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CAPÍTULO 2
COLOMBIA, UN DESAFÍO
BIOGEOGRÁFICO
Colombia
pertenece a un continente antiguo, desprendido de África
y Australia hace 90 millones de años y de la Antártida,
70 millones de años atrás. El origen que
comparte con estos continentes define muchos rasgos de
su conformación geológica, geográfica
y biológica.
Nuestra bitácora de deriva continental se inicia
en el Cretáceo —hace 135 a 65 millones de
años—, cuando el clima sobre Gondwana, el
gran continente desprendido de Pangea —el macrocontinente
original—, era cálido y húmedo y la
diferencia de temperatura entre las porciones ecuatoriales
y los polos, era apenas de 7 °C; actualmente puede
superar los 30 °C.
Colombia está incrustada en el ápice noroccidental
del continente suramericano, ubicación a la que
llegó hace más o menos siete u ocho millones
de años. Está localizada sobre la zona ecuatorial,
es decir entre el Trópico de Capricornio —20°
norte— y el Trópico de Cáncer —20°
sur—; una franja latitudinal y longitudinal privilegiada,
en la que se encuentran solo siete países en el
mundo: Ecuador, Venezuela, Brasil, Gabón, Kenia,
Indonesia y Congo.
Colombia comparte con estos países, dos circunstancias
especiales: estar en el mayor eje perimetral del globo
terrestre y mirar de cara al sol. Los territorios, llamados
también boreales y templados, se encuentran sobre
los flancos más alejados del sol, hasta llegar
a extremos de luminosidad o insolación tan bajos
que se convierten en continentes helados; de hecho, en
estas franjas polares y boreales el sol nunca se eleva
más de 23.5° sobre el horizonte, a diferencia
de los países tropicales, donde el ángulo
es de 90°, lo cual nos otorga la ventaja comparativa
de tener una disposición permanente de luz no variable
durante el año. La ubicación sobre el perímetro
mayor del globo terrestre —40.076km— o paralelo
0°, nos coloca, en el contexto astronómico,
en la cúspide geosférica en relación
con el sol. Esto demuestra que el concepto usualmente
reiterado, que afirma nuestra posición intermedia
entre los hemisferios Norte —arriba— y Sur
—abajo—, no es más que una consideración
geopolítica.
CONFORMACIÓN DEL TERRITORIO COLOMBIANO
Estamos sobre la franja ecuatorial, a 6.378 km del centro
de la Tierra. Dos hemisferios, dos océanos, numerosos
elementos característicos de dos subcontinentes
—Centroamérica y Suramérica—
y una gran cantidad de accidentes geográficos,
hacen de Colombia un país inmensamente rico en
ecosistemas, ambientes y recursos naturales altamente
diferenciados.
Desde el punto de vista geológico, el suelo colombiano
tiene estructuras guyanesas, andinas, caribeñas,
amazónicas, del Pacífico e incluso, algunas
de carácter antártico e indopacífico,
gracias a los derechos de posesión sobre la isla
oceánica de Malpelo.
Fisiográficamente, el país es el resultado
de la yuxtaposición de cuatro cordilleras —incluida
la cordillera de la Costa o del Baudó—, con
sus valles interandinos que operan como depresiones entre
los ejes cordilleranos; una gran fosa oceánica
en el Pacífico, igualmente paralela, que se corta
por el istmo centroamericano y por la cuenca del Caribe;
una planicie sedimentaria disectada por los Andes y un
cinturón de formaciones montañosas de tipo
periférico, cuyo origen geológico es muy
peculiar. Islas de páramo, islas de aridez, valles
amplios y longitudinales con tendencia a ecosistemas secos
y profundos cañones, acentúan nuestro patrón
andino y las interminables planicies selváticas
y sabanoides, terminan de conformar la base fundamental
de nuestra geoforma terrestre.
Colombia también es un corredor biológico
compuesto por nueve grandes unidades biogeográficas
y 129 distritos biológicos que permiten considerar
una buena parte del territorio, como un «refugio
pleistocénico» —áreas donde
no se modificaron las condiciones ecológicas y
biológicas presentadas durante el Pleistoceno—;
también posee siete de las ocho provincias húmedas
existentes en el mundo y 22 de las 37 zonas bióticas
que hay en la franja tropical del globo.
En la actualidad presenta condiciones climáticas
extremas que se pueden sintetizar en datos antagónicos:
una precipitación mínima, de no más
de 350 mm al año en áreas como la Guajira
y una extrema de 12.500 mm cerca de Quibdó en el
Chocó; una irradiación solar máxima
de 2.960 horas/año en la Alta Guajira y una mínima
de brillo solar de 577 horas/año en un punto cercano
a la ciudad de Manizales; temperaturas de aire entre 4
y 28 °C promedio, con la posibilidad de disminuir
o aumentar casi un grado cada 100 m del gradiente altitudinal.
La distribución hídrica es rica y heterogénea,
con zonas deficitarias y áreas que muestran valores
excedentes de agua; la oferta sobrepasa los 57.000 m3
habitante/año y las reservas superan los 2.000
km3 al año. El territorio cuenta con
una extensa red fluvial superficial de 15.519 km, más
de 720.000 microcuencas y un total de 175.3 km3
de cuerpos de agua, entre lagos, ciénagas, pantanos
y otros espejos de agua, que cubren unas 2’700.000
hectáreas.
Al llegar los españoles, nuestro país estaba
cubierto casi en el 80% de su superficie por bosques y
densas selvas. En la actualidad conservamos cerca de 64
millones de hectáreas, es decir el 56% del total.
Bosques andinos, basales, ripáreos y manglares,
constituyen la cobertura boscosa en pie, que contrasta
con ecosistemas como páramos, sabanas, matorrales
secos y humedales herbáceos que cubren una superficie
cercana a los 20 millones de hectáreas; el 17%
de la superficie.
En todo este panorama, las montañas, sierras y
serranías han desempeñado un papel importante
y determinan un sistema complejo de regulación
del agua, del clima y de la biota relacionada con ellas,
así como un factor decisivo para el desarrollo
sociocultural de la población que las ha habitado
a través de los siglos y que ha modificado su paisaje.
MODELO DE ARCHIIÉLAGOS E INSULARIDAD
Nuestro país, en su conjunto, puede considerarse
un archipiélago biológico, cuyas características
están dadas por su papel insular en términos
biogeográficos.
Las serranías, sierras y montañas aisladas
de los Andes colombianos, permiten comprobar aspectos
fundamentales de su evolución biológica;
estas geoformas periféricas respecto de los Andes
Ecuatoriales, constituyen el laboratorio viviente más
singular para estudios in situ de la biogeografía,
la extinción de las especies y otros factores relativos
al aislamiento geográfico y a la ecología.
En estas unidades morfogeológicas se pueden evaluar
los modelos de insularidad, comúnmente llamados
archipiélagos biológicos o modelos teóricos
de islas y reconstruir los procesos de especiación,
hibridación, restricción genética,
adaptación y equilibrio biológico.
Cuando un área es sometida a determinados procesos
de aislamiento, se pueden aplicar dichos modelos que analizan
la extinción de las especies —desaparición
o pérdida de organismos biológicos en los
múltiples niveles de organización—,
o los fenómenos de migración —inmigración
y emigración— en un lugar determinado, en
busca del equilibrio ambiental.
La incomunicación o separación de un paisaje
o hábitat, de sus condiciones normales, o el establecimiento
de barreras naturales —espejos de agua y formación
de relieves abruptos, entre otras—, generan comportamientos
ecosistémicos y biogenéticos similares a
los que ocurren, a lo largo del tiempo, en una isla o
en un hábitat que impide la comunicación
espacial a la mayoría de sus especies constitutivas.
El concepto de isla comprueba que existe una relación
directa entre el área y el número de especies
que en ella se pueden encontrar y que existe un equilibrio
entre las especies que llegan y las que desaparecen. Dicho
equilibrio —biogeografía insular—,
plantea el balance entre la tasa de inmigración
de nuevas especies que provienen del continente y que
no estaban en un momento dado en la isla y la tasa de
extinción de las especies que la habitaban; dichas
tasas se miden en número de especies por unidad
de tiempo.
Este modelo de insularidad puede aplicarse a un parche
de bosque ubicado de forma relictual en medio de un territorio
deforestado, a una montaña aislada que contrasta
seriamente con su territorio basal periférico,
a la cordillera de los Andes o a un país como Colombia,
que reviste una singularidad en sí mismo, respecto
a otras naciones en el hemisferio.
Colombia es en sí un archipiélago y un refugio
biológico que ha servido de puente en el intercambio
genético y cultural de los hemisferios; es uno
de los mosaicos más completos de la biodiversidad
en el planeta, hecho que constituye nuestro mayor patrimonio
como nación.
El modelo de los archipiélagos o islas permite,
además, entender y explicar el papel de las serranías
y montañas del sistema montañoso periférico
de los Andes, desde el punto de vista de su carácter
propio como epicentro de diversidad, endemismo, rareza
y fragilidad. Igualmente permite evaluar el papel fundamental
que estas geoformas cumplieron y siguen cumpliendo como
ecosistemas y modelos biológicos de extrema importancia
en nuestro país.
En Colombia existe una marcada relación entre los
niveles de biodiversidad y los de precipitación,
lo cual significa que a mayor humedad hay mayor riqueza
biológica. Estos factores se favorecen ampliamente
gracias a la gran oferta morfogenética y al gradiente
altitudinal que determina la heterogeneidad ecosistémica.
Las montañas en nuestro país tienen una
composición compleja; una dimensión geológica,
geomorfológica, edáfica y biológica
que, además de brindar numerosos hábitats,
modifican, a través de su relieve, las características
climáticas y generan numerosos ecosistemas.
MONTAÑAS, SIERRAS Y SERRANÍAS
El 26% de la superficie continental del país —
1’441.748 km2 — está por encima de
los 1.000 msnm, lo cual significa que poseemos una gran
extensión de sistemas morfogénicos con variedad
de relieves. Estas geoformas, entendidas como figuras
sólidas derivadas de fuerzas tectónicas
y magmáticas, también han sido moldeadas
por agentes exógenos; el paisaje final de la gran
mayoría de nuestras montañas fue tallado
por las glaciaciones pleistocénicas que establecieron
amplias zonas de erosión y acumulación de
materiales glaciales y fluvioglaciales; así mismo,
el agua y el viento han hecho su aporte en la conformación
final del paisaje.
Las estructuras geológicas, que no sólo
pertenecen a la Colombia terrestre, sino también
a la marítima y oceánica, están compuestas
fundamentalmente por rocas ígneas, metamórficas
y sedimentarias y las interrelaciones que se dan entre
ellas. El paisaje del territorio colombiano actual es
el resultado de agudos procesos generados tanto por factores
geológicos de litología y tectónica,
como por factores bioclimáticos y edáficos
que pueden medirse en términos de tiempo geológico.
De forma más reciente, las modificaciones al relieve
han sido causadas por el deterioro ambiental que los asentamientos
humanos causan a la superficie terrestre.
Una de las características más singulares
de Colombia es que, además de la orogenia propia
de cada uno de los tres ramales de la cordillera de los
Andes, que de por sí tienen diferentes orígenes
y procesos de formación, cuenta con un conjunto
diverso de geoelevaciones o hitos geológicos, conocido
con el nombre de «Sistema Montañoso Periférico»,
que está constituido por montañas, serranías,
sierras y tepuyes que imprimen al territorio colombiano
una generosa fecundidad natural y morfológica.
En ellos encontramos formaciones de mantos boscosos, páramos
y selvas húmedas que incluyen comunidades vegetales
dependientes de fenómenos atmosféricos y
ecológicos saturados de humedad, nieblas y brumas;
mesetas y serranías de tipo seco y llanuras y valles
de ambientes desérticos o xerofíticos.
Las montañas, sierras y serranías del Sistema
Montañoso Periférico, cuyas particularidades
permiten considerarlas como islas geológicas y
biológicas de sumo interés para la ciencia,
presentan un gradiente altitudinal que determina la heterogeneidad
ecosistémica y constituyen uno de los elementos
fundamentales de la biodiversidad ambiental. Estas geoformas
sirven, además, como una barrera natural que se
interpone entre otras unidades de relieve, como los Andes,
y las masas de viento, nubosidad e irradiación
solar, lo cual influye en la conformación de un
verdadero mosaico de unidades biogeográficas que
dan origen en el país a la existencia de diversas
regiones naturales y a una gran diversidad biológica.
Se puede afirmar que el relieve es un poderoso factor
modificante de las condiciones climáticas.
Las sierras y serranías son el reflejo más
claro de la complicada urdimbre de nuestro historial geológico
y evolutivo; hacen parte de un calendario extenso que
se inicia a mediados del Precámbrico, en los finales
del Arcaico, hace 2.500 millones de años, con la
aparición de Chiribiquete. También en el
Precámbrico, hacia finales de este período,
aparecen las formaciones de La Macarena, Tunahí
y Naquén. La Sierra Nevada de Santa Marta surge
a mediados del Paleozoico y el resto de estructuras: Perijá,
Baudó, San Jacinto, Macuira y Darién, son
del Terciario y muchas se proyectan sobre el Cuaternario,
en sus estratos más superficiales. La más
reciente de todas —según la información
hasta ahora disponible— es la serranía de
San Lucas, un evento coetáneo al surgimiento de
los Andes. En todas ellas ha quedado plasmada la huella
indeleble del pasado, en la composición de sus
rocas, que son las que nos permiten describir su historia.
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