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CAPÍTULO 3

EL MEDIO NATURAL

 

Gracias a su condición ecuatorial —más que tropical—, Colombia cuenta con un conjunto de sistemas naturales que se diferencian de los de otras latitudes del planeta por la influencia más directa y cercana de la órbita solar, lo cual determina la ausencia de estaciones y permite la existencia de ciclos noche–día cada 12 horas —ciclo circadiano—, aspectos que inciden en los procesos fisiológicos de adaptación de las especies de fauna y flora que habitan la región. Debido a su carácter ecuatorial —determinado por la latitud— y al andino —determinado por la altitud—, los parámetros climáticos normalmente establecidos para clasificar los ambientes naturales son insuficientes.

En las regiones tropicales las condiciones climáticas de las montañas son diferentes a las de la zona donde se encuentran, debido a que a mayor altitud se presenta un descenso de la temperatura, que en promedio es de 0,5 a 1 ºC por cada 100 m, lo cual también supone un aumento de la humedad relativa del aire; la presencia de lluvias abundantes en la vertiente de barlovento y de precipitaciones menores en la de sotavento, la orientación con respecto a los vientos dominantes y al Sol, también son determinantes en la creación de un clima específico acorde con la topografía —topoclima—; sin embargo, los centros de acción, las masas de aire y los frentes que los afectan son los mismos que los del clima zonal.

El efecto que tienen las diferencias de temperatura y humedad en la distribución altitudinal de la vegetación es fundamental. La cliserie —sustitución de una comunidad de plantas por otra, debido a un cambio en las condiciones del clima—, suele diferenciar cuatro ambientes: piso nival, páramo, bosque andino y selva basal, localizados a diferentes alturas y con diferentes espesores, de acuerdo con el tipo de montaña y con su orientación.

LA ALTA MONTAÑA Y EL RECURSO HÍDRICO

La importancia estratégica de la alta montaña de la cuenca del Magdalena se debe a su gran potencial de almacenamiento y regulación hídrica, puesto que sirve como recarga de acuíferos y es el lugar donde nacen los principales ríos del país.

Probablemente los páramos y los bosques de niebla son los ecosistemas más importantes de las altas cumbres andinas, puesto que almacenan el líquido y son los mayores interceptores de la humedad atmosférica al atrapar la nubosidad y convertirla en agua a través de la vegetación; este fenómeno conocido como precipitación horizontal aporta enormes cantidades del recurso hídrico a la red de drenaje. Los suelos de turba y los húmicos, estrechamente relacionados con innumerables lagunas localizadas entre los 3.000 y 3.500 msnm, consisten en capas de suelo orgánico saturado, de gran espesor, que actúan como una especie de esponja en la que el agua fuertemente adherida se va filtrando y liberando poco a poco para formar canalículos difusos o hilos de agua, quebradas y finalmente ríos. Estos suelos, clasificados como humedales, además de ser considerados como uno de los ecosistemas más productivos del mundo, controlan las inundaciones, protegen contra las tormentas al recargar y descargar acuíferos, controlan la erosión y retienen sedimentos.

La red hidrográfica que se origina en el sistema de alta montaña, en particular la que se encuentra por encima de los 3.000 msnm, muestra una particularidad: está constituida por picos escarpados que en algunas regiones llegan hasta los 5.500 msnm, como los nevados del Huila y Tolima; esto implica pendientes fuertes que incrementan la velocidad de las corrientes y por sus variados ambientes naturales actúan como recargadores, generadores y reguladores del recurso hídrico en sus estados gaseoso, líquido y sólido. Todo esto le permite al gran río contar con una oferta de agua de buena calidad durante gran parte del año.

La variedad de condiciones climáticas producidas por la altura, la convergencia de las masas de nubes oceánicas y continentales, las formas y tamaños de las montañas y la localización en la zona intertropical ecuatorial, están asociadas a la riqueza hídrica de Colombia. Esto se refleja en los 3.000 mm promedio de precipitación anual; el 88% del país presenta lluvias superiores a 2.000 mm, una evapotranspiración real de 1.180 mm y una escorrentía media anual de 1.830 mm. Este balance genera un rendimiento promedio de 58 litros por segundo cada km2, con valores extremos de más de 100 litros en el Pacífico, uno en la Guajira y 40 en la zona Andina, oferta equivalente a 2.084 km3 de escorrentía anual, que genera un caudal de 67.000 m3 por segundo al año, 38 km3 de almacenamiento en ciénagas, lagunas y embalses y más de 140.000 km3 de reservas de agua subterránea que representan aproximadamente 70 veces el volumen del agua superficial.

La cuenca del Magdalena que ha dado origen al desarrollo económico, social y político del país, tiene un carácter eminentemente andino. A través de su valle entre las cordilleras Oriental y Central, el río, afluente del mar Caribe, conecta varias unidades ecosistémicas, desde las altas cumbres hasta las llanuras basales de la costa y por tener un mismo origen biogeográfico 60 millones de años atrás, tiene similitudes bióticas con ecosistemas del Pacifico, los Llanos Orientales y la Amazonia.

La base natural de la cuenca es una macro estructura que posee una serie de unidades ecológicas asociadas a los cursos alto, medio y bajo del río; el Macizo Colombiano, el nevado del Huila, la cadena de nevados del eje cafetero, la serranía de San Lucas, la depresión Momposina, la serranía de Perijá, la Ciénaga Grande de Santa Marta y la Sierra Nevada de Santa Marta, además de otra serie de ecosistemas asociados, conforman un mosaico de biomas interactuantes, variados y complejos que se traducen en una gama de entornos y de organismos, en mayor o menor grado influenciados por el hombre y por el clima ecuatorial y equinoccial.

DIVERSIDAD BIOLÓGICA Y COBERTURAS VEGETALES DE LA GRAN CUENCA

La localización de Colombia sobre la franja ecuatorial, en el punto de unión de dos continentes, con una historia biológica altamente diferenciada, hace de nuestro país un territorio propicio para la biodiversidad. Una rápida evaluación de los niveles y rangos de endemismo y variabilidad de especies en las tres cordilleras, demuestra su importancia como zonas de diversidad biótica, pero entre las geoformas colombianas, las que tienen mayor cantidad de hábitats, número de refugios pleistocénicos y centros de endemismo, son la cordillera Oriental y el Macizo Colombiano, lugar donde tiene origen la gran cuenca del Magdalena.

Más del 17% de todas las especies de plantas del planeta vive en la cordillera de los Andes y buena parte de éstas se localizan en el norte —territorio Colombiano—, en un corredor biológico natural donde confluyen además de elementos holárticos, antárticos, austrálicos y los propios ecuatoriales.

Un mosaico realmente sorprendente se presenta en el territorio andino de Colombia, donde se conforman, en términos muy generales, cumbres nivales desde los 5.700 hasta los 4.300 msnm; páramos —sub, centro y súper páramo—, de 3200–3900 a 4.300 msnm; bosques alto andinos de 3.000–3.500 a 3.900 msnm; bosques tropicales andinos, de 2.300 a 3.200 msnm; bosques tropicales subandinos, de 1.000 a 2.300 msnm; bosques tropicales de zonas bajas, de 0 a 1.000 msnm y sabanas y llanuras de inundación, en las zonas bajas, de 0 a 500 msnm. Sin embargo, las investigaciones realizadas en las ultimas décadas en las cuencas interandinas, muestran que esta composición no ha sido siempre igual; una larga secuencia de eventos climáticos y ecológicos han causado profundas modificaciones en la composición vegetal, sobre todo en la de la zona alto andina, donde han incidido con mayor fuerza los fenómenos de glaciación; se destaca la expansión de los páramos hasta los 1.900 msnm durante los períodos fríos y su constricción hasta los límites actuales —3.200 msnm—, en uno de los momentos más secos y calientes del último millón de años.

Desde las pisos nivales, donde prácticamente la vegetación es nula, pasando por los páramos, donde es altamente especializada y los bosques, donde llega a su mayor potencial, hasta las zonas bajas y las inundables, donde las plantas se adaptan a las condiciones climáticas y las fluctuaciones del flujo hídrico, la cuenca presenta coberturas vegetales muy diferentes, tanto en su cantidad, como en las especies que se desarrollan en los variados hábitats.

NEVADOS

La cuenca nace en las cumbres del páramo de Letras o de Las Papas, cuyo origen, producto del deshielo de los glaciares que cubrían toda la zona del Macizo Colombiano, se remonta a comienzos del Pleistoceno —hace 2 millones de años—. Hasta hace pocas décadas las cumbres de la serranía de Los Coconucos, el volcán del Puracé, el Sotará, el cerro de San Alfredo y el Cutanga —conocido también como cerro del Letrero— constituían una cadena nevada, que poco a poco fue perdiendo el estrato nival. Las montañas que aún conservan sus nieves permanentes pierden continuamente sus casquetes glaciales, lo cual deja expuestas algunas lengüetas fósiles, de antiguos glaciares y morrenas.

De esta unidad natural, que tiene una cobertura vegetal prácticamente nula, 985,83 ha drenan a la cuenca del Magdalena: las cumbres nevadas del Puracé, Huila, Tolima, Cisne, Santa Isabel, Ruiz, Cocuy y la Sierra Nevada de Santa Marta, esta última por interacción con la Ciénaga Grande de Santa Marta.

PÁRAMOS

En la alta montaña y en particular en la franja entre los 3.000 y 4.000 msnm se encuentran los páramos, cuya función más importante es la captación, recepción, almacenamiento y regulación del agua. Estos ecosistemas, que por localizarse en zonas de clima frío tienen poca evapotranspiración y evaporación, se encuentran en zonas de condensación donde el fenómeno de niebla es frecuente. La neblina y el rocío desempeñan un papel preponderante como generadores de precipitación y escorrentía, con un aporte que contribuye en un 80%, aproximadamente, al caudal de los ríos.

Hidrológicamente los páramos se clasifican en húmedos y secos: los húmedos se caracterizan por las precipitaciones superiores a los 1.000 mm, en un paisaje irregular propio de la región andina y por la abundancia de zonas pantanosas y lagunas de diferentes tamaños. Los páramos secos se caracterizan por los bajos volúmenes de precipitación anual —menores de 1.000 mm—, fuertes vientos, altas temperaturas en el día y bajas durante la noche.

El páramo es por excelencia un regulador del agua, puesto que parte de ésta se mantiene inmóvil en el suelo, encerrada en capilares muy delgados, mientras que otra sólo es retenida durante un período limitado; la parte móvil da origen a pequeños hilos de agua que se van integrando para formar las quebradas que posteriormente se convierten en ríos y en lagunas.

De acuerdo con los estimativos realizados a partir del balance hídrico, el ecosistema de páramo tiene un área de 6.651.138 ha, que corresponde al 2,44% de la cuenca y genera un volumen de 66,5km3 al año, lo cual corresponde a un caudal aproximado de 2.109m3 por segundo.

Este bioma se caracteriza por presentar una cobertura vegetal de bajo porte, con una vegetación graminoide entremezclada con frailejones. El límite inferior o subpáramo varía de acuerdo con la destrucción del bosque alto andino; en la cordillera Oriental empieza a los 3.200 m de altura y en la Central a los 3.700 m. El páramo propiamente dicho se encuentra entre los 3.600 y los 4.300 msnm y debido a su condición altitudinal se constituye en una verdadera muralla para los vientos cargados de humedad. El superpáramo está ubicado a alturas superiores a los 4.200 msnm y se caracteriza por presentar una escasa vegetación, cuyas estructuras están especialmente adaptadas a las condiciones climáticas extremas.

El páramo es un área que contiene un conjunto de comunidades y especies que se caracterizan por su adaptación a condiciones muy extremas como la baja disponibilidad de oxígeno en el aire —escaso aprovechamiento del oxígeno debido a la baja presión atmosférica—; los cambios abruptos de temperatura, sobre todo en las fases noche–día; la acidez muy alta de los suelos, que llega a impedir la eficaz absorción radicular de las plantas —ósmosis adversa— y las obliga a tomar el agua de la humedad relativa del ambiente por intercepción; la lenta descomposición de la biomasa muerta, debido a la escasa disposición de oxígeno y a la temperatura promedio que impide una adecuada incorporación de nutrientes al suelo; la desmineralización de los suelos debido a la acidez; los fuertes vientos, inclementes y con bajas temperaturas, que ocasionan severas quemaduras a las plantas y, finalmente, la irradiación solar muy tenue en períodos de nieblas y lluvias, o muy directa y extrema en días despejados.

Debido a la acumulación de materia orgánica, que permite aumentar la cantidad de líquido almacenado y a la morfología de las plantas que actúan como «esponjas» por la necesidad de captar agua dulce proveniente de la lluvia o de la niebla, el páramo puede considerarse el ecosistema más sofisticado para el almacenamiento de agua y su filtración. La estructura de las plantas, las hojas y su disposición sobre el terreno, tienen un valor adaptativo sorprendente: los vellos y felpas de muchas de las plantas del páramo atraen gotas de rocío que atrapan directamente de las nubes y las plantas cojín forman verdaderas represas debido a que la intrincada trama de sus unidades permite el aumento de la superficie de contacto con el medio húmedo y por ende la retención de agua.

Existe una alta fragilidad y vulnerabilidad de las especies allí establecidas, puesto que su estructura y composición no se parecen a las de ningún otro bioma de los del amplio rango altitudinal del país. La variedad de la oferta biótica es muy alta debido al aislamiento geográfico de los páramos y a la irradiación y los cambios bruscos de temperatura, que determinan una gran frecuencia de mutaciones, lo cual implica necesariamente un alto grado de endemismo y una limitada cantidad de individuos por especie —más de un 60% de sus plantas vasculares son endémicas—.

BOSQUES TROPICALES

Los bosques tropicales colombianos de la cuenca del río Magdalena, en las partes altas de carácter andino y montañoso, son húmedos y en las partes bajas de las llanuras basales caribeñas, son secos; los primeros se caracterizan por disponer de agua suficiente durante todo el año, en tanto que los segundos soportan períodos más o menos prolongados de sequía, durante los cuales la mayoría de las plantas pierden su follaje, para recuperarlo en la temporada lluviosa.
Generalmente presentan entre tres y cinco estratos, según su localización geográfica y las condiciones ambientales locales; se observan, desde bosques constituidos por una sola especie con uno o dos estratos, hasta comunidades muy complejas con tres estratos de abundantes epífitas, lianas y parásitas y con algunos árboles emergentes que pueden sobrepasar los 50 m de altura. El estrato inferior, que va desde 0 msnm a 0,50 m, está constituido por especies pioneras adaptadas a las condiciones ambientales de luz, humedad y temperatura típicas de este nivel, donde empiezan los procesos de regeneración —sucesión vegetal—; también crecen individuos juveniles pertenecientes a especies del arbolado de estratos superiores y otras traídas por animales u otros agentes de dispersión. A partir de los 0,50 m y hasta aproximadamente los 1,50 m, se hallan elementos de porte arbustivo que, como consecuencia de procesos de selección natural que eliminan muchas plántulas, son menos abundantes. Desde los 1,50 m se encuentra el estrato arbóreo donde empiezan a predominar elementos leñosos, caracterizados por especies heliófitas —requieren abundante luz para su desarrollo—, que de acuerdo con particularidades locales pueden presentar entre uno y tres estratos. La diversidad de especies y de número de individuos en este nivel es menor que en los anteriores y generalmente presentan copas anchas con follaje denso, que sirven de techo protector para los estratos inferiores y amortiguan el efecto de lluvias y vientos sobre los suelos. En este estrato predominan las asociaciones con otras especies, como ocurre con la vegetación parásita que aprovecha los nutrientes de los árboles, con las trepadoras —lianas— que utilizan el soporte proporcionado por el tronco y con las epífitas que se sitúan estratégicamente en las ramas de los árboles para proveerse con facilidad de luz, agua, aire y nutrientes.

Los bosques ubicados desde los 1.000 msnm hasta un límite que puede llegar a cerca de los 4.000 msnm, son denominados andinos; en la actualidad quedan algunas áreas relictuales localizadas principalmente en las cuencas del Sinú, Caquetá, Meta, Patía, Catatumbo, alto y medio Magdalena, medio Cauca, Atrato y Sabana de Bogotá. Junto con el bosque subandino de clima templado distribuido a lo largo de las tres cordilleras, la Sierra Nevada de Santa Marta, la sierra de la Macarena y la serranía del Darién, ocupan un área de 9.108.474 ha —8,0% del país—.

En su mayoría, los bosques ubicados en los valles interandinos del Magdalena y del Cauca presentan un estrato superior de árboles de 20 a 35 m de altura, mientras que los bosques alto andinos, comprendidos entre los 2.900 y 3.800 msnm, se caracterizan por un estrato de árboles, arbustos y plantas compuestas que tienen entre 3 y 15 m de altura; son representativos de estos bosques los robledales y los bosques de niebla, estos últimos localizados en las zonas donde el aire ascendente y saturado de vapor de agua, proveniente de regiones bajas, húmedas y cálidas, se condensa para producir nubosidad o niebla envolvente. El factor característico de estos bosques es la alta humedad atmosférica.

Las coberturas vegetales de los bosques de la cuenca del Magdalena son variadas, así como los biomas o asociaciones de comunidades vegetales que tapizan los suelos de las intrincadas laderas y de los valles aluviales. En términos generales, se presentan cinco tipos de coberturas vegetales por debajo de los páramos: bosques densos, bosques abiertos, rastrojos altos y bajos y bosques plantados que debido a la influencia del hombre se han convertido en parte fundamental del paisaje.

En la cuenca se han identificado 4.416.118 ha de bosques densos correspondientes al 16.18% del área de la cuenca. De ellas 2.705.009 son de bosques densos andinos, localizados en la región montañosa; 97.270 de bosques densos andinos de la región Caribe; 1.298.443 de bosques basales densos de la región andina y 315.395 de bosques basales densos de la región Caribe.

Los bosques abiertos presentan las copas de los árboles distanciadas entre sí, lo cual permite la penetración de la luz a los estratos inferiores. Pueden estar formados por uno o por varios estratos, según las condiciones geográficas particulares. En esta unidad se incluyen todos los bosques que muestran estados sucesionales tempranos, así como plantaciones forestales recién establecidas. En la cuenca se identifican 2.526.693 ha de bosques abiertos correspondientes al 9,26% del área total de la cuenca. De ellas 1.076.868 corresponden a bosques abiertos de la región andina; 78.387 a bosques abiertos andinos de la región Caribe; 720.959 a bosques basales abiertos de la región andina y 650.478 a bosque basales abiertos de la región Caribe.

Los rastrojos altos son aquellos que presentan estados sucesionales cercanos a los cinco años y están constituidos por arbustos cuyas copas pueden estar juntas o esparcidas, lo que permite la penetración de la luz y presentan uno o dos estratos, según las condiciones geográficas particulares. En esta unidad se incluyen todas las áreas naturales abandonadas que muestran estados sucesionales tempranos, así como cultivos lignificados de porte arbustivo. En la cuenca se presentan 2.287.067 ha de rastrojos altos correspondientes al 8.38% del área total. De ellas 1.020.663 corresponden a rastrojos altos andinos de la región Caribe; 720.166 a rastrojos altos basales de la región Andina y 515.021 a rastrojos altos basales de la región Caribe.

Los rastrojos bajos presentan estados sucesionales de aproximadamente dos años, en los que los arbustos con copas esparcidas permiten la penetración de la luz y, dependiendo de las condiciones geográficas, pueden tener uno o dos estratos. Se incluyen todas las áreas abandonadas que muestran estados sucesionales tempranos y los cultivos lignificados de porte arbustivo y herbáceo. En la cuenca se identifican 23.896 ha de rastrojos bajos correspondientes al 11,08% del área total de la cuenca. De ellas 1.235.929 corresponden a rastrojos bajos andinos; 19.082 a rastrojos bajos andinos de la región del Caribe; 966.991 a rastrojos bajos basales de la región Andina y 801.892 a rastrojos bajos basales de la región Caribe.

Los bosques plantados incluyen las plantaciones forestales establecidas con fines comerciales o de conservación; de éstas, hay un total de 253.083 ha, equivalentes al 0,93% del área de la cuenca; las más representativas son las de pinos, cipreses y eucaliptos.

SABANAS

Las sabanas de la cuenca del Magdalena tienen coberturas vegetales de gramíneas de altura intermedia, estepas espinosas montanas bajas y bosques secos tropicales, que constituyen un complejo de comunidades con una alta similitud con las de las sabanas de la Orinoquia. Se destaca un estrato continuo de gramíneas de los géneros Andropogon, Aristida, Axonopus, Lepto-coryphium y Trachypogon y un arbolado disperso con chaparros, peralejos y algunas especies que tienen afinidad con los desiertos de Norteamérica, como Castela erecta o con la flora caribeña árida y semiárida de Colombia y Venezuela, como Capparis odoratissima y Caesalpinia sp.

Este ecosistema, que cubre aproximadamente el 21% de la cuenca, presenta un régimen estacional en el que hay una marcada alternancia de fuertes precipitaciones, con períodos secos. En la costa Caribe, se destacan las sabanas de San Marcos, en Sucre; Ayapel y Palotal, en Córdoba y las del Cesar, en los sectores de Chiriguaná, Tamalameque, Aguachica y La Gloria; en el interior del país, las del Huila, Tolima y Cundinamarcá. A pesar de su similitud fisonómica, existen elementos florísticos que las pueden diferenciar: en las sabanas de Sucre se encuentran especies características del monte espinoso tropical como cardón, trupillo y guamacho, mientras que en las sabanas de Tamalameque, La Gloria, San Benito Abad y Ayapel, abundan roble, camaján, higuerón, canimo y orejero y densos montes sabaneros constituidos básicamente por arbustos cortos, sinuosos e irregulares entremezclados con bejucos, enredaderas y plantas efímeras; a lo largo de los drenajes hay estrechas franjas de bosques riparios, donde se encuentran grandes árboles como caracolí, ceiba, ceiba blanca, camajaru y ceiba colorada.

LLANURAS DE INUNDACIÓN

Las ciénagas de Colombia, como ambiente acuático típico del valle bajo de la cuenca del Magdalena, se localizan fundamentalmente en los planos aluviales de desborde; en conjunto almacenan el 87% del volumen de agua no corriente —150 km3 aproximadamente—, esparcidos en una delgada zona de unas 500.000 ha, con áreas inundables asociadas que abarcan casi dos millones de hectáreas.

Estos cuerpos de agua, próximos al cauce de ríos de piso térmico cálido, pueden definirse como ciénagas o como madre viejas —antiguos meandros de ríos que se hallan aislados del cauce principal durante gran parte del año— y son producto del depósito de sedimentos. En general son de poca profundidad a pesar de estar sujetos a variaciones de nivel durante el año, de acuerdo con las fluctuaciones del caudal del río adyacente, con el que pueden mantener conexión permanente o transitoria. Su escasa profundidad produce un recalentamiento del agua que alcanza temperaturas sensiblemente mayores que las de los caños y brazos conexos a los ríos.

La comunicación ciénaga–río, se restablece durante la época invernal y permite una regulación de la eutrofia —incremento de sustancias nutritivas— propia de las ciénagas, que descongestiona la acumulación excesiva de materia orgánica y permite la migración masivas de peces y el destaponamiento de los caños. Esta migración de peces de las ciénagas al río, que ocurre de modo recurrente al comienzo de cada período de creciente y de su retorno posterior, es un aspecto trascendental de la ecología del sistema lagunar.

En la superficie del agua donde penetra la luz sin interferencia, las algas pueden producir al año, de 10 a 15 toneladas de carbono por hectárea, en compuestos como azúcares, almidones y otros carbohidratos. Al aumentar la densidad de las algas, los microscópicos animales acuáticos, copépodos, rotíferos y cladóceros, que en conjunto constituyen el zoo-plancton, reciben una buena oferta alimenticia que les permite aumentar rápidamente sus poblaciones.

En la planicie aluvial asociada con la dinámica de desborde del río se encuentra vegetación arbórea, arbustiva y herbácea muy variada. Las ciénagas, pantanos, lagos y embalses, ocupan cerca de 698.800 ha, el 2.56 % de la cuenca; dentro de estos conviven diferentes poblaciones que se especializan de acuerdo con el medio donde se desarrollan. Los relictos de bosque se relacionan con lugares bien drenados, como es el caso de los diques y la capa de desborde, donde el nivel freático es bajo durante la mayor parte del año y sólo se inundan cuando el río abandona su cauce. La vegetación arbustiva y herbácea —enraizada y flotante— se desarrolla en lugares permanentemente anegados como es el caso de los deltas de explayamiento.

La condición de inundable es un factor fundamental para el desarrollo de vegetación. En los bordes de las ciénagas la mayoría de la vegetación es hidrófila —consume mucha agua—; sin embargo, en los humedales se observan fajas continuas o aisladas de vegetación acuática flotante, cuyo transporte se ve favorecido por la acción del viento, lo cual origina nuevos asentamientos. En este tipo de comunidades se establece una sucesión que consiste en la colonización de especies como Salvinia sp. y Pistia stratoides, que sirven de sustrato a especies de mayor tamaño como Eichornea sp., planta que cubre del 20% al 30% del espejo de agua.

En el estiaje —caudal mínimo de los ríos—, uno o dos meses después del inicio de los períodos de sequía que generalmente se presentan en julio y en diciembre, las hembras ovadas de peces migratorios como el bocachico, remontan el río y desovan en las partes alta y media de su cuenca; tras ellas suben poblaciones de grandes predadores como los bagres; este evento se conoce en el Magdalena como la subienda. Al empezar la nueva creciente las crías son obligadas por la corriente a regresar río abajo —bajanza— y cuando el río se une con la ciénaga en las planicies de inundación, los alevinos ingresan a ella; es una época de alta productividad, con abundancia de algas y organismos del zooplancton, que sirven de alimento y criadero natural a insectos, alevinos de peces, cangrejos y camarones de agua dulce. Cuando el río se retira quedan resguardados de los depredadores de mayor tamaño, pues estos viven en la corriente. Las épocas de subienda y bajanza propician las migraciones de peces que están ligadas al estiaje y a las crecientes producidas por el ciclo del agua y regulan la actividad de los pescadores.

Gracias a estos procesos, se estima que el 60% del producto de la pesca colombiana —calculada en 80.000 toneladas por año—, se extrae de los ríos y ciénagas y el 40% de aguas marinas costeras. La pesca continental proporciona recursos a 60.000 pescadores, mientras que la marina sostiene alrededor de 20.000.

 
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