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CAPÍTULO 3
SERRANÍA DE CHIRIBIQUETE
Hablar
de tepuyes es hablar del origen de los tiempos. Esas altas
mesetas rocosas, aisladas de los Andes, han ejercido una
profunda fascinación sobre el hombre, tanto por su
imponente perfil como por su excepcional riqueza biológica;
como una muestra de ello, el escritor inglés Sir
Arthur Conan Doyle, ubicó su novela Mundo Perdido
en un tepuy donde sobrevivían grandes reptiles voladores
que se creían extintos hace más de 60 millones
de años.
Los tepuyes —del Arawak tepui o tepuy— son formaciones
sedimentarias muy antiguas, con relieve montañoso
del tipo meseta de cúspide plana, cuya conformación
geológica de gran belleza alberga una fauna y particularmente
una flora única y peculiar, desarrollada sobre suelos
generalmente muy ácidos, derivados de la descomposición
de rocas areniscas de la formación Roraima.
Esta formación de tipo sedimentario, cuya antigüedad
se calcula entre 1.93 y 1.59 Ga (Ga = Giga año =
1.000 millones), hace parte de la macroformación
del Escudo Guyanés, el cual contiene, además,
otras tres formaciones más antiguas: Imaca, Pastora
y Cuchivero, todas ellas de tipo ígneo y metamórfico.
A su vez, Roraima está compuesta por cuatro unidades
formadas en diferentes etapas: Uairen, Kukenán, Uiamapué
y Mataui, la única que se presenta en territorio
colombiano.
Mataui caracteriza por excelencia, las geoformas de «escarpados»
de cuarzo, arenitas y diabasas —rocas formadas por
sedimentos de granos individuales del tamaño de arena
compuesta de cuarzo— propias del suroriente venezolano,
compuestas por más de medio centenar de cerros y
serranías como el cerro de la Neblina, el macizo
de Chimantá, el cerro Roraima y Auyan–tepuy,
ubicados en el bioma de la «Gran Sabana» en
el Alto Orinoco y Autana en las riveras del Orinoco Medio.
Los tepuyes —venezolanos, brasileños y colombianos—,
se caracterizan por la existencia de elementos faunísticos
y florísticos con una clara afinidad andina. Por
la posición de este sistema orográfico en
Colombia, resulta verosímil que la presencia de dichos
elementos sea el producto de rutas de dispersión
a través de los tepuyes colombianos; así,
por ejemplo, el copetón que habita en las mesas del
sur de La Macarena, corresponde a la misma subespecie que
se halla en varios de los tepuyes venezolanos y que fue
conocida inicialmente en las laderas superiores del cerro
Roraima. Este ejemplo sirve para destacar la insularidad
de los afloramientos rocosos de la Amazonia colombiana,
que son verdaderos archipiélagos, en los cuales las
mesas rocosas están separadas entre sí por
densas selvas húmedas.
La mayor concentración de tepuyes se halla en el
sur de Venezuela y el noroccidente del Brasil. En Colombia,
este tipo de elementos aparecen dispersos principalmente
entre los ríos Guaviare y Caquetá; se destacan
por su elevación: la serranía de Chiribiquete
en el departamento del Caquetá, las Mesas de Iguaje
en el departamento del Guaviare, la serranía de Naquén
en el departamento del Guainía y la serranía
de La Macarena en el departamento del Meta.
La Serranía de Chiribiquete es una formación
tepuyana larga, de más de 250 km, cuya evolución
morfológica es producto de la combinación
de factores tectónicos,
estructurales, estratigráficos, climáticos
y temporales, que unidos entre sí lograron crear
una de las grandes maravillas del país.
GEOLOGÍA Y GEOMORFOLOGÍA
La serranía de Chiribiquete y sus alrededores conforman
un mágico y muy antiguo «mundo perdido»
en pleno corazón de nuestra Amazonia. Sus entornos
naturales van desde la selva densa de las partes planas
y bajas, hasta la vegetación raquítica que
crece en las escarpadas moles de roca, donde afloran sobre
las mesetas de la superficie, estratos areniscos y cristalinos.
Está localizada en el interfluvio de los ejes ribereños
del Duda–Ariari–Guaviare–Orinoco, al norte
y el eje del río Amazonas al Sur y hace parte del
Escudo Guyanés, formación geológica
ubicada hacia el nororiente del continente, considerada
como una de las más antiguas del mundo, conjuntamente
con el Escudo Brasilero, ubicado en la otra margen del río
Amazonas; su origen se remonta a la formación del
núcleo Precámbrico —primer período
geológico de la Tierra, hace 4.500 millones de años,
cuya duración fue de 4.000 años—.
El área de la serranía está delimitada
al norte y en parte del oriente, por el río Tunia
o Macayá, hasta su confluencia con el río
Ajajú o Apaporis, el cual corta las paredes abruptas
del macizo en su porción septentrional, en el punto
llamado «Dos Ríos». Los ríos Gunaré
y Amú, hasta su desembocadura en el río Mesay,
constituyen el resto del límite oriental de la geoforma,
que en este sitio alcanza una altura máxima de 800
m. Limita al sur con los ríos Yarí, en los
sitios de Maraya, Raudal Torres y Mesay y al occidente con
los ríos Huitotos, Tajisa, Yaya, Ajajú y otro
sin nombre, que se conecta al norte con el Tunia o Macayá
.
El territorio de la serranía está integrado
por unidades geomorfológicas designadas como provincias
de orígenes estructural y denudativo —desintegración
de las rocas por acción física y química
y por los materiales que resultan al ser arrastrados por
la acción del agua y el viento—, los cuales
se caracterizan respectivamente por un tipo de formación
montañosa con predominio de serranías y cerros
y por planicies producto de la erosión.
La porción oriental, configura paisajes residuales
de rocas cristalinas y sedimentarias Precámbricas
—aproximadamente 2.000 millones de años—
y Paleozoicas —entre 600 y 300 millones de años—.
Incluye un conjunto de serranías, mesas, picachos
y cerros tabulares disectados, geoformas que genéricamente
se conocen como tepuyes. Estos se complementan, a menudo,
con núcleos cristalinos muy duros, resistentes a
los procesos erosivos que sobresalen en las planicies como
montañas–islas; cerros o domos aislados denominados
técnicamente «inselbergs».
Morfológicamente, los tepuyes tienen unas características
importantes:
El
pedimento, es la parte basal periférica
con predominio de bosques densos o sabanas.
El
pie de escarpa, es la pendiente de ascenso desde
la base hasta las paredes verticales —zona de transición—,
la cual denota un ángulo suave de inclinación
y por lo regular es el área con bosques más
tupidos y altos del macizo, por ser el sitio donde se
acumula el material desprendido de las partes altas.
La
escarpada, se destaca por la verticalidad de
sus paredes desarrolladas en arenisca cuarzosa, que en
algunos casos permite observar su estratigrafía.
Los
bordes del tepuy, se caracterizan por las grandes
irregularidades topográficas y el agrietamiento
vertical que sirve a su vez como cuneta de evacuación
de los torrentes hídricos cuando llueve o escurre
agua desde la cima.
Los
topes del tepuy, son generalmente planos y cortados
en algunos sectores por profundas grietas que siguen un
patrón estructural de fracturamiento.
Los
valles intertepuyanos localizados entre las mesetas,
son de tipo alargado; muchos de ellos son profundos y
separan completamente las estructuras tepuyanas
Las
simas son depresiones —formaciones negativas,
pequeñas y grandes— que semejan típicos
«poljes» cársicos o huecos enormes
de tipo circular sobre la superficie terrestre, que
pueden llegar a tener más de 200 m de diámetro
y varias centenas de metros de profundidad, con manchas
de bosques pluviales en su base. Un mundo aislado y
perdido dentro de la rareza misma del paisaje circundante.
La serranía de Chiribiquete contiene todos estos elementos
y otros muy propios de los tepuyes guyaneses, como cuevas
y cavernas con galerías de gran extensión. Éstos
se han generado por la remoción mecánica de
los granos de arena de las areniscas, luego de sufrir procesos
de disolución parcial del cemento silíceo, que
es la argamasa natural de los conglomerados rocosos de la
formación Roraima.
Desde el punto de vista de la tectónica, sabemos que
los tepuyes son el resultado de pulsaciones, durante el Precámbrico,
que causaron periódicas elevaciones del Escudo Guyanés
y generaron un rejuvenecimiento geomorfológico de la
región, con el consiguiente incremento de procesos
erosivos y la degradación de las capas superiores y
exteriores. Estructuralmente, las rocas de la formación
Roraima han sido solo levemente transformadas y deformadas
por los procesos climáticos que han soportado durante
más de 2.500 millones de años. Los amplios pliegues
que se observan en la superficie de los topes tepuyanos y
en las escarpadas verticales, son huellas dejadas por el tiempo
en estas moles.
La estratigrafía es uno de los elementos distintivos
del tepuy y determina la interrelación entre las unidades
resistentes y las no resistentes a la erosión, así
como el control en la densidad de fracturamiento ejercida
por las estructuras sedimentarias. En Chiribiquete, en el
tope de algunas de las mesetas, sobresalen los torreones de
areniscas silicificadas poco solubles, conocidos también
como paisajes cársicos en rocas calcáreas, que
dan un toque peculiar y hermoso a la topografía. El
agua tiene un efecto determinante en los procesos erosivos,
disuelve el cemento silíceo que une los granos de arena
y estas partículas son transportadas por escorrentía.
Este fenómeno generó sitios tan especiales en
Chiribiquete, como el valle de los Menhires o el valle de
las Pirámides.
CLIMA
Debido a su aislamiento, poco se sabe de los aspectos climáticos
de la serranía de Chiribiquete. No obstante, se estima
una temperatura promedio de 24 °C y una precipitación
anual de 2.500 a 3.500 mm con régimen pluviométrico
monomodal; el período más húmedo ocurre
entre octubre y noviembre.
Chiribiquete tiene un clima de montaña pero con características
muy singulares, diferentes de las de otras zonas montañosas
del país y de las que predominan en las tierras bajas
adyacentes. En las partes más alta de la serranía,
es marcada la influencia que ejercen las nubes y los cinturones
de niebla, frecuentes al romper el alba y en las tardes, después
de torrenciales lluvias.
Las temperaturas tienen fuertes oscilaciones diarias que pasan
de un ambiente muy cálido y soleado, a un clima fresco
y húmedo, con abundante nubosidad y fuertes precipitaciones;
esto hace que, a pesar de que las mesetas tengan en sus cimas
una cobertura vegetal de carácter sabanoide, el ambiente
sea como el de un páramo. El gradiente térmico
vertical puede estimarse en 0,6 °C de descenso por cada
100 m de incremento en la altitud; la temperatura máxima
es de 35 °C en las partes bajas y la mínima de
2 °C en las altas.
La exposición superficial a los rayos del sol de las
rocas areniscas, es una constante no solo en el tope del tepuy,
sino también en la parte de la escarpada; esto significa
una permanente acumulación de calor durante el día,
lo cual facilita que se generen grandes volúmenes de
vapor de agua cuando se presentan las lluvias, al final de
la tarde.
FLORA
En la parte baja de este macizo, localizado en la planicie
basal y cerca de los cursos de los principales afluentes del
río Apaporis, sobresale la hylea o selva inundable,
correspondiente al bioma higrofítico —de vegetación
muy húmeda— con suelos profundos. Hacia el pie
de la escarpa se encuentran bosques altos, de selva pluvial
que luego de aproximarse hacia la escarpada vertical reducen
su porte y aparecen las manifestaciones arbustivas y herbáceas,
equivalentes a las catingas y campiñas —comunidades
vegetales con serias limitaciones de suelo y escasa capacidad
de retención de aguas que se establecen sobre arenas
cuarcíticas—. En las escarpadas verticales y
en los bordes y topes del tepuy se presenta una vegetación
lito–casmo–quersofítica; es decir, comunidades
de plantas adaptadas para colonizar ambientes rocosos, que
aprovechan rendijas o cualquier tipo de agrietamiento donde
se acumule una pequeña cantidad de materia orgánica;
también se encuentran las típicamente quersotitas,
que son de mayor porte y se desarrollan sobre suelos arenosos
derivados de areniscas.
La selva higrofítica del pedimento incluye árboles
de gran porte, con especies emergentes que alcanzan los 35
y 40 m; hay presencia de epífitas y parásitas
y el sotobosque se caracteriza por tener una alta densidad,
con abundancia de especies del género Heliconia, así
como de especies de las familias piperáceas, aráceas
y ciclantáceas. Dentro de las especies arbóreas
más representativas se encuentran el guamo, el arenillo,
el dormilón, el caimarón, el coduiro o carguero,
la siringa y el capinurí.
Las catingas, localizadas en suelos arenosos y pobres en nutrientes,
tienen un arbolado que oscila entre 12 y 15 m de altura; su
aspecto es de matorrales con troncos, ramificaciones y hojas
que tienden a la morfología retorcida. En esta formación
vegetal, el bosque aparece ocasionalmente raleado en parches
sobre la campiña o sabana amazónica; un tipo
de sabana con estrato herbáceo, escasa existencia de
gramíneas y predominio de ciperáceas, eriocauláceas
y xiridáceas, plantas que son afines con las de los
tepuyes venezolanos.
En los cerros y mesas de los afloramientos rocosos Precámbricos
y Paleozoicos, la vegetación consta de un mosaico de
sabanas, matorrales y bosquetes achaparrados, que se relacionan
con los afloramientos de la región subcentral del Brasil;
ecológicamente constituyen un complejo sucesional lito–casmo–quersofítico,
que crece en áreas de roca carentes de suelos, en las
fisuras de las mismas o en suelos prácticamente esqueléticos
e incluyen un buen número de elementos endémicos
llamativos, como el género monotípico Senefelderopsis,
de la familia Euphorbiácea.
Es frecuente encontrar en parajes rocosos de la serranía
de Chiribiquete toda una gradación que va desde la
vegetación litofítica —sobre rocas—
hasta la quersofítica —sobre arenas—, donde
factores tales como la escasez de agua disponible para el
desarrollo de las plantas, la erosión debida al viento,
a las lluvias y al relieve, inhiben o retardan el proceso
evolutivo de los suelos. De hecho, en estas circunstancias,
aunque las lluvias sean frecuentes e intensas, los suelos,
por su espesor reducido, no pueden almacenar agua suficiente
para satisfacer las necesidades de las plantas. Este tipo
de vegetación en Colombia, además de encontrarse
en la serranía, se halla en otros enclaves del Escudo
Guyanés, localizados en la orilla del río Orinoco,
la serranía de la Macarena, las cuencas de los ríos
Guaviare, Inírida, Negro, Vaupés, Yarí
y Caquetá; su límite meridional corresponde
al cerro Cumare, departamento del Caquetá, al sector
de Araracuara, alto río Igara–Paraná,
alto río Cahuinarí, y el Cerro de Cupatí,
Yupatí o de la Pedrera y fuera del país, en
los tepuyes del sur de Venezuela, Guyana, Surinam, Guayana
Francesa así como en la de los campos rupestres de
la región suroriental de Brasil.
FAUNA
Las investigaciones puntuales que pudieron realizarse entre
1991 y 1993 permitieron reconocer que el área hace
parte de la región de distribución de numerosos
mamíferos, entre los que se encuentran varias especies
de murciélagos, tanto insectívoros como frugívoros
y hematófagos. Se destacan igualmente el armadillo,
el ñeque o guara, el cerdillo o pecarí, el borugo,
los monos maiceros, los micos de noche o tutamonos, los felinos
como el puma y el tigrillo y otros cuadrúpedos como
la danta y el perro de agua o nutria.
Se destaca la babilla del Apaporis, cuyo aislamiento se debe
a la presencia de los grandes raudales que también
impiden la dispersión de otros elementos propios de
la parte baja de este río y del resto de la Amazonia,
como es el caso del caimán negro.
Entre las aves que posiblemente se encuentran en la zona escarpada,
por el areal de distribución conocido y por los hábitats
existentes, se pueden mencionar el guácharo, el gallito
de roca, la guacamaya roja, el barranquero, el martín
pescador y varias gallinetas o chorolas de la familia Tinamidae.
Se han reportado más de 79 especies que se creían
inexistentes en la región y en los matorrales bajos
y abiertos se registraron más de 16 endemismos a nivel
de subespececies; sin embargo, el ecosistema más profusamente
habitado por las aves, es el de bosque denso húmedo
—con más de 40 registros—; entre las especies
más sobresalientes que allí se encontraron,
están un colibrí y un pequeño atrapamoscas,
cuyos parientes más cercanos se localizan en el valle
del Magdalena. Lo anterior significa que en esta serranía
encontramos especies características no solo de la
Amazonia y la Orinoquia, sino también de los Andes
y sus valles interandinos.
Es probable que los antecesores de la fauna de Chiribiquete
hayan logrado cruzar los bosques húmedos del piedemonte
andino en diferentes momentos, cuando se entrablecieron corredores
secos o húmedos, de acuerdo con la intensidad de las
glaciaciones y sus interglaciales. Tal parece ser el caso
de un vencejo y una golondrina que no deberían encontrarse
allí, por su carácter netamente andino.
Últimamente fueron reportadas más de 40 especies
de lepidópteros —mariposas— y 78 de coleópteros
—escarabajos—, lo que augura una importante oferta
con datos de gran interés para la ciencia.
UN UNIVERSO MÍTICO
El respeto innato que tienen las tribus selváticas
hacia la naturaleza y su concepción dual de lo sagrado
y lo profano, lo tangible y lo intangible, lo terreno y lo
sobrenatural, ha generado, a lo largo de siglos, una de las
más singulares formas de adaptación a su medio
ambiente.
Lo más notable de las culturas amazónicas, es
quizás la relación de sus patrones de asentamiento
con las prácticas extractivas; aquellas se caracterizan
por conservar, de algún modo, la variedad del bosque
tropical; además, gracias a sus profundos valores tradicionales
han obtenido importantes logros técnicos y botánicos.
Ninguna otra área cultural del mundo se compara con
la «Tradición del bosque tropical» en la
identificación y dominio de una gran variedad de sustancias
alucinógenas; de hecho, el conjunto de éstas
y la complejidad de los sistemas a través de los cuales
su uso ha sido integrado a la cultura espiritual, simbólica
y cosmogónica, es realmente sorprendente.
Durante las excavaciones arqueológicas efectuadas en
1992, como parte de las expediciones científicas al
Parque Nacional Natural de Chiribiquete, se pudo comprobar
la existencia de un conjunto apreciable de yacimientos pictográficos
de imponente belleza y majestuosidad, constituido por más
de 36 abrigos rocosos de diferente tamaño y ubicación;
se identificaron más de 200.000 dibujos, que conforman
el mayor hallazgo de pictografías amazónicas,
hasta ahora reportado en el mundo científico.
Las pictografías encontradas en Chiribiquete permiten
suponer que este lugar fue profusamente visitado por quienes
eran intermediarios entre lo sagrado y lo terrenal; todo parece
indicar que generaciones de chamanes con un gran conocimiento
de las fuerzas sobrenaturales han llegado a estos cerros para
plasmar, a través de la pintura, un pacto con el «dueño»
de los animales.
Escenas de caza con venados, dantas, chigüiros, pecaríes,
armadillos, borugos, guaras, paujiles, pavas, gallinetas,
monos, tortugas y peces, entre otros, fueron dibujados con
una extraordinaria delicadeza y rasgos realistas. Por encima
de ellos, en lugar y en importancia, sobresale el jaguar,
lo cual pone en evidencia el carácter divino y el poder
fertilizador atribuido al felino. Su representación
es diversa, pero siempre reconocible.
Según la mitología de un gran número
de grupos indígenas de la Amazonia, el jaguar fue creado
por el sol para ser su principal representante sobre la tierra;
es el único animal que domina el agua, la tierra y
el cielo, pero ante todo, es el protector de la selva; es
un animal fálico, símbolo de la fecundidad del
universo. Los jaguares de Chiribiquete parecen simbolizar
su poder protector sobre la «Maloca–Cerro»
y su papel fecundante en la generación de la vida animal.
Se destaca su figura en movimiento, con el cuerpo arqueado
y en constante actitud beligerante; las manchas centradas
en un recuadro lateral, simbolizan la «energía».
Los dibujos hacen parte de un mecanismo que tenía como
objeto la defensa de la fauna selvática, la búsqueda
del equilibrio cultural y un complejo juego de reglas para
adaptarse a un medio frágil y rápidamente agotable.
Las pinturas buscan influir simbólicamente sobre los
«dueños», para que cedan algunos de sus
animales y también para advertir y preparar al cazador
sobre la observancia de las prescripciones y pautas necesarias
para conservar el equilibrio ecológico. Múltiples
escenas demuestran esta intención: hombres de arco
y flecha congregados ante el chamán, lo escuchan; en
otras escenas efectúan su faena de caza selectiva;
hay rituales posteriores que quizá indican su agradecimiento.
También aparecen representados pasajes mitológicos:
secuencias que evocan el mito de creación, en el cual
la «Vía Láctea» y la Anaconda–Río
se convierten en un solo ser; semillas de palmas y plantas
narcóticas que vienen del sol; energías que
invaden el cuerpo de los principales animales; hombres que
se convierten en animales y animales que lo hacen en hombres,
son apenas algunas de las más características.
Los colores utilizados para la elaboración de las pinturas
en Chiribiquete se definen entre las gamas del amarillo ocre
y el rojo terracota. El amarillo podría representar
el concepto de fertilidad, no tanto en términos de
sexualidad, sino de energía cósmica de procreación
y renovación; el rojo podría representar lo
sexual en el sentido de la fecundidad uterina y de la vitalidad
de nuestro mundo. Las gamas de los dos colores anteriores
combinan los dos principios de la fertilidad cósmica
y de la fecundidad terrenal, con los conceptos de salud y
de «buena vida».
Las mesetas, los domos, los valles intertepuyanos, las grietas,
cuevas y túneles de Chiribiquete, debieron de impresionar
sobremanera a los nativos, acostumbrados a la monotonía
horizontal del dosel selvático. Chiribiquete fue tal
vez considerado «casa» y «templo»
de los animales; la gran «maloca» de carácter
uterino, y despensa de todos los poderes sobrenaturales.
En los afloramientos rocosos y las mesetas —casa de
los Cerros— aparecen siempre pinturas, mientras que
en las rocas de los raudales —casa de las Aguas—
aparecen petroglifos grabados con incisiones profundas. Estilísticamente
las dos formas de arte rupestre no coinciden y se podría
suponer que se trata de dos grandes horizontes culturales,
cazadores y pescadores, antiguos pobladores de la selva Amazónica.
Para los indígenas el chamán es el intérprete
de la sociedad y el vocero de su comunidad ante lo desconocido;
es el mediador entre la naturaleza y lo que pide la cultura;
el emisario del sol y el catalizador del «poder»
que mantiene el equilibrio del mundo selvático; es
el intermediario entre el cazador y los «dueños».
En tal sentido, Chiribiquete tuvo que ser el espacio más
propicio y sagrado para esta intermediación. Un lugar
vedado para el común de la gente y solo permitido a
personas con un alto poder espiritual.
En la actual Amazonia colombiana, los indígenas Mirañas,
Boras, Tanimukas, Yucanas, Matapies, Makunas, Andoques, Nonuyas
y Huitotos, hablan acerca de héroes mitológicos
que antaño recorrieron estos lugares y dejaron allí
su pensamiento.
Simbólicamente, la iconografía animal de Chiribiquete
podría asimilarse a los criterios generales que actualmente
manejan las comunidades indígenas más tradicionales;
el venado es visto como un principio femenino y de gran atracción
sexual y lo consideran el animal más «humano»
de la selva; la danta simboliza la gula y la fuerza bruta;
la paca, la fertilidad; la ardilla es un animal solar y representa
la sexualidad carnal; el murciélago simboliza la vagina
y es el precursor y compañero de los espíritus
de la selva; la oropéndola es un animal uterino y una
figura fundamental para la cura de enfermedades; por sus plumas
amarillas está asociado al sol. De otra parte, la anaconda
o «güió negro», como símbolo
uterino, se considera un animal devorador y destructor, pero
al mismo tiempo es un elemento procreador. Ésta y otras
serpientes, se asocian con los emisarios del «dueño
de los animales» que causan grandes enfermedades a quienes
no cumplen con las normas y los preceptos socioculturales.
La diversidad biológica del medio, sorprendente y vulnerable
a la vez, ha llevado a estas culturas a buscar un equilibrio
con la fauna silvestre. El Curupira o el Jarechina —chamanes
amazónicos— tienen a su cargo la responsabilidad
de cuidar los animales de la selva con el pensamiento y otras
diversas prácticas. El jaguar y otros animales de la
selva, como la boa, pertenecen al mundo sobrenatural en el
cual los espíritus, el pensamiento de los antiguos
y el origen de los clanes tribales, forman parte de un conjunto
de símbolos que, entre muchas otras funciones, proporciona
mecanismos de reciprocidad hombre–fauna y controla,
a través de normas y tabúes, la explotación
del recurso.
EL POBLAMIENTO
La unidad geográfica de Chiribiquete fue, en toda su
extensión, el territorio tradicional de una muy notable
y singular etnia aborigen conocida como Karijona. Las primeras
referencias documentales sobre esta tribu fueron hechas por
misioneros franciscanos durante la segunda mitad del siglo
XVIII. Posteriormente, don Francisco Requena, en el año
de 1782, recorrió los ríos Cunaré, Mesay,
Amú y Yarí, y reseñó en estos
sectores una población superior a 15.000 habitantes.
En 1810 Carl Friedich von Martius, durante su expedición
por la parte sur de Chiribiquete —región del
Araracuara—, observó algunas de las costumbres
más sobresalientes de los Karijonas: el uso de fajas
ceñidas, entre el tórax y las caderas, elaboradas
con fibras vegetales y teñidas con vivos colores; el
hecho de estar remando siempre de pie, ayudados por largos
remos acorazonados, hace suponer que no podían sentarse.
Martius llamaba a los Karijonas «indios camponenses»,
seguramente por su disposición para vivir en las sabanas
naturales de la zona suroriental de la serranía y en
las partes altas de los tepuyes.
En 1903, Theodor Koch–Grunberg contactó a los
Karijonas en el río Vaupés, arriba del salto
Yuruparí, cuando estos empezaban a rebelarse contra
los caucheros colombianos y peruanos que para entonces habían
inducido al grueso de la población a explotar el caucho
—Hevea—, recurso vegetal que marca un
hito en el proceso de aculturación, etnocidio y esclavismo
indígena en el territorio amazónico. Este reconocido
científico distinguió tres clanes localizados
diferencialmente en la región del Chiribiquete: los
Umauas, los Tsahaat-saha y los Hianacotos.
En la actualidad, la serranía está prácticamente
deshabitada. Fuera de algunos individuos mezclados con los
Koreguajes del Orteguaza y con unas cuantas familias establecidas
en Puerto Nare en el Vaupés, los Karijonas prácticamente
se extinguieron. Las investigaciones relacionan a los Karijonas
con las actuales tribus Guakes, Huakes, Umauas, Murciélagos
o Kalijonas, todos pertenecientes a la familia macrolingüística
Karib. Igualmente parecen serlo los Riamas, ubicados entre
el Yarí y el alto Apaporis; los Guaguas y los Caicushana,
un poco más al occidente de este mismo sector y los
Mahotayana y Yacaoyana, que tienen vestigios lingüísticos
Arawak, aunque son netamente Karijona y Karib.
IMPACTOS AMBIENTALES
Por tratarse de un área tan aislada y remota, la serranía
de Chiribiquete no ha sido poblada; además, presenta
severas limitaciones por la inexistencia de suelos apropiados
para cultivos agrícolas. Sin embargo, a finales de
los años ochenta se estableció en esta región
uno de los más grandes complejos del narcotráfico,
conocido como Tranquilandia: enormes pistas de aterrizaje
y un insólito conjunto de laboratorios para el procesamiento
de alcaloides, que fueron destruidos por la policía
nacional a comienzos de 1991. Con los radares puestos en Araracuara
y Leticia, la actividad fue erradicada de esta región.
No obstante, el peligro persiste. Una análisis rápido
de las imágenes satelitales de los últimos 10
años demuestra que el avance escalofriante de los «rotos»
o chagras de cultivo de coca que se inició en las proximidades
de Calamar, San José del Guaviare y Miraflores, hoy
prácticamente han llegado a los límites mismos
de la serranía.
Otra de las amenazas a mediano plazo, tiene que ver con el
ecoturismo, que de no hacerse en una forma adecuada, podría
causar uno de los daños más severos al patrimonio
histórico, cultural y natural del país.
CONSERVACIÓN
Este gran tepuy, declarado Parque Nacional en 1989, tiene
una extensión de 1’280.000 hectáreas y
es la unidad de conservación más grande del
Sistema de Parques Nacionales Naturales. El parque está
ubicado en jurisdicción de los municipios de San Vicente
del Caguán y Puerto Solano en el departamento del Caquetá
y San José del Guaviare en la comisaría del
Guaviare; es una de las áreas biológicas y geográficas
más extraordinarias de la tierra que presenta asociaciones
geológicas con la serranía de la Macarena, la
serranía de Nukak, Puinawai y Naquén, localizadas
más al noroccidente.
Chiribiquete puede ser considerado uno de los lugares más
apartados e inhóspitos de nuestro país, pero
al mismo tiempo es una de nuestras más valiosas riquezas
y quizás uno de esos lugares de la tierra, donde el
hombre adquirió mecanismos especiales de convivencia
con su entorno y un profundo respeto por este santuario del
culto a los animales selváticos y por el equilibrio
perfecto entre el hombre y la naturaleza.
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