El
desprendimiento de América del Sur de la gran masa
continental de Gondwana, hace 92 millones de años,
en el Cretáceo
Superior, fue uno de los eventos más importantes
para el desarrollo de la flora y la fauna de nuestro continente,
que en términos de su biota, evolucionó
durante muchos millones de años en condición
de total aislamiento.
Entre las especies de América del Sur, África
y Australia hay afinidades que demuestran su origen gondwánico
y plantean la existencia de diferentes rutas migratorias
que explican los amplios patrones actuales de distribución
de varios de los elementos de su fauna y su flora. Hace
cuatro y medio millones de años, en el Plioceno
Medio, se dio el contacto entre América del Norte
y América del Sur, cuando se conformó el
istmo de Panamá, momento en el cual ocurrió
el mayor intercambio de especies entre los dos continentes.
Hace unos 2 millones de años, la configuración
definitiva de la cordillera de los Andes, que en ese entonces
alcanzó alturas superiores a los 2.000 msnm, facilitó
el encuentro de la fauna suramericana tropical con la
de la Patagonia y la de América del Norte; este
suceso convirtió a nuestro país en una de
las regiones del mundo con mayor diversidad de ecosistemas.
MEGAFAUNA DEL PLEISTOCENO
Con base en el estudio de cientos de registros fósiles
de mamíferos, Robert Hoffstetter pudo confirmar
que en el pasado la fauna de las altas montañas
andinas sufrió tres grandes cambios: el primero,
hace aproximadamente 6 millones de años —Mioceno–Plioceno—,
estuvo acompañado de una gran actividad tectónica
y orogénica que configuró las montañas.
El segundo se puede situar hace 2 millones de años
—Plioceno-Pleistoceno—
y se caracterizó por la llegada masiva de fauna
de América del Norte: mastodontes, caballos, llamas
y vicuñas, venados, algunos pecaríes y tapires,
aunque estos últimos no fueron abundantes en los
altos Andes. Finalmente, otro momento de profundos cambios
ocurrió en el límite Pleistoceno
– Holoceno,
hace aproximadamente 10.000 años, cuando grandes
carnívoros que migraron a través del istmo
de Panamá, acabaron con la fauna autóctona
suramericana, especialmente la de los grandes herbívoros;
a partir de ese momento, la fauna quedó compuesta
por géneros modernos.
LOS MASTODONTES
En Colombia se han encontrado evidencias fósiles
de mastodontes de clima frío de la especia Cuvieronius
hyodon, cuyos incisivos superiores estaban ligeramente
encorvados hacia abajo; en la Sierra Nevada del Cocuy,
a 4.000 msnm, se encontró un cráneo de Stegomastodon
y un Haplomastodon, de tipo elefantoide, con
colmillos de 1,40 m, curvados hacia lo alto, que ocupaba
todos los pisos térmicos de la zona intertropical
de América del Sur.
Se han hallado vestigios culturales de procedencia paleoindígena
y restos de megafauna en la Sabana de Bogotá, en
Tibitó, donde hay concentraciones de restos óseos
de caballos del género Equus, de mastodontes
y en menor escala de venados, junto con artefactos líticos;
por la acumulación selectiva y la calcinación
de los restos, se cree que este sitio era una estación
de matanza con algún carácter ritual. Lascas
cortantes y cuchillos raspadores son la evidencia de actividades
como el tasajeo, la limpieza, el descuartizamiento y la
cocción, lo que ubica este hallazgo en el período
estadial de El Abra —11.000 a 10.000 años
antes del presente—. Posteriormente, en el área
del Tequendama, se registra actividad de cazadores de
especies menores como el venado y los roedores.
Se conocen restos fósiles de otros grandes herbívoros
como los perezosos o pericos ligeros, armadillos gigantes
de la Sabana de Bogotá y caballos gigantes —cuyo
tamaño era dos veces mayor que el de un caballo
actual— del subgénero Equus amerhippus
lasallei procedente de América del Norte,
que luego se extendió por toda América del
Sur. Una especie de equino con patas más robustas
se desarrolló en hábitats de montaña,
hasta los 3.300 msnm.
Otros registros fósiles demuestran la existencia
de tapires, de los cuales se deriva la especie Tapirus
pinchaque, que vive en el norte de los Andes, así
como de pecaríes o cafuches, camélidos —llamas,
alpacas y vicuñas, parientes de los camellos y
dromedarios—, cérvidos y grandes felinos
y cánidos. Estos grandes mamíferos tienen
un amplio rango de distribución vertical y utilizaron
el páramo como un extenso corredor biológico.
La fauna que migró hacia las altas montañas
permaneció como una fauna «preparamuna»
y dispuso del tiempo suficiente para adaptarse a los nuevos
espacios ecológicos y aprovechar sus recursos;
en la actualidad está compuesta por 460 especies.
LA
FAUNA ACTUAL
Inventario
de la biota paramuna en Colombia (Orlando Rangel,
ed 2000) |
|
Familias |
Géneros |
Especies |
MAMÍFEROS |
21 |
46 |
70 |
REPTILES |
4 |
10 |
11
lagartos, 4 serpientes |
ANFIBIOS |
6 |
12 |
3
salamandras, 87 ranas y sapos |
AVES |
31 |
84 |
154 |
MARIPOSAS |
4 |
48 |
131 |
EL PÁRAMO, UN NUEVO UNIVERSO DE MICROHÁBITATS
Insectos, arañas, ácaros y otros artrópodos
encontraron en la vegetación y en el suelo paramuno
recientemente formado, un espacio nuevo y disponible,
un hábitat con bajas temperaturas y fuertes fluctuaciones
térmicas diarias. Pocos organismos lograron adaptarse
a este ecosistema y los que lo hicieron desarrollaron
estrategias especializadas para calentarse en un medio
que se hacía más difícil, a medida
que aumentaba la altitud.
En el superpáramo las condiciones extremas fueron
una verdadera limitación para los polinizadores
que debieron disminuir la cantidad de visitas a las flores,
lo que refleja menores niveles de fecundidad y la tendencia
de las plantas a la autopolinización.
Los estudios detallados que se han realizado en los páramos
del oriente de Bogotá, demuestran que las temperaturas
bajas permiten un lento depósito de materiales
orgánicos en descomposición que sirven de
alimento a una serie de especies de microfauna, difícilmente
visibles, las cuales son responsables de la lenta descomposición
de la materia orgánica en pie, de los frailejones,
los pastos y la vegetación en general y dan paso
a una lenta sucesión de cambios de abundancia en
las hojas vivas, de las marcescentes y de las muertas.
Pequeños mamíferos como el guache, el borugo
de páramo y la guagua loba, remueven la materia
orgánica de troncos de frailejones en descomposición
y de la hojarasca y consumen los insectos adultos y sus
larvas.
En el primer horizonte orgánico del suelo es donde
existe una mayor abundancia de meso y macrofauna. La fauna
que habita sobre el suelo participa de manera fundamental
en el proceso de descomposición, debido a que sus
deyecciones se mezclan con la materia orgánica,
que a su vez es procesada por otros organismos aún
más pequeños y finalmente es descompuesta
por bacterias y hongos. Esta actividad es muy importante
para el buen funcionamiento del ecosistema y se convierte
en uno de los indicadores del estado de fertilidad del
suelo paramuno.
MICROHÁBITATS EN UNA FLOR DE FRAILEJÓN
El frailejón es explotado por diversidad de organismos
que aprovechan la suculenta médula de su tallo,
las hojas tiernas y la hojarasca. En la época de
floración, la artropofauna cumple parte de su ciclo
de vida en forma de capullo, en el interior del capítulo;
algunos de estos organismos consumen tejidos y semillas
y otros aprovechan el polen que abunda en la superficie
de las flores. Algunas arañas acechan presas que
han seleccionado entre los numerosos visitantes: moscas,
cucarrones, abejas y ocasionalmente hormigas. Tal abundancia
de recursos atrae temporalmente a algunos loros de páramo
y a pequeños ratones que trepan a las inflorescencias
para arrancar los capítulos y los consumen escondidos
en la base de los frailejones; sin embargo, algunas semillas
escapan y aumentan la capacidad de dispersión de
esta especie.
En una comunidad de frailejonal–pajonal se han identificado
no menos de 10 microhábitats diferentes, ocupados
por artropofauna. Estos microhábitats se derivan
de los principales biotipos de la vegetación —caulirrósulas,
macollas,
bambusoides y tapetes de criptógamas—,
de los horizontes del suelo y de los sustratos aparecidos
por la alteración del páramo —rocas
y estiércol bovino—.
Los insectos pterigotos de mediano porte han desarrollado
estrategias de termorregulación, al utilizar la
energía calorífica reflejada por la fina
y densa pubescencia blanca de las superficies foliares
de las rosetas vivas. Otra interesante adaptación
sinérgica es la coloración oscura y la pilosidad
de los tegumentos externos de algunas especies de coleópteros.
Los fitófagos aprovechan parte de las sustancias
de las hojas muertas, las hifas de los hongos y frecuentemente
las vellosidades de las hojas, así como las algas
y líquenes que crecen superficialmente.
En los ambientes paramunos se encuentran marcadas diferencias
entre el macro y el microclima, por lo que la estructura
y la composición de la vegetación adquieren
características muy particulares. El aislamiento
causado por las glaciaciones cuaternarias generó
una gran cantidad de nichos ecológicos nuevos y
dio origen a un proceso intensivo de formación
de subespecies, y tal vez de especies de artrópodos;
es muy posible que muchos de los insectos hayan evolucionado
a la par de la formación y propagación de
algunas especies de frailejones, adaptándose a
cada una de las diferentes etapas de su proceso evolutivo.
La arquitectura de la vegetación paramuna crea
gran cantidad de nichos disponibles para la artropofauna,
durante los diferentes procesos de sucesión vegetal,
puesto que los cambios que se presentan durante su desarrollo
hacen aparecer y desaparecer nichos, lo cual modifica
las relaciones tróficas. Esta dinámica se
ve afectada por los daños a la vegetación,
causados por las quemas y el pastoreo, actividades que
alteran muchos de los procesos naturales, como la acumulación
de materia orgánica y el crecimiento de la cobertura
vegetal, factores que inciden directamente en el régimen
de microclimas. La disminución del volumen y distribución
de los nichos ha llevado a la extinción de varias
especies de artrópodos.
MAMÍFEROS DE PÁRAMO
Debido a la vulnerabilidad que presenta un hábitat
abierto como es el páramo y a una relativamente
baja oferta de recursos alimentarios, este ambiente de
las montañas colombianas se puede considerar como
un hábitat transitorio para los grandes mamíferos
como el puma, el oso, el venado, el zorro y la danta de
páramo, especies que prefieren permanecer en hábitats
cercanos al límite superior del bosque o en la
franja de subpáramo, donde pueden evadir rápidamente
el peligro, aprovechar la mayor oferta de recursos y disfrutar
de mejores condiciones climáticas.
El páramo ofrece gran cantidad de recursos para
pequeños mamíferos como borugos de páramo,
guaches, conejos, curíes y ratones de campo, los
cuales encuentran protección entre el pajonal frailejonal
y en los escarpes rocosos que les proporcionan cuevas
y sitios seguros. Se alimentan de los frailejones y de
la materia orgánica que se encuentra en descomposición
y en el suelo.
Los mamíferos voladores, como los murciélagos,
son muy sensibles a las bajas temperaturas debido a su
pequeño tamaño y a su baja capacidad termorreguladora.
En el páramo encuentran pocos sitios para refugiarse,
por lo que la cantidad de especies de murciélagos
disminuye drásticamente y se limita tan solo a
12. Uno de los murciélagos más característicos
es el Histiotus montanus, cuyas grandes orejas,
probablemente le sirven para detectar y capturar insectos
de reducido tamaño. Otra especie que habita los
páramos es la Lasiurus cinereus, que recorre
enormes distancias.
Existen cuatro especies de venado: dos identificadas como
venado cola blanca y los venados conejo y soche, que habitan
preferencialmente en el bosque alto andino. En el páramo
también se encuentran el zorro gris, el ulama o
gato de monte y la comadreja.
Los mamíferos del páramo que están
más amenazados son los del orden Carnivora —puma,
jaguar, tigrillo y zorro—, no sólo por la
destrucción de su hábitat, sino por la cacería
indiscriminada, ya sea con fines comerciales o por el
temor que genera su presencia en lugares cercanos a las
viviendas del hombre. Otros mamíferos con algún
riesgo de amenaza o extinción, se encuentran: la
danta, la guagua, la boruga de páramo, el venado
y el oso de anteojos.
UN OSO ÚNICO EN LOS ANDES
El único representante de la familia Ursidae en
América del Sur es el oso de anteojos. Su cuerpo
es negro y presenta una coloración blanca en el
pecho y en el rostro, donde tiene un diseño alrededor
de los ojos similar a un antifaz. Los machos son de mayor
tamaño que las hembras y en la fase adulta pueden
llegar a pesar 200 kilos.
Debido a la cacería —a su paso deja huellas
muy evidentes para los cazadores— y a la destrucción
de su hábitat, de esta especie, que era común
en las tres cordillera colombianas, sólo se encuentran
algunas poblaciones aisladas entre los 3.000 y los 4.000
msnm. Es un hábil trepador, tanto para obtener
alimento como para construir refugios de descanso. Su
dieta es omnívora y consume principalmente bromelias,
cogollos de palmas, frutos de roble y carroña;
en el páramo, el cardón, una planta de la
familia de las bromeliáceas, constituye una de
sus principales fuentes de alimento; de ella aprovecha
las inflorescencias jóvenes y suculentas y las
bases tiernas de las hojas.
La chucha o fara es el marsupial más frecuente
en la zona andina de Colombia; su cabeza es blanca con
líneas transversales negras en el rostro y orejas
blancas; tiene una coloración dorsal negra que
puede variar a tonalidades grises, el vientre blanco o
amarillento y, lo más característico, una
cola prensil de coloración blanca sin pelos. Esta
especie que parece tener características omnívoras,
consume frutos, insectos y pequeños vertebrados
—ranas, roedores y polluelos— y se distribuye
a lo largo de la región andina, a partir de los
2.000msnm.
Más frecuente entre el pajonal paramuno es el ratón
marsupial o ratón runcho, especie que mide entre
9 y 13 cm de largo y es una de las formas de mamíferos
más primitivas, puesto que su familia fue aislada
en una etapa temprana de la historia evolutiva de los
marsupiales.
MAMÍFEROS MINIATURA
Las musarañas, con 7 a 13 cm y con un peso inferior
a los 8 gramos, son parientes de los topos del viejo mundo
y hacen parte de las formas más antiguas de mamíferos;
tienen altas tasas de metabolismo y presentan adaptaciones
morfológicas y ecológicas en condiciones
de baja temperatura; su pelaje es denso y suave, de color
gris oscuro a negro; las orejas reducidas, los ojos muy
pequeños y los dientes tienen las coronas de color
rojizo. Son de hábitos nocturnos y semifosoriales
—pueden construir pequeños túneles
en áreas de tierra floja—. Su dieta se compone
de artrópodos y durante la búsqueda de alimento
se desplazan moviendo constantemente la trompa sobre el
piso, con el propósito de detectar olores que indiquen
la ubicación de su presa. Las musarañas
se distribuyen a lo largo de las cordilleras Central y
Oriental, entre los 1.600 y los 4.000 msnm; tienen preferencia
por los ambientes de páramo donde abundan musgos,
aunque también es posible encontrarlos en algunos
de los nichos que ofrece el bosque altoandino.
REPTILES Y ANFIBIOS
La poca diversidad de fauna propia de los páramos
se debe a que ésta tiene que desarrollar adaptaciones
especiales para soportar el frío, la sequedad del
aire y la disminución del oxígeno.
Los anfibios y los reptiles son ectotérmicos —no
producen cantidades significativas de calor endógeno—
y debido a su reducido costo energético de manutención,
son considerados sistemas de baja energía, que
exhiben tasas metabólicas bajas y alta eficiencia
en la conversión de energía. En el páramo
se deben adaptar a temperaturas críticas, pero
por su forma y tamaño tienen acceso a una gran
variedad de microhábitats, donde se presentan condiciones
más favorables de temperatura. Por esta razón
suelen encontrarse debajo de las rocas, grietas, axilas
de las hojas de las plantas en roseta y en la biomasa
muerta de los frailejones.
Los reptiles tienden a regular su temperatura corporal
utilizando fuentes externas de calor. Para desarrollar
su actividad, deben mantenerse por encima de los 30°C,
por lo que invierten considerables cantidades de tiempo
en el aprovechamiento de la radiación solar directa
y en el desplazamiento entre las zonas con iluminación
intensa.
A diferencia de los reptiles, los anfibios evitan el sobrecalentamiento.
La mayoría de estas especies acepta pasivamente
las fluctuaciones térmicas o limita su actividad
si las condiciones ambientales dejan de ser apropiadas;
hay especies heliotérmicas —se exponen al
sol para aumentar la temperatura corporal—, que
producen compuestos en la piel, de carácter seroso,
para disminuir la pérdida de agua; otras se termorregulan
desplazándose bajo las rocas en días soleados
y en los fríos se mantienen entre la vegetación,
bajo los gruesos colchones de musgo o en la hojarasca,
lugares que tienen temperaturas superiores a la del medio.
Otra característica que facilita la vida de los
anfibios es su tasa metabólica relativamente baja;
la poca energía utilizada en su ciclo vital les
ha permitido habitar en todos los lugares de la Tierra,
con excepción de las zonas polares.
El grupo de anfibios que habita el páramo ha desarrollado
una gran plasticidad evolutiva, propia de su fisiología
termal y metabólica, que les permite desarrollar
actividades a temperaturas bajas; la rana Hyla labialis,
a los 3.500 msnm, puede nadar en aguas que tengan entre
5 y 30°C. Otra característica sorprendente
de varios anfibios del páramo es su capacidad para
croar intensamente a bajas temperaturas, puesto que esta
actividad demanda grandes inversiones de energía.
Tales adaptaciones han evolucionado de manera independiente
en las diferentes familias, por lo que existe mayor diversidad
de anfibios que de reptiles en los páramos.
Otra interesante adaptación al frío en los
anfibios es la coloración oscura; en la mayoría
de especies de las zonas de páramo, estas tonalidades
se producen por los melanóforos que contiene la
melanina, pigmento que les da el color negro o pardo oscuro
y les permite incrementar la absorción de calor
y proteger sus órganos vitales de las radiaciones
solares nocivas.
En los páramos colombianos hay 11 especies de lagartos,
4 de serpientes y 90 de salamandras, ranas y sapos. Entre
estos, el grupo más destacado y más diversificado,
con 43 especies, es el género Eleutherodactylus,
que llega hasta los 4.400 msnm. Su forma de reproducción
es directa —no pasa por el estadio de renacuajo—,
lo que le ha permitido incursionar en hábitats
con escasez de fuentes de agua, para depositar sus huevos
de gran tamaño. Otra interesante especie es la
de ranitas cristal, de la familia Centrolénidos,
cuyo nombre hace alusión a la transparencia de
su piel, a través de la cual se observan los órganos
internos; sus extremidades presentan una extensa palmeadura
que les posibilita sujetarse firmemente al follaje.
Para los anfibios existen tres grandes amenazas: la contaminación,
la deforestación de las vegas de las quebradas,
puesto que dependen del agua para colocar sus posturas
y la lluvia ácida que les causa daños, debido
a que poseen respiración cutánea.
AVES
Así como las plantas adaptadas a la alta montaña
presentan similitudes en las formas de vida en las diferentes
regiones tropicales, las aves, a pesar de su origen taxonómico
y geográfico distinto, pueden presentar semejanzas
en su morfología, sus patrones de color y su comportamiento
en regiones tan distantes como África y América.
Algunos investigadores explican el parecido entre algunas
especies que cumplen las mismas funciones y ocupan nichos
ecológico o hábitats similares, como resultado
de la convergencia evolutiva de las aves.
En los páramos colombianos hay diversidad de especies
y categorías de aves: 7 carnívoras, 1 carroñera,
24 frugívoras, 12 granívoras, 9 herbívoras,
9 patos, 64 insectívoras y 36 nectarívoras
entre las que se destacan 23 especies de colibríes.
Entre este último grupo, la convergencia en morfología
y hábitats, es sorprendente cuando se comparan
las adaptaciones fisiológicas y ecológicas
que han alcanzado los colibríes de nuevo mundo
—trochilidos— con las de los libadores de
néctar del viejo mundo —nectarínidos—.
EL ALTO COSTO ENERGÉTICO DEL VUELO DE LOS
COLIBRÍES
La vida en ambientes de alta montaña demanda gran
gasto de energía debido a la baja densidad del
aire y a las temperaturas muy bajas, especialmente en
las noches.
Los grupos de aves y mamíferos, que poseen la capacidad
de mantener una temperatura corporal superior a la del
medio en que se encuentran —homeotermos— y
de esta forma superar las limitaciones impuestas por el
frío, deben invertir grandes cantidades de energía
en mantener su temperatura estable. Cuando el tamaño
del animal es muy reducido, esta situación se torna
más crítica, ya que a menor tamaño
crece la demanda, para mantener su cuerpo caliente, lo
que se traduce en que la búsqueda de alimento debe
ser constante. La extraordinaria capacidad adaptativa
de las aves ha impedido que el tamaño sea una limitación
definitiva para colonizar los hábitats del páramo,
bioma donde se tiene registro de 154 especies.
Paradójicamente, en la alta montaña se encuentran
nectarívoros de gran tamaño como el colibrí
gigante del páramo colombiano, Pterophanes
cyanopterus —16,3 cm—, o como Oreotrochilus
estella —8,5 g— en el Perú y Nectarinia
johnstoni —13 g—, en el oriente de África.
Sin embargo, su gasto energético se ve compensado
por el mayor dominio territorial que les proporciona más
fácil acceso al recurso de néctar.
Debido a sus cuerpos pequeños y a su limitada capacidad
para almacenar energía, los colibríes resuelven
el problema que implica soportar, sin alimentarse, las
frías noches del páramo —con temperaturas
que pueden estar por debajo de 0 °C—, esponjando
su plumaje; entran así en un estado de adormecimiento
al disminuir la temperatura corporal y reducir su metabolismo
—hipotermia nocturna—, con el consecuente
ahorro de energía hasta la mañana siguiente.
LAS GRANDES AVES
En contraste con el reducido tamaño de los colibríes,
en los páramos habita el cóndor de los Andes
—Vultur gryphus—, el ave voladora
más pesada del mundo, cuya envergadura supera los
tres metros. Es capaz de desplazarse a grandes distancias
y cubre amplios gradientes verticales, desde las cumbre
nevadas hasta las zonas costeras. Debido a la amenaza
de extinción en que se encuentra, el Ministerio
del Medio Ambiente adelanta programas de reintroducción
del cóndor en el sur de Nariño, Puracé
y en el páramo de Chingaza.
Las grandes águilas, halcones, buhos y lechuzas
especializados en la cacería, son frecuentes en
muchos de los páramos colombianos y necesitan ser
protegidos para mantener el equilibrio de los ecosistemas.