piso térmico frío, 2.000 a 3.000 msnm, la zona plana a ondulada, los valles cóncavos mal drenados y otras formas complejas severamente erosionadas, representan 501.650 ha aproximadamente. En el piso térmico muy frío o de páramo bajo se presenta la menor extensión, 45.500 ha.

El nombre actual de los principales altiplanos de Colombia corresponde al del pueblo o ciudad establecida en él o a una toponimia reconocida y en algunos casos se refiere al nombre del lago o río del cual hace parte.

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MODELADO DEL PAISAJE DE ALTIPLANOS

La Ecología del paisaje, campo recientemente desarrollado en el país por algunos investigadores como Andrés Etter, contribuye al análisis de los procesos que modelaron el relieve de los altiplanos. Un paisaje puede definirse como una porción de la superficie terrestre con patrones homogéneos, consistente en un complejo de sistemas conformados por la actividad de las rocas, el agua, el aire, las plantas, los animales y el hombre, que por su fisonomía es una entidad reconocible y se diferencia de otras vecinas. Este enfoque permite ver el paisaje de altiplano como el resultado de las interacciones de los factores formadores del paisaje como el clima, la litología, la hidrología, el suelo, la cobertura vegetal, la fauna y el hombre y sus actividades y para poder comprender los procesos ecológicos que ocurren en ellos, se debe integrar a su estructura, además de la parte plana del relieve, el sistema de montañas periféricas y sus ecosistemas naturales y transformados. Con base en este criterio, en un altiplano de origen lacustre como la Sabana de Bogotá, se diferencian varias unidades de paisaje: la planicie y el plano aluvial del río Bogotá, humedales, ríos y quebradas, el piedemonte y la montaña, que son componentes estratégicos de la estructura ecológica principal, como se le ha denominado recientemente en los planes de ordenación del territorio. Cada una de estas unidades de paisaje presenta diferencias en sus componentes biofísicos, socioeconómicos, ambientales y en sus procesos ecológicos.

El paisaje no es estático; en el transcurso del tiempo se presentan constantes cambios y se crean nuevas formas que le imprimen mayor diversidad de ambientes ecológicos y gran heterogeneidad espacial. Algunos de estos procesos ocurren en forma acelerada, muchas veces asociados a la estacionalidad climática anual, como los deslizamientos masivos de tierra causados por las lluvias formadoras de abanicos o conos de deyección en el pie de las montañas, que sepultan suelos o relieves más antiguos. En otros casos se combinan varios factores como la actividad volcánica, el deshielo de los glaciares y la energía gravitacional de las vertientes, que forman enormes avalanchas con un poder indescriptible de transformación del paisaje, como ocurrió con la reciente actividad del volcán-nevado del Ruíz. Este fenómeno ha generado en diferentes épocas, voluminosos flujos de lodo que al descender por estrechos cañones hasta llegar al pie de la cordillera, han dejado extensos depósitos fluvio-volcánicos como el inmenso abanico de Pereira-Armenia, Santa Rosa de Cabal, Chinchiná o como el gran abanico de Ibagué. De acuerdo con la hipótesis de Jean-Claude Thouret, estos explayamientos fueron alimentados por el deshielo de las grandes masas glaciares y el gigantesco transporte aluvio-torrencial ocurrido en los períodos climáticos bastante húmedos del Plio-Pleistoceno, entre 600.000 y 10.000 años.

PROCESOS OROGÉNICOS

El origen de los altiplanos colombianos se remonta a la formación misma de las montañas andinas. En la temprana historia geológica del país, hace aproximadamente 100 millones de años, comenzó a levantarse el arco de islas que más tarde sería la cordillera Central, la cual terminó de emerger durante el Terciario, unos 65 millones de años atrás. Durante el Cretáceo —entre 115 y 60 millones de años— y buena parte del Terciario, hasta hace unos 40 millones de años, lo que actualmente es la cordillera Oriental, especialmente en el sector de Cundinamarca y Boyacá, estaba cubierto por el mar y en el Mioceno —hace entre 25 y 11 millones de años—, los valles que había entre las montañas de la cordillera que iniciaba su elevación, al subir de nivel dejaron atrapados infinidad de organismos marinos y restos vegetales, que cubrieron el fondo, mezclados con las arenas y los sedimentos transportados por los ríos que erosionaban el joven relieve. Posteriormente, el levantamiento y plegamiento de la corteza terrestre, acompañado de la fuerte actividad volcánica de la cordillera Central, terminó de edificar el paisaje montañoso del norte de Los Andes colombianos. De acuerdo con estudios del profesor Antonio Flórez, el levantamiento principal de esta parte ocurrió en el Plioceno medio —7 a 5 millones de años—, continuó moderadamente durante el Cuaternario y sigue haciéndolo muy levemente en el presente u Holoceno.

Los procesos orogénicos de mayor complejidad de los altiplanos se presentaron en el sur del país, en la cordillera Central, debido a que en ese lugar se combinó la acción directa de la actividad volcánica con la influencia de los glaciares, lo cual generó paisajes de altiplanos fluviovolcánicos-fluvioglaciáricos. El lago Guamués o laguna de La Cocha, con su extenso sector lacustre aledaño, se formó debido a que los movimientos de las fallas estructurales de la zona formaron una depresión que más tarde fue ocupada por el agua. Las lluvias de ceniza de numerosos volcanes como el Chiles, Cumbal y Azufral, entre otros, del suroccidente nariñense, aplanaron el paisaje en los altiplanos del eje Túquerres–Ipiales y el de los alrededores de la ciudad de Pasto. Al suroccidente de la sierra de Los Coconucos, a una altitud de 2.800 msnm, un lago que se rellenó de materiales aluviales y volcánicos provenientes de esta sierra formó la altiplanicie de Paletará, actualmente atravesada por el río Cauca. Por la vertiente oriental de la cordillera, espesos flujos espumosos de roca piroclástica incandescentes, formaron una extensa altiplanicie denominada por su origen y composición altillanura ignimbrítica, sobre la cual se asentaron las poblaciones de San Agustín e Isnos.

Otra forma compleja de altiplanos se presenta en el norte de la cordillera Central, sobre antiguas superficies de aplanamiento o superficies de erosión levantadas tectónicamente, que en el transcurso de su historia geomorfológica adquirieron un relieve colinado. De acuerdo con Alberto Arias, se trata de una sucesión de tres altiplanos muy extensos, el más antiguo de los cuales es el Páramo de Belmira-Páramo de Sonsón, le sigue el altiplano intermedio de Santa Rosa de Osos-Rionegro y el altiplano inferior, el más reciente es el de Anorí-Amalfi-Carolina- embalse del Peñol. Este investigador propone el siguiente esquema de evolución del relieve en los altiplanos de Antioquia:

  • Formación de superficies de erosión en el piso ecuatorial tropical de baja altitud y un fuerte contraste entre estaciones lluviosas y secas, similar al clima de las sabanas, en las cuales la estación de lluvias tiene una duración de 6-9 meses.
  • Complejos procesos pulsátiles de formación de la cordillera, caracterizados por episodios de levantamiento geológicamente rápidos, separados por largos períodos de relativa calma tectónica.
  • Las etapas sucesivas de levantamiento dieron origen a altiplanos escalonados, cuyo patrón de edades es muy simple: los más elevados son los antiguos, mientras que los más bajos son los recientes. Este esquema puede presentar variaciones ocasionadas por los movimientos verticales asociados con fallas activas.
  • Después de los procesos de levantamiento ocurrió una gama morfológicamente compleja de procesos de erosión y disección. Las superficies con un relieve suave y simple dieron paso a las diversas expresiones de las superficies de erosión degradadas, como relieve de colinas, valles encajonados, cadenas de montes aisladas y peñoles.
  • Fuertes cambios climáticos, especialmente durante el Plio-Cuaternario —hace unos 600.000 años— dejaron la huella en el modelado del paisaje de la alta montaña, debido a la fuerza de los glaciares y a los deshielos.
Como consecuencia de estos procesos, las cadenas montañosas exhiben un relieve de altiplanos escalonados con distintos grados de conservación, dentro de los cuales hay huellas de los cambios tectónicos y climáticos y de las nuevas generaciones de relieves que se presentaron durante su proceso de levantamiento.

De acuerdo con los estudios de Antonio Flórez, las superficies de aplanamiento fueron elaboradas en fases de relativa quietud tectónica y en las condiciones bioclimáticas contrastantes, anteriores al levantamiento mayor de los Andes; debido a éste y a los cambios climáticos, se generó un potencial hidrogravitatorio que permitió un modelado de disección profunda de los relieves, hasta formar profundos cañones y permitir el afloramiento de rocas ígneas denominadas «peñoles», característicos de esta región antioqueña.

LOS PROCESOS DE ACCIÓN GLACIAR O FLUCIO-GLACIAR

Los ecosistemas de alta montaña tropical colombiana sufrieron grandes fluctuaciones ambientales y cambios climáticos, acompañados de una fuerte actividad volcánica en la cordillera Central. Durante dos millones de años, se alternaron en el neotrópico las condiciones frías y secas de las glaciaciones, cuando las montañas estaban cubiertas por glaciares, con los períodos húmedos y menos fríos de las interglaciaciones. El Holoceno, que se inició hace aproximadamente 10.000 años, tampoco fue un período de completa estabilidad; durante esta época ocurrieron los importantes cambios en la vegetación, el clima y el suelo, que originaron un nuevo tipo de ecosistema en Suramérica: la alta montaña tropical.

Al iniciarse los períodos glaciares, se sumó el hielo como otro elemento modelador del paisaje de alta montaña; cuando se presentó el cambio a períodos más cálidos, las altas temperaturas, sumadas a las erupciones de los volcanes, generaron avalanchas de lodo que depositaron grandes cantidades de materiales en los valles. Algunos altiplanos tienen su origen en este fenómeno, puesto que formaron enormes terrazas de acarreo por encima de los 1000 m de altitud, como las del alto cañón del río Sumapaz, las de Cáqueza y Ubaque y la Mesa de Juan Díaz, entre otras. Según el profesor Ernesto Guhl, estas grandes terrazas son características de la topografía de la cordillera Oriental que fueron generadas tanto por los depósitos fluviales, como por el levantamiento tectónico. La dinámica geomorfológica-hidrológica y los procesos ecológicos de este tipo de altiplanos, son muy diferentes a los de los altiplanos de origen en cuencas lacustres, puesto que en estas terrazas la superficie plana carece de agua, debido a que ésta se filtra en sus suelos que no son estratificados.

En consecuencia, los altiplanos localizados sobre la alta montaña ecuatorial tropical están sujetos a una serie de procesos climáticos, que forman verdaderas barreras selectivas para la biota —plantas y animales— y generan una gran diversidad biológica altamente especializada para tolerar condiciones restrictivas, como mayor número de días con heladas, altas temperaturas durante el día y muy bajas durante la noche, tormentas con fuertes granizadas, congelamiento a mayor altitud, descongelamiento diario de los suelos y fuerte radiación solar, entre otros.

PROCESOS DE SEDIMENTACIÓN

Los primeros geógrafos como Humboldt, Codazzi y más recientemente Alfred Hettner, este último en 1892, describieron la formación de los altiplanos por medio del rellenamiento de lagos; esto da una idea de la importancia del trabajo geológico de las corrientes fluviales en los procesos de erosión, transporte y sedimentación. La erosión remueve constantemente materiales del fondo del cauce y de las orillas de los ríos y quebradas, partículas que son transportadas mediante el arrastre por el fondo, o suspendidas en la masa de agua. La sedimentación consiste en la acumulación progresiva de las partículas que finalmente terminan por colmatar o rellenar los cuerpos de agua.

Los cambios en el clima generaron la fusión de los hielos y su consecuente transporte de toneladas de derrubios rocosos y sedimentos que empezaron a rellenar las cuencas lacustres. En la actualidad, arenas finas, arcillas y materia orgánica son depositadas constantemente por ríos y quebradas en los lagos, como parte de un proceso natural que tiende a su eutrofización, sedimentación y terrización final, como se puede observar en la laguna de Fúquene en el altiplano de Ubaté.

Este proceso se ha acelerado debido al establecimiento de cultivos y ganadería en las rondas de los lagos y humedales, actividades que aportan al ecosistema excesos de nutrientes representados en materia orgánica, nitrógeno, fósforo y otros elementos que alteran la calidad física y química del agua. Las lagunas de Palacio y Cucunubá, en el altiplano de Ubaté, son un buen ejemplo de colmatación total del sistema y desaparición del espejo de agua, lo que afecta los hábitats específicos de fauna endémica de la región y la función hidráulica del sistema. ¿Qué sigue después de estos cambios? Aún no tenemos respuestas; sin embargo, los lagos de alta montaña tropical no siguen el proceso de sucesión vegetal que ocurre en las zonas templadas, en el que se genera un frondoso bosque clímax después de su sedimentación. En el trópico requieren de mucho más tiempo y de otros procesos que aún no se conocen bien.

La dinámica de los procesos erosivos y de transformación de los altiplanos no ha terminado. El paisaje en las planicies toma nuevas formas; en la actualidad está sujeto a las fluctuaciones del clima y aunque éste ha tendido a estabilizarse durante los últimos diez mil años, los ríos y quebradas continúan su proceso de erosión y transporte de materiales en las vertientes que buscan definir su red de drenaje.

Las áreas ya sedimentadas y bien drenadas de los altiplanos son objeto de diferentes grados de disección y erosión. Simultáneamente, con el continuo depósito de materiales en la planicie, el río excava su cauce y modela el plano aluvial para formar terrazas a diferentes niveles, humedales, meandros abandonados, jarillones y otros elementos típicos de la dinámica fluvial. Este proceso crea una serie de gradientes ecológicos, un continuum ripario, en concepto de R. Forman, donde el flujo de agua, materia orgánica, poblaciones de fauna acuática y otros elementos, cambian gradualmente desde su nacimiento en las montañas, hasta los humedales del altiplano. Se destacan cuatro procesos en el paisaje fluvial: caudales hidrológicos, flujos de partículas, actividades de animales y actividades del hombre. Estos procesos dependen del área y forma de la cuenca, la pendiente, la cobertura vegetal y el uso de la tierra.

PROCESOS CLIMÁTICOS GLOBALES

Los procesos climáticos en los altiplanos, como ocurre en todo el país, están bajo la influencia directa de la Zona de Convergencia Intertropical —ZCIT—; su posición entre los 5° de latitud sur y 15° de latitud norte, en una zona donde convergen los vientos Alisios del nororiente y los Alisios del suroriente, les genera una intensa precipitación o tiempo ciclónico.

La ZCIT cambia su posición sobre la superficie terrestre a lo largo del año, de acuerdo con el paso aparente del sol entre el Trópico de Cáncer y el Trópico de Capricornio. Este fenómeno produce en la región andina las dos temporadas de lluvias y dos temporadas de verano que generan los regímenes bimodales, característicos del clima de las cordilleras Oriental y Occidental, excluyendo sus vertientes exteriores.

En enero la ZCIT se encuentra en su posición más al sur y genera en el norte y centro del país tendencias secas. En abril está en una posición intermedia y produce una temporada invernal en la región central del país. En julio y agosto las lluvias continúan su desplazamiento hacia el norte, lo cual genera un período lluvioso en la costa Caribe; en ese momento se acentúa el tiempo seco en el sur del país, donde el verano de mediados de año es mucho más marcado y largo que el de principios del año. A partir de septiembre la ZCIT comienza a regresar nuevamente hacia el sur y en octubre y noviembre alcanza una posición intermedia; es entonces cuando ocurre la temporada más lluviosa o de invierno en el centro de Colombia. En diciembre, en su avance hacia el extremo sur, la ZCIT deja despejado el centro y la mayor parte de país, donde se inicia la mayor temporada de verano.

Este comportamiento determina los regímenes pluviométricos de la región montañosa, sus estaciones lluviosas y estaciones secas que conforman el régimen bimodal en los altiplanos, caracterizado por un pico de lluvias entre abril y mayo, seguido por el «veranillo de San Juan» a mitad de año; el siguiente período de lluvias, el más fuerte, se da entre octubre y noviembre y al finalizar el año, de diciembre hasta marzo, ocurre el período más largo de verano o temporada seca. A la latitud de Bogotá y Chinchiná —entre los 4° y 5°— se presentan los regímenes más equilibrados; las estaciones secas y las estaciones húmedas son de duración equivalente y los veranos tienen la misma intensidad.

Durante las temporadas de invierno los altiplanos reciben, además de los grandes aportes de las lluvias, el agua que genera la red de drenaje de las vertientes por ríos y quebradas y cumplen una función hidráulica reguladora importante en la recarga de acuíferos y en la amortiguación de crecientes. Sin embargo, este frágil equilibrio se está alterando sobre todo en los altiplanos que soportan grandes centros urbanos.

ALTIPLANOS EN LA SOMBRA DE LLUVIAS

Los factores orográficos locales determinan en los altiplanos la formación de extensas zonas secas o «enclaves xerofíticos». Estas condiciones se hacen extremas en las zonas de mayor altitud, como sucede en el altiplano del Titicaca, entre Perú y Bolivia.

El fenómeno de sequía es evidente en todo el altiplano cundiboyacense como consecuencia del llamado abrigo o sombra de lluvia, o efecto Foehn, que consiste en que los vientos cargados de humedad, al ascender por las laderas de las montañas dejan las lluvias en las vertientes exteriores y al cruzarlas, después de haber perdido la humedad, crean en el altiplano un efecto desecante. Como consecuencia de esta sombra de lluvia, la Sabana de Bogotá tiene una pluviometría inferior en un 50% a la de las montañas del oriente y a la de las vertientes que bajan hacia el Magdalena, al occidente; las precipitaciones en su interior son inferiores a los 1.000 mm al año.

En los altiplanos ocurren otros procesos pluviométricos relacionados con su extensión. En el caso de la Sabana de Bogotá, Ernesto Guhl explica que la altiplanicie actúa como si fuera un enorme sartén, o un espacio de calentamiento y por ello forma, por regla general, un estrato libre de nubes entre la superficie del altiplano y la altura media del nivel de condensación, donde se generan nubes de convección, capaces de desencadenar fuertes tormentas. Por este mecanismo la atmósfera se reabastece de humedad, la cual se precipita generalmente en los bordes, cerca de las cadenas de montañas. Este mecanismo se ve reforzado por los vientos ascendentes periféricos a la Sabana, que suben durante el día por las vertientes exteriores, al altiplano, en la medida en que se calienta la atmósfera. A pesar de la recarga de humedad por estos mecanismos, la alta evapotranspiración potencial en la altiplanicie contribuye a intensificar la aridez. Con base en este comportamiento se distinguen dos clases de altiplanos:

Los de la región de Bogotá, Sabana de Bogotá, Sabana de Ubaté y Chiquinquirá y valle alto del río Chicamocha —cerca a Tunja—, donde las lluvias no pasan de 800 mm en su centro y aumentan hacia los bordes donde superan los 1.000 mm. En la parte suroriental de la Sabana de Bogotá, las precipitaciones son inferiores a 600 mm, debido a que allí el efecto de abrigo es más marcado, porque es donde están los relieves más altos que rodean la Sabana.
Cerca de la frontera ecuatoriana, en el altiplano de Nariño, entre las cordilleras Occidental y Oriental, se presentan los mismos rasgos. Esta región, próxima a los 3.000 msnm, que continúa hacia el norte por el cañón del río Guáitara, recibe lluvias del orden de 1.000 mm anuales o un poco menos.

Otros altiplanos localizados en valles transversales profundos, sufren el efecto secante por déficit de humedad en el fondo del valle, como puede observarse en el altiplano de Llanomesa localizado en el cañón de río Negro, en el municipio de Ubaque, a 2000 msnm.

Los procesos climáticos contribuyen en los altiplanos a generar mayor diversidad ambiental, como zonas lacustres sobre suelos hidromorfos, bosques andinos y páramos, hasta enclaves xerofíticos con clima árido.

EL CLIMA Y LA SEGURIDAD AGROALIMENTARIA

En el altiplano del Titicaca los «camellones» o «waru-waru» permitieron la agricultura en terrenos inundables a orillas del lago más grande de Suramérica —3.812 msnm— y aseguraron una agricultura intensiva. En México, en la planicie lacustre —2.240 msnm— aún subsisten en forma productiva las chinampas, sistema ideado por los aztecas para desarrollar una agricultura altamente intensiva y productiva, formada por una sucesión de campos elevados dentro de una red de canales dragados sobre el lecho del lago. Este sistema reciclaba de una manera muy eficiente los nutrientes acarreados por las lluvias de los campos agrícolas, a través de la cosecha de productos acuáticos de los canales. Así se obtenían cosechas abundantes que abastecían de alimento a la población de la cuenca, estimada en varios millones de personas.

Los procesos climáticos relacionados con el comportamiento de las lluvias y su estacionalidad, fueron objeto de especial atención para las culturas de los altiplanos de Los Andes. En el altiplano cundiboyacense el manejo adecuado de estos sistemas fue trascendental para que los indígenas pudieran abastecerse de maíz, tubérculos y proteína de origen animal como la del pescado. Los Cronistas de Indias hacen referencia a las pesquerías que daban sustento a esta cultura hidráulica —denominada así por su capacidad de manejar las tierras pantanosas o inundables—; probablemente gracias al manejo intensivo de recursos hidrobiológicos de los ríos y humedales de la época, así como a los productos provenientes de las vertientes de la altiplanicie, pudieron alimentar a la gran población muisca, cercana al millón de habitantes, que encontraron los españoles.

Los estudios detallados del Profesor Tomas van der Hammen sobre los sedimentos extraídos de las profundidades del antiguo lago de la Sabana de Bogotá, muestran claras evidencias de los cambios de clima y de vegetación que aquí ocurrieron. Fue precisamente la leyenda muisca de Bochica, que habla de la presencia de un gran lago y de una gran inundación en el altiplano, la que indujo a este reconocido investigador a descubrir el misterio y a dedicar su vida a la reconstrucción histórica y ecológica de los cambios ambientales de dicha zona.

Durante los últimos tres mil años se han alternado épocas de altas precipitaciones, con períodos más secos; en uno de los intervalos más lluviosos se generó la leyenda de Bochica, segun la cual, pasados los años los muiscas olvidaron las enseñanzas de un héroe civilizador que había venido del oriente a darles los preceptos para una vida ordenada y de trabajo. Enojado Chibchacum, el dios de la Sabana, desató una lluvia tan abundante y durante tantos días, que la tierra y los ranchos se inundaron, se perdieron las cosechas y quienes lograron sobrevivir huyeron a las montañas acosados por el hambre. Bochica se apiadó entonces de ellos y les dijo: «abriré una sierra por donde salgan las aguas y queden libres vuestras tierras». Se mostró ante ellos en todo su esplendor sobre el arco iris y con una vara de oro que clavó en el confín del poniente de la Sabana quebró la roca en dos mitades por donde se precipitaron las aguas. Nuevas investigaciones han puesto al descubierto en el altiplano de Bogotá antiguos campos muiscas de cultivo de camellones y zanjas, sobre la planicie aluvial del río Bogotá, que son visibles a elevada altura y cuyos patrones son similares a los descubiertos en el bajo río San Jorge, de la cultura Sinú.

Además de los procesos físicos, modeladores de la dinámica en ríos y en ambientes lacustres de los altiplanos del piso andino y páramo, hay procesos ecológicos y biológicos de las especies, que aún son desconocidos. El estado de deterioro de muchos ecosistemas y la extinción de especies endémicas ha llamado la atención de las organizaciones internacionales, que exigen un mayor esfuerzo del país para su conservación; algunas especies han desaparecido para siempre y una enorme cantidad está en peligro de extinción
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