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MAPAS
G O N D W A N A
MAPAS
PLACA OCEANICA/CONTINENTAL
MAPAS
PLACA DE SURAMERICA
MAPAS
MAPA CLIMATICO DE SURAMERICA
MAPAS
CORDILLERA DE LOS ANDES
GLOSARIO
MAPAS
SISTEMA NACIONAL DE AREAS PROTEGIDAS EN LA REGIÓN ANDINA
ÁREAS PROTEGIDAS Y ZONAS DE CONSERVACIÓN
MAPAS
BIBLIOGRAFÍA
CRÉDITOS
PRINCIPALES RIOS DE COLOMBIA
GRÁFICOS
GRÁFICOS
EL NATURGEMÄLDE
PISOS CLIMÁTICOS Y FRANJAS DE VEGETACIÓN
ESPECIES DE FAUNA Y FLORA MENCIONADAS EN EL TEXTO
GRÁFICOS
TABLAS
TABLAS
MAPAS
MAPA HIDROGRÁFICO DE COLOMBIA
ERAS GEOLÓGICAS
DISTRITOS BIODEGRAFICOS DE LA PROVINCIA NORANDINA
MAPAS
NIVELES DE AMENAZAS EN LA REGIÓN ANDINA
MAPAS
30a
{
}
{
NOMBRE
LOCALIZACIÓN
PROCESO DE FORMACIÓN
CARACTERÍSTICAS
}
Acreción.f. Crecimiento de un cuerpo por adición de materia, como en los depósitos minerales o los continentes.
Agricultura de roza y quema.f. Agricultura de subsistencia practicada en regiones vastas de vegetación densa. Los agricultores abren claros en la vegetación y queman los árboles, para que las cenizas aporten fertilidad al suelo.
Altiplano.m. Meseta intermontana elevada o planicie de altura que se encuentra generalmente localizada entre dos o más cadenas montañosas
Aluvial:adj. Terreno que se ha formado a partir de materiales arrastrados y depositados por corrientes de agua.
Arco volcánico:m. Alineamientos de volcanes, que ocurren en los límites de placas tectónicas convergentes. Se originan por magma producido en el proceso de subducción, donde una placa tectónica es subducida bajo otra.
Arco de islas: m. Archipiélago formado por la tectónica de placas, a medida que una placa tectónica en el océano protagoniza una subducción contra otra y surge magma.
Austral:adj. Perteneciente o relativo al sur. Se utiliza para designar preferentemente puntos geográficos situados al sur. Su contraparte es la voz boreal.
Biodiversidad:f. Variedad de especies animales y vegetales en su medio ambiente o un espacio determinado.
Bioma:m. También llamado paisaje bioclimático o área biótica. Es una determinada parte del planeta que comparte el clima, flora y fauna. Es, además, el conjunto de ecosistemas característicos de una zona biogeográfica que está definido a partir de su vegetación y de las especies animales que predominan.
Biogeografía: f. Parte de la biología que estudia la distribución geográfica de los animales y las plantas.
Biota:.f. Conjunto de la fauna y la flora de una región.
Circo glaciar:m.Depresión en forma de anfiteatro producida por la erosión glaciar en las paredes montañosas o en el nacimiento de los valles.
Colmatación:f.Relleno de una cuenca sedimentaria con materiales detríticos arrastrados y depositados por el agua.
Comunidad: También llamada biocenosis. Es el conjunto de organismos de todas las especies que coexisten en un espacio definido llamado biotopo, que ofrece las condiciones ambientales necesarias para su supervivencia.
Cono volcánico:m.Formación volcánica. Está situada en la parte donde el volcán expulsa el magma a la atmósfera o la hidrósfera. Las eyecciones de una apertura volcánica se suelen amontonar generalmente formando un cono con un cráter central.
Corredor biológico: m. Rutas naturales diseñadas para propiciar escenarios que conducen a la vinculación e interrelación de poblaciones o flujo de especies. Consisten en estrategias de conservación.
Cuenca sedimentaria: f. Zona deprimida de la corteza terrestre, de origen tectónico, donde se acumulan sedimentos.
Depredación:f. En ecología, tipo de interacción biológica en la que un individuo de una especie animal (el predador o depredador) caza a otro individuo (la presa) para subsistir.
Divisoria de aguas:f. Límite entre dos cuencas hidrográficas contiguas.
Domo salino: m. Caso particular del domo estructural, que se forma por la movilización vertical de grandes masas salinas (diapiros) que abomban los estratos superiores.
Domo volcánico:m. Estructura volcánica en forma de cúpula. Está formada por capas de magma ácido que no llegan a abandonar el conducto de emisión, por lo que crecen en él, y que liberan ocasionalmente sus componentes volátiles en coladas de piroclastos.
Dorsal oceánica:f. Elevación submarina situada en la parte media del océano.
Dosel: m. Región de las copas y partes superiores de los árboles de un bosque.
Dulceacuícola:adj. Que pertenece o concierne al agua dulce, en especial, los organismos que viven en ella.
Ecosistema:m. Sistema biológico constituido por una comunidad de organismos vivos y el medio físico donde se relacionan.
Endémico: adj. Especie o taxón biológico que se halla exclusivamente en determinada región o bioma.
Epífito: adj. Cualquier planta que crece sobre otro vegetal, usándolo solamente como soporte, pero que no lo parasita nutricionalmente.
Enclave:m. Territorio incluido en otro de mayor extensión con características diferentes: políticas, administrativas, geográficas, etc.
Erosión:f. Desgaste y modelación de la corteza terrestre causados por la acción del viento, la lluvia, los procesos fluviales, marítimos y glaciales y por la acción de los seres vivos.
Escala geológica:f. También denominada escala de tiempo geológico. Es el marco de referencia para representar los eventos de la historia de la Tierra y de la vida ordenados cronológicamente.
Escarpe: m. Pendiente o inclinación muy pronunciada de un terreno.
Escorrentía:f. Agua de lluvia que circula libremente sobre la superficie de un terreno.
Especiación: f. En biología, se denomina así al proceso mediante el cual una población de una determinada especie da lugar a otra u otras especies.
Especie: f. Conjunto de organismos o poblaciones naturales capaces de entrecruzarse y de producir descendencia fértil. Sin embargo, estos no pueden hacerlo con los miembros de poblaciones pertenecientes a otras especies.
Estratovolcanes:m. Tipo de volcán cónico y de gran altura. Está compuesto por múltiples estratos o capas de lava endurecida, alternando con capas de piroclastos (lapilli y cenizas surgidos por una alternancia de épocas de actividad explosiva y de corrientes de lava fluida).
Evapotranspiración:f. Cantidad de agua del suelo que vuelve a la atmósfera como consecuencia de la evaporación y la transpiración de las plantas.
Extinción: f. Desaparición de todos los miembros de una especie o un grupo de taxones.
Fiordo: m. Depresión del continente invadida por el mar, generalmente alargada, estrecha y limitada por laderas altas y abruptas. Se originó por el ascenso de las aguas marinas, al producirse la fusión de los hielos tras las glaciaciones del cuaternario.
Fisiografía: f. Ciencia que tiene por objeto la descripción de la Tierra y de los fenómenos localizados en ella.
Fitopatógeno: m. Organismo, en general microorganismo, que genera enfermedades en las plantas.
Fitosanitario: adj. De la prevención y curación de las enfermedades de las plantas o lo relacionado con ello.
Fosa: f. Estructura geológica formada por una zona alargada de la corteza terrestre, hundida respecto a los bloques laterales.
Glaciación: f. Periodo de larga duración, en el cual la temperatura global baja y da como resultado una expansión del hielo continental de los casquetes polares y los glaciares.
Glaciar:m. Gruesa masa de hielo que se origina en la superficie terrestre por acumulación, compactación y recristalización de la nieve, mostrando evidencias de flujo en el pasado o en la actualidad.
Hábitat: m. Condiciones del lugar donde vive una determinada especie
Hidrografía:f. Características hídricas, especialmente de los recursos hídricos continentales.
Hidrología: f. Estudio de las propiedades físicas, químicas y mecánicas del agua continental y marítima, su distribución y circulación en la superficie de la Tierra, en el suelo y en la atmósfera.
Holártica: m. Hace referencia a los hábitats encontrados en los continentes boreales del mundo como un conjunto.
Lacustre:adj. Ambiente de un lago, medio sedimentario propio de los lagos.
Litológico: adj. Perteneciente o relativo al estudio de las características de las rocas.
Macolla:f. Conjunto de vástagos, flores o espigas que nacen de un mismo pie.
Meandro:m. Curva descrita por el curso de un río, cuya sinuosidad es pronunciada.
Meridional: adj. Del sur o relacionado con una región o país del sur o con la parte de algo que está situado al sur.
Morrena:f. Manto de material rocoso acarreado por un glaciar y depositado al final o a los lados de este.
Neotropical: f. Término utilizado en biogeografía, para identificar la región tropical del continente americano.
Orogenia:f. Proceso geológico mediante el cual la corteza terrestre se acorta y pliega en un área alargada producto de un empuje.
Piroclastos:m. Se denomina así a cualquier fragmento sólido de material volcánico expulsado, a través de la columna eruptiva, y arrojado al aire durante una erupción volcánica.
Placa tectónica: f. Partes rígidas superficiales de la tierra, del orden de un centenar de kilómetros de espesor, cuyo conjunto constituye la litósfera.
Plantas vasculares: f. Plantas superiores o cormofitas que forman parte de la flora. Su principal característica es que presentan una diferenciación real de tejidos en raíz, tallo, hojas y flores.
Pluviosidad:f. Cantidad de lluvia que recibe un sitio en un período determinado de tiempo.
Polinización:f. Proceso mediante el cual el grano de polen llega al estigma de una flor.
Puna:f. Región altiplánica, o meseta de alta montaña, propia del área central de la cordillera de Los Andes.
Resiliencia:f. Capacidad de comunidades y ecosistemas de absorber perturbaciones, sin alterar significativamente sus características de estructura y funcionalidad, y pueden regresar a su estado original una vez que la perturbación ha terminado.
Rocas metamórficas: f. Rocas formadas por la modificación de otras preexistentes en el interior de la Tierra, mediante un proceso llamado metamorfismo. A través del calor, presión y/o fluidos químicamente activos, se produce la transformación de rocas que sufren ajustes estructurales y mineralógicos.
Rocas sedimentarias:f. Rocas que se forman por acumulación de sedimentos, los cuales son partículas de diversos tamaños que son transportadas por el agua, el hielo o el viento y son sometidas a procesos físicos y químicos, que dan lugar a materiales consolidados.
Septentrional: adj. Del norte o relacionado con él.
Simbiosis:f. Se aplica a la interacción biológica y a la relación estrecha y persistente entre organismos de diferentes especies.
Sostenibilidad ambiental:f. Equilibrio que se genera a través de la relación armónica entre la sociedad y la naturaleza que lo rodea y de la cual es parte. Esta implica lograr resultados de desarrollo sin amenazar las fuentes de los recursos naturales y sin comprometer los de las futuras generaciones.
Sotobosque:m. Área de un bosque que crece más cerca del suelo, por debajo del dosel vegetal. La vegetación del sotobosque consiste en una mezcla de hierbas, plántulas y árboles jóvenes.
Subsidencia:f. Proceso de hundimiento vertical de una cuenca sedimentaria como consecuencia del peso de los sedimentos que se van depositando en ella de una manera progresiva.
Suelo hidromórficom. Suelo formado con estancamiento de agua durante toda o parte de su formación.
Topografía:f. Conjunto de características que presenta la superficie o el relieve de un terreno.
Vientos Alisios:m. Son vientos constantes que soplan del NE en el hemisferio norte y del SE en el hemisferio sur.
Zona de Convergencia Intertropical:f. Franja de bajas presiones ubicada en la zona ecuatorial. En ella confluyen los vientos Alisios del sureste y del noreste.
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COMITÉ EDITORIAL BANCO DE OCCIDENTE
Efraín Otero Álvarez
Gerardo Silva Castro
Lina Mosquera Aguirre


DIRECCIÓN EDITORIAL
Santiago Montes Veira
I/M Editores

TEXTO
Juan Manuel Díaz Merlano
Luz Angela Silva Alvarez


FOTOGRAFÍA
Angélica Montes Arango
Francisco Forero Bonell
Juan Manuel Renjifo Rey
Francisco Rojas Heredia
Mario Melendo Solanas
Camilo Gómez Durán
Germán Montes Veira
Fredy Gómez Suescún
Juan Manuel Díaz Merlano
Archivo IM Editores
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DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN WEB
I/M Editores

CORRECCIÓN DE ESTILO
Helena Iriarte Núñez

CORRECCIÓN ORTOTIPOGRAFICA
Yesenia Rincon Jimenez

COMPILACIÓN DE ANEXOS
Paola Lorena Roa González

SELECCIÓN DIGITAL DE COLOR
Artes Gráficas Palermo

IMPRESIÓN Y ACABADOS
Artes Gráficas Palermo
Impreso en España

ILUSTRACIONES
David Leaño

CLASIFICACIÓN
NOMBRE COMÚN
NOMBRE CIENTÍFICO
FLORA
 
Agave Agave spp.
Agraz Vaccinium spp.
Alisos Alnus spp.
Anisillo de Monte Disterigma empetrifolium
Arándanos Vaccinium spp.
Árnica Senecio spp.
Arrayanes Myrica sp.
Azuceno Lilium Candidum sp.
Bejuco Banisteriopsis spp.
Cámbulo písamo Erythrina peoppigiana.
Caminadera Lycopodium contyguum.
Caraña Bursera graveolens
Cariseco Billia rosea
Chagualo Myrsine guianensis
Chite Hypericum spp.
Chilco Familia Asteraceae.
Cojín de páramo Plantago rigida, Distichia spp.
Coloradito Polylepis spp.
Cucharo blanco Myrsine coriacea.
Encenillo Weinmannia tomentosa
Fique Furcraea spp.
Flor de Harina Paepalanthus alpinus.
Fosforito Tristerix sp.
Frailejones Espeletia ssp, Espeletiopsis spp.
Gatiadera Lycopodium spp.
Guamos Familia Leguminosae.
Hayuelo Dodonea spp.
Helecho palma o arborescente Cyathea spp., Dicksonia spp.
Helecho arborescente de tallo corto Blechnum spp.
Higuerones Familia Moraceae
Licopodio (gatiadera) Lycopodium spp.
Lítamo real Draba litamo.
Lupín Lupinus spp.
Manzano de Monte Billia rosea
Mortiño Miconia spp
Muerdagós o parásitas familia Loranthaceae.
Musgo de paramo Sphagnum spp.
Nanche Byrsonima crassifolia
Nogales Juglans spp.
Palosanto Bursera graveolens
Orquídeas Familia Orchidaceae
Orquídeas araña o melena Epidendrum ibaguense
Ozouga Sacoglottis sp.
Pajas de páramo Calamagostris spp., Agrostis spp., Festuca spp.
Palmeras de moriche Mauritia spp.
Palmas de Cera Ceroxylon spp.
Peralajo Byrsonima crassifolia
Pino Colombiano Podocarpus spp.
Pino romerón Retrophylum rospigliosi
Puyas Puya spp.
Quiches Familia Bromeliaceae
Quiches de agua Paepalanthus alpinus
Raque Vallea Stipularis
Resbalamono Bursera simaruba
Reventadera Pernettya prostrata
Roble blanco o de Humboldt Quercus Humboldtii
Roble Negro Colombobalanus excelsa
Rodamonte Escallonia myrtilloides
Romero de páramo Displostephium spp.
Ruibarbo gigante Gunnera manicata
Salvia Salvia bogotensis
Sauces Salix spp.
Sietecueros morado Tibouchina lepidota
Sistecueros rojo Tibouchina grossa
Tachuelo Zanthoxylum spp.
Té de Bogotá Symplocos sp.
Totora Scispus californicus
Trupillo Prosopis juliflora
Tunas (cactus) Opuntia spp.
Uva Camarona o paramuna Macleania rupestris
Valeriana Valeriana spp.
FAUNA
 
Peces
Bagres andinos Familias Trichomycteridae y Astroblepidae
Capitán de la Sabana de Bogotá Eremophilus mutisii
Capitán enano Trichomycterus bogotense
Pez graso de Tota Rhizosomichthys totae
Trucha arcoíris Onchorhynchus mykiss
Anfibios
Rana de cristal gigante Centrolene paezorum
Ranas marsupiales Gastrotheca sp.  
Rana marsupial cornuda Gastrotheca cornuta
Ranas venenosas Familia Dendrobatidae  
Sapitos arlequín Atelopus spp.
Reptiles
Basilisco o lagarto Jesucristo Basiliscus basiliscus
Culebra bejuquillo verde Leptophis ahaetulla occidentalis
Culebra Zumbadora Drymarchon melanurus
Lagartija caimán Diploglossus monotropis
Lagartija de bosque Anolis spp.
Aves
Águila enana Gampsonyx swainsonii
Búho orejón o real Búho virginianus
Carpintero habado Melanerpes rubricapillus
Colibríes Familia Trochilidae
Condor de Los Andes Vultur gryphus
Papamoscas o tiránidos Familia tirannidae
Pato piquidorado Anas georgica
Tángaras Familia Thraupidae
Mamíferos
Ardilla andina Sciurus pulcheranii
Curí cui o cobayo Cavia porcellus
Cusumbo Nasuella sp.,Nasua nasua
Cusumbo o coatí andino Nasuella olivacea
Danta de páramo Tapirus pinchaque
Mastodonte Mammuthus sp.
Oso de anteojos o andino Tremarctos ornatus
Puma Puma concolor
Tigre de dientes de sable Smilodon sp.
Tigrillos Leopardus spp.
Venado coliblanco Odocoileus virginianus
Venado soche Mazama rufina
Venado conejo o enano Pudu mephistophiles
Zarigüeyas o faras Didelphis sp.
Invertebrados
Alacrán cundiboyacense Tityus colombianus
Caracoles de bosque Familia bulimulidae
Lombrices gigantes Familia glossoscolecidae
Mariposas Orden Lepidoptera
Saltamontes hoja gigante Stilpnochlora couloniana.

El origen de la voz Andes, según algunos historiadores, proviene del término quechua anti —cresta elevada—, pero otros aseguran que deriva de la voz aimara anta —color cobrizo—, la misma que en quechua corresponde a cobre. En todo caso, el término fue empleado por primera vez como topónimo en 1609 por el Inca Garcilaso de la Vega en su crónica Comentarios Reales de los Incas, cuando hace alusión a las montañas de color cobrizo de la región de Cuzco; dicho cronista también utiliza el término Antis, sonoramente emparentado con Andes, para referirse a los habitantes de la Cordillera Oriental de Perú. Sin embargo, en 1572 otro cronista, Pedro Sarmiento de Gamboa, utilizó la expresión cordillera de los andenes al referirse a un paisaje modelado por muchas terrazas de uso agrícola en las montañas peruanas y es posible que de este término más tarde derivara Andes.

En la actualidad, el término evoca una multitud de imágenes diversas: cumbres coronadas de niebla, relieves pedregosos, planicies áridas con espejos de sal, campos cuyos tonos de verde y ocre evidencian su fertilidad, bosques inmersos en la niebla, ríos y lagos, aldeas en empinadas laderas, los vestigios de las culturas ancestrales que poblaron sus parajes de incomparable belleza y las gentes de piel cobriza que habitan sus montañas y valles. Los Andes son un sistema montañoso de enormes proporciones, que recorre el flanco occidental de Suramérica y cuya presencia determina la hidrografía y el clima de todo el continente, especialmente, el de 7 de las 13 naciones que la integran: Argentina, Chile, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela.

La Cordillera de Los Andes es uno de los rasgos topográficos más fascinantes y destacados de la Tierra. Es, de hecho, la cadena montañosa más larga del planeta y, después de la del Himalaya, la de mayor altura. Se trata de una compleja secuencia de montañas —paralelas y transversales coronadas por crestas formidables, que suelen estar intercaladas por Altiplano, mesetas, valles y cañones, que en conjunto conforman una imponente muralla que se extiende por 8.900 kilómetros desde el extremo sur del continente, hasta las costas del mar Caribe. Desde su tramo más meridional, que sirve de frontera natural entre Argentina y Chile, Los Andes se elevan gradualmente hacia el norte hasta alcanzar las máximas alturas del continente. Entre sus cumbres más elevadas se destaca el Aconcagua, que alcanza los 6.959 msnm y divide las aguas que fluyen en esa parte del subcontinente, hacia el Pacífico y el Atlántico.

En la zona central, la cordillera se ensancha y sus flancos oriental y occidental están rematados por prominentes montañas —Cordillera Oriental y Cordillera Occidental— separadas entre sí por una amplia meseta elevada, conocida como el Altiplano Boliviano, Meseta de Atacama, del Collao o del Titicaca, que comprende territorios de Argentina, Chile, Bolivia y Perú. Es allí, aproximadamente a los 20° de latitud sur, donde la cordillera alcanza su máxima anchura, casi 800 kilómetros

En el norte de Perú y en Ecuador, Los Andes vuelve a estrecharse, pero en el sur de Colombia se ensancha ligeramente de nuevo, antes de dividirse en tres ramales. El más oriental de estos se bifurca más al norte, luego penetra a territorio de Venezuela y discurre a lo largo de las costas caribeñas de ese país.

El origen de suramérica

Poco después de su nacimiento, hace alrededor de 4.500 millones de años, la Tierra no era más que una masa de rocas fundidas con altísimas temperaturas en su interior. Unos 500 millones de años más tarde, se enfrió lo suficiente para que se solidificaran las primeras rocas —las más antiguas, que se formaron hace cerca de 4.280 millones de años, fueron encontradas en la provincia de Quebec, Canadá, en el año 2008—. Sin embargo, solo hasta hace 2.500 millones de años las masas continentales, aunque eran más pequeñas que los continentes actuales, alcanzaron tamaños considerables y estaban separadas por amplísimos océanos.

A lo largo de millones de años, esas primeras masas, denominadas cratones, han cambiado de posición, colisionado entre sí, fusionado y fragmentado, pero en líneas generales han mantenido hasta el presente su consistencia y forma, y constituyen el basamento de los continentes actuales. En no menos de seis ocasiones conformaron supercontinentes que luego se desmembraron. A finales de la Era Paleozoica —hace unos 250 millones de años— el último gran supercontinente, denominado Pangea —del griego pan, todo, y gea, tierra—, reunió prácticamente todas las masas continentales.

Pangea permaneció cohesionado durante casi 100 millones de años, hasta que, a mediados del Jurásico —hace 170 millones de años—, se dividió en dos grandes bloques: Laurasia y Gondwana.

El primero se desplazó hacia el norte y luego se fragmentó para dar lugar a los actuales territorios de Norteamérica, Groenlandia, Europa y Asia. Por su parte, el bloque del sur, Gondwana, se mantuvo íntegro hasta inicios del Cretácico —hace 125 millones de años—, cuando comenzó a desmembrarse. Inicialmente, una gran porción de territorio oriental se separó y más tarde se volvió a dividir para dar origen a los actuales territorios de India, Australia, Nueva Zelanda y la Antártida. Entretanto, a lo largo del bloque remanente se abrió una larga brecha en forma de L invertida, que fue invadida por el mar y, en la medida en que se ensanchaba, dio origen al océano Atlántico. De esa manera, la parte más occidental, correspondiente a Suramérica, emprendió su migración, separándose cada vez más de África.

La placa de Suramérica deriva hacia el occidente a razón de 30 a 50 centímetros por año —entre 2 y 3 veces más rápido que la tasa de crecimiento del cabello de los seres humanos—; su borde occidental converge con el margen oriental de la placa de Nazca, que se encuentra totalmente sumergida en el océano Pacífico y se desplaza en dirección opuesta a una velocidad de 77 centímetros por año. Puesto que el margen de la placa de Nazca es mucho más delgado que el bloque continental de Suramérica y sus rocas son más densas, las fuerzas de compresión producidas por el encuentro de ambas placas lo obligan a hundirse y a deslizarse por debajo del continente. Este fenómeno geológico, conocido como subducción, es un proceso violento en el que las continuas tensiones y fricciones de las placas provocan fracturamientos y fusión del material de la que se sumerge, así como compresión, deformación y plegamiento de las rocas y levantamiento de terrenos del borde continental. La subducción de la placa de Nazca, a lo largo del margen de Suramérica, es la responsable de la existencia de la fosa oceánica peruano-chilena y del levantamiento de Los Andes.

Además del área emergida de Suramérica, su placa comprende también la gran porción del fondo oceánico del Atlántico meridional que se extiende hasta la dorsal Mesoatlántica. Esta última corresponde a la cordillera submarina que marca el límite divergente entre las placas de Suramérica y África. Es, precisamente, en la cresta de la dorsal Mesoatlántica, donde el magma que aflora constantemente a la superficie del fondo oceánico, desde la Astenosfera —capa del manto terrestre formada por rocas fundidas situada entre 70 y 250 kilómetros de profundidad—, al enfriarse se convierte en nueva corteza oceánica. Este proceso es el responsable de que el Atlántico se ensanche paulatinamente y África y Suramérica se distancien cada vez más.

En su parte septentrional, la placa de Suramérica se desplaza lateralmente con respecto a la del Caribe —límite transcurrente entre ambas placas— en territorios de Colombia y Venezuela. Sin embargo, más al oriente, la primera se introduce por debajo del margen oriental de la segunda —subducción—, lo cual da origen al arco de islas volcánicas de las Antillas Menores. En términos relativos, la placa de Suramérica se desplaza hacia el occidente con respecto a la del Caribe, a un ritmo de 21 milímetros por año.

Cuando se observa con cierto detalle la estructura geológica de Suramérica, se aprecia un enorme y complejo mosaico de bloques de roca que con el movimiento se fracturaron, separaron, juntaron y levantaron de manera impresionante a lo largo de cientos de millones de años. Sin embargo, la mayor parte de esos procesos, en especial los relacionados con el levantamiento y la configuración de Los Andes, ha tenido lugar en los últimos 30 millones de años. Este proceso continuará hasta tanto la energía interna del planeta mantenga en movimiento las rocas líquidas que hacen parte del manto terrestre y sobre las cuales flotan las placas tectónicas.

La orogenia andina

Al contrario de otras grandes cadenas montañosas como Himalaya, Alpes, Cáucaso, Pirineos, Cárpatos y Atlas, la de Los Andes no surgió por obducción —choque frontal entre dos bloques continentales que se incrustan uno en el otro—, sino como resultado de la subducción.

La orogenia es causada generalmente por la interacción entre dos o más placas tectónicas, lo que produce considerables deformaciones estructurales en la corteza terrestre, especialmente cuando las tensiones deforman o arrugan una de las placas y la empujan hacia arriba para formar montañas. La formación de Los Andes u orogenia andina comenzó en el Jurásico temprano —hace unos 202 millones de años—, simultáneamente con el inicio de la apertura del océano Atlántico sur

El Cretácico Superior —hace entre 100 y 67 millones de años— y el Oligoceno —hace entre 34 y 23 millones de años— fueron los periodos de mayor actividad tectónica y relevancia en la formación de Los Andes. El primero de ellos coincidió con el comienzo de la separación de los bloques de Suramérica y África, proceso que desencadenó una serie de cambios radicales en la magnitud y la velocidad de la orogenia. Es así como, mientras al oriente de Suramérica se abría de sur a norte la brecha del Atlántico, al occidente comenzaba a deslizarse, por debajo del continente, una corteza oceánica más caliente y delgada que la anterior. Ese cambio se debió a que el bloque continental experimentó una leve rotación en sentido de las manecillas del reloj, con lo cual la dirección de la subducción de la placa oceánica cambió del suroriente al nororiente, aunque mantuvo su trayectoria oblicua y no perpendicular con respecto al borde del continente. Esto tuvo como consecuencia no sólo la deformación de los estratos rocosos del margen occidental del continente, sino también el comienzo del levantamiento de los terrenos y de los correspondientes procesos erosivos de estos.

También a finales del Cretácico, las piezas de corteza continental que se habían separado del noroccidente de Suramérica en el Jurásico, unos 100 millones de años antes, volvieron a adosarse al continente tras colisionar oblicuamente contra éste —acreción de terrenos—. Entre la compleja secuencia de eventos que acompañaron dicho episodio, la renovada subsidencia de la corteza del Caribe bajo Suramérica, que todavía se mantiene activa, dio origen al arco volcánico de la Cordillera Real de Ecuador y de la Cordillera Central de Colombia. El actual sistema de fallas geológicas de Romeral, que discurre de sur a norte a lo largo del territorio colombiano, desde Ecuador hasta la costa del Caribe, representa la sutura entre los terrenos adosados y el resto del continente.

El segundo periodo de gran importancia para la orogenia andina tuvo su origen en el fracturamiento de la placa oceánica del Pacífico, ocurrida a finales del Oligoceno, hace 27 millones de años, cuyos dos fragmentos principales son las actuales placas de Cocos y de Nazca. Esta última se reacomodó para direccionar la subducción en sentido perpendicular con respecto al margen del continente, lo cual aumentó el ritmo de la convergencia entre ambas placas y, como consecuencia, se exacerbó la deformación de los terrenos, lo que condujo al levantamiento de la cordillera. Tales cambios en la geometría de la subducción acortaron, engrosaron y elevaron la corteza continental en la mitad septentrional de Los Andes, mientras que en la parte sur, inicialmente produjeron reducción y adelgazamiento de la corteza.

Como resultado del aumento en la velocidad de convergencia de las placas oceánica y continental, se incrementó la actividad volcánica a todo lo largo de la naciente cordillera y hubo muchos procesos orogénicos distintos, y hasta cierto punto particulares, en varios de sus tramos. Así, el final del Oligoceno estuvo marcado en el norte de Los Andes por una reactivación generalizada de las fallas geológicas —fracturas en el terreno a lo largo de las cuales se deslizan dos bloques—, acompañada de considerables empujes verticales y plegamientos que levantaron grandes extensiones de terreno y formaron montañas. Por aquel periodo se desarrollaron la depresión del Cauca, en Colombia, y el valle intermedio entre las cordilleras Occidental y Real, en Ecuador, en ambos casos con inicio de actividad volcánica. Simultáneamente, pero más al sur, en Los Andes centrales —Perú, Bolivia y norte de Chile y Argentina—, una secuencia de eventos de compresión de la corteza continental produjo su levantamiento y una reactivación del magmatismo que se mantiene hasta la época actual. Este se inició en la Cordillera Oriental en Perú y, más tarde, ya en el Mioceno —hace entre 27 y 23 millones de años—, se extendió por todo el cinturón magmático comprendido entre los volcanes Coropuna, cerca de Arequipa, Perú, y el cerro Bonete, en el noroeste de la provincia argentina de La Rioja —un tramo de cerca de 1.000 kilómetros—. En Los Andes Meridionales, por la misma época se formó un complejo sistema de cuencas sedimentarias interconectadas al arco de islas volcánicas, que se había configurado tras los cambios en la geometría de la subducción, a la vez que se desarrollaba una cadena volcánica a lo largo de la actual Cordillera de la Costa en Chile.

Aunque el levantamiento de la cordillera es un proceso gradual y aparentemente lento, ha estado lleno de episodios de mayor o menor intensidad y violencia, la mayoría de los cuales ocurrieron probablemente en periodos relativamente cortos a escala geológica y algunos seguramente alcanzaron magnitudes descomunales que podrían calificarse como cataclismos. La fricción y el rozamiento de las placas que convergen, suelen producir atascos que interrumpen por breve tiempo —desde algunos meses a unas pocas decenas de años— el movimiento de la subducción en algún lugar debajo de la cordillera, lo que genera la acumulación y concentración de grandes cantidades de energía. Cuando la presión acumulada se libera, se descarga súbitamente esta energía y se propaga en forma de ondas en todas direcciones, a través de las rocas de la corteza. Este fenómeno se manifiesta en sismos, terremotos o temblores, cuya intensidad y duración dependen de la profundidad del lugar de origen o hipocentro, de la cantidad de energía liberada y de la consistencia del terreno. Cada erupción volcánica y cada sismo que se produzca en algún lugar de la vasta geografía andina, por leve o intenso que sea, nos advierte que la orogenia de Los Andes aún continúa y que, desde el punto de vista geológico, la cordillera es una estructura dinámica en la cual los procesos responsables del levantamiento de los terrenos y de la construcción de montañas son casi tan cotidianos como los encargados de modelar los relieves: descomposición de rocas, erosión, avalanchas, derrumbes, transporte y acumulación de sedimentos.

La manera como están dispuestos Los Andes permite que, al verlo como un todo, el relieve de Suramérica esté bastante desbalanceado, lo cual tiene implicaciones hidrográficas, climáticas y biogeográficas muy importantes. El hecho de que la principal divisoria de aguas, que corresponde en gran medida a la cresta de la cordillera, se encuentre tan al occidente, se traduce en que el agua que llueve a 200 kilómetros de la costa del Pacífico, en su mayoría, fluye superficialmente hacia el Atlántico, cuyas costas se encuentran a miles de kilómetros al oriente. Es por esto que la gran mayoría de los ríos caudalosos del continente —Amazonas, Orinoco, Paraguay, Magdalena— vierten sus aguas al Atlántico o al Caribe y muy pocos, concentrados en las costas de Colombia y Ecuador, lo hacen al Pacífico —San Juan, Patía, Guayas—.

Un caleidoscopio de climas, relieves y paisajes

Con sus más de 8.000 kilómetros de longitud, lo que equivale a más de 66° de latitud, Los Andes son ecológicamente el sistema montañoso más diversificado del mundo. Es posible encontrar tierras tropicales altas y frías a ambos lados de la línea del ecuador y regiones templadas en el sur de Los Andes. A lo largo de la cordillera se presentan regímenes climáticos húmedos, semihúmedos, semiáridos y áridos, y también formaciones geológicas de rocas, tanto volcánicas como metamórficas y sedimentarias. En las partes más meridionales, donde los glaciares y fiordos se conjugan para ofrecer escenarios impresionantes, las glaciaciones del Cuaternario —últimos tres millones de años— le han conferido un carácter alpino a los paisajes de montaña. Igualmente llamativos son los enormes estratovolcanes cónicos que dominan el paisaje en algunas regiones.

Como ocurre en todas las montañas de altura considerable, Los Andes se caracterizan por una zonación altitudinal del clima y la vegetación, a manera de franjas, lo cual fue magistralmente relacionado por primera vez por Alexander von Humboldt en el volcán Chimborazo en Ecuador. Además, la diferenciación altitudinal de los rasgos ecológicos presenta variaciones notorias entre las laderas montañosas de zonas permanentemente húmedas, estacionalmente húmedas, semiáridas y áridas, así como también entre los tramos cordilleranos con climas tropicales, mediterráneos y templados.

Dada su extraordinaria longitud y su orientación en sentido sur-norte, Los Andes abarcan una gran cantidad de franjas climáticas latitudinales y existen fuertes contrastes entre los climas de los flancos oriental y occidental de la cordillera, debido al efecto de barrera que esta ejerce sobre los vientos dominantes. En la porción de Los Andes septentrionales influenciados por la Zona de Convergencia Intertropical —entre los 10° de latitud norte y los 3° de latitud sur—, ambos flancos reciben anualmente precipitaciones superiores a 2.000 milímetros. En Los Andes septentrionales subecuatoriales —entre 3° y 15° de latitud sur—, la interceptación de los vientos alisios provenientes del suroriente, produce más de 2.000 milímetros anuales de lluvia en el costado amazónico de la cordillera, mientras que en la vertiente del Pacífico, apenas alcanza los 200 milímetros. Por el contrario, en las latitudes templadas al sur del paralelo 33° sur, donde los vientos soplan permanentemente de occidente a oriente, las mayores precipitaciones ocurren sobre las laderas occidentales de la cordillera en el lado chileno, mientras que en las del lado argentino son muy escasas.

La parte central de la cordillera —entre los 15° y los 33° de latitud sur— se encuentra en la franja desértica subtropical, por lo que las lluvias son muy escasas en ambos flancos; lo mismo ocurre en el extenso Altiplano Boliviano o del Titicaca. A pesar de las condiciones de extrema aridez del desierto de Atacama, el más árido del mundo, el afloramiento de aguas oceánicas frías propicia la formación de bancos de niebla que cubren casi permanentemente la zona costera y las laderas occidentales de la cordillera.

Es sorprendente que con sus dimensiones colosales y su imponente topografía, vistos a escala amplia y con respecto a su masa total, Los Andes aparecen como una larga protuberancia leve pero áspera, que bordea la margen occidental de Suramérica, una especie de ribete rugoso que recorre todo el continente sobre el océano Pacífico. En efecto, como lo muestran los perfiles de profundidad obtenidos mediante sondeos sísmicos, la raíz de Los Andes se revela como una estructura arqueada cóncava, deformada como resultado de los esfuerzos tectónicos progresivos y del peso de la gruesa corteza continental. El conjunto se parece a un iceberg, ya que la corteza continental alcanza un grosor de 200 kilómetros antes de hundirse en las rocas líquidas del manto superior, mientras que los picos más altos de Los Andes Centrales se elevan en la superficie, como máximo 7 kilómetros sobre el nivel del mar.

Como tendencia general, en Los Andes las temperaturas promedio aumentan hacia el norte desde Tierra del Fuego hasta el ecuador, pero la altitud, la proximidad al mar, la corriente fría de Perú o de Humboldt, las precipitaciones y las barreras topográficas al viento contribuyen, en gran medida, a la gran variedad de condiciones climáticas que pueden encontrarse a escala local, a lo largo y ancho de la gran cordillera. Los bosques tropicales y los desiertos más calurosos de la región andina pueden eventualmente estar separados de los páramos, las punas y hasta de los glaciares, por tan solo unas cuantas decenas de kilómetros.

La temperatura varía considerablemente con la altitud. En Los Andes de Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela, el clima es tropical hasta una altitud de 1.500 metros, subtropical-templado hasta 2.500 metros y templado-frío hasta 3.500 metros. Sin embargo, en esta última franja, las temperaturas diurnas suelen ser moderadas: en las noches descienden por debajo de 5 °C. Entre 3.500 y 4.000 metros de altitud el clima es frío, con grandes diferencias entre el día y la noche y entre los sitios soleados y los de sombra y las temperaturas nocturnas generalmente se sitúan por debajo del punto de congelación. Entre 4.000 y 4.800 metros, el dominio del superpáramo y de la puna, las temperaturas rara vez sobrepasan los 10 °C en el día y en la noche se mantienen casi siempre bajo cero. Finalmente, a más de 4.800 metros, las temperaturas promedio en los picos y crestas altas son muy bajas y los fuertes vientos contribuyen a que la sensación térmica sea aún más fría.

La altitud de las nieves perpetuas es muy variable, va desde unos 800 msnm en el estrecho de Magallanes, hasta casi 6.100 en el paralelo 27° de latitud sur —norte de Chile—, para luego descender hacia el norte hasta los 5.500 metros en la Cordillera Blanca de Perú y los 4.900 metros en Los Andes colombianos.

Al igual que en otros grandes sistemas montañosos del mundo, la pluralidad de interacciones entre variables climáticas, edáficas —relacionadas con el suelo— y geomorfológicas, hace posible que en Los Andes exista una gran diversidad de microecosistemas. En las montañas de Perú y Colombia, en particular, se encuentra una abrumadora cantidad de microclimas, por lo que dichos países son reconocidos por poseer algunos de los conjuntos de hábitats más complejos del mundo.

Subdivisión natural de los Andes

Dada la gran extensión de Los Andes, es obvio que existan características geológicas, morfológicas, climáticas y ecológicas diferenciadas. Tales diferencias permiten subdividir el sistema andino de acuerdo con sus rasgos naturales más sobresalientes, independientemente de las divisiones político-administrativas. Sin embargo, no existe hasta ahora un consenso universal acerca de los criterios por considerar y los límites geográficos precisos de las subdivisiones. Muchos geógrafos coinciden en diferenciar, desde el punto de vista fisiográfico, tres grandes regiones: Andes Meridionales —también llamados australes o del sur—, Andes Centrales y Andes Septentrionales o del norte.

Los Andes Meridionales, conformados por las cordilleras Fueguina, Patagónica y Chilena, se extienden a lo largo de unos 2.700 kilómetros, desde el extremo oriental del archipiélago de Tierra del Fuego en la Isla de los Estados, en Argentina, hasta aproximadamente los 35° de latitud sur, a unos 260 kilómetros al sur del monte Aconcagua. La morfología de esta región está fuertemente dominada por la acción de los glaciares y la Cordillera Patagónica está surcada por numerosas depresiones transversales y longitudinales que interrumpen los altorrelieves y están ocupadas por campos helados, glaciares, ríos, lagos o fiordos que le imprimen un carácter salvaje al paisaje. Con muy pocas excepciones, las crestas y los picos de las montañas exceden los 3.000 metros, y la línea de nieves perpetuas se encuentra a escasos 700 metros de altitud en Tierra del Fuego y asciende gradualmente hacia el norte, a 1.600 metros en el volcán Osorno, en Chile, y a 3.700 metros en el volcán Domuyo, en Argentina. Esta región sobresale por la gran cantidad de lagos de considerable tamaño —más de 50— y los numerosos valles fértiles enclavados entre las montañas, algunos de los cuales forman corredores que comunican los dos lados de la cordillera.

Los Andes Centrales constituyen el tramo más largo y ancho de la cordillera. Comienzan en la latitud 35° sur, en un punto donde la cordillera experimenta un súbito cambio de carácter. Su ancho aumenta hasta sobrepasar los 100 kilómetros, se hace más alta y árida y la presencia de glaciares se restringe solo a alturas por encima de 5.000 msnm. La cresta principal sirve de divisoria de aguas entre los ríos que fluyen hacia el Pacífico y el Atlántico y es el límite fronterizo entre Chile y Argentina. En esta parte se concentran las cumbres más altas de Los Andes, entre ellas: los cerros Aconcagua y Mercedario, en Argentina; Illimani e Illampú, en Bolivia; Huascarán y Yerupajá, en Perú y los volcanes Ojos del Salado, Yerupajá e Incahuasi, en Chile y Sajama, en Bolivia, todos con más de 6.000 msnm.

Hacia el norte, la cordillera se ensancha aún más para formar la Meseta de Atacama o Altiplano Boliviano, flanqueado por las cordilleras Occidental y Oriental. Estas, junto con algunas cadenas secundarias de volcanes, encierran depresiones denominadas salares por los depósitos de sal que cubren su superficie. El Altiplano Boliviano, con sus 800 kilómetros de largo, 230 de ancho y 3.600 metros de altitud promedio, no tiene ninguna salida de drenaje hacia el mar, por lo que representa una de las cuencas interiores más grandes del mundo. La parte norte del altiplano está parcialmente ocupada por el lago Titicaca, el cuerpo de agua dulce más extenso de Los Andes y también el de mayor altura.

A medida que Los Andes penetran en territorio peruano, la Cordillera Occidental discurre paralela a la costa, mientras que la Cordillera Real de Bolivia termina en un nudo montañoso a la altura del paralelo 15° sur —Nudo de Vilcanota—. Allí emergen dos ramales angostos y altos que se dirigen al norte, separados por una profunda garganta. Un tercer ramal, la Cordillera de Vilcabamba, aparece al occidente de los ya mencionados, cerca de la ciudad de Cuzco. En su avance hacia el norte, las tres cadenas montañosas se unen en dos oportunidades en territorio peruano, en los llamados nudos de Vilcanota y de Pasco. Este último es una amplia meseta flanqueada al occidente por la Cordillera Huarochirí. Al norte de allí, tres ramales recorren la meseta, el más occidental, al alcanzar los 10° de latitud sur, se divide en dos por el estrecho valle de Huaylas y da origen a las llamadas cordilleras Negra, al occidente, y Blanca, al oriente. Esta última es un sistema coronado por picos permanentemente nevados, entre ellos el Huascarán, de 6.768 metros de altitud y el Alpamayo, de 5.947. Hacia el norte, todo el conjunto de ramales se va uniendo, se hace más angosto y pierde altura hasta fusionarse en un solo macizo en el Nudo de Loja, en el sur de Ecuador, que marca el límite norte de Los Andes Centrales

Los Andes Septentrionales se inician al norte del nudo de Loja en un largo y estrecho altiplano bordeado por dos cadenas montañosas —Cordillera Occidental y Cordillera Central— salpicadas de conos volcánicos. En la relativamente joven y menos elevada Cordillera Occidental hay una hilera de 19 volcanes, 7 de los cuales se levantan por encima de los 4.500 msnm. La Cordillera Central es más antigua y está coronada por una serie de 20 volcanes, varios de los cuales superan los 5.500 metros de altitud y se mantienen permanentemente cubiertos de nieve, como el Chimborazo —6.272 metros— y el Cotopaxi —5.896 metros—.

Al ingresar a territorio colombiano, desaparece el altiplano central y se forma un complejo orográfico conocido como el Macizo de Huaca o Nudo de los Pastos, que se bifurca en el norte para formar dos ramales, la Cordillera Occidental y la Cordillera Centro-Oriental, separadas inicialmente por una profunda depresión denominada la Hoz de Minamá. La Cordillera Occidental discurre paralela a la costa del océano Pacífico, en dirección norte, sin que sus crestas y picos se eleven más de 4.000 msnm, hasta que finalmente se desvanece en la planicie del Caribe colombiano. Por su parte, la Cordillera Centro-Oriental, antes de bifurcarse y dar origen a las cordilleras Central y Oriental propiamente dichas, conforma el llamado Macizo Colombiano o Nudo de Almaguer, a partir del cual la Cordillera Central, cuyos volcanes nevados rondan o superan los 5.000 metros de altitud, discurre también hacia el norte y muere en la llanura del Caribe. A su turno, la Cordillera Oriental diverge al noreste, se ensancha considerablemente para dar lugar a vastos altiplanos, bordeados por crestas que comúnmente superan los 4.000 metros de altitud, y luego vuelve a bifurcarse. Uno de sus ramales —Sierra de los Motilones o de Perijá— vira hacia el norte y marca el límite fronterizo entre Colombia y Venezuela. El otro ramal penetra en territorio venezolano y, finalmente, toma rumbo al oriente para formar las cordilleras de la Costa y de Oriente, esta última en la península de Paria, donde finalmente mueren Los Andes.

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Los Andes Septentrionales o del norte, cuya forma se asemeja al cuello y la cabeza de un caballito de mar, corresponden al tramo de la gran cordillera que se extiende por casi 2.900 kilómetros desde el límite entre Perú y Ecuador, hasta la península de Paria en las costas caribeñas de Venezuela.

Desde el punto de vista geológico, es el segmento más joven de la cordillera, en particular, el más oriental de los tres ramales en los que esta se divide, una vez ingresa a territorio colombiano. De manera generalizada, Los Andes Septentrionales experimentaron un importante levantamiento vertical desde finales del Mioceno hasta el Plioceno medio —hace entre 7 y 4 millones de años—, proceso que continuó con menos ímpetu en el Cuaternario y continúa en el presente. Las evidencias de la rapidez con que han crecido las montañas en esta parte son: la existencia de terrenos muy erosionados en la Cordillera Oriental, los vestigios de fallas geológicas de origen reciente, la presencia de terraplenes de valles aluviales, cuyos remanentes han formado terrazas emplazadas muy por encima de los cauces de arroyos y ríos, y los hallazgos de semillas fósiles de árboles del género Saccoglotis en los alrededores de Bogotá, cuyas especies prosperan únicamente en tierras cálidas de poca altitud.

Aunque la Cordillera de Los Andes es en promedio menos elevada y ancha en el norte que en su porción central, la diferencia más notoria radica en que esta se ramifica a medida que incursiona en el hemisferio norte y en que allí recibe más lluvias. Como consecuencia, la complejidad de la red hidrográfica, la frondosidad de la cobertura vegetal y la diversidad de paisajes y ecosistemas alcanzan en Los Andes Septentrionales su máxima expresión y es, sin duda alguna, en el territorio colombiano donde se configuran algunos de los mosaicos de paisajes y de ecosistemas tropicales de montaña más ricos y diversos del mundo.

Una Cordillera y sus tres ramales

En un tramo de casi 650 kilómetros de largo en territorio de Ecuador, Los Andes presentan la sección más angosta de toda la cordillera —no supera los 100 kilómetros de ancho—. Hacia el norte forma dos cadenas paralelas que están coronadas por alrededor de 40 conos y domos volcánicos, de los cuales, al menos, una docena mantienen actividad eruptiva o se encuentran en estado de latencia. Nueve de ellos superan los 5.000 msnm y conservan coberturas permanentes de nieve; se destacan el Chimborazo —6.310 msnm—, el Cotopaxi —5.897 msnm— y el Antisana —5.758 msnm—. Ambas cadenas están separadas por una depresión intermontana alargada, llamada Callejón Andino, que no supera los 40 kilómetros de ancho y cuya altura promedio es de unos 3.000 msnm; sobre ella se asientan algunas de las principales ciudades ecuatorianas, como Quito, Cuenca, Ibarra y Riobamba.

La relativa simplicidad morfológica de Los Andes ecuatorianos contrasta bruscamente con la complejidad del sistema cordillerano que se desarrolla más al norte, en el suroccidente de Colombia, donde todavía está conformado por una sola cordillera angosta, pero al cabo de un corto trecho, las dos crestas y el Callejón Andino se amalgaman para formar el Macizo de Huaca o Nudo de los Pastos. Se destacan allí las altiplanicies de Ipiales, Túquerres, Sibundoy y Pasto, así como una veintena de volcanes, entre los que sobresalen por su tamaño, altitud y actividad el Chiles, el Cumbal, el Galeras y el Doña Juana, todos ellos con más de 4.000 msnm.

A partir del Nudo de Los Pastos, Los Andes se bifurcan y dan origen a las cordilleras Occidental y Centro-Oriental, separadas por profundos cañones por los que discurren los ríos Guáitara y Patía. Más al norte, la Cordillera Centro-Oriental forma el Macizo Colombiano o Nudo de Almaguer, también conocido como la Estrella Fluvial Colombiana, por ser el lugar donde nacen algunos de los principales ríos del país, entre ellos: el Magdalena y el Cauca, que vierten sus aguas al Caribe; el Patía, que desemboca en el Pacífico y el Putumayo y el Caquetá, que pertenecen a la cuenca del Amazonas. En el Macizo abundan lugares con emanaciones de gases y fuentes termales, y hay alrededor de 30 estructuras volcánicas, la mitad de ellas con actividad reciente y una tercera parte con alturas que superan los 4.000 msnm. En su extremo norte, se desarrolla una cadena de nueve estratovolcanes con cráteres activos, conocida como Serranía de los Coconucos, en la que sobresalen en altura el Puracé, el Paletará y el Quintín, todos ellos con más de 4.500 msnm.

A partir del Macizo Colombiano, la cordillera se bifurca nuevamente para dar origen a las cordilleras Central y Oriental, entre las cuales se abre paso el cauce del río Magdalena, inicialmente encajado en un estrecho cañón que luego se ensancha para dar lugar a un amplio valle. Al occidente, en remplazo de la fosa del río Patía, es la depresión del río Cauca la que asume la división entre las cordilleras Central y Occidental.

La Cordillera Occidental, con una altitud de 2.000 msnm, en promedio, discurre por 960 kilómetros a lo largo de la costa colombiana del Pacífico, hasta terminar en el Nudo de Paramillo, lugar donde se trifurca y forma las serranías de Abibe al occidente, San Jerónimo al centro y Ayapel al oriente. En su recorrido atraviesa territorios de los departamentos de Nariño, Cauca, Valle del Cauca, Chocó, Risaralda, Caldas, Antioquia y Córdoba.

Con sus 935 kilómetros de longitud, contados desde el Nudo de los Pastos hasta sus estribaciones más septentrionales, y sus casi 3.000 msnm de altitud promedio, la Cordillera Central es la más alta de Colombia y a la vez, la más corta. Dadas sus características volcánicas, puede ser considerada como una prolongación hacia el norte de la Cordillera Oriental ecuatoriana. Atraviesa territorios de los departamentos de Nariño, Cauca, Valle del Cauca, Huila, Tolima, Quindío Risaralda, Caldas, Antioquia y Bolívar. Su característica morfológica predominante es la abundancia de cumbres volcánicas. Además de las del Nudo de los Pastos, otras elevaciones prominentes son los volcanes nevados del Huila, Tolima, Santa Isabel y Ruiz. Antes de finalizar su recorrido, en el Macizo Antioqueño, se trifurca y da origen a los ramales de Santo Domingo, Yolombó y Remedios, los cuales pierden altura y se desvanecen suavemente en la llanura del Caribe.

La Cordillera Oriental, a pesar de iniciarse más al norte que las dos anteriores y de ser la más joven geológicamente, es más larga y ancha, con una longitud de alrededor de 1.350 kilómetros en territorio colombiano, comprendidos entre el Macizo Colombiano y el límite septentrional de la serranía de Perijá. Llamada antiguamente Cordillera de Bogotá o de Sumapaz, se bifurca al norte del Nudo de Santurbán. Su ramal occidental se dirige al norte y da origen a la serranía de los Motilones y más al norte a la de Perijá, mientras que el oriental penetra en territorio venezolano, da origen a la Sierra Nevada de Mérida y luego se desintegra gradualmente hacia el norte y el oriente en un sinnúmero de cerros, serranías y cordilleras de modesta altura, que incluyen la Cordillera de la Costa, cuyos fragmentos llegan a las costas nororientales de Venezuela. En su recorrido por Colombia, la Cordillera Oriental atraviesa 11 departamentos: Cauca, Caquetá, Huila, Tolima, Meta, Cundinamarca, Boyacá, Santander, Norte de Santander, Cesar y La Guajira. Su máxima altitud es el pico Ritak’uwa Blanco —5.330 msnm—, en la Sierra Nevada del Cocuy.

Las tres cordilleras colombianas conforman uno de los mosaicos geológicos más complejos de todos Los Andes, puesto que cada uno de los tres ramales tiene una identidad propia —tipos de rocas, yacimientos de minerales, fallas, actividad volcánica— que le ha sido conferida desde su origen y en la cual ha influido su evolución histórica particular, en gran parte independiente de la de las otras dos cordilleras.

Hasta comienzos de la era Cenozoica —hace unos 50 millones de años—, prácticamente la mitad oriental del actual territorio de Colombia se encontraba sumergido en el mar, con excepción de un rosario de islas volcánicas alineadas a lo largo de lo que hoy es la Cordillera Central y alguna porción de la Sierra Nevada de Santa Marta. Sin embargo, al reanudarse los movimientos tectónicos, los fondos marinos que rodeaban las islas, cubiertos de gruesas capas de sedimentos, fueron levantados y dieron origen a una cordillera primigenia con planicies pantanosas a su alrededor, algunas de las cuales se formaron al occidente de esta, lo que constituyó la base de la actual llanura del Caribe y del valle del Cesar. Pero no fue sino hasta comienzos del Mioceno —hace unos 26 millones de años—, como consecuencia de la reacomodación de la placa de Nazca con respecto al bloque de Suramérica, que la compresión de las rocas del basamento de la naciente Cordillera Central y de los sedimentos que se habían depositado al occidente de esta, causó el levantamiento de la Cordillera Occidental.

Fue también en el Mioceno cuando se inició la compresión y el plegamiento de las capas de sedimentos que se habían depositado en la llanura, al oriente de la Cordillera Central, proceso que continuó en el Plioceno y produjo el levantamiento de la actual Cordillera Oriental. Con ese tectonismo generalizado, se reactivó el vulcanismo sobre la Cordillera Central, el cual arrojó grandes cantidades de lava, roca y ceniza sobre sus vertientes.

Aunque las tres cordilleras constituyeron los bloques más elevados de la orogenia andina, las llanuras laterales y las depresiones intermontanas también resultaron levantadas, aunque en menor grado. Como consecuencia, las aguas de los mares interiores, que inundaban las depresiones Cauca-Patía, Magdalena y Atrato-San Juan, se retiraron y en su lugar aparecieron sistemas fluviales y lacustres que sirvieron de cuencas receptoras de los sedimentos provenientes de la erosión de las montañas. Por lo tanto, los valles interandinos que separan las cordilleras son depresiones estructurales de origen tectónico, producto del levantamiento diferencial del sistema andino y no meramente el resultado de la excavación de los cauces por la acción del agua de los ríos. Con el transcurso del tiempo, esas cuencas se han ido rellenando de sedimentos que incluyen cenizas volcánicas, lo cual contribuye a la fertilidad de los suelos en dichos valles.

El sistema montañoso periferico

Aparte de las tres cordilleras colombianas que estrictamente conforman Los Andes y por lo cual constituyen el llamado sistema montañoso central de Colombia, existen en el país otros altorrelieves importantes que, por su localización, constitución u origen y a veces por costumbre, se consideran independientes de Los Andes colombianos y, por lo tanto, son denominados como sistema montañoso periférico.

Debido a las diferencias de edad entre las estructuras, la orografía y las rocas que las componen, se sabe que no existe relación alguna de parentesco geológico entre las cordilleras andinas y los cerros y serranías de la región suroriental de Colombia, que incluyen los cerros de Mavecure y las serranías de Naquén, Tunahí, Caranacoa, Araracuara, Chiribiquete y la Macarena. Esta última, a pesar de que prácticamente está adosada a la Cordillera Oriental y su levantamiento final, que pudo haber sido influenciado por la orogenia andina, presenta un basamento y una estructura que datan de antes del Paleozoico —hace más de 550 millones de años—, por lo tanto, su formación fue muy anterior a la de Los Andes.

Con sus 5.750 msnm de elevación máxima, la Sierra Nevada de Santa Marta es el macizo montañoso costero más alto del mundo. Desde el punto de vista litológico, concurren allí gran cantidad de tipos de rocas con edades que van desde el Precámbrico —hace más de 1.000 millones de años— hasta el Reciente, lo que hace muy difícil comprender los aspectos básicos en torno a su origen e incluso a su evolución geológica. Aunque algunos geólogos han pretendido ver en ella una prolongación de la Cordillera Central, lo cierto es que el macizo, de forma triangular, es un bloque aislado e independiente de Los Andes, delimitado en cada uno de sus flancos por fallas geológicas activas de grandes dimensiones.

En otros casos, aunque puede haber afinidades litológicas y estructurales, y la época en que ocurrió la formación de algunos de sus elementos coincide con la de la orogenia andina, las fuerzas tectónicas que dieron origen a esas montañas no tuvieron ninguna relación con la subducción de la placa de Nazca bajo el bloque de Suramérica. Es el caso de la Serranía de San Jacinto o Montes de María y de la Serranía de Piojó, que se elevan algunos cientos de metros sobre la llanura del Caribe, así como el de las serranías de Macuira, Jarara y del Carpintero en el norte de la península de La Guajira, que fueron resultado de la compresión y del plegamiento de sedimentos, causado por la interacción entre las placas del Caribe y de Suramérica.

Por otra parte, la supuesta independencia entre Los Andes y el sistema montañoso periférico ha sido puesta en duda por parte de los geólogos, en el caso particular de la Serranía del Baudó, que discurre por casi 250 kilómetros paralela a la costa septentrional del Pacífico colombiano y se eleva hasta 1.800 msnm en el Alto del Buey, para luego fusionarse más al norte con la Serranía del Darién. La cresta de esta última, que alcanza altitudes de más de 1.000 msnm, sirve de límite entre Colombia y Panamá. Debido a que los procesos tectónicos que las originaron son similares a los que produjeron el levantamiento de la Cordillera Occidental, aunque mucho más recientes y a una escala más local, estas serranías han sido consideradas como las hijas más jóvenes de Los Andes Septentrionales, una naciente cuarta cordillera andina, que tímidamente pretende incursionar en Centroamérica.

Un tanque elevado de agua

En general, las montañas juegan un papel crucial como tanques elevados que proporcionan agua a más de la mitad de la población humana del mundo. Con excepción del Orinoco, el Paraná y otros pocos ríos de menor caudal que desembocan en el Atlántico, en Los Andes nacen los ríos más largos y caudalosos de Suramérica, incluyendo el Amazonas, el Magdalena, el Cauca y todos los grandes tributarios occidentales del Orinoco y del Paraná. Además, todos los ríos suramericanos que drenan al Pacífico, aunque de tramo mucho más corto y menos caudalosos, nacen en la gran cordillera y tienen una importancia vital para el suministro de agua en todos los países andinos. Por lo tanto, Los Andes son considerados el tanque elevado del continente.

Según el ámbito donde vierten sus aguas, los ríos y quebradas que discurren por el territorio colombiano se dividen en cinco vertientes: océano Pacífico, mar Caribe, lago de Maracaibo, río Orinoco y río Amazonas. El mapa hidrográfico del territorio colombiano revela que, con excepción de los que nacen en el Baudó, en la Sierra Nevada de Santa Marta y algunos afluentes del Orinoco y del Amazonas, los principales ríos del país y sus mayores tributarios nacen en la región andina. Como centros hidrográficos o estrellas fluviales importantes se destacan: el Nudo de los Pastos, el Macizo Colombiano, el Nudo de Paramillo, el Macizo de Sumapaz y el Nudo de Santurbán.

Muchos de los ríos andinos nacen en las divisorias de las cordilleras, en glaciares, en lagunas de origen glaciar o en terrenos modelados por glaciares ya desaparecidos. Algunos tienen su origen en zonas volcánicas activas, otros atraviesan los altiplanos formando meandros, antes de precipitarse en torrentes y caídas de agua y de excavar a su paso profundos cañones en las laderas medias y bajas de las cordilleras. Finalmente, una vez han recogido las aguas de muchísimos tributarios, los más caudalosos discurren por los valles interandinos o por los piedemontes hacia las planicies del Caribe, del Pacífico, de la Orinoquia o de la Amazonia.

En general, en Los Andes Septentrionales pueden distinguirse ríos de aguas claras, de aguas oscuras y de aguas turbias. La tonalidad translúcida pero oscura de muchos arroyos, que fluyen inicialmente por los páramos de la alta montaña, se debe a la elevada concentración de ácido húmico y materia orgánica en suspensión, por lo cual suelen ser pobres en nutrientes y en fauna acuática. A medida que descienden por las laderas y sus afluentes les aportan aguas cargadas de sedimentos, su coloración se va tornando de amarillenta a marrón claro. Estas aguas turbias, ricas en nutrientes, son características de los ríos que discurren por las laderas medias a bajas, los valles interandinos y los piedemontes de las cordilleras,y propician la existencia de una notable diversidad de peces y de otros organismos acuáticos, además de ser responsables de la gran fertilidad de los suelos de las terrazas y de los valles aluviales. Las corrientes de aguas claras son poco comunes en Los Andes, excepto donde estas fluyen por terrenos de rocas muy duras —cuarcita, granito o mármol— que no aportan casi sedimentos.

Además de los sistemas fluviales, una parte importante de la hidrología de Los Andes está conformada por lagos y pantanos de origen y características diversos. Se estima que el número de cuerpos de agua con una superficie mayor a 100 metros cuadrados en las cordilleras colombianas es de aproximadamente 1.500. Sin embargo, se trata de sistemas lacustres de dimensiones muy modestas, en comparación con los de Los Andes de Perú, Bolivia y Argentina. La extensión sumada de todos ellos no llega a los 900 kilómetros cuadrados, que representan apenas el 12% de la superficie que cubre el mayor de los lagos andinos, el Titicaca, y menos del 1% de la superficie continental de Colombia.

Por encima de los 3.000 msnm, en zonas de las cordilleras que permanecieron cubiertas por glaciares durante las últimas fases del Pleistoceno —hace entre 25 mil y 10 mil años— o más recientemente, los cuerpos de agua son en su mayoría lagos pequeños pero profundos, formados por incisión entre escarpes o por represamiento de agua entre las morrenas laterales y terminales de un antiguo glaciar. Otros, por su parte, pueden ser el resultado de la acumulación de agua en cráteres volcánicos inactivos o tener un origen erosivo, como el mítico lago de Guatavita, o tectónico, como el lago de Tota, que con 55 kilómetros cuadrados y 60 metros de profundidad, es el más grande del país.

Los lagos y pantanos de los altiplanos de la Cordillera Oriental —Fúquene, Suesca, Cucunubá, Palacio y humedales de los alrededores de Bogotá— son los remanentes de sistemas lacustres que en el pasado cubrieron grandes extensiones, entre ellos el denominado lago Humboldt, que cubrió en el Pleistoceno toda la Sabana de Bogotá, con una superficie equivalente a la mitad de la del actual lago Titicaca en el Altiplano Boliviano, unos 4.300 kilómetros cuadrados. El lago Guamuez o de La Cocha, en el Nudo de los Pastos, es algo más pequeño —40 km2— pero más profundo —75 m— que el de Tota y su origen parece estar asociado a procesos tectónicos.

A pesar del acelerado proceso de deshielo de las últimas décadas, Los Andes colombianos cuentan todavía con algo más de 40 kilómetros cuadrados de glaciares, repartidos en cinco zonas sobre las cumbres más elevadas de las cordilleras Central y Oriental, pero, aunque no son permanentes, otras cumbres como los volcanes Cumbal, Chiles, Galeras, Sotará, Puracé, Pan de Azúcar y Cisne, en el sur del país, suelen presentar alguna cobertura de nieve por algún tiempo.

Pisos climaticos y cinturones de vegetacion natural

Los climas de montaña se caracterizan generalmente por una clara diferenciación a medida que se asciende, en aspectos como temperatura, radiación solar, humedad, precipitación, evapotranspiración y viento. Los Andes Septentrionales, situados en la región tropical, presentan un clima diario con cambios térmicos marcados, pero equilibrados entre el día y la noche, lo cual contrasta con las muy pequeñas diferencias en las temperaturas y radiaciones medias mensuales a lo largo del año. En lugar de una estacionalidad térmica, es característica la estacionalidad de las precipitaciones, por lo cual se suele denominar invierno a la temporada de lluvias y verano a la de sequía o temporada de menores precipitaciones.

En términos climáticos, la muralla de Los Andes separa tajantemente la fachada continental hacia el Pacífico, de la que recibe la influencia del Atlántico y las llanuras orientales de la Amazonia y Orinoquia. Los vientos alisios del occidente y del oriente, que provienen de diferentes masas de aire, soplan a través de los flancos exteriores de la cordillera, lo cual hace que la distribución espacial de la precipitación sea muy variable, con notorias diferencias de humedad entre los flancos de barlovento —lado de donde proviene el viento— y de sotavento —lado opuesto al que recibe el viento—. Esto, más la disminución de la temperatura a medida que aumenta la altitud, a razón de unos 0,5 °C por cada 100 metros, son los principales determinantes del clima y del tipo de cobertura de la vegetación en la región andina de Colombia.

La impresionante subdivisión vertical de Los Andes Septentrionales en zonas altitudinales según clima, vegetación y suelo fue documentada, por primera vez, en la obra pionera de Alexander von Humboldt “Naturgemälde” —Estampa de la naturaleza—, que plasma en una cartulina de 90 por 60 centímetros una sección transversal idealizada del volcán Chimborazo, desde el nivel del mar hasta su cumbre, con una gran profusión de anotaciones acerca de los gradientes atmosféricos —temperatura, nubosidad, humedad, viento, radiación solar—, edáficos —relativos al suelo— y de la distribución de plantas y animales en relación con la altitud.

El trabajo de Humboldt no solo evidenció la zonación altitudinal del clima y la vegetación en las montañas tropicales, sino que puso de manifiesto la gran complejidad de la naturaleza y cómo esta consiste en un entramado en el que todo está relacionado. No obstante, la diversidad ecológica de las zonas altitudinales en Los Andes Septentrionales suele simplificarse mediante una clasificación aplicada popularmente y conocida como pisos térmicos, basada en una sola variable, la temperatura:

– Tierra caliente, piso basal: entre 0 y 500 a 800 msnm, temperatura promedio anual mayor a 24 °C.

– Tierra templada, piso montano o bajoandino a subandino: entre 800 y 2.200 msnm, temperatura promedio anual entre 16 y 24 °C.

– Tierra fría, piso montano o subandino a altimontano o andino: entre 2.200 y 3.000 msnm, temperatura promedio anual entre 10 y 16 °C.

– Páramo, piso altoandino: entre 3.000 y 4.000 msnm, temperatura promedio anual entre 3 y 10 °C.

– Superpáramo o piso subnival: entre 4.000 y 4.800 msnm, temperatura promedio anual entre 0 y 3 °C.

– Piso nival o helado: más de 4.800 msnm, temperatura promedio anual menor a 0 °C.

De manera similar a la gran variedad de ambientes y zonas climáticas que se encuentran a lo largo y ancho de la cordillera, y en los distintos niveles altitudinales, la vegetación natural se caracteriza por su extraordinaria heterogeneidad y diversidad. Los cambios altitudinales crean gradientes en la fisiología y morfología de la plantas, lo cual es especialmente notorio en la alta montaña, donde esos factores siguen siendo propicios para la vegetación arbórea y arbustiva hasta altitudes que pueden superar los 3.500 msnm. Sin embargo, el aumento del estrés climático se refleja en el engrosamiento y la reducción del tamaño de las hojas y en el incremento de la cantidad de musgos y líquenes que recubren los troncos y ramas —epifitismo— a altitudes por encima de 2.000 msnm.

En los piedemontes y las laderas exteriores de Los Andes colombianos, dominan generalmente los bosques húmedos hasta el piso altimontano o andino —3.000-3.300 msnm—. Sus manifestaciones van desde bosques lluviosos perennifolios o selvas húmedas tropicales, en los que la vegetación no pierde el follaje en la estación seca, hasta bosques submontanos, montanos semiperennes y montanos nublados, con su característica abundancia de helechos y epífitas. En las laderas de las depresiones interandinas y en los valles y cañones transversales de las cordilleras, se encuentran versiones más secas de esos bosques: submontanos y montanos caducifolios que pierden sus hojas en la estación seca y matorrales con marcado carácter xerofítico, cuyas plantas están adaptadas a condiciones de escasez de agua, como puede apreciarse en los cañones de los ríos Patía, Chicamocha, Dagua y en ciertas zonas de la parte alta del valle del río Magdalena, como en el llamado “desierto” de La Tatacoa.

Por encima de los 3.000 a 3.300 msnm, dependiendo de la cordillera y de la respectiva vertiente, la vegetación arbórea gradualmente da paso al páramo, una especie de pradera de montaña dominada por pajonales, musgos y plantas que crecen en forma de roseta. Se distinguen dos niveles en este ambiente: el páramo bajo, subpáramo o páramo propiamente dicho, a altitudes que van de 3.000 a 4.000 msnm, y el páramo alto o superpáramo, de 4.000 a 4.500 msnm.

Como resultado de la interacción de procesos biofísicosa escalas continental, subregional y local, Los Andes conforman un complejo mosaico de ecosistemas terrestres que se desarrollan bajo regímenes bioclimáticos que van desde el xérico frío —caracterizado por condiciones secas y frías—, hasta el selvático húmedo y cálido. La mayor concentración de ecosistemas diferentes, a lo largo de la gran cordillera, se presenta en sus tramos central y norte, en la biorregión conocida como Los Andes Tropicales, que abarca unos 158 millones de hectáreas y comprende las secciones de la cordillera que atraviesan los territorios de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y pequeñas porciones del norte de Argentina.

Es precisamente esa biorregión, una de las 36 zonas terrestres del mundo que se denominan puntos calientes o hotspots de biodiversidad, en virtud de la inusitada cantidad de especies de fauna y flora que concentran, muchas de ellas endémicas, aunque sus ecosistemas naturales han desaparecido o han sido transformados en más del 70 % de su extensión original. A pesar de que los 36 puntos calientes cubren solo el 2,4 % de la superficie del planeta, contienen un número de especies desmesuradamente elevado, muchas de ellas amenazadas de extinción, por lo cual estas regiones se consideran prioritarias para la conservación de la biodiversidad global.

Los Andes colombianos tienen una participación de casi el 23% del área de Los Andes Tropicales, pero, en términos de la cantidad de especies y de ecosistemas, el aporte supera seguramente el 50%, ya que la variedad de climas, relieves y suelos en las tres cordilleras colombianas, se refleja en la existencia de un mosaico de ecosistemas tan complejo, que difícilmente se repite en otras regiones.

Origen y diversificación de la biota andina

En términos de la fauna y la flora, después de su separación de Gondwana, Suramérica evolucionó durante muchos millones de años en una condición de gran continente aislado, de manera semejante a Australia, cuyas especies de flora y fauna son ampliamente reconocidas por su singularidad. Sin embargo, con la formación definitiva del istmo centroamericano, hace menos de 5 millones de años, que estableció un puente biológico entre Norte y Suramérica, se produjo el dramático encuentro de 2 biotas que habían evolucionado independientemente en sus respectivas masas continentales. Así, muchos elementos del norte, en su mayoría de origen euroasiático —grandes felinos, osos, mastodontes, caballos, zorros, robles, alisios, entre otros— ingresaron a Suramérica. Como resultado de ello, buena parte de la fauna autóctona de Suramérica se extinguió, al igual que muchos de los animales invasores, como mastodontes, ciertos caballos y el tigre de dientes de sable. Con el tiempo, los sobrevivientes de ambas formas evolutivas se acoplaron y diversificaron, para constituir una nueva con su propia identidad.

Aunque todavía se desconocen detalles acerca de los orígenes de la diversidad biológica de Suramérica, no cabe duda de que su riqueza florística y faunística está en función del prolongado aislamiento del subcontinente respecto a otras masas continentales durante buena parte del Cenozoico —desde hace 65 millones de años, hasta hace menos de 5 millones de años—, del arribo de los invasores provenientes de Norteamérica y de la formación de la Cordillera de Los Andes. El levantamiento, relativamente reciente, de las cumbres más elevadas de esta, en el transcurso de los últimos 3 millones de años, fue particularmente importante para la rápida diversificación de la biota andina.

Varios estudios sobre la biogeografía andina coinciden en afirmar que la diversidad de la cordillera se debe fundamentalmente a la combinación de eventos geológicos —levantamiento de montañas, erupciones volcánicas, formación del istmo de Centroamérica— que impactaron la estructura de las comunidades de plantas y animales, con procesos ecológicos a nivel regional y local, y los cambios climáticos ocurridos en el transcurso de los últimos 5 millones de años. En particular, la alternancia de periodos glaciales —fríos y secos— e interglaciales —cálidos y húmedos— durante los últimos 2 millones de años, produjo repetidamente desplazamientos de las franjas climáticas hacia arriba y hacia abajo de las vertientes, lo que se traducía en expansiones y reducciones sucesivas de las áreas de páramos, bosques y zonas semidesérticas. Por lo tanto, se generaron cambios en el aislamiento y la conectividad de las poblaciones de plantas y animales, que fueron los mecanismos más eficaces para desencadenar la especiación o diversificación de la biota —especiación alopátrica o geográfica—.

La diversificación de la naturaleza andina ha sido particularmente rápida en los últimos 5 millones de años. La actual Cordillera Oriental colombiana era a comienzos del Plioceno —hace unos 5,1 millones de años— una cadena de montañas que no superaba los 1.000 msnm y los bosques que allí se desarrollaban estaban compuestos principalmente por especies típicas de zonas bajas, cálidas y húmedas, como palmeras de moriche, peralejos o nanches y ceibas, aunque en las zonas altas ya aparecían los primeros encenillos y el pino romerón, como pioneros de una serie de plantas originarias del sur del continente, que colonizaron las partes altas de Los Andes Tropicales a medida que estos adquirían alturas importantes.

Más tarde, al final del Plioceno —hace unos 2,4 millones de años—, la Cordillera Oriental ya tenía altitudes que superaban los 2.000 msnm, lo cual generaba condiciones climáticas apropiadas para el desarrollo de los primeros bosques montanos, con algunos elementos característicos de las franjas subandina y andina, como arrayanes, granizos y arbustos del género Symplocos o té de Bogotá. Por esa época aparecieron plantas herbáceas de origen austral-patagónico, propias del piso altimontano, que hoy son comunes en el subpáramo, como el ruibarbo gigante, la valeriana, los cojines de rosetas, el chite, el mortiño y los retorcidos arbustos del género Polylepis. Una vez formado el istmo centroamericano y a medida que Los Andes crecían en altura, su flora se fue enriqueciendo con elementos provenientes del norte, como el roble, los alisos, los sauces, los arándanos, el agraz y ciertos nogales.

En suma, la flora andina está compuesta por una mezcla de plantas cuyos géneros mayoritariamente se originaron en la región tropical de Suramérica —neotropical—, en la región austral del continente —Patagonia, Antártida— y en la región holártica —Norteamérica, Eurasia—. A medida que se asciende por las vertientes andinas aumenta el porcentaje de géneros vegetales de origen no tropical, de manera que en los páramos, más de la mitad de estos son de origen holártico o austral-antártico. Adicionalmente, existen algunas familias botánicas con amplia distribución geográfica alrededor del mundo —cosmopolitas— y unas cuantas cuyo origen puede ser del sureste asiático, como el roble negro y el tachuelo.

La variedad de climas también desempeña en la actualidad un papel fundamental a la hora de explicar la elevada diversidad biológica de la región andina. La riqueza de especies por unidad de área o diversidad alfa, aumenta a medida que se incrementa la pluviosidad, lo que contribuye a explicar la mayor cantidad de especies que se encuentra en las vertientes exteriores, predominantemente húmedas de Los Andes colombianos, como son la vertiente oriental de la Cordillera Oriental y la vertiente occidental de la Cordillera Occidental. La variación espacial de los climas también promueve el recambio o la sustitución de especies en distancias muy cortas —diversidad beta—, debido a la especialización de las plantas y los animales a condiciones edáficas y climáticas específicas. Es posible encontrar una variada flora de cactus y de otras plantas de ambientes xéricos en los cañones transversales secos de las cordilleras, como el del Chicamocha en la Cordillera Oriental, el del Dagua en la Occidental y el del Patía en el Nudo de los Pastos a tan solo unos cuantos kilómetros de selvas húmedas o bosques montanos nublados, donde prosperan los helechos arborescentes y los encenillos revestidos de musgos y otras epífitas.

Regionalización biogeográfica de Los Andes colombianos

Según las características particulares de conglomerados de especies, comunidades bióticas y condiciones ambientales, en Los Andes colombianos han sido reconocidas 8 ecorregiones, más que en cualquier otro país andino, pues se han detectado 7 en Bolivia y Perú, 5 en Venezuela, Chile y Argentina y 4 en Ecuador. Además, en cada una de ellas se presenta un gran número de ecosistemas y ecotonos —zonas de transición entre 2 o más ecosistemas— que propician la presencia de un sinnúmero de especies con ámbitos de distribución restringidos a determinados pisos altitudinales y relieves. Un estudio realizado en 2006 por el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt, reconoció 162 tipos de ecosistemas naturales en Los Andes colombianos, los cuales ocupan casi el 40% del área que abarcan las tres cordilleras; el otro 60% restante corresponde a ecosistemas transformados.

Recientemente, un trabajo mancomunado entre especialistas de Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela, coordinado por la Secretaría General de la Comunidad Andina de Naciones y que utilizó criterios principalmente bioclimáticos y de vegetación, logró discriminar 133 unidades naturales terrestres en Los Andes Tropicales, de las cuales 113 son estrictamente andinas y las 20 restantes corresponden a zonas de transición hacia las tierras bajas colindantes, como el Chocó Biogeográfico y la Amazonia. Obviamente, a estas unidades o ecosistemas terrestres hay que sumar una variada gama de sistemas lacustres y humedales. En Los Andes colombianos, que representan el 23% de la extensión de Los Andes Tropicales, se encuentran 22 de los 133 ecosistemas característicos de esa región, pero la contribución, en términos de riqueza de especies, es aún más significativa, principalmente en lo que respecta a la cantidad de orquídeas, bromelias, palmas, mariposas, aves, reptiles y anfibios que habitan sus bosques andinos y sus páramos.

De acuerdo con el esquema de regionalización biogeográfica de América Latina y el Caribe, propuesta en 2001 por el biólogo argentino Juan J. Morrone, solamente las zonas de Los Andes colombianos, situadas en los pisos altoandino y subnival, es decir por encima de 3.000 msnm, pertenecen a la región andina propiamente dicha, específicamente a la subregión Páramo-Puneña y a la provincia Páramo Norandino. Según dicho autor, la biota de los pisos andino, subandino y bajoandino, hacen parte de las provincias Cauca y Magdalena, que corresponden a la región neotropical.

Una clasificación biogeográfica más acorde con la diversidad climática, topográfica y ecosistémica de Colombia, fundamentada en un profundo conocimiento del territorio y en incontables observaciones por parte de muchos naturalistas, y basada en criterios paisajísticos, climáticos, fisionómicos de la vegetación y de componentes de la biota, es la que propusieron Jorge el Mono Hernández y colaboradores en 1992. En ella, se reconocen 9 provincias terrestres en todo el territorio colombiano, subdivididas en 98 distritos biogeográficos. De estos últimos, 45 se encuentran en la provincia Norandina, lo cual refleja la complejidad y diversidad ecosistémica y biológica de Los Andes colombianos.

Debido a la deforestación y transformación de ecosistemas y paisajes en los valles y vertientes de las tres cordilleras colombianas, la extensión y forma originales de los distritos biogeográficos son difíciles de precisar en la actualidad. Es así como muchas áreas de las cordilleras, que hasta hace pocas décadas mantenían una cobertura boscosa importante, han sido convertidas en potreros para ganadería o en áreas de cultivo, incluso en laderas de pendientes muy pronunciadas. No obstante, algunos distritos todavía mantienen buena parte de su cobertura vegetal original o han sido poco intervenidos por las actividades humanas, como es el caso del enclave subxerofítico seco del Distrito Cañón del Chicamocha, de los páramos del Distrito Frontino en el norte de la Cordillera Occidental y del Distrito Bosques Subandinos Quindío-Antioquia, en la Cordillera Central, con sus exuberantes bosques nublados dominados por la emblemática palma de cera.

Ecosistemas de alta montaña

Los ecosistemas de alta montaña en Los Andes colombianos corresponden al espacio geográfico ubicado por encima de los 2.700 msnm en los pisos altimontano o andino, altoandino y subnival. Por lo general, en términos bioclimáticos y de vegetación, en esta franja se presentan hasta 5 unidades más o menos diferenciables, de acuerdo con la fisionomía y composición de la vegetación, lo pronunciado del gradiente altitudinal y las condiciones edáficas y de humedad.

El modelado del terreno en la alta montaña andina es generalmente una herencia de la acción erosiva y de acarreo de materiales que ejercieron antiguos glaciares durante las glaciaciones del Pleistoceno y que siguen ejerciendo los pocos remanentes actuales de ellos. Circos glaciares que rodean las altas cumbres, valles excavados en forma de U, morrenas, depósitos de bloques y conjuntos secuenciales de cuerpos de agua dispuestos en fila a lo largo de los valles, dan testimonio de un pasado gélido no muy lejano y del retroceso de los glaciares. Ese paisaje glaciar heredado, tan característico de la alta montaña de la Cordillera Oriental, se combina con el propio de la actividad volcánica en la Cordillera Central y el Macizo Colombiano, donde hay conos volcánicos, cráteres activos, inactivos e inundados, domos, depósitos de piroclastos y flujos de lava petrificados.

Al final de la última glaciación, hace unos 12 mil a 10 mil años, el clima se fue tornando más cálido y lluvioso, y hace 6.000 años se dio inicio al periodo interglacial actual. Desde entonces, en las superficies abandonadas por los glaciares, los componentes de la flora y la fauna de la alta montaña fueron consolidando comunidades diferenciadas que han adquirido una identidad propia, según la franja altitudinal en la que se desarrollan: subpáramo o zona de transición entre los bosques altimontanos y el páramo, el páramo propiamente dicho y el superpáramo.

Exceptuando un período relativamente corto, entre 1650 y 1850 de nuestra era, denominado la Pequeña edad del hielo, la cobertura de los glaciares ha ido disminuyendo de forma generalizada, no solo en Los Andes sino en todo el mundo, proceso que se ha visto exacerbado en las últimas décadas debido al calentamiento global. En Colombia persisten 6 masas glaciares —5 en la región andina y una en la Sierra Nevada de Santa Marta—, las cuales en 2010 mantenían una cobertura de 45,3 kilómetros cuadrados, lo que representa el 0,17% de la superficie de glaciares de toda la Cordillera de Los Andes. De las 5 masas de hielo de Los Andes colombianos, 4 se encuentran rodeando conos volcánicos en la Cordillera Central; la otra corresponde a la cadena de picos de la Sierra Nevada del Cocuy, Güicán y Chita en la Cordillera Oriental.

En el piso subnival, entre 4.000 y 4.800 msnm, que corresponde al intersticio abandonado por los glaciares hace menos de 1.000 años, se han identificado 69 comunidades vegetales distintas que se agrupan bajo el término genérico de superpáramo. Por lo general, estas comunidades están dominadas por líquenes, musgos, plantas con forma de cojín y herbáceas que crecen de manera más o menos dispersa sobre un sustrato inestable areno-pedregoso. Entre ellas, se destacan las árnicas o senecios, con follajes blanco plateado y vistosas flores, el lítamo real, los licopodios o gatiadera y algunas especies rastreras del género Lupinus. En respuesta a las difíciles condiciones ambientales reinantes —suelos pobres e inestables, heladas, amplias fluctuaciones de temperatura y alta radiación ultravioleta—, estas plantas presentan adaptaciones singulares, entre las que se incluyen hojas gruesas dispuestas en roseta, usualmente cubiertas de pelos o revestidas con resinas.

En la zona media del piso altoandino, aproximadamente entre los 3.300 y los 4.000 msnm, que corresponde al páramo propiamente dicho, se han identificado alrededor de 146 comunidades vegetales, en su mayoría dominadas por varias especies de gramíneas que crecen en forma de macolla y forman extensos pajonales, y por frailejones y plantas en forma de cojín. Son precisamente los pajonales-frailejonales los que definen en gran parte el aspecto característico de los páramos. En la Cordillera Oriental, que cuenta con la mayor superficie de páramos en Colombia, los pajonales suelen entremezclarse con chuscales.

La interfase entre los pisos andino y altoandino corresponde al subpáramo, también conocido como páramo bajo. El límite inferior de esta franja de la alta montaña es bien identificable en la Cordillera Oriental, generalmente entre los 3.000 y 3.400 msnm, mas no así en las cordilleras Central y Occidental. Se trata en realidad de una zona de transición entre el bosque andino y el páramo propiamente dicho, caracterizada por la presencia de muchos arbustos y árboles bajos, entremezclados con frailejones y otros elementos propios del páramo. En las cordilleras Central y Occidental, debido a factores de relieve y humedad, el límite inferior del subpáramo suele situarse a mayor altitud, aproximadamente entre los 3.400 y los 3.700 msnm. En muchos casos, la deforestación del bosque altoandino, los incendios forestales, la adaptación de terrenos para el cultivo de papa y el establecimiento de potreros para la ganadería, han provocado que la vegetación propia del subpáramo se desplace hacia abajo.

En los subpáramos colombianos se han identificado 112 comunidades vegetales, algunas dominadas por arbustos como el rodamonte, el romero de páramo y el coloradito, algunas por chusques o bambúes y otras por matorrales de uva camarona o paramuna, mortiño o agraz, reventadera y helechos arborescentes de tallo corto, a veces entremezclados con puyas, y ciertas especies de frailejones como Espeletiopsis corymbosa en los páramos circundantes de Bogotá; Espeletia uribei en el páramo de Chingaza y Espeletia hartwegiana en algunos páramos de la Cordillera Central.

Puesto que los páramos y las zonas de alta montaña andinas han permanecido aislados durante la mayor parte de su historia y están separados entre sí por grandes distancias, como las que hay entre una cordillera y otra, una gran proporción de la biota que los habita es endémica. Se estima que alrededor del 60% de las especies de la flora paramuna es endémica de la alta montaña andina. Es así como prácticamente en cada uno de los páramos colombianos hay una o más especies endémicas de frailejones de los géneros Espeletia o Espeletiopsis, las cuales no se encuentran en ningún otro páramo del país.

Selvas y bosques andinos

Los bosques montanos de Los Andes Tropicales o bosques andinos se extienden a lo largo de las vertientes andinas de Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela. En Colombia, estas formaciones también se desarrollan en la Sierra Nevada de Santa Marta y en las zonas elevadas de las serranías que conforman el sistema orográfico periférico. Aunque la extensión potencial de los bosques montanos en Colombia asciende a casi 185.000 hectáreas, actualmente ocupan una superficie que no llega a las 50.000, de las cuales, el 90% se distribuye en las tres cordilleras.

La nomenclatura y los criterios utilizados para la clasificación de los bosques montanos pueden variar considerablemente, pero la más empleada es la que propuso en 1958 el botánico español José Cuatrecasas para las formaciones vegetales de Colombia. Según esta, pueden diferenciarse 3 unidades boscosas en función de los pisos altitudinales bioclimáticos: selva neotropical inferior o selva tropical de tierras bajas, selva subandina y selva andina —los términos selva y bosque pueden usarse indistintamente—. En las partes bajas de los piedemontes cordilleranos, como es el caso de las selvas húmedas de la vertiente del Pacífico de la Cordillera Occidental y de la vertiente amazónica de la Cordillera Oriental, la selva tropical de tierras bajas se extiende hacia arriba por las laderas hasta 1.000 - 1.200 msnm y hace una transición gradual hacia la selva subandina. Actualmente ocupa el 10% de la superficie total de Los Andes colombianos y la selva o bosque andino el 2,9%.

Así como ocurre entre el bosque andino y el subpáramo, y entre el subpáramo y el páramo, el límite altitudinal entre las selvas o bosques subandinos y andinos es variable según las vertientes cordilleranas, con diferencias de hasta 500 metros en una misma cordillera. Así, en la vertiente oriental húmeda de la Cordillera Oriental, el límite entre ambos tipos de bosque se encuentra entre 2.600 y 2.700 msnm, mientras que, en el flanco occidental, mucho menos húmedo, se ubica a 2.300 msnm. Entre los 1.800 y 2.200 msnm del bosque subandino y entre los 2.800 y 3.000 del bosque andino, frecuentemente se presenta una densa neblina, por lo que usualmente este tipo de formación se conoce como bosque nublado o de niebla.

A medida que se asciende de la selva de tierras bajas al límite superior de la selva andina, se aprecian cambios en la fisionomía de la vegetación: la altura del dosel del bosque se reduce y también lo hace el tamaño de las hojas, pero aumenta el grosor de estas y la densidad de árboles. Además, las lianas o bejucos, tan abundantes en la selva de tierras bajas, se vuelven raras en el bosque subandino y desaparecen casi por completo en el bosque andino. En cambio, las epífitas vasculares —bromelias o quiches, helechos y orquídeas— son más abundantes en la selva subandina, mientras que los musgos epífitos lo son en el bosque andino. Especialmente en los bosques andinos de niebla, cada árbol es un cosmos botánico con decenas de epífitas asociadas, en su mayoría dedicadas a atrapar las diminutas gotas de agua que en forma de neblina empapa toda la vegetación, escurre por ramas y troncos y alimenta el caudal de multitud de arroyos que se descuelgan hacia los valles y las planicies de las partes bajas.

En las selvas tropicales de tierras bajas predominan especies arbóreas de la familia de los higuerones o cauchos y de los guamos y chochos, mientras que en el bosque subandino abundan los sietecueros, los aguacates, los clavos o azucenos y el cafeto. Las dos últimas son remplazadas gradualmente en el bosque andino por las familias del chilco y del mortiño.

Entre las especies vegetales más emblemáticas de los bosques andinos colombianos se encuentran las palmas de cera y árboles como el raque, los alisos, los encenillos y los pinos colombianos de la familia Podocarpaceae, además de los helechos palma o arborescentes de los géneros Cyathea y Dicksonia.

Fuera de las densas e impenetrables selvas subandinas y andinas, conformadas por muchas especies arbóreas, en algunas zonas subhúmedas de las vertientes cordilleranas internas que miran hacia los valles de los ríos Magdalena y Cauca, existen bosques más homogéneos constituidos mayoritariamente por una u otra de las únicas 2 especies de roble presentes en Colombia. Del roble negro, endémico de Colombia, existen aún pequeños rodales en el piso subandino, entre 1.350 y 2.200 msnm, principalmente en los departamentos del Huila, Valle del Cauca, Boyacá, Antioquia y Santander. Por su parte, el roble blanco o de Humboldt conforma 2 tipos de robledal, uno en asociación con cariseco o manzano de monte en la franja subandina, por debajo de 2.400 msnm y en sectores con pluviosidad superior a 2.000 mm anuales y otro con cucharo blanco en la franja andina, entre 2.400 y 2.750 msnm, donde las precipitaciones anuales no sobrepasan los 2.000 mm.

Enclaves secos

En ciertas áreas de los pisos basimontano y subandino, por debajo de 1.800 msnm, en los valles interandinos y en algunos tramos de los valles o cañones dispuestos transversalmente al eje principal de las tres cordilleras, debido a las condiciones del relieve, se presenta un sector con escasas precipitaciones en el lado protegido del viento o de sotavento, conocido como sombra orográfica o sombra de lluvia.

El cañón del río Chicamocha, el valle del Táchira y las inmediaciones de Cúcuta, en la Cordillera Oriental; los cañones de los ríos Guáitara, Patía y Juanambú, en el Nudo de los Pastos; el cañón del río Dagua, en la Cordillera Occidental; el cañón del río Cauca, en Antioquia y algunos sectores del valle del río Magdalena, reciben precipitaciones insuficientes para el desarrollo de la selva subandina. En su lugar, se desarrollan matorrales espinosos arbustivos con algunas cactáceas, fique y agaves, o bien bosques secos caducifolios, ya que solo una parte de los elementos arbóreos logra mantener un follaje verde durante todo el año. La vegetación predominante en estos últimos consiste generalmente en árboles de pequeño porte, arbustos achaparrados de hojas rígidas y espinosas, cactus rastreros y columnares y algunas herbáceas que se secan en verano. Entre los árboles representativos se destacan el trupillo, la bija, la caraña o palosanto, el resbalamono y las ceibas de la familia Bombacaceae.

También en el piso andino de la Cordillera Oriental se encuentran zonas con precipitaciones anuales menores a 1.000 mm, particularmente en el altiplano cundiboyacense en el suroeste de la Sabana de Bogotá, en el extremo sur del valle de Ubaté, en Sutamarchán, Villa de Leyva, Ramiriquí y en los alrededores de Paipa. La vegetación original en estos enclaves secos andinos, transformada en gran medida, consistía en arbustales de hayuelo, espino y salvia con tunas o cactus, fique y agaves.

Humedales y sistemas lacustres

De manera genérica, los humedales son zonas de la superficie terrestre que, reguladas por factores climáticos, están temporal o permanentemente inundadas y en constante interrelación con los seres vivos que las habitan.

La región andina sustenta la mayor variedad de humedales o ambientes dulceacuícola de Colombia. Tal variedad responde a la combinación de una serie de factores ecológicos y ambientales, que a su vez dependen de la altitud. Por lo tanto, al igual que con los tipos de vegetación natural, es conveniente diferenciar los tipos de humedales según los pisos bioclimáticos altitudinales.

Los principales humedales en la alta montaña —pisos altoandino y subnival— son de 3 tipos: lagos —cuerpos permanentes de agua depositada en las depresiones de un terreno—, turberas o bofedales y cuerpos de agua formados por fuentes termales o por antiguos cráteres volcánicos inundados con aguas ricas en minerales. De los primeros, erróneamente llamados lagunas, en Colombia existen no menos de 1.000 en la alta montaña de las tres cordilleras, la gran mayoría de origen glaciar, de dimensiones reducidas y localizados mayoritariamente en los páramos del Nudo de los Pastos y de la Cordillera Oriental. Los lagos altoandinos de mayor tamaño en Colombia son: Tota en Boyacá, Guamuez y Cumbal, en Nariño, Otún en Risaralda y Chisacá en Cundinamarca. Las turberas o bofedales son terrenos del páramo saturados de agua y cubiertos de vegetación, especialmente musgos del género Sphagnum. Fueron antiguos lagos que se han colmatado con sedimentos y restos vegetales, que se descomponen muy lentamente por las bajas temperaturas y la ausencia de oxígeno y dan lugar a una gruesa capa de materia orgánica o turba.

En el piso andino, los humedales naturales principales son los lagos, que pueden ser de origen tectónico, haberse formado por disolución de sales o de rocas calcáreas —origen kárstico— o por ríos que inundan permanentemente depresiones del terreno. Este último tipo de lagos corresponde precisamente a los cuerpos de agua conocidos como ciénagas, aunque en este caso se sitúan en altiplanos y no en planicies de tierras bajas. De origen tectónico son los lagos de Tota en Boyacá y Guamuez o de la Cocha en Nariño, primero y segundo respectivamente, en tamaño, entre los lagos andinos de Colombia. El mítico lago de Guatavita en Cundinamarca se originó presuntamente por disolución de un domo salino y las mal llamadas lagunas del altiplano cundiboyacense, como Fúquene, Suesca, Palacio, Cucunubá y la Herrera, son técnicamente ciénagas. Los humedales de la Sabana de Bogotá, algunos de ellos conocidos como chucuas —del chibcha “lugar de agua”—, son remanentes en proceso de colmatación de antiguas ciénagas o lagos, como el antiguo lago Humboldt que ocupó en el Pleistoceno gran parte de la Sabana de Bogotá.

En el piso subandino, dada la escasez de terrenos planos, la presencia de humedales y lagos se limita a unos pocos cuerpos de agua formados en algunas concavidades del terreno de las laderas de la Cordillera Oriental, como las lagunas de Pedropalo, Tabacal, Ubaque y Verde de Ubalá, en Cundinamarca.

Los humedales y sistemas lacustres andinos tienen gran importancia para la biodiversidad de la región. Estos sistemas, con la variedad de plantas acuáticas que los colonizan —juncales, totorales, plantas sumergidas y flotantes—, brindan hábitats especiales para gran cantidad de especies acuáticas de fauna, muchas de ellas endémicas, que incluyen peces, anfibios y aves. Para algunas aves migratorias, los humedales andinos representan zonas transitorias de descanso y para otras son lugares de refugio donde encuentran abundante alimento, antes de emprender su viaje de regreso hacia Norteamérica.

Diversidad de flora y fauna

La región andina colombiana representa el 27% del territorio, pero es la que concentra la mayor diversidad de especies. Tan solo en plantas se han contabilizado cerca de 11.500 fanerógamas —plantas con flores—, 1.050 helechos, 914 musgos, 756 hepáticas y 1.396 líquenes, lo que en conjunto representa el 43% de la flora del país y alrededor del 35% de la del hotspot de Los Andes Tropicales.

La mayor diversidad de plantas se encuentra en el piso subandino, con unas 2.650 especies, seguido por el andino, con alrededor de 2.400 y por el altoandino, con 2.020. Contrario a lo esperado, en la franja basimontana, por debajo de 1.000 msnm, la diversidad es la más reducida de la región andina, con unas 1.955 especies.

En términos generales, en todo el intervalo altitudinal andino con presencia de plantas vasculares, entre 500 y 4.700 msnm, las familias más diversas en especies son, en su orden, las margaritas y frailejones —Asteraceae—, ciertos helechos, las orquídeas, el cafeto —Rubiaceae— y los sietecueros —Melastomataceae—. Sin embargo, por debajo de los 1.000 msnm, son las leguminosas la familia más rica en especies, seguida de las rubiáceas y las melastomatáceas, mientras que en el piso subandino cobran mayor importancia los helechos, las orquídeas y la familia de los aguacates. Las asteráceas se convierten en el grupo másabundante en el piso andino, seguido por las orquídeas y los helechos, pero las familias de los mortiños —Ericaceae— y la de los sietecueros son también importantes. Finalmente, en los pisos altoantino y subnival, donde se han contabilizado 160 familias, 500 géneros y más de 2.000 especies de plantas vasculares, las asteráceas son claramente la familia más diversa, con un total, para este piso térmico, de 380 especies, seguida por la de los helechos polipodiáceos y la de las orquídeas.

En relación con la fauna, de al menos 4 de los 5 grupos de invertebrados, es también la región andina la que alberga la mayor riqueza de especies en Colombia. De las 463 especies de mamíferos registradas, 329 se encuentran allí, lo que corresponde al 71% del país y al 57% del hotspot de Los Andes Tropicales. Como suele ser la norma en las regiones tropicales, la mayoría de los mamíferos son roedores y murciélagos; los primeros se encuentran prácticamente en todos los hábitats de Los Andes, mientras que la riqueza de los segundos disminuye rápidamente con la altitud y solo unas pocas especies se encuentran en los páramos. Los mamíferos andinos de mayor tamaño, como la danta de páramo y el oso de anteojos, son remanentes de una comunidad de megafauna mucho más diversa, que se extinguió con la llegada de los humanos al continente. Otros mamíferos importantes son el puma, los tigrillos, los venados de los géneros Odocoileus, Mazama, y Pudu, los cusumbos y las zarigüeyas o faras del género Didelphis.

Se ha documentado la presencia de 974 especies de aves, lo que representa el 52% de la avifauna del país y el 56% de la de Los Andes Tropicales. Las familias de los colibríes, de los atrapamoscas o tiránidos y de las tángaras son muy diversas en especies. El ave emblemática de Los Andes, el cóndor, estuvo prácticamente al borde de la extinción, pero gracias a las campañas intensivas de reintroducción en algunas áreas protegidas altoandinas, se pueden observar nuevamente surcando los aires.

En la región andina colombiana, se han registrado 274 especies de reptiles, en su gran mayoría serpientes y pequeños lagartos, cifra que equivale al 54% de las conocidas en el país y al 44% de las del hotspot de Los Andes Tropicales. La mayor cantidad se concentra en los pisos basimontano y subandino, y una gran proporción de las que viven en los pisos andino y altoandino son endémicas de áreas pequeñas. Particularmente diverso en los bosques nublados es el género de lagartos Anolis.

De las 701 especies de anfibios registradas en Colombia, 484 se encuentran en la región andina, lo que corresponde al 69% del país y al 50% de Los Andes Tropicales. Como los reptiles, este grupo es más diverso en las tierras bajas que en las altas. En Los Andes, la fauna de anfibios se limita en gran medida a las ranas y los sapos. Entre los anfibios más característicos se encuentran las ranas marsupiales del género Gastrotheca, cuyas hembras cargan los huevos sobre sus espaldas en el interior de bolsas. Los sapos arlequín del género Atelopus y las ranas venenosas de la familia Dendrobatidae, a pesar de su tamaño reducido, sobresalen en los bosques de niebla, gracias a los vivos colores que ostentan.

Colombia es uno de los países con mayor diversidad de peces de agua dulce en el mundo, con 1.497 especies registradas. De estas, 180 se encuentran en los ríos, quebradas y sistemas lacustres de la región andina, es decir el 12%, una proporción relativamente pequeña en comparación con la llamativa diversidad de peces presente en los drenajes de tierras bajas en la Orinoquia y la Amazonia. Con respecto a Los Andes Tropicales, Colombia aporta el 48% de la diversidad específica de su ictiofauna. Por lo general, la cantidad de especies disminuye rápidamente con la altitud, aunque en tal sentido hay algunas excepciones, como es el caso del valle alto del río Cauca, en donde, por encima de los 1.000 msnm, se encuentran más de 50 especies, 15 de ellas endémicas. En los cuerpos de agua, ríos y arroyos de las franjas subandina y andina predominan las familias de pequeños bagres Trichomycteridae o capitanes y Astroblepidae, muchas de ellas endémicas, como el capitán de la Sabana de Bogotá y el capitán enano. Una de las especies de este grupo que habitaba a mayor altitud, el pez graso de Tota, se extinguió a mediados del siglo pasado, presumiblemente debido a la introducción de la trucha arcoíris.

La fauna de insectos de la región andina es más bien discreta en comparación con la de los bosques de tierras bajas, pero las selvas del piso basimontano todavía albergan una riqueza notable de especies. En los bosques subandinos y andinos se presenta una entomofauna con muchos insectos vistosos y de distribución restringida, especialmente de mariposas de las familias Papilionidae, Pieridae y Nymphalidae. En estos bosques, son particularmente abundantes las arañas y, ocultos bajo rocas, se pueden encontrar algunos alacranes del género Tityus. Bajo la hojarasca de las selvas subandinas y dentro de las rosetas de las bromeliáceas, habita una rica fauna de invertebrados que incluye arañas, colémbolos, escarabajos, milpiés y ciempiés, entre otros. En lo profundo del suelo habitan las lombrices, entre las que se destacan las especies gigantes de la familia Glossoscolecidae, que pueden medir más de 50 centímetros de longitud. En el suelo y sobre el follaje de las plantas del sotobosque de la selva de tierras bajas y subandina no son raros los caracoles de la familia Bulimulidae.

Importancia de los ecosistemas y la biodiversidad

Los ecosistemas de Los Andes han sustentado asentamientos humanos durante los últimos 13.000 años y, desde hace aproximadamente 2.500, surgieron importantes civilizaciones que alcanzaron formas avanzadas de organización social y política, entre ellas las Chavín, Tiwanaku, Cañari, Inca, San Agustín y Muisca. Estas culturas domesticaron numerosas especies y convirtieron esta región en uno de los 12 mayores centros de origen de plantas cultivadas para alimentación, medicina e industria en el mundo.

Los servicios ecosistémicos se definen como los beneficios que las personas obtienen de los ecosistemas, incluida la biodiversidad, y pueden dividirse en 4 categorías: servicios de aprovisionamiento —agua, alimento, madera y fibras—, servicios de regulación —normalización climática, control de inundaciones y otros—, servicios de apoyo —formación del suelo y reciclaje de nutrientes— y servicios culturales —recreativos y valores espirituales—.

La región andina de Colombia cuenta actualmente con una población cercana a los 30 millones; esto la convierte en la más poblada y económicamente más activa del país, lo que depende en gran medida de los bienes y servicios que generan los ecosistemas de la región. Numerosas ciudades, incluyendo 5 de ellas con poblaciones que superan los 500.000 habitantes, se encuentran en Los Andes colombianos: Bogotá, Medellín, Cali, Ibagué y Bucaramanga.

El agua es el servicio de aprovisionamiento más importante y abundante, pues se necesita para el consumo y la producción de energía. Los cursos de agua que se originan en los páramos y bosques montanos abastecen las poblaciones de la región y la densa red de drenajes situada aguas abajo. Los ríos andinos proporcionan la mayor parte del agua de irrigación para las tierras de cultivo y para las plantas hidroeléctricas que generan la mayor parte de la electricidad que se consume en Colombia. El control del flujo de agua es un valioso servicio de regulación y tanto los bosques montanos como los humedades andinos actúan regulando la escorrentía procedente de las lluvias y suministrando agua, incluso en las épocas de precipitaciones escasas.

Otros servicios de aprovisionamiento, extraídos de los ecosistemas naturales son los alimentos como frutas, semillas, fibras, leña, madera, plantas medicinales. Los bosques andinos y subandinos albergan variedades silvestres de muchas plantas de cultivo que presentan una diversidad genética, que permite obtener nuevas variedades.

Los ecosistemas andinos almacenan cantidades significativas de carbono, hasta 250 toneladas métricas por hectárea en las selvas de tierras bajas, lo que contribuye a amortiguar el cambio climático. Los bosques andinos y subandinos ayudan a retener el suelo, colaborando en el mantenimiento de su fertilidad para la agricultura y previniendo los deslizamientos en laderas escarpadas durante las épocas de lluvias. Estos bosques también ayudan a la regulación del clima, mediante su participación en el ciclo del agua —interceptación de neblina, condensación y retención de escorrentía— y limitan el calentamiento del aire por la radiación solar.

Entre los servicios de apoyo se destacan la polinización de cultivos y la formación de suelos. Los polinizadores nativos son esenciales para cultivos andinos como el café, la papa, el tomate, el lulo, el tomate de árbol, la curuba y la granadilla, entre otros.

Los servicios culturales son suministrados por la variedad de paisajes y la extraordinaria biodiversidad de la región andina. El valor escénico y la diversidad de aves, orquídeas y otros grupos de fauna y flora sustentan una próspera y creciente industria ecoturística.

El complejo y variado relieve de la Cordillera de Los Andes es producto de un conjunto de fenómenos tectónicos, volcánicos, climáticos e hidrológicos acaecidos a lo largo de varios millones de años, y la biodiversidad andina, compuesta por infinidad de ecosistemas y comunidades de seres vivos, es el resultado de múltiples y complejos procesos de adaptación, especiación, extinción, dispersión, confinamiento, segregación espacial, competencia, depredación y simbiosis, entre otros. Tales procesos ocurrieron tanto en las poblaciones de fauna y flora originarias de Suramérica, como en las que arribaron al subcontinente después de que este se separó de Gondwana, hace más de 120 millones de años

La especie humana llegó relativamente tarde a este escenario, hace unos 12.000 años —en el Pleistoceno tardío—, apenas 2.000 años después de haber arribado a Suramérica. Grupos de cazadores-recolectores colonizaron la cordillera andina desde muy temprano y llegaron incluso a los parajes remotos y semidesérticos situados a más de 4.000 msnm, alrededor del lago Titicaca, lo que demuestra la gran capacidad de adaptación genética, fisiológica y cultural de esta especie. Esta destreza les permitió asentarse a todo lo largo de la gran cordillera, en ambientes generosos pero poco confortables, donde aprendieron a sacar provecho de las plantas, los animales y minerales que iban descubriendo, y, con el tiempo, miles de manos transformaron las agrestes tierras en ciudades y campos cultivados. Al cabo de un prolongado proceso, se forjaron culturas con una cosmovisión particular, basada en el diálogo permanente y armónico con la Pachamama —Madre Tierra en lengua quechua—, que el filósofo suizo Josef Estermann denominó Pachasofía.

La ocupación y el uso de los territorios andinos en tiempos precolombinos no deterioraron significativamente los ecosistemas naturales. Fue después de la colonización europea del siglo XVI cuando se produjeron cambios en los modelos de asentamiento y de uso del suelo, los cuales, sumados a la industrialización y a la vertiginosa expansión de la población en el último siglo, han producido transformaciones considerables en la naturaleza andina, hasta el punto de que la capacidad de numerosos ambientes para prestar algunos de los servicios más valiosos —provisión de agua y madera, regulación hídrica, regulación de escorrentía, polinización, entre otros— se ha visto severamente afectada.

En su región andina, Colombia ha experimentado el mayor grado de intervención humana. Casi el 70% de su población vive allí y 2 terceras partes de su superficie sufren el impacto derivado de sus actividades, hasta el punto de que varios ecosistemas están seriamente amenazados. Entre las principales causas de pérdida de la biodiversidad se encuentran la deforestación y la erosión, asociadas con la expansión de la frontera agrícola.

Poblamiento de Los Andes y culturas prehispánicas

A pesar de que la topografía agreste, las inclemencias del clima y los efectos fisiológicos de la altitud dificultaron a los primeros pobladores del subcontinente su asentamiento permanente en las montañas de Los Andes, hace más de 12.000 años grupos de cazadores ya deambulaban por altitudes superiores a 4.300 msnm, como lo demuestran los hallazgos arqueológicos recientes de Pucuncho, en Arequipa, Perú. Es posible que esas montañas fueran para ellos lugares sagrados, plagados de fuerzas sobrenaturales, donde confluían lo terrenal y lo divino, un aspecto que más tarde influyó en la cosmovisión de casi todos los pueblos andinos.

Antes del arribo de los conquistadores españoles en el siglo XVI, fueron muchas las culturas que se desarrollaron a lo largo y ancho de la gran cordillera: desde la Atacameña, conformada por grupos seminómadas que ocuparon la meseta árida de Los Andes chilenos hace alrededor de 10.000 años, hasta las culturas pre-incaicas y la Inca, nacida en el valle de Cuzco en el siglo XII y convertida en imperio en el siglo XIII.

La civilización Inca fue una de las que alcanzó mayor desarrollo material y cultural en la América prehispánica. A través de su expansión geográfica e incorporación de numerosos grupos con sistemas sociales y culturales diversos, el imperio Inca o Tahuantinsuyo logró establecer una organización estatal con complejas y refinadas estructuras, lo cual le permitió gobernar una población estimada de 10 millones de personas distribuidas a lo largo de Los Andes centrales y septentrionales, desde el norte de Argentina y Chile hasta el sur de Colombia.

Como resultado de siglos y siglos de adaptación y aprendizaje, los habitantes andinos prehispánicos domesticaron no menos de 70 especies vegetales —variedades de papa, maíz, camote o batata, habas, ajíes, algodón, tomate, maní, coca y quinua, entre otros— y varios mamíferos —llama, alpaca, vicuña, curí, cuy o cobaya—. Además, adquirieron importantes destrezas para cultivar la tierra, tanto en los altiplanos como en las laderas de la cordillera, incluso en zonas con escasez de agua, fuerte pendiente o suelos encharcados, mediante la construcción de andenes o terrazas agrícolas y diques o jarillones y el perfeccionamiento de técnicas de siembra y regadío. Gracias a la diversa topografía, los incas y otros pueblos precolombinos sacaron provecho de las oportunidades y recursos que ofrecían los distintos pisos altitudinales y, al establecer rutas de intercambio comercial con culturas asentadas en la costa y en la llanura amazónica, obtuvieron sal, conchas y productos agrícolas de las tierras bajas.

El sur de Los Andes colombianos —altiplano nariñense, valle de Sibundoy— hizo parte de la provincia Chinchasuyu, la más septentrional del Imperio Inca al final de la época de su mayor expansión y esplendor —entre 1493 y 1525—. Sin embargo, mucho antes, entre los siglos VI y XII de nuestra era, fue la de San Agustín la cultura precolombina que alcanzó mayor desarrollo en el actual territorio de Colombia, a juzgar por su extraordinario legado arqueológico. Esta civilización agrupaba un conjunto de asentamientos que ocuparon las estribaciones del Macizo Colombiano.

La compleja orografía de Los Andes colombianos, con su variada oferta de climas, jugó un papel decisivo en el patrón de asentamiento y posterior expansión de diversas culturas precolombinas. Los cultivos de maíz y papa impulsaron el poblamiento en los altiplanos, que ofrecían temperaturas adecuadas, suelos fértiles y fuentes de agua. Fue precisamente en las ricas y extensas altiplanicies de la Cordillera Oriental donde florecieron los muiscas, una confederación de pueblos y cacicazgos que los españoles a su arribo reconocieron como uno de los grupos más numerosos y civilizados de los que habían encontrado hasta entonces en Suramérica. La excelente oferta hídrica y la fertilidad de la tierra, sumadas a una notable organización de las actividades agrícolas y al intercambio comercial con pueblos de las tierras bajas, permitieron el abastecimiento de una población de aproximadamente 1.500.000 personas a mediados del siglo XVI, con centros religiosos y un desarrollo importante a lo largo del eje Bogotá-Tunja-Sogamoso.

Aunque la ocupación y el uso de los territorios andinos de Colombia fueron intensivos en tiempos precolombinos, en algunas áreas —parte alta y media del valle del río Magdalena, altiplanos nariñense y cundiboyacense, entre otros—, la magnitud del impacto de sus intervenciones sobre el paisaje, no deterioró significativamente la estabilidad y diversidad de los ecosistemas naturales, ni la conectividad entre estos.

De la naturaleza indómita a los paisajes transformados por el hombre

La mayoría de antropólogos y arqueólogos coinciden en afirmar que, a comienzos del siglo XVI cuando arribaron los conquistadores europeos, el territorio que hoy es Colombia estaba poblado por alrededor de 5 millones de habitantes. De estos, se estima que 3 millones se asentaban en los valles interandinos y en las tierras altas de Los Andes, principalmente en los actuales departamentos de Nariño, Cauca, Cundinamarca, Boyacá, Santander y Antioquia. Asimismo, parece probable que la mayor densidad poblacional se encontraba en la franja altitudinal comprendida entre 2.300 y 3.000 msnm. Diversas evidencias arqueológicas sugieren que la ocupación de la región andina fue relativamente elevada y permanente, al menos durante los 1.500 años que antecedieron a la conquista, lo cual indica un prolongado proceso de transformación de ecosistemas y paisajes.

Ya bien entrado el siglo XVI, el uso del suelo en las cordilleras colombianas estuvo casi exclusivamente limitado a prácticas itinerantes de agricultura de roza y quema y cacería, las cuales propiciaron la formación de mosaicos de vegetación natural y seminatural, combinados con campos de cultivo. Aún es posible encontrar este tipo de paisajes en algunos enclaves indígenas y campesinos de Nariño, Cauca y Boyacá. En zonas pantanosas o alrededor de los humedales de los altiplanos de la Cordillera Oriental, solían establecerse cultivos permanentes, para lo cual se adecuaban los terrenos mediante la construcción de camellones y zanjas. A diferencia de lo que ocurrió en Los Andes Centrales, donde se desarrollaron varios centros urbanos que concentraban buena parte de la población, en Los Andes Septentrionales predominó un patrón de asentamiento en aldeas dispersas.

A partir de la segunda mitad del siglo XVI, comenzaron a producirse cambios fundamentales en cuanto al uso de la tierra, principalmente por la introducción del ganado, que transformó grandes extensiones de bosques naturales en praderas. El impacto del pastoreo debió de ser particularmente fuerte en las zonas menos húmedas de las tierras altas, lo cual contribuyó a la generación de paisajes abiertos, desprovistos de vegetación arbórea. Además, los europeos aprovecharon la existencia de poblados indígenas en los altiplanos, para establecer allí muchas de sus fundaciones y de esa forma obtener la provisión de bienes, servicios y mano de obra barata. Los llamados pueblos de indios pasaron a ser habitados por mestizos y blancos pobres, y se produjo una oleada fundacional que condujo gradualmente a una concentración de la población. Por otra parte, las enfermedades procedentes de Europa, la fragmentación social, política, cultural y religiosa, y el maltrato laboral, causaron una reducción drástica de la población nativa, lo cual condujo al abandono de territorios y áreas de labranza, que pronto se regeneraron y se convirtieron en bosques.

Es probable que, hasta finales del siglo XVIII, la transformación de los ecosistemas andinos colombianos no alcanzara niveles que les impidieran prestar a cabalidad sus servicios y que todavía mantuvieran en buena parte la conectividad funcional entre ellos y los de las llanuras adyacentes. Mientras los paisajes rurales alrededor de los centros urbanos consistían, mayoritariamente, en una matriz que combinaba parcelas de extensión moderada, donde se cultivaban diversos granos, tubérculos, hortalizas y frutas, separadas por cañadas o cercas de vegetación natural, potreros o pastizales para ganado vacuno, ovino o caprino y parches más o menos extensos de vegetación natural —paisaje rústico—, las zonas apartadas y las vertientes con cierta pendiente mantenían vastas extensiones de bosques, y los valles y cañones subhúmedos, como el Chicamocha, el Dagua y el Patía conservaban su vegetación subxerofítica característica.

A partir del siglo XIX, con el surgimiento de nuevos productos agrícolas, entre ellos el café, y de razas bovinas aptas para condiciones de alta montaña, y con la introducción de pastos de forraje traídos de África, sumados al crecimiento exponencial de la población, el ritmo de transformación de los ecosistemas y paisajes andinos se aceleró notablemente. La colonización campesina de las vertientes cordilleranas, hasta entonces provistas de densos bosques, el desarrollo de actividades comunitarias compartidas y la construcción de vías, fueron determinantes para la consolidación del quehacer agropecuario del país, pero condujeron a la adopción de prácticas de producción masiva, que incluían el establecimiento de extensos hatos ganaderos en las altiplanicies y la deforestación de las laderas andinas, lo cual contribuyó al deterioro de los suelos y al aumento de las tasas de erosión.

Actualmente, el nivel de transformación de los ecosistemas andinos en Colombia supera el 70%. Con excepción de las selvas nubladas, que todavía cubren extensiones considerables de las laderas húmedas de las cordilleras Occidental y Oriental, la cobertura actual de bosques naturales se ha reducido a parches o fragmentos aislados. Asimismo, se estima que el ecosistema de vegetación subxerofítica, característico de los enclaves secos de los valles interandinos y los cañones transversales, no sobrepasa el 5% del original.

En términos generales, los territorios de los países latinoamericanos han sido concebidos, y por lo tanto intervenidos, conforme a una serie de nociones y preceptos heredados del pensamiento colonial. En Colombia, quizás más que en cualquier otro país andino, las selvas y sabanas de las tierras bajas fueron consideradas parajes salvajes, opuestos a la región andina civilizada, donde históricamente se consolidaron los centros de poder. Esa división del territorio obedece a los procesos sociales y materiales que han ido moldeando las distintas regiones del país.

En el caso de las zonas rurales de Los Andes colombianos, los distintos sistemas productivos y las relaciones sociales y políticas asociadas a ellos, están reflejados en la apariencia del paisaje. Esto es particularmente evidente en el piso térmico templado, donde la colonización y apropiación de esa franja altitudinal, especialmente en la Cordillera Central, transformaron los bosques subandinos en cafetales, inicialmente bajo sombrío de árboles nativos, con lo cual configuraron un paisaje característico. A partir de 1980, debido a la sustitución de variedades de café y a cambios en el sistema de cultivo, ese paisaje tradicional cafetero, en gran parte, fue transformado en zonas desprovistas de árboles con cultivos de alta densidad. Una década más tarde, en los noventa, debido a la caída de los precios internacionales y a problemas fitosanitarios —roya y broca—, la superficie de cafetales se redujo y, en algunos lugares fue convertida en potreros ganaderos o se cultivaron otros productos.

La crisis de los bosques andinos

La región andina es la que cuenta con mayor cantidad de ecosistemas transformados en Colombia, resultado de un proceso acumulativo generado por los asentamientos humanos, la construcción de infraestructura física de soporte —vías, aeropuertos, represas y líneas de conducción de energía— y el aprovechamiento de los recursos forestales, agrícolas y mineros.

Una de las consecuencias más impactantes de esa transformación es la deforestación, que conduce, además, a la pérdida de la biodiversidad original de los ecosistemas naturales. Se estima que en Los Andes colombianos se ha talado más del 70% de la cobertura forestal por diferentes causas, entre las que sobresalen la colonización, la expansión de la frontera agropecuaria, la tala para producción maderera, el consumo de leña, los incendios forestales y los cultivos ilícitos. Aunque, en términos generales, cerca del 30% de los bosques montanos naturales persiste, hay diferencias según su tipo y distribución espacial: la franja basal de tierras bajas es la más intervenida, con una cobertura boscosa remanente que no sobrepasa el 20%, seguida por la franja subandina, con alrededor del 35%, y la andina con 40%. En cuanto a la franja altoandina, donde la ausencia de árboles no es atribuible a la deforestación, se estima que la transformación del ecosistema es del 15% y está representada en la conversión de zonas de páramo en potreros y cultivos.

A nivel de las regiones, los remanentes de mayor extensión están ubicados en la vertiente oriental de la Cordillera Oriental y en la vertiente occidental de la Cordillera Occidental, en tanto que los bosques montanos de las laderas internas de las cordilleras, que miran hacia los valles del Cauca y del Magdalena, conservan menos del 30% de su cobertura original. Los mayores niveles de transformación corresponden a los bosques y matorrales secos de los valles interandinos y de los cañones transversales del Dagua y del Chicamocha, cuya cobertura actual oscila entre el 1 y el 8% de la original.

Un estudio realizado en el año 2016 por investigadores de la Pontificia Universidad Javeriana y Conservación Internacional, para clasificar los ecosistemas terrestres de Colombia, según su nivel de amenaza, pudo establecer que, de un total de 81 ecosistemas terrestres, 38 se encuentran en peligro o en peligro crítico, debido principalmente, a la reducción de su área. Igualmente, dicho estudio corroboró que la región andina junto con la del Caribe son las que presentan los mayores niveles de transformación y las que concentran la mayor cantidad de ecosistemas naturales categorizados con los niveles de amenaza más preocupantes. Los resultados del estudio permiten a las autoridades ambientales ubicar los tipos de ambientes que han desaparecido y las áreas que estos ocupaban, con el fin de identificar y priorizar las zonas donde es necesario y factible emprender acciones de restauración

El páramo, ecosistema estratégico

Los ecosistemas de la alta montaña colombiana, en particular los páramos, además de ser importantes centros de flora y fauna endémica, contribuyen en gran medida a la fijación y al secuestro de carbono, gracias a la lentitud de la descomposición de la materia orgánica y a los procesos de humificación propios de sus suelos. Se estima que estos y las turberas de páramo retienen más de 1.000 toneladas de carbono por hectárea. Sin embargo, el servicio ecosistémico más conocido de este ambiente es el relacionado con la retención y regulación de agua, recurso fundamental para el desarrollo de las poblaciones. En los páramos colombianos, que no ocupan más que el 1,7% de la superficie terrestre del país, se produce algo más del 2% del agua que discurre por su territorio y abastece a más del 67% de la población colombiana. Tanto la vegetación paramuna, como los suelos hidromórficos de esa franja altitudinal, son capaces de retener grandes volúmenes de agua y controlar su flujo hacia las zonas bajas de las cuencas hidrográficas. Esta capacidad de retención obedece a características físicas de los suelos, como baja densidad aparente, alta porosidad y consistencia friable —que se desmenuza fácilmente—, así como a la estructura morfológica de algunos elementos de la flora paramuna, especialmente los musgos, que almacenan cantidades considerables de agua y mantienen la humedad de los suelos.

No obstante, se trata de ecosistemas en extremo frágiles y susceptibles de deterioro, incluso a través de intervenciones aparentemente inocuas y de pequeña escala, como cultivos de papa, cebada y haba, o ganadería a pequeña escala de vacunos u ovinos, que exigen, ante todo, eliminar la vegetación natural existente. En el caso de los cultivos, el suelo es arado antes de la siembra y, en el de la ganadería, la quema es una práctica común para propiciar el desarrollo de yerbas tiernas. La desaparición de la vegetación protectora genera una exposición del suelo al aire y aumenta la evaporación en su superficie. Incluso, sin necesidad de quemas previas para adecuar los potreros, el pisoteo del ganado que deambula libremente por los páramos causa compactación y erosión de los suelos, lo cual afecta notablemente sus propiedades físicas. Algunos estudios han hecho evidente la relación directa que hay entre el avance de la frontera agrícola hacia zonas de páramo y la reducción de la cantidad de agua, puesto que, al sustituir la vegetación natural por cultivos, se reduce la capacidad del páramo de regular el flujo hídrico.

Por otro lado, la eficiencia de las actividades agrícolas en la alta montaña es cuestionable: si bien la producción de la primera cosecha en un páramo es relativamente alta, ya que utiliza las reservas de fósforo del suelo y el riesgo fitosanitario es reducido debido a la ausencia de organismos fitopatógenos, en los años siguientes el rendimiento cae drásticamente por el agotamiento de los nutrientes y la rápida degradación de los suelos, hasta el punto de tener que dejarlos descansar por varios años o abandonar su uso definitivamente.

La explotación minera —carbón, oro, hierro y materiales de construcción— de forma inadecuada, afecta directamente los cuerpos de agua y los humedales. Entre los impactos negativos que genera dicha actividad, se destacan la contaminación de aguas superficiales y subterráneas, principalmente con ácidos, mercurio y cianuro, la pérdida de biodiversidad y la destrucción del paisaje. La disposición de materiales estériles —escombros y otros sobrantes aparentemente inocuos— represa, interrumpe o desvía los cauces naturales, lo que altera el hábitat de un gran número de plantas y animales. La construcción de carreteras, represas y oleoductos tiene efectos nocivos similares

Estudios recientes han revelado que el 13% del área de los complejos de páramos colombianos contiene zonas transformadas por actividades humanas. La mayor proporción de ellas se encuentra en la Cordillera Oriental, con el 21%, seguida por el Nudo de los Pastos con el 11% y la Cordillera Central con el 10%.

Humedales y ríos en peligro

Debido a la tendencia de la población, de asentarse en las cercanías de los cursos y cuerpos de agua dulce, y a que el tamaño de la gran mayoría de estos últimos en la región andina de Colombia es más bien modesto, no es de extrañar que actividades como ganadería, agricultura, minería, pesquería, represamientos y urbanización, hayan ejercido una gran presión sobre los humedales, principalmente los ubicados por debajo de la franja alto-andina. Esto ha deteriorado el paisaje y ha ocasionado una pérdida importante de la biodiversidad nativa, que incluye especies endémicas, como el pez graso de Tota y el pato zambullidor bogotano o zampullín colombiano, ambas extintas desde hace más de 4 décadas.

En Los Andes colombianos ha persistido la creencia de que las zonas pantanosas y ciénagas son áreas malsanas, cuando en realidad son ecosistemas valiosos que regulan las inundaciones y brindan hábitat a un sinnúmero de especies, tanto residentes como migratorias. Como consecuencia de esto, muchos humedales andinos, especialmente en los altiplanos de la Cordillera Oriental, han sido desecados durante los últimos 200 años, para convertirlos en zonas urbanas y potreros para ganadería. Así, el complejo de humedales de la Sabana de Bogotá, que a comienzos del siglo XX ocupaba cerca de 500 mil hectáreas, se ha reducido a un conjunto de pequeñas lagunas y pantanos que no suman más de 800 hectáreas y se encuentran asediados por la contaminación y los rellenos.

La laguna de Fúquene, en el altiplano cundiboyacense, que por su tamaño y su biodiversidad es uno de los ecosistemas acuáticos más importantes de Los Andes colombianos, documenta muy bien la historia de transformación de los cuerpos de agua de la Cordillera Oriental. Las acciones para desecarlo se iniciaron a comienzos del siglo XIX y continuaron hasta hace unos pocos años, mediante la construcción de sistemas de canales y compuertas. A la vez, los extensos bosques de roble que existían en su cuenca, en gran parte convertidos en polines de ferrocarril, fueron reemplazados por pastos para ganadería y cultivos. Con el tiempo, a estas transformaciones se le sumaron los vertimientos de aguas residuales, la contaminación con pesticidas, la sedimentación generada por la deforestación de la cuenca y la proliferación de vegetación acuática invasora. Así, este humedal, que originalmente abarcaba alrededor de 13.000 hectáreas, se ha reducido a unas 3.260, ha perdido casi 3 metros de profundidad y su capacidad de almacenamiento de agua es la mitad de la que debió de tener hace poco más de 2 siglos.

Los dos lagos andinos de alta montaña más grandes de Colombia, el de Tota, en la Cordillera Oriental, y el de La Cocha o Guamuez, en el Nudo de los Pastos, no han sido ajenos a los impactos de la intervención humana: en el caso del primero, las aguas de escorrentía, enriquecidas con residuos de fertilizantes y pesticidas utilizados en los cultivos de cebolla que lo rodean, han afectado severamente la calidad de sus aguas y lo han llevado a un estado avanzado de eutrofización —enriquecimiento excesivo de nutrientes—, que ha propiciado el crecimiento descontrolado de la vegetación acuática, especialmente de la elodea, una planta exótica.

El segundo, por su parte, hasta hace pocos años mantenía bajos niveles de intervención antrópica, pero ahora corre el riesgo de incurrir en un proceso de deterioro debido a que la alta tasa de deforestación en su cuenca, propiciada por la creciente demanda de carbón vegetal y leña, ha conducido a la ampliación de la frontera agrícola; así mismo, ha habido un aumento de la población y de la infraestructura turística, sin una adecuada planificación. La contaminación de las fuentes hídricas con materiales de arrastre, basuras, desechos orgánicos y pesticidas, así como el crecimiento descontrolado de las concesiones para cultivo de trucha, comienzan a causar impactos que, al cabo de pocos años, pueden llegar a producir transformaciones totalmente indeseables en este importante ecosistema.

En cuanto a los ríos andinos, la turbidez de sus aguas y la cantidad de sedimentos que transportan, son el reflejo del estado de las cuencas que drenan. La deforestación de las laderas cordilleranas y la consecuente erosión de los suelos, no solo incrementa la carga de sedimentos que transportan, sino que modifican el régimen natural de los caudales, lo cual genera grandes variaciones a lo largo del año, y elevan la probabilidad de que ocurran riadas repentinas y avalanchas durante las épocas de invierno, lo cual pone en grave riesgo las comunidades y la infraestructura que están asentadas a lo largo de los cursos de agua.

Adicionalmente, los ríos que fluyen a través, o en inmediaciones de las ciudades, han sido vistos históricamente como oportunidades para deshacerse de los desechos domésticos e industriales. La situación de contaminación de algunos de ellos, como el Bogotá, el Chicamocha, el Medellín, el Cauca, el Suárez, el Pasto, el Chinchiná y el Otún, entre otros, ha alcanzado niveles tan altos, que en gran parte de su cauce pueden ser considerados alcantarillas abiertas, y para su recuperación se requieren muchos años y gran cantidad de recursos financieros. A los vertimientos de las ciudades se suman, en las zonas rurales, los contaminantes provenientes de la minería ilegal como el mercurio en la extracción de oro, residuos de pesticidas y fertilizantes empleados en las malas prácticas agrícolas y hasta los químicos utilizados en procesamiento de cocaína.

Invasores exóticos

Prácticamente desde su origen, el ser humano ha llevado todo aquello que le brinda beneficios —alimentos, fibras, medicinas, fabricación de utensilios— a los territorios que conquista. Esta costumbre está tan arraigada que una proporción grande de las plantas cultivables y de los animales domésticos de determinado sitio, provienen de lugares muy distintos a los de su origen. En líneas generales, esto ha reportado beneficios a las comunidades, al mejorar sus posibilidades de alimento, vestuario, materia prima para sus productos y transporte.

En un sinnúmero de casos, la introducción de especies se ha dado también de forma accidental. Es el caso de las ratas, las moscas domésticas y otros insectos que han aprovechado las embarcaciones y otras formas de transporte para expandir su distribución alrededor del mundo. Las especies invasoras, término que se refiere a las que por lo general fueron introducidas o arribaron por sus propios medios desde regiones más o menos remotas, al establecerse en determinadas áreas, generalmente han proliferado y expandido su distribución. Por su capacidad invasiva y la afectación que causan a la salud humana o a la economía, muchas de ellas adquieren el carácter de verdaderas plagas, cuya erradicación y control pueden convertirse en un asunto prácticamente imposible, o muy difícil y oneroso. El impacto de las bioinvasiones tiene consecuencias muy graves, desde la desaparición de las especies nativas y las endémicas, hasta pérdidas económicas causadas por daños a cultivos, animales domésticos e infraestructura, y la transmisión de enfermedades y parásitos en los seres humanos. Estas invasoras constituyen, actualmente, después de la pérdida y deterioro de hábitats naturales, el segundo motor de extinción de flora y fauna a nivel global, ya que desplazan a las especies nativas por competencia, depredación o alteración de sus hábitats naturales.

Las invasoras se establecen más fácilmente cuando su nuevo ambiente tiene un clima similar al de su área de origen y no hay presencia de enemigos naturales —competidores, depredadores o agentes patógenos—. De esa manera, pueden proliferar libremente y expandir su distribución. La ausencia de depredadores y de especies nativas competidoras es más factible en áreas donde los ecosistemas han sido transformados por las actividades humanas. Es precisamente en la región andina colombiana, con su diversidad de climas y alto grado de alteración de sus ecosistemas naturales, donde se ha establecido una gran proporción de las más de 500 especies exóticas invasoras que han sido registradas en el país.

Entre las plantas invasoras más problemáticas en Los Andes colombianos se encuentran: las acacias, el retamo espinoso, el pasto kikuyo, la susanita de ojos negros u ojo de poeta, el helecho marranero y la leucaena. En los lagos, ciénagas, represas y otros humedales de la región andina proliferan la lechuga de agua, la elodea y el buchón, especies que acarrean serios inconvenientes a la navegabilidad y a la infraestructura de generación de energía eléctrica.

Entre los animales invasores están: la rata común, el caracol de tierra o de jardín, la paloma de plaza y varias especies de babosas. La trucha común o europea y la trucha arco iris son especies introducidas que han desterrado a otros peces nativos de los ríos y cuerpos de agua de las franjas andina y alto andina.

A pesar de que se están tomando medidas para erradicar o controlar las poblaciones de algunas invasoras, no es técnicamente posible hacerlo con ciertas especies, principalmente las de insectos y roedores, como tampoco es socialmente viable adoptar medidas radicales en contra del pasto kikuyo y de la leucaena, dado el alto valor económico de estas forrajeras, así como de las truchas que se han introducido en los lagos de montaña, debido a que de su pesca y cría en cautiverio vive una gran cantidad de campesinos y comerciantes.

Alo largo de la historia, en Los Andes han ocurrido divesos procesos de transformación, unos naturales y otros antrópicos. Estos últimos se han intensificado especialmente durante los últimos 200 años y, muy particularmente, desde mediados del siglo XX. Como consecuencia, los efectos del cambio climático, la modernización y la globalización, constituyen los principales desafíos que deben enfrentar los países andinos. Con respecto al primero, la integridad de los ecosistemas andinos y su capacidad de seguir prestando servicios tan valiosos, como el suministro de agua y la regulación hídrica, dependerán, en gran parte, de la implementación de medidas sostenibles que minimicen los riesgos derivados de las sequías prolongadas y las fuertes precipitaciones. De igual manera, se requerirán estrategias para afrontar exitosamente la escasez de agua, el suministro de energía hidráulica y la disponibilidad de tierras agrícolas, bosques y otros recursos naturales.

La modernización, por su parte, también representa un gran reto que se debe asumir con cautela, ya que se corre el riesgo de impactar negativamente los ecosistemas andinos, al priorizar un desarrollo que solo busca maximizar los beneficios económicos. El interés mundial por los recursos naturales y su uso continuo amenazan especialmente a los países andinos, y en ese sentido, Colombia es particularmente vulnerable, puesto que su riqueza, tanto de recursos agrícolas, como de maderas preciosas y minerales, es en extremo alta y variada. Por ello, se hace imperativo proteger las áreas ecológicamente sensibles y fijar como objetivo prioritario el manejo del territorio, para impulsar el uso sostenible de la tierra y adaptarlo a las condiciones particulares de los suelos y del clima. Adicionalmente, se debe restringir el uso excesivo de los recursos hídricos, especialmente por parte de la agroindustria y la minería.

Una de las expresiones más determinantes del fenómeno de la globalización es el turismo. Algunas zonas de Los Andes de Perú, Chile y Argentina forman parte de los destinos turísticos más emblemáticos de Suramérica desde hace mucho tiempo, por sus atractivos paisajísticos y culturales. En años recientes, varias regiones de Colombia, entre ellas la andina, vienen experimentando una inusitada y acelerada afluencia de viajeros, que ha contribuido a mejorar la base económica de su población y a revivir muchas de sus manifestaciones culturales. Sin embargo, resulta imperativo poner en marcha políticas que regulen tal actividad, para minimizar su impacto en los ecosistemas y en las formas de vida tradicionales.

El cambio climático, la modernización y la globalización son ineludibles, y algunas de sus consecuencias negativas pueden ser irreversibles. Sin embargo, si se adoptan las políticas y medidas apropiadas, tales impactos se pueden evitar o, en cierta medida, mitigar. Incluso, algunos pueden ser positivos y contribuir al bienestar económico, social y ambiental de las comunidades.

Tendencias demográficas y crecimiento de las urbes andinas

En términos generales, los países suramericanos han experimentado un notable proceso de urbanización. Las ciudades asentadas en la Cordillera de Los Andes, concentran actualmente más del 70% de la población y se estima que para el año 2050 llegarán a casi al 90%.

La variedad de tamaño de las ciudades andinas de Colombia puede atribuirse al complejo mosaico de regiones naturales y culturales: La capital del país, Bogotá, con casi 9 millones de habitantes, Medellín y Cali, cada una con más de 2 millones de residentes y Bucaramanga, con más de 1 millón, son importantes polos de desarrollo que demandan gran cantidad de tierra, alimentos y recursos naturales de vital importancia, especialmente agua y aire puro.

Las áreas urbanas han invadido tierras agrícolas y entornos naturales que han sido transformados en complejos habitacionales e industriales, con su correspondiente infraestructura para el transporte. Además de la demanda exagerada de recursos, las ciudades producen grandes cantidades de desechos y gases de efecto invernadero —dióxido de carbono, metano y otros gases que absorben y emiten radiación infrarroja— que se acumulan en los suelos, las aguas y el aire a un ritmo exponencial, lo cual ha desencadenado problemas ambientales que limitan su sostenibilidad y cuya solución plantea grandes desafíos técnicos, políticos y económicos.

Las ciudades andinas de Colombia producen anualmente alrededor de 8 millones de toneladas de residuos sólidos. Tan solo Bogotá genera diariamente cerca de 7.500 toneladas, seguida por Cali con 1.700 y Medellín con 1.600. La falta de aprovechamiento y tratamiento de los desechos, orientados a su reutilización y a la generación de energía, ocasiona altos niveles de emisión de gases de efecto invernadero y puede provocar emergencias sanitarias. Los vertimientos domésticos e industriales, sin tratamiento previo, en el suelo y en las aguas, no sólo diezman las poblaciones de fauna y flora, sino que afectan la calidad y disponibilidad del recurso hídrico. Los vehículos que utilizan combustibles fósiles, las deficiencias en la infraestructura vial, que ralentizan el transporte o lo hacen poco eficiente, y un parque automotor obsoleto cuyos vehículos contaminan en extremo, hacen que la calidad del aire en ciertas zonas de Bogotá, Medellín y Cali alcance niveles alarmantes para la salud humana, especialmente cuando las condiciones meteorológicas particulares —viento en calma, nubes densas y de baja altura, entre otras— son adversas.

Por otra parte, el aumento de la población en las ciudades ha obligado al campesinado a trasladar sus actividades a zonas ambientalmente vulnerables e incluso a invadir áreas protegidas, lo que contribuye a agravar los procesos de degradación de los suelos. A su vez, la remoción de la cobertura vegetal y el desarrollo urbano no planificado incrementan la exposición a los desastres naturales, de por sí acentuados por el cambio climático. Estos problemas no tienen una única causa y son generalmente el resultado de una conjunción de procesos que, a manera de una reacción en cadena, afectan el funcionamiento de los ecosistemas andinos, menguan la cantidad y calidad de los servicios que estos prestan, producen la pérdida de especies, afectan la salud humana —enfermedades respiratorias, proliferación de agentes patógenos, vectores y plagas— y dañan la infraestructura —deslizamientos, derrumbes e inundaciones—.

El aumento de la población urbana será constante e impone la implementación de una serie de medidas, entre las que están: la formulación y aplicación de políticas, planes y estrategias que incentiven el uso de tecnologías limpias, el transporte público eficiente, la creación y conservación de pulmones verdes y áreas de importancia ecológica, el fomento y desarrollo de la investigación, la producción agrícola sostenible y el saneamiento de suelos y cuerpos de agua.

¿Desarrollo sostenible?

La región andina colombiana es una gran despensa de agua, alimentos y otros recursos naturales. El 75% del agua que se consume en las ciudades tiene su origen en las montañas; a lo largo y ancho de su intrincada topografía se encuentran tierras productivas para la agricultura, y sus bosques y humedales son importantes reservorios de carbono.

La intensificación de la agricultura en zonas de alto valor natural y su orientación hacia la obtención de beneficios económicos, se han convertido en una amenaza para su integridad ecológica. Ejemplo de ello son las grandes extensiones de tierra para los monocultivos, así como los cafetales sin sombrío, que obligan al uso excesivo de agua para regadío, fertilizantes y pesticidas, que generan problemas fitosanitarios y contaminan el suelo, las fuentes hídricas y el aire. La ganadería extensiva también tiene un alto costo ambiental, ya que conduce a la pérdida y fragmentación de ecosistemas naturales y, por el continuo pisoteo del ganado, a la disminución de la productividad de los suelos.

El impacto de la minería y la deforestación a gran escala en las laderas de las cordilleras colombianas es alarmante: el 17% de las 219.973 hectáreas de bosque que se perdieron en el territorio nacional en 2017, es decir 37.395 hectáreas, correspondieron a la región andina. Y es que, ya bien entrado el siglo XXI, la madera y el carbón vegetal continúan siendo las principales fuentes de energía en muchas zonas rurales del país. Además, se estima que el 40% de la madera que se comercializa en Colombia es extraída de manera ilegal y proviene de los bosques andinos.

A pesar de las múltiples evidencias y de los llamados de advertencia de científicos y ambientalistas, las consideraciones macroeconómicas de la maximización del beneficio y las subvenciones e incentivos a la inversión, acompañados de una legislación débil en temas ambientales, han permitido que el daño al entorno natural se perpetúe, lo cual impacta severamente las bases de subsistencia de las poblaciones y menoscaba las posibilidades del país para lograr un desarrollo sostenible.

Las características geológicas, la complejidad de los relieves y la gran biodiversidad de la región andina colombiana, por una parte, y las cifras de destrucción y contaminación, junto con las tendencias demográficas y de urbanización, por la otra, hacen necesaria una reflexión crítica acerca de la pertinencia de contextualizar y resignificar la concepción imperante de desarrollo, hacia una sostenibilidad ambiental de los procesos de interacción con la naturaleza, para lograr así un equilibrio razonable. A pesar de que aún queda mucho por hacer, un número creciente de iniciativas y organizaciones, tanto gubernamentales como privadas, están contribuyendo con la educación, la generación de opciones económicas para las comunidades rurales y el diseño e implementación de tecnologías de producción sostenible. Con ello, es posible brindar acceso al conocimiento y conservación de los recursos que ofrecen los ecosistemas andinos y generar una mayor sensibilidad acerca de su importancia, apropiación y cuidado.

Uno de los caminos hacia la sostenibilidad es la inclusión de los llamados Objetivos de Desarrollo Sostenible —conocidos como Objetivos Mundiales—, en la agenda ambiental y política. Estos son un llamado universal, a la adopción de medidas para poner fin a la pobreza, proteger el planeta y garantizar que toda la población goce de paz y prosperidad, y al reconocimiento de la diversidad territorial y de los retos propios de las características ambientales, sociales y culturales de cada región. Al identificar y entender el potencial del capital natural, como punto de partida para un desarrollo sostenible, se vislumbra un futuro promisorio.

Revertir la degradación y pérdida de biodiversidad

Las cifras mundiales de degradación y pérdida de biodiversidad apuntan al deterioro acelerado de los biomas terrestres y a la extinción de las especies que viven en ellos. Los patrones de asentamiento poblacional y la concentración y desarrollo de las actividades económicas en Colombia, han sido recientemente, los principales causantes de la transformación de los ecosistemas andinos. Tan solo entre 2005 y 2010, el cambio de cobertura de bosques primarios a vegetación secundaria y homogénea —praderas, potreros de pastizales y cultivos ilícitos— fue del 30% en todo el territorio nacional. Aunque esa tasa puede ser considerablemente menor en la región andina, entre sus bosques más afectados se encuentran los subandinos y andinos, cuya cobertura remanente es ya muy escasa.

Entre las principales amenazas y causas de pérdida de biodiversidad se encuentran los cambios de uso de la tierra, la fragmentación de ecosistemas, la degradación de los ecosistemas nativos y agrosistemas, la contaminación, las invasiones biológicas y el cambio climático. El efecto de estas amenazas abarca desde los individuos de una determinada especie, hasta todos los componentes de las comunidades bióticas, lo que altera la capacidad de los ecosistemas para absorber perturbaciones y mengua su posibilidad de prestar valiosos servicios. Los impactos, si bien pueden ser transitorios y mitigarse mediante acciones de manejo adecuadas, pueden ser permanentes e irreversibles en muchos casos.

En general, los requerimientos particulares de las especies, en cuanto a las condiciones ambientales, así como la susceptibilidad de estas con relación a la disponibilidad de recursos, determinan sus patrones de distribución geográfica. Estos factores, conjugados con la existencia de amenazas de origen natural y antrópico, implican situaciones de riesgo, lo cual puede ocasionar la extinción de aquellas con mayor vulnerabilidad, como es el caso de las especies endémicas. Ejemplos de ello son los grandes mamíferos andinos, como la danta de páramo y el oso de anteojos. Este último habita el subpáramo y los bosques andinos por encima de 2.000 msnm y, debido a su gran tamaño —hasta 2 metros de envergadura y 200 kg de peso—, requiere de una gran disponibilidad de alimento para satisfacer su dieta omnívora —frutos, hojas tiernas, insectos, huevos y mamíferos pequeños—; debido a la expansión de la frontera agrícola, su hábitat se ha visto reducido a pequeñas áreas. En el caso de la flora, buenos ejemplos son los de los robles, el comino crespo y muchas orquídeas. Según el Libro Rojo de Plantas de Colombia, de las casi 100 especies de frailejones que existen en los páramos colombianos, el 85% están amenazadas.

Aún persiste un desconocimiento generalizado acerca del grado de conservación de la fauna y flora nativas de Los Andes colombianos. Esto se debe, en buena parte, a los escasos recursos económicos que se dedican a la realización de inventarios biológicos y al seguimiento de la composición y estructura de las comunidades biológicas, en parcelas permanentes delimitadas para tal propósito. La investigación sobre las especies y sus requerimientos es la base para el diseño de estrategias efectivas contra la degradación de los ecosistemas y la pérdida de biodiversidad.

Frente a los efectos del cambio climático, en la biodiversidad de las montañas andinas también es necesario fortalecer la investigación y el monitoreo. En particular, se requiere ampliar la red de áreas protegidas, especialmente en zonas y ecosistemas pobremente representados dentro del Sistema Nacional de Áreas Protegidas. En la región andina colombiana, dicho sistema consta de 22 Parques Nacionales, 5 Santuarios de Fauna y Flora y 1 Área Única, además de algunos terrenos que están bajo figuras regionales de protección —Parques Regionales Naturales, Distritos de Manejo Integrado—, y casi 2 centenares de reservas naturales privadas, que suman en total cerca de 2,5 millones de hectáreas, equivalentes al 8,8% de la región andina. Estas áreas actúan como espacios geográficos de conservación in situ, pero deben articularse entre sí mediante corredores biológicos que permitan la conectividad que es fundamental para aquellas especies que requieren amplios territorios para mantener poblaciones viables.

La adopción de formas de agricultura sostenible, la concientización acerca de la importancia de la biodiversidad andina y el monitoreo y la evaluación del riesgo de extinción de las especies, son claves para la conservación de la naturaleza. Sin embargo, estas estrategias deben ser reforzadas para revertir las elevadas tasas de degradación y pérdida de especies, hábitats y ecosistemas.

Enfrentar el cambio climático

El cambio climático ocupa el primer lugar como fuente de amenaza para los servicios ecosistémicos y la biodiversidad andina. El aumento de la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera, causado en 60% por la ganadería bovina y la deforestación, y en 40% por la minería, la industria y el transporte, provoca el incremento de la temperatura terrestre. Los escenarios proyectados calculan un aumento gradual de la temperatura media anual del orden de 0,9 ºC para el año 2040, de 1,6 ºC para el 2070 y de 2 ºC para el 2100. De acuerdo con los modelos predictivos, este calentamiento se puede manifestar en una disminución generalizada de la frecuencia de las precipitaciones en la región andina, lo que conduciría a la aceleración e intensificación de la desertización y a la disminución del recurso hídrico, e indirectamente se generarían múltiples impactos en la economía y producción agropecuaria y forestal, y en las condiciones de salubridad de la población humana.

Otros modelos predicen un aumento de las precipitaciones en la región andina, lo que se traduciría en una mayor frecuencia de eventos de deslizamientos e inundaciones, con los consecuentes daños en la infraestructura vial, la afectación de oleoductos y acueductos veredales y la pérdida de vidas humanas, entre otros. Estos escenarios implican transformaciones de los paisajes naturales y humanos, que pueden dar origen a desplazamientos, lo que, a su vez, se reflejaría en una mayor presión sobre los ecosistemas.

Las respuestas específicas de la fauna y la flora al cambio climático son inciertas. Se estima que la complejidad de la topografía andina limitará los movimientos altitudinales de algunas especies y que, especialmente, aquellos organismos con rangos de tolerancia térmica y altitudinal limitados, podrían ver reducido su ámbito geográfico y área de distribución. Si a ello se suma que el aumento de la temperatura podría causar la desaparición de algunos hábitats, las especies implicadas podrían verse abocadas a una reducción importante de sus poblaciones o a su extinción local.

La mayor evidencia del cambio climático, en Colombia, se encuentra en las cumbres nevadas de las montañas andinas. Por su ubicación tropical, la alta montaña colombiana presenta condiciones de sensibilidad que la configura como un laboratorio de estudio de los efectos del cambio climático. La pérdida de cobertura de glaciares fue la responsable de que 8 de las 17 superficies nevadas que existían en Colombia, hacia finales del siglo XIX, desaparecieran en el transcurso del siglo XX. Actualmente, sin contar el sistema montañoso periférico, específicamente la Sierra Nevada de Santa Marta, la región andina colombiana cuenta con 5 áreas con remanentes de glaciares: la Sierra Nevada del Cocuy o de Güicán y los volcanes nevados del Ruiz, Santa Isabel, Tolima y Huila. Se estima que todas ellas habrán desaparecido por completo entre 2030 y 2040.

El cambio climático es una realidad a nivel mundial y su impacto sobre los ecosistemas andinos, aunque no es del todo evitable, se puede disminuir significativamente al tomar las medidas apropiadas. La estabilización de las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel global, a partir de la generación y aplicación de estrategias —diferenciadas según las circunstancias y características de los territorios— que logren bajar las emisiones de carbono, la formulación de políticas públicas, planes de acción sectoriales de mitigación y planes de adaptación y gestión de ecosistemas, así como la publicación oportuna de la situación del país ante la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, son acciones que contribuyen a afrontar los desafíos para la región.

Globalización, turismo y conservación

La globalización, que repercute en la dimensión social, cultural y económica de los países, se manifiesta de muchas maneras, entre ellas, el aumento del turismo a escala global. Los Andes, como escenario natural, están dotados de paisajes espectaculares y ofrecen una gran cantidad de atractivos culturales, lo que los ha convertido en destinos turísticos con múltiples opciones. Lo anterior ha propiciado que este sector genere fuentes alternativas de ingresos que contribuyen a diversificar la base económica de varios países andinos y, gracias a la combinación de componentes históricos, culturales, escénicos y de biodiversidad, ha fomentado una suerte de competencia entre los distintos destinos, por ofrecer los mejores atractivos.

Los visitantes en todas las áreas protegidas de la región andina colombiana se han incrementado año tras año. Es por esto que es importante tener en cuenta que la prestación de servicios turísticos requiere de inversión en infraestructura y en recursos humanos capacitados, para su realización de acuerdo con los preceptos más estrictos de sostenibilidad ambiental.

La capacidad de carga de un territorio establece la máxima cantidad de visitantes que puede permanecer simultáneamente allí, sin causar impactos negativos. Es claro que el crecimiento del turismo está directamente relacionado con el óptimo estado de los atractivos turísticos, ya se trate del paisaje, de la biodiversidad o de los atributos históricos y culturales. Por ello, es importante contar con estudios serios que la determinen.

La creación de asociaciones comunitarias para la gestión de la práctica del turismo es una herramienta que hace más eficiente la administración y promueve la apropiación de las áreas naturales, por parte de las comunidades asentadas en sus alrededores. Además, impulsa el desarrollo a nivel local, mediante la captación y la distribución equitativa de los ingresos entre la comunidad.

La conservación de las áreas ecológicamente sensibles en las zonas rurales, no solo en las áreas protegidas formalmente declaradas, y el uso de la tierra climáticamente adaptado, tienen que ser objetivos prioritarios en los planes de acción de todos los países andinos. Asimismo, el uso excesivo de agua por la industria minera y la agroindustria, debe ser controlado, y la lucha contra la contaminación del aire y de los cuerpos y corrientes de agua debe incrementarse y ocupar un lugar destacado en los planes de manejo territorial de todos los municipios y áreas metropolitanas.

En un mundo en el que a veces parece no haber remedio para curar el desequilibrio en las relaciones del hombre con la naturaleza, se vislumbra un futuro esperanzador cuando nos percatamos de la creciente cantidad de iniciativas que surgen a diario y que en poco tiempo han logrado modelar nuestra conducta, y contribuyen a consolidar la conciencia ecológica de un número cada vez mayor de colombianos.

En una de las cumbres de la Cordillera Oriental, en la vertiente que da su cara a la Orinoquia, se presenta ante nuestras cámaras una secuencia infinita de montañas. Los esbeltos frailejones que parecen palmeras se van perdiendo entre la bruma y es entonces cuando, en medio de la densa niebla, posado sobre una roca, aparece imponente el cóndor de Los Andes con sus alas extendidas, como dándonos su saludo de bienvenida.Luego, al descender, vemos que empiezan a perfilarse las crestas de los cerros más elevados y de pronto nos encontramos flotando sobre un espeso colchón de nubes que se posan suavemente sobre los flancos de un profundo cañón. Esta experiencia, casi mística, es similar a la que tuvimos en muchos de los lugares que visitamos durante nuestro recorrido por la región andina de Colombia, sin lugar a dudas, el tramo más diverso y exuberante de toda la gran Cordillera de Los Andes.

A pesar de que la mayoría de los colombianos vivimos en estas montañas, es muy poco lo que conocemos de ellas. Ni los fotógrafos de nuestro equipo de producción, que llevan más de 20 años documentando los lugares más apartados de nuestra inmensa geografía, llegaron a imaginarse que encontrarían, tan cerca de las ciudades, escenarios que incluyen cumbres nevadas de impecable blancura, conos volcánicos activos, escarpados cañones, impresionantes caídas de agua, tranquilos altiplanos rodeados de montañas, cavernas, valles… en fin, una variedad y belleza sorprendentes y casi infinitas.

Los detalles de la flora y la fauna de los ecosistemas que comparten con nosotros estos territorios, no son menos espectaculares y dignos de admiración, que la magnificencia de Los Andes. En cada nicho hay un derroche de vida natural, de seres cuya existencia es desconocida para nosotros y por lo tanto, observarlos es un verdadero privilegio.

Al recorrer estas páginas, se podrá conocer parte de la región andina de Colombia y maravillarse con este universo que está muy cerca de usted; tal vez entonces decida visitar algunos de estos lugares y luego transmitir el mensaje de respeto que Los Andes le enseñaron. Esta es, en últimas, una invitación a vivir en armonía con el entorno, para que nuestros herederos puedan disfrutar y cuidar estos tesoros que la cordillera nos brinda.

EL EDITOR

La Cordillera de Los Andes, que discurre a lo largo del borde occidental de Suramérica, es una de las formaciones naturales más complejas de la Tierra, la más larga y la segunda más alta del planeta. En sus 8.900 kilómetros de longitud atraviesa siete países: Chile, Argentina, Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia y Venezuela y alberga ambientes tan diversos como cumbres nevadas a la orilla del océano Pacífico, el desierto más seco del mundo, el Atacama, un inmenso altiplano donde se encuentra, a una mayor altitud, un lago navegable, el Titicaca; numerosos volcanes activos y una de las regiones más ricas en flora y fauna del planeta.

Es en nuestro país, parte de Los Andes del norte, donde se presentan los paisajes más diversos, debido a que la gran cordillera se divide aquí en tres ramales separados por fértiles valles y donde la naturaleza, gracias a la gran cantidad de ambientes, altitudes y climas, es una de las más exuberantes y diversas de la franja tropical.

La localización en plena zona de convergencia de los vientos procedentes del norte y del sur, hace de la zona montañosa de Colombia una de las más húmedas de Los Andes y de Suramérica. Por ella cruzan numerosos cursos de agua que, además de moldear su relieve, son de vital importancia para los ecosistemas.

Debido a estas características propicias para el desarrollo de las actividades humanas, nuestra región andina es la más poblada del país, pues alberga cerca del 70% de los colombianos, y la que sobrelleva mayores retos ambientales.

El libro que hoy presentamos, Región andina de Colombia, ofrece un completo recorrido por la Cordillera de Los Andes y concretamente por el territorio que le corresponde a Colombia. En sus páginas se describen en detalle su proceso de formación y su relieve, se analizan las causas de su inmensa biodiversidad, se examinan los efectos de la transformación que ha sufrido su entorno natural y se señalan posibles soluciones que impidan la destrucción de sus valiosos ecosistemas y permitan, a la vez, construir un futuro promisorio

Con esta obra, el Banco de Occidente hace otro valioso aporte al conocimiento y valoración de nuestros recursos naturales, como lo ha hecho con los 34 libros precedentes: La Sierra Nevada de Santa Marta, 1984; El Pacífico colombiano, 1985; Amazonia, naturaleza y cultura, 1986; Frontera superior de Colombia, 1987; Arrecifes del Caribe colombiano, 1988; Manglares de Colombia, 1989; Selva húmeda de Colombia, 1990; Bosque de niebla de Colombia, 1991; Malpelo, isla oceánica de Colombia, 1992; Colombia, caminos del agua, 1993; Sabanas naturales de Colombia, 1994; Desiertos, zonas áridas y semiáridas de Colombia,1995; Archipiélagos del Caribe colombiano, 1996; Volcanes de Colombia, 1997; Lagos y lagunas de Colombia, 1998; Sierras y serranías de Colombia,1999; Colombia, universo submarino, 2000; Páramos de Colombia, 2001; Golfos y bahías de Colombia, 2002; Río Grande de La Magdalena, 2003; Altiplanos de Colombia, 2004; La Orinoquia de Colombia, 2005; Bosque seco tropical, Colombia, 2006; Deltas y estuarios de Colombia, 2007; La Amazonia de Colombia, 2008; El Chocó biogeográfico de Colombia, 2009; Saltos, cascadas y raudales de Colombia, 2010; Colombia, paraíso de animales viajeros, 2011; Ambientes extremos de Colombia, 2012; Cañones de Colombia, 2013; Región Caribe de Colombia, 2014; Colombia, naturaleza en riesgo, 2015; El Escudo Guayanés en Colombia, un mundo perdido, 2016 y Microecosistemas de Colombia, biodiversidad en detalle, 2017.

Los autores de los textos, el biólogo Juan Manuel Díaz Merlano y la geógrafa Luz Ángela Silva Álvarez y los fotógrafos, Angélica Montes Arango, Francisco Forero Bonell y Juan Manuel Renjifo Rey, entre otros, nos permiten acercarnos de una manera sorprendente y novedosa a una de las regiones más apreciadas por los colombianos. Al recorrer estas páginas y al observar las magníficas panorámicas y los detalles de la Región andina de Colombia, rara vez vistos, comprendemos la necesidad de lograr la armonía que debe existir entre las actividades humanas y la naturaleza, para que esta continúe siendo el hogar y el futuro de los colombianos.

 


PRESIDENTE
BANCO DE OCCIDENTE