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Colombia es un país privilegiado por la cantidad de agua y la variedad de relieves que posee. Cascada El Cáliz en Santander.
Salto del Hornoyaco, en la Serranía de Los Churumbelos, departamento de Putumayo, con una altura de 60 metros aproximadamente.
La Cascada Juan Curí, en Santander, con sus 75 metros de altura, se ha convertido en importante destino turístico por su belleza y porque allí se practican deportes extremos como el torrentismo.
 
CAPÍTULO 4
COLOMBIA, TERRITORIO DE RAUDALES Y CAÍDAS DE AGUA
 

Desde el punto de vista geográfico y en cuanto al clima, la hidrografía y el relieve, Colombia es un país inmensamente complejo. Su localización en la región intertropical del norte del continente suramericano, así como su intrincada orografía —sistemas montañosos—, son los determinantes fundamentales de esa variedad, puesto que condicionan la presencia, la cantidad y la distribución de las corrientes de agua y de los gradientes verticales del terreno, factores que dan lugar a las caídas de agua.

TERRITORIO DE RELIEVES

La historia geológica del norte de Suramérica se expresa de manera extraordinaria en Colombia, a través de múltiples manifestaciones topográficas y de relieve. En líneas generales, el territorio continental colombiano está dividido en una región predominantemente montañosa en el occidente, que constituye el 33% del país, y una región relativamente plana en el oriente, que abarca el 67% restante. La primera corresponde al sistema montañoso conformado por los  tres ramales de la cordillera de Los Andes, los valles generados entre éstas y a algunas montañas periféricas más o menos aisladas, como la Sierra Nevada de Santa Marta, los Montes de María y las Serranías de La Macuira y Jarara, en el norte, así como las Serranías de Baudó y El Darién que se adentran en territorio de Panamá, al occidente y la Serranía de La Macarena, en el suroriente. La segunda corresponde a las amplias llanuras bajas, algo onduladas, que se extienden en el oriente hacia el Orinoco y el Amazonas, y a las planicies que bordean la mitad sur de la costa del Pacífico en el occidente y gran parte de la del Caribe, en el norte.

La zona montañosa está dominada por la cordillera de Los Andes, que penetra en territorio colombiano desde Ecuador y forma el llamado Nudo de Los Pastos, coronado por los volcanes Cumbal, Azufral y Galeras; ése es el lugar donde la gran cordillera se divide en dos, dando origen a un ramal —cordillera Occidental— que discurre paralelo a la costa del Pacífico. Un centenar de kilómetros más al norte, en el Macizo Colombiano o Nudo de Almaguer, también llamado Estrella fluvial Colombiana, donde se eleva el volcán Sotará, la cordillera vuelve a bifurcarse y genera así las cordilleras Central y Oriental. Las tres cordilleras se dirigen al norte, separadas por profundos valles que se van ensanchando progresivamente y por donde discurren los ríos Cauca y Magdalena. En el norte del país, alterando el relieve plano de la llanura del Caribe, se levanta imponente la Sierra Nevada de Santa Marta, la montaña costera más alta del mundo y la máxima elevación de Colombia, en el pico Simón Bolívar, con 5.775 msnm.

La amplia llanura ondulada de la Orinoquia, conocida también como los Llanos Orientales, que tiene cerca de 250.000 km2 y ocupa casi una cuarta parte del territorio continental del país, está surcada por una serie de ríos que discurren paralelamente hacia el oriente, hasta desembocar en el río Orinoco; algunos como el Meta, el Arauca, el Casanare y el Guaviare, nacen en la cordillera Oriental y acumulan caudales importantes. La región de la Amazonia ocupa una extensión de 380.000 km2 y aunque la mayor parte de su relieve es plano y bajo, surgen esporádicamente montañas entrecortadas, como las Serranías de Chiribiquete y Naquén. En esta parte del territorio, numerosos ríos, algunos de gran caudal, como el Caquetá, el Guainía, el Vaupés, el Apaporis y el Putumayo, atraviesan a veces fallas geológicas que producen discontinuidades en el relieve y modifican el gradiente vertical de las corrientes, dando origen a raudales y a otras caídas de agua.

La llanura del Caribe, con una superficie de 130.000 km2, se extiende desde la base de las tres cordilleras hasta el litoral y está surcada por pocos ríos; algunos muy caudalosos, como el Magdalena, el Cauca, el Sinú y el San Jorge, los cuales en temporadas lluviosas se salen de su cauce y generan numerosas ciénagas. La planicie del Pacífico, en el suroccidente del país, en el litoral que se desarrolla desde Cabo Corrientes hasta el límite con Ecuador, es una estrecha franja de terrenos planos pero densamente irrigados por caudalosos ríos que descienden desde la cordillera Occidental, como el Patía, el Guapi, el Naya y el San Juan.

RIQUEZA HÍDRICA DEL PAÍS

Las precipitaciones anuales en el territorio continental de Colombia alcanzan en promedio unos tres mil milímetros. Luego de descontar el agua que regresa a la atmósfera por evaporación y evapotranspiración, la que se infiltra en el subsuelo y alimenta los acuíferos subterráneos y la que se almacena en cuerpos de agua —lagos, embalses, ciénagas, pantanos—, queda una cantidad considerable para generar la escorrentía que da origen a la multitud de arroyos y ríos que discurren por todo el país y cuyo caudal permanente es de alrededor de 67.000 m3 por segundo, lo que serviría para llenar cada año un gigantesco reservorio con un volumen de 2.113 km3 de agua. Esta cifra es seis veces superior al promedio mundial y triplica el de los países latinoamericanos. Si tal volumen se distribuyera por igual entre la población del país, a cada colombiano le corresponderían anualmente unos 50.000 m3 de agua, cantidad que resulta descomunal si se la compara con la de algunos países africanos, donde a cada habitante le tocan apenas 1.000 m3 anuales de agua.

Sin embargo, como ocurre a nivel global, la distribución de las precipitacionesa en el territorio colombiano no es homogénea, depende de su localización geográfica y de la presencia de accidentes montañosos; así como existen regiones supremamente lluviosas, como la situada al oeste de la cordillera Occidental hacia la costa del Pacífico, la Amazonia y las laderas y piedemonte de la cordillera Oriental, las hay también en extremo secas, como la península de La Guajira, la planicie del Caribe y varias zonas de la región Andina y de los valles que separan las tres cordilleras. Por lo tanto, la cantidad de agua disponible para la escorrentía —la que discurre por los cauces de arroyos, quebradas y ríos— tampoco se encuentra distribuida de manera homogénea; también es muy variable la extensión de las cuencas hidrográficas que captan las aguas llovidas. cuencas de gran tamaño, como la Orinoquia y la Amazonia, captan grandes cantidades de agua y poseen, por ende, ríos caudalosos, como el majestuoso Caquetá, que alcanza a duplicar el caudal del río Magdalena en las épocas de mayor precipitación. Por otra parte, aunque el tamaño de las cuencas y la longitud de sus cauces son relativamente pequeños, los ríos que discurren por regiones muy lluviosas pueden llevar volúmenes de agua tan grandes como los que drenan grandes cuencas, pero en las que llueve en menor cantidad. Tal es el caso de los ríos Atrato y San Juan de la región del Pacífico, que están entre los más caudalosos del país.

Las corrientes de agua que atraviesan el territorio colombiano se dividen en tres grandes vertientes, según el ámbito donde vierten finalmente sus aguas: océano Pacífico, mar Caribe y océano Atlántico, ésta última a través de los ríos Orinoco y Amazonas. El 24% del agua que discurre por los ríos colombianos desemboca en el mar Caribe, un 10%  en el océano Pacífico y un 66% en el océano Atlántico. A su vez, el territorio continental del país se divide en cinco zonas hidrográficas, es decir, partes de territorio en las que convergen las corrientes en los lugares más bajos o se unen en una única corriente o río principal, que finalmente desemboca en el mar: Corredor Pacífico, Amazonia, Orinoquia, Caribe y Magdalena–Cauca.

Cada una de estas zonas hidrográficas está conformada por una o más cuencas principales —áreas de drenaje de los cursos de agua—, cuyos nombres corresponden en buena medida a los de los mayores ríos receptores. Éstos últimos, a su turno, son alimentados por varias corrientes tributarias, cada una con sus cuencas hidrográficas menores. En Colombia se han contabilizado alrededor de 743.000 cuencas hidrográficas con áreas superiores a 10 km2, sin considerar las de las corrientes de tramo corto, en las cuales la distancia entre su nacimiento y su desembocadura en un río principal es muy reducida, ni tampoco las de los ríos que fluyen directamente al mar y se alimentan de pocas y pequeñas corrientes tributarias.

LAS CAÍDAS DE AGUA MÁS ALTAS

Al superponer la densa red [86]hídrica de Colombia con el variado relieve de su territorio, se pone en evidencia que la cantidad potencial de torrentes y caídas de agua es enorme, principalmente en las zonas más lluviosas y escarpadas de la región Andina. En efecto, en ésta se presentan los gradientes de relieve más pronunciados que coinciden con zonas de alta pluviosidad, por donde además emergen las aguas llovidas en los extensos altiplanos andinos.

Si los rápidos hacen parte de lo que en términos genéricos se consideran caídas de agua, su número en esta región parece ser descomunal, pues prácticamente cada una de las miles de corrientes de agua que nacen en las cumbres o laderas de las tres cordilleras Andinas, de la Sierra Nevada de Santa Marta y de otras montañas periféricas, fluye hacia los valles o planicies de sus respectivas vertientes, de manera tan vertiginosa, que entran en la categoría de raudales, al menos en buena parte de sus recorridos.

Pero si se restringe el concepto de caídas de agua a aquellas en las que el cauce se descuelga por pendientes del terreno con un ángulo entre 30 y 45 grados, por un tramo que implique una diferencia en el gradiente altitudinal de al menos una decena de metros, entonces el inventario se limita sustancialmente; aún así, el número de caídas de agua con tales características en las regiones montañosas de Colombia seguramente sobrepasará el millar, por lo que lo más sensato es aproximarse solamente a las caídas de agua que se destacan por su altura e imponencia.

En el inventario y escalafón de las caídas de agua más altas conocidas hasta el momento en el mundo, de las colombianas sólo se registra el Salto de Candelas, formado por el río Cusiana, en el departamento de Boyacá, con sus 300 m de altura, que ocupa el lugar 246 y el Salto del Tequendama, formado por el río Bogotá, en Cundinamarca, con 139 m de altura en el puesto 598; éste último debe su figuración, más a su majestuosidad de antaño, de la que hiciera mención el connotado naturalista Alexander von Humboldt, que al mérito de su altura, porque hoy está en extremo menguada debido al escaso volumen de agua y a la contaminación.

Muchos fueron los viajeros que sintieron la fascinación de lo que fue el Salto del Tequendama; Miguel Cané, Ministro Plenipotenciario de la República Argentina en Venezuela y Colombia durante el año 1882, escribió: “El río Funza o Bogotá, se forma en la sabana del mismo nombre, de las vertientes de las montañas y toma pronto caudal con la infinidad de afluentes que arrojan en él sus aguas. Después de haber atravesado las aldeas de Fontibón y Zipaquirá, tiene, al acercarse a Canoas, una anchura de 44 metros. Pero a medida que se aproxima al Salto, se va encajonando y por lo tanto su ancho se reduce hasta 12 y 10 metros. Desde que abandona la Sabana, corre por un violento plano inclinado, estrellándose contra las rocas y guijarros que le salen al camino como para detenerlo y advertirle que a corta distancia está el temido despeñadero. El río parece enfurecerse, aumenta su rapidez, brama, bate las riberas y de pronto la inmensa mole se enrosca sobre sí misma y se precipita furiosa en el vacío, cayendo a la profundidad de un llano que se extiende a lo lejos, a 200 metros del cauce primitivo. Tal es la formación del Salto del Tequendama”.

La Chorrera, una caída de agua localizada en el municipio de Choachí, Cundinamarca, no lejos de la ciudad de Bogotá, tiene una altura de 590 m según una medición reciente. Puesto que el caudal de la quebrada que da origen a la caída es reducido y no permanente durante épocas de escasez de lluvias, el agua se descuelga por el escarpe, casi vertical, formando un delgado cordón que a veces parece perderse entre la vegetación que crece sobre los escalones de la pared. Por su altura, La Chorrera debería figurar en los primeros 60 puestos del escalafón mundial y entre los 10 primeros de Latinoamérica.

La ausencia de un mayor número de caídas de agua en Colombia, presentes en el mencionado inventario, se debe sin duda al desconocimiento de su existencia y a la falta de mediciones precisas de sus alturas y caudales.

Las regiones del país con caídas de agua que se destacan por su considerable altura, aunque muchas mantienen caudales modestos, son poco conocidas y sobre ellas no se dispone de mayor información, son: el Nudo de Los Pastos, en el departamento de Nariño al sur del país; las vertientes orinocense y amazónica de la cordillera Oriental —departamentos de Nariño, Putumayo, Cauca, Huila, Meta, Cundinamarca, Boyacá, Santander y Arauca—; las laderas occidentales de la cordillera Central, en la llamada Zona Cafetera —departamentos de Quindío, Risaralda y Caldas—; las zonas altas del departamento de Antioquia en las vertientes de los ríos Magdalena y Cauca; las cumbres de la cordillera Occidental hacia la vertiente del Pacífico; la Sierra Nevada de Santa Marta y la Serranía del Darién.

El Salto de Bordones, en el municipio de Isnos, departamento del Huila, en el sur del país, de 400 m de altura, es una de las caídas de agua más majestuosas, no sólo por su altura, sino porque una cantidad considerable de agua se descuelga por un escarpe vertical con cuatro peldaños, enclavado en un profundo valle, cuyas laderas están cubiertas por una espesa vegetación. En esta misma región se encuentran el Salto del Mortiño, un acantilado de 200 m de altura por donde el río del mismo nombre, poco antes de desembocar en el río Magdalena, se precipita en forma de cola de caballo en medio de un llamativo paisaje de montaña y las cascadas de Suaza, un conjunto de saltos, cascadas y rápidos que en total suman 105 m de desnivel.

Más al sur, en el Nudo de Los Pastos, cuyas cumbres están coronadas por varios volcanes activos, existen numerosas caídas de agua que se descuelgan por las pronunciadas laderas repletas de vegetación boscosa. Sobre la exuberante geografía del valle del Guáitara, en esta región, escribió Alexander von Humboldt: “En una cordillera tan enorme todo es proporcional: la forma, las masas, el tamaño de los contornos, la profundidad de los valles, la cantidad de agua, la altura de las caídas, su sonido tronante… En la pared de Pórfido, al frente, se precipitan perpendicularmente, a 2.000 pies —609 metros— de profundidad, tres cascadas. Las más elevadas cataratas que hemos visto, de gran caudal, pero no en una sola caída, sino en cinco, seis saltos. Cada escalón incrementa el ruido”.

El ilustre barón hizo alusión a otras caídas de agua de esta región, que llamaron su atención no tanto por su altura como por otras peculiaridades. Vale la pena transcribir la descripción que hace Humboldt del río Vinagre o Pusambio, que desciende por la ladera noroeste del volcán Puracé: “… A pesar de que, donde se lo puede ver, es muy frío en las chorreras, es casi seguro que su manantial es caliente… Cerca del pueblo de Puracé, el río Vinagre forma tres cataratas, de las cuales dos son muy pintorescas. La superior, aproximadamente de 30 toesas —cerca de 60 metros— de altura, es la más accesible… una pared perpendicular de sienita porfídica, desde la cual se precipita el agua con ácido sulfúrico. Duelen los ojos cuando se está durante largo tiempo delante de la chorrera… La cascada brinda el mismo espectáculo que el Tequendama, burbujas revoloteantes que se disuelven en el aire…”.

Otras caídas de agua dignas de mención en la región montañosa del sur del país son la del río San Nicolás, también en las laderas del Puracé, el Salto de Las Lajas, en Ipiales, departamento de Nariño, el Salto del Hornoyaco, departamento de Putumayo y otras caídas de la vertiente oriental de la cordillera Oriental, en la zona de transición andino–amazónica, especialmente en los parques nacionales naturales Alto Fragua Indiwasi —departamentos de Putumayo, Cauca y Huila— y Serranía de Los Churumbelos Auka–Wasi —departamentos de Cauca y Caquetá—, como también las que forman numerosas quebradas que nacen en el Macizo de Los Coconucos —Cauca— y los farallones de Cali —Valle del Cauca—.

Más al norte, en la cordillera Oriental, las pronunciadas laderas orientales de esta cordillera en los departamentos de Meta, Cundinamarca y Boyacá son ricas en caídas de agua. Muchas de ellas son poco conocidas, como las que forman algunas quebradas escondidas entre la densa vegetación de las faldas y farallones del Parque Nacional Natural cordillera de Los Picachos. El Salto de Candelas, en el municipio de Pajarito, departamento de Boyacá, es un precipicio de 300 m de altura por el que se descuelga el río Cusiana, prácticamente en caída libre, produciendo un estruendo ensordecedor y una espectacular nebulización que se divisa desde varios kilómetros y a la que debe su nombre, porque parece que se tratara de una gigantesca hoguera. Más al norte, en la zona montañosa del departamento de Santander se encuentran dispersas varias caídas de agua de menor altura, pero de mucha espectacularidad, como las Ventanas de Tisquizoque en el municipio de Florián, la cascada Santa Rita y el Salto del Mico en Barichara, y en San Gil la cascada de Juan Curí.

LAS MÁS CAUDALOSAS

Si las regiones montañosas son el escenario donde abundan las caídas de agua que se destacan por su verticalidad y altura, son las llanuras bajas y de escaso relieve y los valles interandinos por donde discurren los ríos de mayor caudal. Aunque el desnivel vertical de estas corrientes es poco pendiente —usualmente de menos de 10 m por cada 100 km de recorrido—, en ocasiones sobrevienen abruptos cambios en el nivel del terreno, algunos de los cuales pueden superar una decena de metros en menos de un kilómetro.

Tales desniveles están asociados comúnmente a la presencia de fallas geológicas que atraviesan a lo ancho el curso de los ríos y van por lo general acompañadas de estrechamiento de los cauces y afloramiento del sustrato rocoso. Ello hace que el flujo de agua se acelere y arremoline entre los obstáculos y descienda en forma turbulenta formando rápidos o raudales que incluyen a veces pequeñas caídas verticales sucesivas de varios metros de altura.

A pesar de su majestuosidad y de los grandes volúmenes de agua que presentan, ninguno de los grandes raudales de Colombia figura en el escalafón de los 40 más caudalosos del mundo, lo que, sin duda, se debe al desconocimiento de su existencia en el ámbito internacional y a la carencia de datos precisos acerca de sus caudales.

Los mundialmente conocidos raudales del curso medio del río Orinoco, en el límite fronterizo entre Colombia y Venezuela, denominados Atures y Maipures, distantes entre sí 30 km, a pesar de que tienen caudales promedio no inferiores a 5.000 m3/seg, lo que los situaría por lo menos entre las siete caídas de agua más caudalosas del globo, no figuran en dicho escalafón, debido quizás a que el desnivel durante su trayecto no es lo suficientemente pronunciado. Atures se extiende a lo largo de 8 km en los que desciende apenas 10 m verticales, mientras que el raudal de Maipures recorre 6 km y desciende 12 m. Situación similar es la de los raudales de Mapiripana, formados por el río Guaviare, que divide las regiones de la Orinoquia y la Amazonia, al estrechar su cauce de más de 250 m de ancho y su magnífico caudal de más de 4.000 m3/seg por entre una garganta rocosa de menos de 50 m de ancho a lo largo de un tramo de 2 km. Lo mismo ocurre con los imponentes raudales de varios ríos caudalosos de la región amazónica, como el Caquetá —raudales de Araracuara y Cupat—, el Vaupés con sus “cachiveras”, el Yarí y el Apaporis y con los de los ríos interandinos: los Rápidos de Honda del río Magdalena y los Chorros de la Virginia y los raudales de La Pintada en el río Cauca . Estos ríos llevan en invierno caudales que oscilan entre 1.500 y 2.500 m3/s.

Un raudal que a todas luces merecería figurar en el escalafón de los más caudalosos, como también en el de los más imponentes y majestuosos, es el Jirijirimo —“nido de la anaconda” en lengua huitoto—. Antes de arribar a este paraje, el río Apaporis, que sirve de límite entre los departamentos de Vaupés y Amazonas, discurre perezoso y meándrico por una densa selva húmeda tropical, con una anchura de medio kilómetro; súbitamente se encoge, sus aguas se perturban al vadear enormes piedras que se interponen en su camino, se descuelga dividido e inquieto por una serie de cuatro o cinco escalones sucesivos de uno a dos metros de altura cada uno, se reúne de nuevo, se precipita estruendosamente por una cascada de 50 m de alto levantando una nube iridiscente que desdibuja los contornos y concentra aún más su cauce que luego se introduce por un estrecho rocoso de menos de 30 m de ancho y más de 3 km de largo, que él mismo ha excavado en el transcurso del tiempo. En época de lluvias, el Apaporis puede recaudar gran cantidad de agua y a su paso por Jirijirimo, su caudal estimado puede llegar a superar los 1.500 m3/seg, cantidad que situaría estos raudales no lejos de las cataratas de Iguazú y por encima de las cascadas Victoria, en el puesto decimosegundo del escalafón mundial y en el cuarto de Latinoamérica.

LAS QUE SON SIMPLEMENTE BELLAS

No es la altura, ni la cantidad de agua, ni siquiera su fama lo que hace que muchas caídas de agua produzcan una extraordinaria vivencia personal. Es, sin duda, la combinación de una serie de factores medibles —altura, caudal, verticalidad, color y pureza del agua, estructura y tonalidad de la roca y la vegetación, etc.— y de otra serie, quizás más amplia, de sensaciones indefinibles, que cada observador capta y valora a su manera —sonoridad, armonía del entorno, majestuosidad, imponencia, serenidad—. Basta leer la magnífica descripción que hizo el barón von Humboldt de las cascadas del río Guaitarilla —departamento de Nariño—, para comprender las emociones y fantasías que puede producir la contemplación de una caída de agua y de su entorno: “… el pie de la cascada está cubierto por bloques rocosos y, la cuenca rebosante, rodeada de frondosos árboles y Gunnera de grandes hojas, aparece como un nuevo manantial que nace de la roca como de una gruta. La parte inferior de las cascadas es de una belleza primorosa; allí se divide en varios brazos cubiertos de vaporosa espuma; el caudal interno del agua parece tener miles de collares de perlas… Esas tres cascadas son de gran riqueza fluvial, pero si se mira el peñasco…, se cree estar viendo la linterna mágica”.

Es por lo tanto tarea difícil, a veces imposible y estéril, elaborar un catálogo escalafonado de las caídas de agua existentes en Colombia, según su belleza o conjunto de atributos subjetivos. Sin embargo, vale la pena atreverse a hacer una selección, aunque arbitraria, de aquellas caídas de agua colombianas que sobresalen por su singularidad o por reunir atributos poco comunes.

Si se trata de destacar lo simétrico de su geometría, hay que mencionar la cascada segmentada La Cristalina en Santa Rosa de Cabal, departamento de Risaralda. Aunque de poco caudal y tan sólo 28 m de desnivel, el agua que brota de un manantial termal se escurre a borbollones por una ladera de fuerte inclinación y va abriéndose en un abanico de hileras blancas que contrasta con el verde de los musgos que crecen sobre la roca.

Por su armónica simetría, el ya mencionado Salto de Bordones en el Huila, algunas de las cascadas de pozo y de abanico de Chicalá en el municipio de San Luis, departamento del Tolima, las mal denominadas Cataratas del río Medina en Mariquita, que en realidad son una caída rectangular o de bloque, así como varias de las numerosas cascadas de velo y de bloque que forman algunos afluentes del Orinoco, como el Inírida y ciertos arroyos de la Amazonia, como el Chiribiquete.

Por la singularidad de su origen y configuración, hay que mencionar las Ventanas de Tisquizoque en el municipio de Florián, departamento de Santander. Allí, la quebrada La Venta, afluente del río Minero, ve impedido su curso por una montaña calcárea que se alza frente a ella y ante la imposibilidad de vadearla por un costado, la perforó y excavó una caverna, que con el transcurrir de los años se ha cubierto de estalactitas y estalagmitas, hasta abrir, en la ladera opuesta, una “ventana” que le da salida a un precipicio de 7 m de altura, apenas la antesala de otros dos aún más altos y escarpados —de no menos de 25 m de altura cada uno—; de esta manera forman una caída triple que termina en una profunda cañada. Igualmente singulares son los muchos arroyos que se abren paso por entre las empinadas selvas del norte de la costa colombiana del Pacífico, que repentinamente pierden el piso y se precipitan en caída libre por los acantilados, directamente sobre el mar. También es sorprendente la cascada de La Plaza, en la Sierra Nevada del Cocuy, departamento de Arauca, por donde desagua la laguna del mismo nombre, alimentada por los glaciares de los picos circundantes.

A causa de la imponencia que les otorga el estruendo del agua al caer y de la nebulización que ésta produce, son dignos de mención los ya referidos Salto Candelas y el raudal de Jirijirimo, además del emblemático Salto del Tequendama, cuando logra arrojar suficiente agua. No tanto por los mismos atributos pero más por el espectáculo magnífico de los remolinos y las formas espléndidas de las grandes rocas que obstruyen el curso del río, son los raudales del Orinoco —Atures y Maipures—, del Vaupés y del Caquetá.

El Caño Cristales, en la Sierra de La Macarena, departamento del Meta, conjuga su singular sucesión de pequeñas caídas, pozos y rápidos con el inusitado colorido de tonos rojos, verdes y amarillos que le otorgan las plantas arraigadas en su lecho y cuyos contornos se desdibujan por la turbulencia de las aguas transparentes.
Finalmente, hay que aludir, aunque sea de manera vaga, al sinnúmero de caídas de agua, muchas de escasa altura y poca agua, la mayoría desconocidas y sin nombre, ocultas en recónditos parajes aún poco intervenidos por el hombre. Ellas, torrentosas o tranquilas, inmersas en un entorno casi prístino, dominado por el desorden salvaje, la exuberancia de la vegetación y el bullicio de los seres del bosque, apaciguan el ánimo, refrescan el cuerpo y la mente, invitan a soñar… y no pretenden ocupar un lugar en ningún escalafón.

 
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