Gracias
a su condición ecuatorial —más que tropical—,
Colombia cuenta con un conjunto de sistemas naturales que
se diferencian de los de otras latitudes del planeta por
la influencia más directa y cercana de la órbita
solar, lo cual determina la ausencia de estaciones y permite
la existencia de ciclos noche–día cada 12 horas
—ciclo circadiano—, aspectos que inciden en
los procesos fisiológicos de adaptación de
las especies de fauna y flora que habitan la región.
Debido a su carácter ecuatorial —determinado
por la latitud— y al andino —determinado por
la altitud—, los parámetros climáticos
normalmente establecidos para clasificar los ambientes naturales
son insuficientes.
En las regiones tropicales las condiciones climáticas
de las montañas son diferentes a las de la zona donde
se encuentran, debido a que a mayor altitud se presenta
un descenso de la temperatura, que en promedio es de 0,5
a 1 ºC por cada 100 m, lo cual también supone
un aumento de la humedad relativa del aire; la presencia
de lluvias abundantes en la vertiente de barlovento y de
precipitaciones menores en la de sotavento, la orientación
con respecto a los vientos dominantes y al Sol, también
son determinantes en la creación de un clima específico
acorde con la topografía —topoclima—;
sin embargo, los centros de acción, las masas de
aire y los frentes que los afectan son los mismos que los
del clima zonal.
El efecto que tienen las diferencias de temperatura y humedad
en la distribución altitudinal de la vegetación
es fundamental. La cliserie —sustitución de
una comunidad de plantas por otra, debido a un cambio en
las condiciones del clima—, suele diferenciar cuatro
ambientes: piso nival, páramo, bosque andino y selva
basal, localizados a diferentes alturas y con diferentes
espesores, de acuerdo con el tipo de montaña y con
su orientación.
LA ALTA MONTAÑA Y EL RECURSO HÍDRICO
La importancia estratégica de la alta montaña
de la cuenca del Magdalena se debe a su gran potencial de
almacenamiento y regulación hídrica, puesto
que sirve como recarga de acuíferos y es el lugar
donde nacen los principales ríos del país.
Probablemente los páramos y los bosques de niebla
son los ecosistemas más importantes de las altas
cumbres andinas, puesto que almacenan el líquido
y son los mayores interceptores de la humedad atmosférica
al atrapar la nubosidad y convertirla en agua a través
de la vegetación; este fenómeno conocido como
precipitación horizontal aporta enormes cantidades
del recurso hídrico a la red de drenaje. Los suelos
de turba y los húmicos, estrechamente relacionados
con innumerables lagunas localizadas entre los 3.000 y 3.500
msnm, consisten en capas de suelo orgánico saturado,
de gran espesor, que actúan como una especie de esponja
en la que el agua fuertemente adherida se va filtrando y
liberando poco a poco para formar canalículos difusos
o hilos de agua, quebradas y finalmente ríos. Estos
suelos, clasificados como humedales, además de ser
considerados como uno de los ecosistemas más productivos
del mundo, controlan las inundaciones, protegen contra las
tormentas al recargar y descargar acuíferos, controlan
la erosión y retienen sedimentos.
La red hidrográfica que se origina en el sistema
de alta montaña, en particular la que se encuentra
por encima de los 3.000 msnm, muestra una particularidad:
está constituida por picos escarpados que en algunas
regiones llegan hasta los 5.500 msnm, como los nevados del
Huila y Tolima; esto implica pendientes fuertes que incrementan
la velocidad de las corrientes y por sus variados ambientes
naturales actúan como recargadores, generadores y
reguladores del recurso hídrico en sus estados gaseoso,
líquido y sólido. Todo esto le permite al
gran río contar con una oferta de agua de buena calidad
durante gran parte del año.
La variedad de condiciones climáticas producidas
por la altura, la convergencia de las masas de nubes oceánicas
y continentales, las formas y tamaños de las montañas
y la localización en la zona intertropical ecuatorial,
están asociadas a la riqueza hídrica de Colombia.
Esto se refleja en los 3.000 mm promedio de precipitación
anual; el 88% del país presenta lluvias superiores
a 2.000 mm, una evapotranspiración real de 1.180
mm y una escorrentía media anual de 1.830 mm. Este
balance genera un rendimiento promedio de 58 litros por
segundo cada km2, con valores extremos de más
de 100 litros en el Pacífico, uno en la Guajira y
40 en la zona Andina, oferta equivalente a 2.084 km3
de escorrentía anual, que genera un caudal de 67.000
m3 por segundo al año, 38 km3
de almacenamiento en ciénagas, lagunas y embalses
y más de 140.000 km3 de reservas de agua
subterránea que representan aproximadamente 70 veces
el volumen del agua superficial.
La cuenca del Magdalena que ha dado origen al desarrollo
económico, social y político del país,
tiene un carácter eminentemente andino. A través
de su valle entre las cordilleras Oriental y Central, el
río, afluente del mar Caribe, conecta varias unidades
ecosistémicas, desde las altas cumbres hasta las
llanuras basales de la costa y por tener un mismo origen
biogeográfico 60 millones de años atrás,
tiene similitudes bióticas con ecosistemas del Pacifico,
los Llanos Orientales y la Amazonia.
La base natural de la cuenca es una macro estructura que
posee una serie de unidades ecológicas asociadas
a los cursos alto, medio y bajo del río; el Macizo
Colombiano, el nevado del Huila, la cadena de nevados del
eje cafetero, la serranía de San Lucas, la depresión
Momposina, la serranía de Perijá, la Ciénaga
Grande de Santa Marta y la Sierra Nevada de Santa Marta,
además de otra serie de ecosistemas asociados, conforman
un mosaico de biomas interactuantes, variados y complejos
que se traducen en una gama de entornos y de organismos,
en mayor o menor grado influenciados por el hombre y por
el clima ecuatorial y equinoccial.
DIVERSIDAD BIOLÓGICA Y COBERTURAS VEGETALES
DE LA GRAN CUENCA
La localización de Colombia sobre la franja ecuatorial,
en el punto de unión de dos continentes, con una
historia biológica altamente diferenciada, hace de
nuestro país un territorio propicio para la biodiversidad.
Una rápida evaluación de los niveles y rangos
de endemismo y variabilidad de especies en las tres cordilleras,
demuestra su importancia como zonas de diversidad biótica,
pero entre las geoformas colombianas, las que tienen mayor
cantidad de hábitats, número de refugios pleistocénicos
y centros de endemismo, son la cordillera Oriental y el
Macizo Colombiano, lugar donde tiene origen la gran cuenca
del Magdalena.
Más del 17% de todas las especies de plantas del
planeta vive en la cordillera de los Andes y buena parte
de éstas se localizan en el norte —territorio
Colombiano—, en un corredor biológico natural
donde confluyen además de elementos holárticos,
antárticos, austrálicos y los propios ecuatoriales.
Un mosaico realmente sorprendente se presenta en el territorio
andino de Colombia, donde se conforman, en términos
muy generales, cumbres nivales desde los 5.700 hasta los
4.300 msnm; páramos —sub, centro y súper
páramo—, de 3200–3900 a 4.300 msnm; bosques
alto andinos de 3.000–3.500 a 3.900 msnm; bosques
tropicales andinos, de 2.300 a 3.200 msnm; bosques tropicales
subandinos, de 1.000 a 2.300 msnm; bosques tropicales de
zonas bajas, de 0 a 1.000 msnm y sabanas y llanuras de inundación,
en las zonas bajas, de 0 a 500 msnm. Sin embargo, las investigaciones
realizadas en las ultimas décadas en las cuencas
interandinas, muestran que esta composición no ha
sido siempre igual; una larga secuencia de eventos climáticos
y ecológicos han causado profundas modificaciones
en la composición vegetal, sobre todo en la de la
zona alto andina, donde han incidido con mayor fuerza los
fenómenos de glaciación; se destaca la expansión
de los páramos hasta los 1.900 msnm durante los períodos
fríos y su constricción hasta los límites
actuales —3.200 msnm—, en uno de los momentos
más secos y calientes del último millón
de años.
Desde las pisos nivales, donde prácticamente la vegetación
es nula, pasando por los páramos, donde es altamente
especializada y los bosques, donde llega a su mayor potencial,
hasta las zonas bajas y las inundables, donde las plantas
se adaptan a las condiciones climáticas y las fluctuaciones
del flujo hídrico, la cuenca presenta coberturas
vegetales muy diferentes, tanto en su cantidad, como en
las especies que se desarrollan en los variados hábitats.
NEVADOS
La cuenca nace en las cumbres del páramo de Letras
o de Las Papas, cuyo origen, producto del deshielo de los
glaciares que cubrían toda la zona del Macizo Colombiano,
se remonta a comienzos del Pleistoceno —hace 2 millones
de años—. Hasta hace pocas décadas las
cumbres de la serranía de Los Coconucos, el volcán
del Puracé, el Sotará, el cerro de San Alfredo
y el Cutanga —conocido también como cerro del
Letrero— constituían una cadena nevada, que
poco a poco fue perdiendo el estrato nival. Las montañas
que aún conservan sus nieves permanentes pierden
continuamente sus casquetes glaciales, lo cual deja expuestas
algunas lengüetas fósiles, de antiguos glaciares
y morrenas.
De esta unidad natural, que tiene una cobertura vegetal
prácticamente nula, 985,83 ha drenan a la cuenca
del Magdalena: las cumbres nevadas del Puracé, Huila,
Tolima, Cisne, Santa Isabel, Ruiz, Cocuy y la Sierra Nevada
de Santa Marta, esta última por interacción
con la Ciénaga Grande de Santa Marta.
PÁRAMOS
En la alta montaña y en particular en la franja entre
los 3.000 y 4.000 msnm se encuentran los páramos,
cuya función más importante es la captación,
recepción, almacenamiento y regulación del
agua. Estos ecosistemas, que por localizarse en zonas de
clima frío tienen poca evapotranspiración
y evaporación, se encuentran en zonas de condensación
donde el fenómeno de niebla es frecuente. La neblina
y el rocío desempeñan un papel preponderante
como generadores de precipitación y escorrentía,
con un aporte que contribuye en un 80%, aproximadamente,
al caudal de los ríos.
Hidrológicamente los páramos se clasifican
en húmedos y secos: los húmedos se caracterizan
por las precipitaciones superiores a los 1.000 mm, en un
paisaje irregular propio de la región andina y por
la abundancia de zonas pantanosas y lagunas de diferentes
tamaños. Los páramos secos se caracterizan
por los bajos volúmenes de precipitación anual
—menores de 1.000 mm—, fuertes vientos, altas
temperaturas en el día y bajas durante la noche.
El páramo es por excelencia un regulador del agua,
puesto que parte de ésta se mantiene inmóvil
en el suelo, encerrada en capilares muy delgados, mientras
que otra sólo es retenida durante un período
limitado; la parte móvil da origen a pequeños
hilos de agua que se van integrando para formar las quebradas
que posteriormente se convierten en ríos y en lagunas.
De acuerdo con los estimativos realizados a partir del balance
hídrico, el ecosistema de páramo tiene un
área de 6.651.138 ha, que corresponde al 2,44% de
la cuenca y genera un volumen de 66,5km3 al año,
lo cual corresponde a un caudal aproximado de 2.109m3
por segundo.
Este bioma se caracteriza por presentar una cobertura vegetal
de bajo porte, con una vegetación graminoide entremezclada
con frailejones. El límite inferior o subpáramo
varía de acuerdo con la destrucción del bosque
alto andino; en la cordillera Oriental empieza a los 3.200
m de altura y en la Central a los 3.700 m. El páramo
propiamente dicho se encuentra entre los 3.600 y los 4.300
msnm y debido a su condición altitudinal se constituye
en una verdadera muralla para los vientos cargados de humedad.
El superpáramo está ubicado a alturas superiores
a los 4.200 msnm y se caracteriza por presentar una escasa
vegetación, cuyas estructuras están especialmente
adaptadas a las condiciones climáticas extremas.
El páramo es un área que contiene un conjunto
de comunidades y especies que se caracterizan por su adaptación
a condiciones muy extremas como la baja disponibilidad de
oxígeno en el aire —escaso aprovechamiento
del oxígeno debido a la baja presión atmosférica—;
los cambios abruptos de temperatura, sobre todo en las fases
noche–día; la acidez muy alta de los suelos,
que llega a impedir la eficaz absorción radicular
de las plantas —ósmosis adversa— y las
obliga a tomar el agua de la humedad relativa del ambiente
por intercepción; la lenta descomposición
de la biomasa muerta, debido a la escasa disposición
de oxígeno y a la temperatura promedio que impide
una adecuada incorporación de nutrientes al suelo;
la desmineralización de los suelos debido a la acidez;
los fuertes vientos, inclementes y con bajas temperaturas,
que ocasionan severas quemaduras a las plantas y, finalmente,
la irradiación solar muy tenue en períodos
de nieblas y lluvias, o muy directa y extrema en días
despejados.
Debido a la acumulación de materia orgánica,
que permite aumentar la cantidad de líquido almacenado
y a la morfología de las plantas que actúan
como «esponjas» por la necesidad de captar agua
dulce proveniente de la lluvia o de la niebla, el páramo
puede considerarse el ecosistema más sofisticado
para el almacenamiento de agua y su filtración. La
estructura de las plantas, las hojas y su disposición
sobre el terreno, tienen un valor adaptativo sorprendente:
los vellos y felpas de muchas de las plantas del páramo
atraen gotas de rocío que atrapan directamente de
las nubes y las plantas cojín forman verdaderas represas
debido a que la intrincada trama de sus unidades permite
el aumento de la superficie de contacto con el medio húmedo
y por ende la retención de agua.
Existe una alta fragilidad y vulnerabilidad de las especies
allí establecidas, puesto que su estructura y composición
no se parecen a las de ningún otro bioma de los del
amplio rango altitudinal del país. La variedad de
la oferta biótica es muy alta debido al aislamiento
geográfico de los páramos y a la irradiación
y los cambios bruscos de temperatura, que determinan una
gran frecuencia de mutaciones, lo cual implica necesariamente
un alto grado de endemismo y una limitada cantidad de individuos
por especie —más de un 60% de sus plantas vasculares
son endémicas—.
BOSQUES TROPICALES
Los bosques tropicales colombianos de la cuenca del río
Magdalena, en las partes altas de carácter andino
y montañoso, son húmedos y en las partes bajas
de las llanuras basales caribeñas, son secos; los
primeros se caracterizan por disponer de agua suficiente
durante todo el año, en tanto que los segundos soportan
períodos más o menos prolongados de sequía,
durante los cuales la mayoría de las plantas pierden
su follaje, para recuperarlo en la temporada lluviosa.
Generalmente presentan entre tres y cinco estratos, según
su localización geográfica y las condiciones
ambientales locales; se observan, desde bosques constituidos
por una sola especie con uno o dos estratos, hasta comunidades
muy complejas con tres estratos de abundantes epífitas,
lianas y parásitas y con algunos árboles emergentes
que pueden sobrepasar los 50 m de altura. El estrato inferior,
que va desde 0 msnm a 0,50 m, está constituido por
especies pioneras adaptadas a las condiciones ambientales
de luz, humedad y temperatura típicas de este nivel,
donde empiezan los procesos de regeneración —sucesión
vegetal—; también crecen individuos juveniles
pertenecientes a especies del arbolado de estratos superiores
y otras traídas por animales u otros agentes de dispersión.
A partir de los 0,50 m y hasta aproximadamente los 1,50
m, se hallan elementos de porte arbustivo que, como consecuencia
de procesos de selección natural que eliminan muchas
plántulas, son menos abundantes. Desde los 1,50 m
se encuentra el estrato arbóreo donde empiezan a
predominar elementos leñosos, caracterizados por
especies heliófitas —requieren abundante luz
para su desarrollo—, que de acuerdo con particularidades
locales pueden presentar entre uno y tres estratos. La diversidad
de especies y de número de individuos en este nivel
es menor que en los anteriores y generalmente presentan
copas anchas con follaje denso, que sirven de techo protector
para los estratos inferiores y amortiguan el efecto de lluvias
y vientos sobre los suelos. En este estrato predominan las
asociaciones con otras especies, como ocurre con la vegetación
parásita que aprovecha los nutrientes de los árboles,
con las trepadoras —lianas— que utilizan el
soporte proporcionado por el tronco y con las epífitas
que se sitúan estratégicamente en las ramas
de los árboles para proveerse con facilidad de luz,
agua, aire y nutrientes.
Los bosques ubicados desde los 1.000 msnm hasta un límite
que puede llegar a cerca de los 4.000 msnm, son denominados
andinos; en la actualidad quedan algunas áreas relictuales
localizadas principalmente en las cuencas del Sinú,
Caquetá, Meta, Patía, Catatumbo, alto y medio
Magdalena, medio Cauca, Atrato y Sabana de Bogotá.
Junto con el bosque subandino de clima templado distribuido
a lo largo de las tres cordilleras, la Sierra Nevada de
Santa Marta, la sierra de la Macarena y la serranía
del Darién, ocupan un área de 9.108.474 ha
—8,0% del país—.
En su mayoría, los bosques ubicados en los valles
interandinos del Magdalena y del Cauca presentan un estrato
superior de árboles de 20 a 35 m de altura, mientras
que los bosques alto andinos, comprendidos entre los 2.900
y 3.800 msnm, se caracterizan por un estrato de árboles,
arbustos y plantas compuestas que tienen entre 3 y 15 m
de altura; son representativos de estos bosques los robledales
y los bosques de niebla, estos últimos localizados
en las zonas donde el aire ascendente y saturado de vapor
de agua, proveniente de regiones bajas, húmedas y
cálidas, se condensa para producir nubosidad o niebla
envolvente. El factor característico de estos bosques
es la alta humedad atmosférica.
Las coberturas vegetales de los bosques de la cuenca del
Magdalena son variadas, así como los biomas o asociaciones
de comunidades vegetales que tapizan los suelos de las intrincadas
laderas y de los valles aluviales. En términos generales,
se presentan cinco tipos de coberturas vegetales por debajo
de los páramos: bosques densos, bosques abiertos,
rastrojos altos y bajos y bosques plantados que debido a
la influencia del hombre se han convertido en parte fundamental
del paisaje.
En la cuenca se han identificado 4.416.118 ha de bosques
densos correspondientes al 16.18% del área de la
cuenca. De ellas 2.705.009 son de bosques densos andinos,
localizados en la región montañosa; 97.270
de bosques densos andinos de la región Caribe; 1.298.443
de bosques basales densos de la región andina y 315.395
de bosques basales densos de la región Caribe.
Los bosques abiertos presentan las copas de los árboles
distanciadas entre sí, lo cual permite la penetración
de la luz a los estratos inferiores. Pueden estar formados
por uno o por varios estratos, según las condiciones
geográficas particulares. En esta unidad se incluyen
todos los bosques que muestran estados sucesionales tempranos,
así como plantaciones forestales recién establecidas.
En la cuenca se identifican 2.526.693 ha de bosques abiertos
correspondientes al 9,26% del área total de la cuenca.
De ellas 1.076.868 corresponden a bosques abiertos de la
región andina; 78.387 a bosques abiertos andinos
de la región Caribe; 720.959 a bosques basales abiertos
de la región andina y 650.478 a bosque basales abiertos
de la región Caribe.
Los rastrojos altos son aquellos que presentan estados sucesionales
cercanos a los cinco años y están constituidos
por arbustos cuyas copas pueden estar juntas o esparcidas,
lo que permite la penetración de la luz y presentan
uno o dos estratos, según las condiciones geográficas
particulares. En esta unidad se incluyen todas las áreas
naturales abandonadas que muestran estados sucesionales
tempranos, así como cultivos lignificados de porte
arbustivo. En la cuenca se presentan 2.287.067 ha de rastrojos
altos correspondientes al 8.38% del área total. De
ellas 1.020.663 corresponden a rastrojos altos andinos de
la región Caribe; 720.166 a rastrojos altos basales
de la región Andina y 515.021 a rastrojos altos basales
de la región Caribe.
Los rastrojos bajos presentan estados sucesionales de aproximadamente
dos años, en los que los arbustos con copas esparcidas
permiten la penetración de la luz y, dependiendo
de las condiciones geográficas, pueden tener uno
o dos estratos. Se incluyen todas las áreas abandonadas
que muestran estados sucesionales tempranos y los cultivos
lignificados de porte arbustivo y herbáceo. En la
cuenca se identifican 23.896 ha de rastrojos bajos correspondientes
al 11,08% del área total de la cuenca. De ellas 1.235.929
corresponden a rastrojos bajos andinos; 19.082 a rastrojos
bajos andinos de la región del Caribe; 966.991 a
rastrojos bajos basales de la región Andina y 801.892
a rastrojos bajos basales de la región Caribe.
Los bosques plantados incluyen las plantaciones forestales
establecidas con fines comerciales o de conservación;
de éstas, hay un total de 253.083 ha, equivalentes
al 0,93% del área de la cuenca; las más representativas
son las de pinos, cipreses y eucaliptos.
SABANAS
Las sabanas de la cuenca del Magdalena tienen coberturas
vegetales de gramíneas de altura intermedia, estepas
espinosas montanas bajas y bosques secos tropicales, que
constituyen un complejo de comunidades con una alta similitud
con las de las sabanas de la Orinoquia. Se destaca un estrato
continuo de gramíneas de los géneros Andropogon,
Aristida, Axonopus, Lepto-coryphium y Trachypogon
y un arbolado disperso con chaparros, peralejos y algunas
especies que tienen afinidad con los desiertos de Norteamérica,
como Castela erecta o con la flora caribeña
árida y semiárida de Colombia y Venezuela,
como Capparis odoratissima y Caesalpinia sp.
Este ecosistema, que cubre aproximadamente el 21% de la
cuenca, presenta un régimen estacional en el que
hay una marcada alternancia de fuertes precipitaciones,
con períodos secos. En la costa Caribe, se destacan
las sabanas de San Marcos, en Sucre; Ayapel y Palotal, en
Córdoba y las del Cesar, en los sectores de Chiriguaná,
Tamalameque, Aguachica y La Gloria; en el interior del país,
las del Huila, Tolima y Cundinamarcá. A pesar de
su similitud fisonómica, existen elementos florísticos
que las pueden diferenciar: en las sabanas de Sucre se encuentran
especies características del monte espinoso tropical
como cardón, trupillo y guamacho, mientras que en
las sabanas de Tamalameque, La Gloria, San Benito Abad y
Ayapel, abundan roble, camaján, higuerón,
canimo y orejero y densos montes sabaneros constituidos
básicamente por arbustos cortos, sinuosos e irregulares
entremezclados con bejucos, enredaderas y plantas efímeras;
a lo largo de los drenajes hay estrechas franjas de bosques
riparios, donde se encuentran grandes árboles como
caracolí, ceiba, ceiba blanca, camajaru y ceiba colorada.
LLANURAS DE INUNDACIÓN
Las ciénagas de Colombia, como ambiente acuático
típico del valle bajo de la cuenca del Magdalena,
se localizan fundamentalmente en los planos aluviales de
desborde; en conjunto almacenan el 87% del volumen de agua
no corriente —150 km3 aproximadamente—, esparcidos
en una delgada zona de unas 500.000 ha, con áreas
inundables asociadas que abarcan casi dos millones de hectáreas.
Estos cuerpos de agua, próximos al cauce de ríos
de piso térmico cálido, pueden definirse como
ciénagas o como madre viejas —antiguos meandros
de ríos que se hallan aislados del cauce principal
durante gran parte del año— y son producto
del depósito de sedimentos. En general son de poca
profundidad a pesar de estar sujetos a variaciones de nivel
durante el año, de acuerdo con las fluctuaciones
del caudal del río adyacente, con el que pueden mantener
conexión permanente o transitoria. Su escasa profundidad
produce un recalentamiento del agua que alcanza temperaturas
sensiblemente mayores que las de los caños y brazos
conexos a los ríos.
La comunicación ciénaga–río,
se restablece durante la época invernal y permite
una regulación de la eutrofia —incremento de
sustancias nutritivas— propia de las ciénagas,
que descongestiona la acumulación excesiva de materia
orgánica y permite la migración masivas de
peces y el destaponamiento de los caños. Esta migración
de peces de las ciénagas al río, que ocurre
de modo recurrente al comienzo de cada período de
creciente y de su retorno posterior, es un aspecto trascendental
de la ecología del sistema lagunar.
En la superficie del agua donde penetra la luz sin interferencia,
las algas pueden producir al año, de 10 a 15 toneladas
de carbono por hectárea, en compuestos como azúcares,
almidones y otros carbohidratos. Al aumentar la densidad
de las algas, los microscópicos animales acuáticos,
copépodos, rotíferos y cladóceros,
que en conjunto constituyen el zoo-plancton, reciben una
buena oferta alimenticia que les permite aumentar rápidamente
sus poblaciones.
En la planicie aluvial asociada con la dinámica de
desborde del río se encuentra vegetación arbórea,
arbustiva y herbácea muy variada. Las ciénagas,
pantanos, lagos y embalses, ocupan cerca de 698.800 ha,
el 2.56 % de la cuenca; dentro de estos conviven diferentes
poblaciones que se especializan de acuerdo con el medio
donde se desarrollan. Los relictos de bosque se relacionan
con lugares bien drenados, como es el caso de los diques
y la capa de desborde, donde el nivel freático es
bajo durante la mayor parte del año y sólo
se inundan cuando el río abandona su cauce. La vegetación
arbustiva y herbácea —enraizada y flotante—
se desarrolla en lugares permanentemente anegados como es
el caso de los deltas de explayamiento.
La condición de inundable es un factor fundamental
para el desarrollo de vegetación. En los bordes de
las ciénagas la mayoría de la vegetación
es hidrófila —consume mucha agua—; sin
embargo, en los humedales se observan fajas continuas o
aisladas de vegetación acuática flotante,
cuyo transporte se ve favorecido por la acción del
viento, lo cual origina nuevos asentamientos. En este tipo
de comunidades se establece una sucesión que consiste
en la colonización de especies como Salvinia
sp. y Pistia stratoides, que sirven de sustrato
a especies de mayor tamaño como Eichornea
sp., planta que cubre del 20% al 30% del espejo de agua.
En el estiaje —caudal mínimo de los ríos—,
uno o dos meses después del inicio de los períodos
de sequía que generalmente se presentan en julio
y en diciembre, las hembras ovadas de peces migratorios
como el bocachico, remontan el río y desovan en las
partes alta y media de su cuenca; tras ellas suben poblaciones
de grandes predadores como los bagres; este evento se conoce
en el Magdalena como la subienda. Al empezar la nueva creciente
las crías son obligadas por la corriente a regresar
río abajo —bajanza— y cuando el río
se une con la ciénaga en las planicies de inundación,
los alevinos ingresan a ella; es una época de alta
productividad, con abundancia de algas y organismos del
zooplancton, que sirven de alimento y criadero natural a
insectos, alevinos de peces, cangrejos y camarones de agua
dulce. Cuando el río se retira quedan resguardados
de los depredadores de mayor tamaño, pues estos viven
en la corriente. Las épocas de subienda y bajanza
propician las migraciones de peces que están ligadas
al estiaje y a las crecientes producidas por el ciclo del
agua y regulan la actividad de los pescadores.
Gracias a estos procesos, se estima que el 60% del producto
de la pesca colombiana —calculada en 80.000 toneladas
por año—, se extrae de los ríos y ciénagas
y el 40% de aguas marinas costeras. La pesca continental
proporciona recursos a 60.000 pescadores, mientras que la
marina sostiene alrededor de 20.000.