La
Tierra, ese denso planeta cubierto de agua en sus dos
terceras partes, describe una órbita a una distancia
media de 150 millones de kilómetros alrededor del
sol cada 365,26 días y gira sobre su eje polar
cada 23 horas y 56 minutos, en sentido contrario al de
las manecillas del reloj. El 3 de enero la Tierra se encuentra
en su perihelio, es decir, en el punto de la elipse más
cercano al sol —147 millones de kilómetros—
y el 4 de julio alcanza la distancia máxima en
su afelio —152 millones de kilómetros—.
Esta órbita elipsoide determina dos grandes pulsos
de energía solar que inciden en el clima global
del planeta.
El eje de la Tierra, cuya inclinación permanente
es de 23,5 grados, define los ángulos de incidencia
de los rayos del sol sobre su superficie en las distintas
latitudes y determina la duración del día
y de la noche, la medida del tiempo y la sucesión
de las estaciones, así como el recorrido aparente
del sol en el cielo entre el trópico de Cáncer
y el trópico de Capricornio. Tanto la inclinación
como la rotación sobre su propio eje, tienen gran
influencia sobre los sistemas de vientos planetarios,
regulan el clima y delimitan las zonas latitudinales en
las cuales ha sido dividido el planeta.
La zona ecuatorial comprende la franja de 10° de latitud
hacia el norte y hacia el sur de la línea del ecuador,
donde el sol produce durante todo el año una intensa
radiación y el día y la noche tienen casi
la misma duración. Posee dos períodos de
máxima insolación, que corresponden a los
equinoccios —cuando el sol está sobre el
ecuador— y dos períodos de insolación
mínima, en los solsticios, cuando ocurre la mayor
declinación solar.
Entre los trópicos de Cáncer y Capricornio
se halla la zona tropical, que abarca desde los 10 hasta
los 23,5° de latitud hacia el norte y hacia el sur.
Visto desde la Tierra, en esta zona el sol sigue una trayectoria
cercana al cenit en un solsticio y es apreciablemente
más bajo en el solsticio opuesto, razón
por la cual existe un marcado ciclo estacional combinado
con una insolación anual intensa. Desde el punto
de vista clásico, la zona tropical hace referencia
a los 47° de latitud comprendidos entre los trópicos
de Cáncer y Capricornio, zona que representa aproximadamente
el 42% de la superficie terrestre.
A partir de los trópicos y en dirección
a los polos se encuentran regiones de transición
denominadas subtropicales, comprendidas entre los 25 y
los 35° de latitud norte y sur. Las zonas de latitud
media, situadas entre los 35 y los 55° de latitud
norte y sur, constituyen regiones en las que la trayectoria
del sol, en el mediodía, oscila entre límites
relativamente amplios, de manera que los contrastes estacionales,
en lo que respecta a la energía solar recibida
y a la duración del día y la noche, son
notables.
Bordeando las zonas de latitud media en dirección
a los polos se encuentran las zonas subárticas
—55 a 60° de latitud norte y sur—. Sobre
éstas se hallan las zonas ártica y antártica
—60 a 75° de latitud norte y sur—, zonas
que tienen una variación anual extremadamente grande
entre la longitud del día y de la noche, por lo
que existen enormes contrastes de energía solar
de solsticio a solsticio.
Finalmente están las regiones comprendidas entre
los 75° y los polos norte y sur, donde predomina el
régimen solar polar de seis meses de día
y seis de noche y tienen lugar los máximos contrastes
de recepción de la energía solar.
EL BIOMA PÁRAMO EN LA ZONA TROPICAL
La posición geoastronómica de las montañas
con relación a la zona ecuatorial, su situación
continental regional y su elevación, explican la
existencia de una franja paramuna que está presente
a lo largo de toda la zona ecuatorial, en las altas montañas
tropicales de continentes distantes e islas oceánicas
y que posee condiciones ambientales, vegetación
y formas de vida semejantes.
Los páramos comprenden extensas regiones que están
por encima del límite del bosque y por debajo de
las nieves perpetuas. Se trata de un piso altitudinal
de las montañas de los trópicos, cuyas características
climáticas especiales generan tipologías
florísticas, ecológicas, edafológicas,
geomorfológicas y microclimáticas especiales
como la isotermia anual; es decir, una temperatura más
o menos homogénea durante todo el año, con
estacionalidad diaria —cambios fuertes de temperaturas:
alta en el día y baja en la noche— y frecuentes
heladas cuya periodicidad es mayor a medida que aumenta
la altitud.
Desde el punto de vista hídrico, los páramos
pueden presentar de 9 a 12 meses de máxima humedad
con oscilaciones diarias y temperaturas contrastantes
con cambios súbitos en el mismo día, que
pueden pasar de horas de intenso brillo solar a situaciones
bajo densa niebla y humedad atmosférica del 100%.
Los días de alta radiación solar son seguidos
por noches extremadamente frías, debido a la irradiación
nocturna. Este ciclo térmico ubica los páramos
en un intervalo entre 10 y -2 °C. Las bajas temperaturas
favorecen la lenta descomposición de la materia
orgánica, lo cual da origen a suelos húmicos.
El límite altitudinal inferior del páramo,
—margen superior del bosque—, coincide con
las alternancias térmicas entre 10 y bajo 0°C
y la temperatura media ambiental en el suelo —a
la profundidad de las raíces—, es de 6 a
10 °C; allí se hace más lento el crecimiento
arbóreo; esta franja de frío y sequía
se localiza entre 3.200 y 3.400 msnm. En el límite
superior del páramo, donde ocurren heladas diarias
y la temperatura media ambiental es de 2 °C; entre
los 4.500 y los 4.700 msnm, son pocas las especies de
plantas superiores y por encima de este nivel, debido
a la dificultad de absorción de agua por las plantas,
surge un «desierto frío», de condiciones
extremas y una radiación e insolación intensas,
con temperaturas inferiores a los 0° C; las heladas
nocturnas y el descongelamiento diurno, constituyen una
severa limitación para la vida vegetal.
LOS PRADOS DE ZONAS TEMPLADAS
Los páramos, erróneamente, se han comparado
con los biomas montanos subnivales y la tundra
de las zonas templadas —fuera de los trópicos—,
tales semejanzas son superficiales y, por lo tanto, resulta
equivocado aplicar los calificativos de alpino y subalpino
o también definirlo como «tundra tropical»
para referirse al páramo, en el cual un factor
determinante es la altitud.
En efecto, existen profundas diferencias que singularizan
el bioma páramo; entre ellas se pueden definir,
la ausencia de estaciones que permiten un ciclo vegetativo
continuo y una mayor cantidad de energía solar
distribuida de forma más regular durante todo el
año, la presencia de ciclos diarios de congelación
de la capa superficial del suelo en las mayores elevaciones
y la abundancia de arbustos y de formas de vida especialmente
adaptados a estos hábitats, como son las plantas
en forma de roseta. Otras grandes formaciones de vegetación
herbácea está constituida por estepas, como
las praderas norteamericanas y la pampa argentina, en
cuyo origen fueron determinantes los factores edáficos
y el fuego; allí predominan las gramíneas,
sujetas a fuertes cambios estacionales.
En los prados alpinos las gramíneas, los arbustos
y las plantas graminoides son las especies predominantes;
sus estrategias adaptativas se orientan principalmente
hacia la protección de los órganos vegetativos
y de reproducción para sobrevivir al crudo invierno,
que durante buena parte del año cubre el suelo
de nieve; la temperatura media anual es inferior a 0 °C
y tan solo al llegar el corto estío, alcanza los
5 y 10 °C.
También es equivocada la relación que usualmente
se ha establecido entre los páramos tropicales
y la tundra. En ésta, el principal factor que limita
el desarrollo de la vegetación consiste en las
bajas temperaturas y en la presencia de una capa de hielo
bajo la superficie del suelo permanentemente helada, que
se denomina permafrost. La existencia de una breve estación
de dos meses, para el desarrollo de las plantas, es una
de las características más destacadas de
este medio; allí la vegetación está
conformada por extensos prados casi rasantes de hierba
ártica, líquenes —musgos del reno—
y hierbas como la artemisa y algunas plantas leñosas
enanas.
DISTRIBUCIÓN MUNDIAL DEL BIOMA PÁRAMO
Tradicionalmente se ha considerado que el bioma páramo
sólo se presenta en los Andes de Colombia, Venezuela
y Ecuador. Sin embargo, desde una perspectiva ecosistémica
global, muchos lugares cuyas condiciones ambientales eran
homólogas durante el Pleistoceno —hace dos
millones de años aproximadamente—, evolucionaron
en forma paralela a la de los páramos andinos y
generaron ambientes con características similares;
tal es el caso de las altas montañas tropicales
de otros continentes e islas oceánicas, como los
pisos «afroalpinos» y las altas montañas
de Nueva Guinea, Hawai y América Central. En el
corto tiempo geológico, el ecosistema extremo de
la alta montaña tropical húmeda surgió
a causa del levantamiento de las cordilleras, producido
por el choque entre las placas terrestres y por el modelado
reciente, a causa de los glaciares. Una masa montañosa,
de más de 3.000 m de altitud y situada en la zona
tropical, da origen a un clima y a un ambiente complejos,
característicos de la alta montaña, que
pueden ser definidos como páramo.
Aunque los biomas intertropicales húmedos subnivales
se pueden considerar como un mismo tipo de ecosistema,
es importante subrayar que páramo, en sentido estricto,
presenta como característica privativa sobresaliente,
la presencia de frailejones. Los páramos se encuentran
en los Andes suramericanos y en las montañas centroamericanas,
entre los 3.000–3.200 y los 4.800 msnm y dentro
de la ubicación geográfica entre los 11°
de latitud norte y los 8° de latitud sur. Su mayor
núcleo de expansión está en los Andes
colombianos y ecuatorianos y su estribación oriental
—Sierra Nevada de Mérida en Venezuela—.
El páramo también se presenta en la vertiente
oriental de los Andes, más al sur, hasta los 15°
de latitud, pero en un piso altitudinal más alto
y guarda estrechas relaciones con las jalcas de Perú
y Bolivia, que corresponden exactamente a este medio ambiente,
así como con la puna de los Andes centrales o los
páramos de la cordillera de Talamanca en Costa
Rica. Ambientes paramunos se observan en forma aislada,
en algunos cerros tipo mesas de Guyana, entre el Orinoco
y el Amazonas.
Formaciones vegetales similares a las de páramo,
se presentan en las regiones volcánicas cercanas
a la línea ecuatorial en el oriente de África,
donde su posición altitudinal está determinada
básicamente por las características climáticas
resultantes de la elevación orográfica.
En un esquema de pisos altitudinales de las distintas
regiones tropicales del globo —zonación vertical—,
se pueden establecer las equivalencias de la vegetación
en los sistemas montañosos altos tropicales y húmedos
que se presentan en Malasia, África Oriental, Colombia,
Perú, Bolivia, México, el Himalaya Oriental
y Hawai. Las analogías entre las formas vegetales
sólo se pueden establecer desde los 1.700–2.300
msnm hacia arriba y son impresionantes las similitudes
entre el arbustal de ceja de América del Sur, es
decir, la vegetación arbustiva achaparrada de hojas
reducidas y coriáceas de las laderas y cimas de
montaña expuestas al viento y a la neblina y el
arbustal de ericáceas de África, así
como entre el páramo de frailejones del género
Espeletia y su equivalente africano, el bosque
de Lobelia y Senecio. En lugares tan
distantes, estas plantas han evolucionado en forma de
roseta, o sea que las hojas, gruesas y resistentes a los
vientos, se disponen en penachos terminales y una densa
capa de pelos les da mayor protección; la médula
de los tallos es carnosa con el fin de almacenar agua
y en el tallo se presenta una cobertura de hojas muertas
que contribuye al aislamiento térmico. También
en Nueva Guinea, densas coberturas de plantas en roseta
de helechos arborescentes, cubren la montaña a
4.000 msnm.
MONTAÑAS TROPICALES DE ÁFRICA
La gran altiplanicie de Etiopía, cuyo promedio
sobrepasa los 2.000 msnm, representa la mayor montaña
de África tropical, donde varias cadenas de montañas
y picos alcanzan los 3.000 y 4.000 msnm, y culminan en
el Ras Dashan a 4.620 msnm. Aunque sus condiciones climáticas
han sido poco estudiadas, se observan precipitaciones
hasta de 2.500 mm. A una altura de los 3.000 msnm y 1.600
mm de precipitación, se advierten los primeros
elementos de la montaña «subalpina»
de matorrales leñosos asociados con Hypericum,
que dan paso más arriba al ambiente «alpino»
que presenta las condiciones del trópico ecuatorial,
muy similares al medio ambiente de páramo húmedo
de los Andes tropicales.
Otras altas montañas con este tipo de ambientes,
están ubicadas en las latitudes ecuatoriales del
oriente de África; son algunos volcanes como el
monte Kenia —5.195 msnm—, el Kilimanjaro —5.899
msnm—, el Elgon —4.324 msnm— y otras
cortas cadenas volcánicas como el eje Zaire–Uganda–Ruanda,
donde se destacan el Ruwenzori —5.119 msnm—
y el Virunga —4.500 msnm—.
LA ALTA MONTAÑA EN KENIA
El macizo montañoso de Kenia localizado en la franja
ecuatorial alcanza una altura de 5.195 msnm. Al igual
que las montañas del norte de los Andes, despliega
una variedad de climas de acuerdo con la altitud y la
exposición a la humedad; el lado suroriental es
el más lluvioso con precipitaciones máximas
de 2.500 mm y en la zona más alta se presenta un
ambiente seco, con alrededor de 850 mm. Las condiciones
climáticas «afroalpinas», como se conoce
localmente esta franja paramuna, se localizan aproximadamente
entre los 3.400 y 4.400 msnm, donde se registran cambios
frecuentes y bruscos en la nubosidad y la temperatura,
que en media hora puede variar hasta 10 °C. Mientras
que la estación seca es muy corta, las lluvias
duran entre 9 y 11 meses.
EL KILIMANJARO, TANZANIA
El Kilimanjaro está ubicado a 3° de latitud
hacia el sur del ecuador y alcanza una altitud de 5.899
msnm; es como una gran «isla» de origen volcánico
y sus condiciones ecológicas contrastan fuertemente
con las de su vecino, el monte Kenia. Debido a su gran
altitud, las lluvias disminuyen rápidamente, lo
que da origen en el piso más alto, a un paisaje
árido considerado como un «desierto alpino».
Los registros de precipitación indican valores
máximos de 2.200 mm, hasta un mínimo de
203 mm a los 4.250 msnm; en las cimas disminuye a tan
solo 15 mm, lo que le imprime al paisaje un carácter
desértico.
El límite de la nieve se presenta en promedio a
los 5.400 msnm, 800 m más alto que en el de Kenia.
Los glaciares descienden hasta 4.500 msnm en las laderas
más húmedas del suroriente, mientras que
en las más secas del nororiente comienzan a los
5.700 msnm.
La fisionomía de las formaciones vegetales del
Kilimanjaro está estrechamente relacionada con
la de la puna seca del altiplano peruano, donde las plantas
gigantes en roseta se localizan en los valles húmedos
y las laderas están cubiertas por pastos y arbustos
enanos.
A 4.160 msnm se han registrado temperaturas medias de
1,8 °C con variaciones diarias hasta de 10 °C,
lo que confirma las características extremas en
los climas de cielos abiertos, poca nubosidad y alta insolación
y radiación. Estos fuertes gradientes altitudinales
de humedad, temperatura y diversidad, constituyen una
réplica insular a las condiciones de los Andes,
desde los páramos húmedos de Venezuela y
Colombia hasta los paisajes secos de las punas
peruanas y bolivianas. Sin embargo, en el Kilimanjaro,
el límite inferior del páramo se encuentra
entre 2.800 y 3.100 msnm y su límite superior,
entre 4.500 y 5.000 msnm; por lo tanto, comienza a una
altura inferior a la de los Andes y llega a una mayor
altitud.
LA ALTA MONTAÑA EN MALASIA
En el archipiélago Malayo —Java, Celebes,
Borneo y Nueva Guinea—, los picos montañosos
por encima de los 3.000 msnm, están cubiertos de
bosques debido a la alta humedad. Únicamente Borneo
y Nueva Guinea tienen una franja paramuna sobre el límite
superior del bosque. En el monte Kerinci —3.805
msnm—, el pico más alto en Sumatra está
dominado por pastos y hierbas, en especial la compuesta
Anaphalis javanica.
El monte Wilhelm —4.510 msnm—, localizado
a 5° de latitud sur, es uno de los picos más
altos de Nueva Guinea; su singularidad radica en que el
límite del bosque nativo se encuentra a 3.800–3.900
msnm, al menos 600 ó 700 m más alto que
en la mayoría de montañas tropicales húmedas;
presenta una precipitación alta —3.400 mm
a 3.480 msnm y 2.900 mm a 4.380 msnm— y temperaturas
medias máximas de 11,6 °C y medias de 4 °C,
con un registro extremo de 16,7 °C y -0,8 °C,
lo cual le confiere un clima cuasi-oceánico. Se
destaca la baja frecuencia de heladas en montañas
de América del Sur y África, en elevaciones
en las que estos eventos son más frecuentes.
La montaña de Kinabalu —4.101 msnm—
en el norte de Borneo es una de las más húmedas,
debido principalmente al efecto térmico marino,
con precipitaciones de 3.350 a 5.000 mm en las cumbres.
Tanto la temperatura como la humedad constante, imparten
un carácter de clima oceánico a esta isla
montañosa, situación que contrasta con la
de las montañas continentales del oriente de África
y la de los Andes de América del Sur. La humedad
hace que el patrón observado en la alta montaña
de Nueva Guinea sea diferente del de nuestras montañas,
donde disminuye la precipitación en las más
elevadas.
LAS ALTAS MONTAÑAS DE AMÉRICA CENTRAL
Y MÉXICO
En México y América Central se encuentran
tres áreas montañosas que sobrepasan los
3.000 msnm: los volcanes ubicados al oriente de la meseta
mexicana, llamados Ixtaccíhuatl —5.285 msnm—,
Popocatépetl —5.455 msnm— y Pico de
Orizaba —5.675 msnm—; en el norte de América
Central, las altas montañas de Guatemala culminan
en los volcanes de Tacana —4.064 msnm— y Tajumulco
—4.210 msnm—; finalmente en Costa Rica, en
la cordillera de Talamanca, el área montañosa
más importante de América Central, el volcán
Chirripó alcanza los 3.820 msnm y en la cordillera
Central se destaca el volcán de Irazú —3.422
msnm—. En Panamá se presentan páramos
en el volcán Barú, conocido como cerro Chiriquí
—3. 475 msnm—.
El oriente de la planicie de México presenta una
fuerte influencia del clima extratropical, principalmente
durante la estación fría y seca, por efectos
de los «nortes», que consisten en masas de
aire continental procedentes de América del Norte,
los cuales producen un descenso de temperatura durante
varios días en el invierno, que se acentúa
en las laderas del nororiente de la Sierra Madre Oriental.
Un efecto similar se presenta en el límite sur
del Perú y la zona tropical de Bolivia, por efecto
de los denominados «surazos», causados por
masas de aire frío procedente del Antártico,
que penetran hasta el altiplano.
Guillermo Sarmiento explica la complejidad del clima de
la montaña tropical como resultado de los gradientes
de altitud, temperatura, humedad y latitud, entre otros
factores:
1.- Gradiente latitudinal: a medida que nos alejamos del
ecuador, los rangos de temperatura cambian y dejan de
tener una constancia anual para ser mucho más oscilantes
o estacionales, característica ésta de zonas
templadas, como ocurre durante el invierno en el límite
tropical del norte de México, por la fuerte influencia
de las masas de aire polar.
2.- Gradiente de elevación de la montaña
en relación con la distancia al océano,
a la posición de las cadenas montañosas
o a la circulación de las corrientes atmosféricas:
esta distancia induce, como en el caso de Nueva Guinea,
a que existan altas montañas con influencia oceánica,
o que los volcanes del interior del oriente de África,
de Perú o del altiplano boliviano tengan influencia
continental.
3.- Orientación de las cadenas montañosas:
este factor determina que las laderas expuestas al viento
sean más húmedas o más secas, como
ocurre en el monte Kenia, el Kilimanjaro, los Andes colombianos
y peruanos, donde se presenta un fuerte contraste de las
condiciones atmósfericas entre la vertiente amazónica
y la del Pacífico.
4.- La altitud: los gradientes altitudinales de temperatura
y precipitación son algunos de los principales
factores en la zonación de las montañas
tropicales, pues determinan el límite superior
del bosque, del superpáramo y del piso nival. Un
factor importante está relacionado con el incremento
del número de días con heladas; bastan unos
pocos para que el bosque sea remplazado por páramo.
Se ha observado una relación lineal entre los 10
°C a 3.000 msnm con 120 días con heladas y
los 0 °C a 5.000 msnm, con 360 días con heladas.