Subir

Premio Planeta Azul
Sitios relacionados
Eventos
Descargas
Libros

Libros de la Colección Ecológica del Banco de Occidente:

Ir al Cap. 2 Ir al Índice Ir al Cap. 4
 
 
De click sobre las imágenes para ampliarlas
 

CAPÍTULO 3

SERRANÍA DE CHIRIBIQUETE

 

Hablar de tepuyes es hablar del origen de los tiempos. Esas altas mesetas rocosas, aisladas de los Andes, han ejercido una profunda fascinación sobre el hombre, tanto por su imponente perfil como por su excepcional riqueza biológica; como una muestra de ello, el escritor inglés Sir Arthur Conan Doyle, ubicó su novela Mundo Perdido en un tepuy donde sobrevivían grandes reptiles voladores que se creían extintos hace más de 60 millones de años.

Los tepuyes —del Arawak tepui o tepuy— son formaciones sedimentarias muy antiguas, con relieve montañoso del tipo meseta de cúspide plana, cuya conformación geológica de gran belleza alberga una fauna y particularmente una flora única y peculiar, desarrollada sobre suelos generalmente muy ácidos, derivados de la descomposición de rocas areniscas de la formación Roraima.

Esta formación de tipo sedimentario, cuya antigüedad se calcula entre 1.93 y 1.59 Ga (Ga = Giga año = 1.000 millones), hace parte de la macroformación del Escudo Guyanés, el cual contiene, además, otras tres formaciones más antiguas: Imaca, Pastora y Cuchivero, todas ellas de tipo ígneo y metamórfico. A su vez, Roraima está compuesta por cuatro unidades formadas en diferentes etapas: Uairen, Kukenán, Uiamapué y Mataui, la única que se presenta en territorio colombiano.

Mataui caracteriza por excelencia, las geoformas de «escarpados» de cuarzo, arenitas y diabasas —rocas formadas por sedimentos de granos individuales del tamaño de arena compuesta de cuarzo— propias del suroriente venezolano, compuestas por más de medio centenar de cerros y serranías como el cerro de la Neblina, el macizo de Chimantá, el cerro Roraima y Auyan–tepuy, ubicados en el bioma de la «Gran Sabana» en el Alto Orinoco y Autana en las riveras del Orinoco Medio.

Los tepuyes —venezolanos, brasileños y colombianos—, se caracterizan por la existencia de elementos faunísticos y florísticos con una clara afinidad andina. Por la posición de este sistema orográfico en Colombia, resulta verosímil que la presencia de dichos elementos sea el producto de rutas de dispersión a través de los tepuyes colombianos; así, por ejemplo, el copetón que habita en las mesas del sur de La Macarena, corresponde a la misma subespecie que se halla en varios de los tepuyes venezolanos y que fue conocida inicialmente en las laderas superiores del cerro Roraima. Este ejemplo sirve para destacar la insularidad de los afloramientos rocosos de la Amazonia colombiana, que son verdaderos archipiélagos, en los cuales las mesas rocosas están separadas entre sí por densas selvas húmedas.

La mayor concentración de tepuyes se halla en el sur de Venezuela y el noroccidente del Brasil. En Colombia, este tipo de elementos aparecen dispersos principalmente entre los ríos Guaviare y Caquetá; se destacan por su elevación: la serranía de Chiribiquete en el departamento del Caquetá, las Mesas de Iguaje en el departamento del Guaviare, la serranía de Naquén en el departamento del Guainía y la serranía de La Macarena en el departamento del Meta.

La Serranía de Chiribiquete es una formación tepuyana larga, de más de 250 km, cuya evolución morfológica es producto de la combinación de factores tectónicos, estructurales, estratigráficos, climáticos y temporales, que unidos entre sí lograron crear una de las grandes maravillas del país.

GEOLOGÍA Y GEOMORFOLOGÍA

La serranía de Chiribiquete y sus alrededores conforman un mágico y muy antiguo «mundo perdido» en pleno corazón de nuestra Amazonia. Sus entornos naturales van desde la selva densa de las partes planas y bajas, hasta la vegetación raquítica que crece en las escarpadas moles de roca, donde afloran sobre las mesetas de la superficie, estratos areniscos y cristalinos.

Está localizada en el interfluvio de los ejes ribereños del Duda–Ariari–Guaviare–Orinoco, al norte y el eje del río Amazonas al Sur y hace parte del Escudo Guyanés, formación geológica ubicada hacia el nororiente del continente, considerada como una de las más antiguas del mundo, conjuntamente con el Escudo Brasilero, ubicado en la otra margen del río Amazonas; su origen se remonta a la formación del núcleo Precámbrico —primer período geológico de la Tierra, hace 4.500 millones de años, cuya duración fue de 4.000 años—.

El área de la serranía está delimitada al norte y en parte del oriente, por el río Tunia o Macayá, hasta su confluencia con el río Ajajú o Apaporis, el cual corta las paredes abruptas del macizo en su porción septentrional, en el punto llamado «Dos Ríos». Los ríos Gunaré y Amú, hasta su desembocadura en el río Mesay, constituyen el resto del límite oriental de la geoforma, que en este sitio alcanza una altura máxima de 800 m. Limita al sur con los ríos Yarí, en los sitios de Maraya, Raudal Torres y Mesay y al occidente con los ríos Huitotos, Tajisa, Yaya, Ajajú y otro sin nombre, que se conecta al norte con el Tunia o Macayá .

El territorio de la serranía está integrado por unidades geomorfológicas designadas como provincias de orígenes estructural y denudativo —desintegración de las rocas por acción física y química y por los materiales que resultan al ser arrastrados por la acción del agua y el viento—, los cuales se caracterizan respectivamente por un tipo de formación montañosa con predominio de serranías y cerros y por planicies producto de la erosión.

La porción oriental, configura paisajes residuales de rocas cristalinas y sedimentarias Precámbricas —aproximadamente 2.000 millones de años— y Paleozoicas —entre 600 y 300 millones de años—. Incluye un conjunto de serranías, mesas, picachos y cerros tabulares disectados, geoformas que genéricamente se conocen como tepuyes. Estos se complementan, a menudo, con núcleos cristalinos muy duros, resistentes a los procesos erosivos que sobresalen en las planicies como montañas–islas; cerros o domos aislados denominados técnicamente «inselbergs».

Morfológicamente, los tepuyes tienen unas características importantes:

  • El pedimento, es la parte basal periférica con predominio de bosques densos o sabanas.
  • El pie de escarpa, es la pendiente de ascenso desde la base hasta las paredes verticales —zona de transición—, la cual denota un ángulo suave de inclinación y por lo regular es el área con bosques más tupidos y altos del macizo, por ser el sitio donde se acumula el material desprendido de las partes altas.
  • La escarpada, se destaca por la verticalidad de sus paredes desarrolladas en arenisca cuarzosa, que en algunos casos permite observar su estratigrafía.
  • Los bordes del tepuy, se caracterizan por las grandes irregularidades topográficas y el agrietamiento vertical que sirve a su vez como cuneta de evacuación de los torrentes hídricos cuando llueve o escurre agua desde la cima.
  • Los topes del tepuy, son generalmente planos y cortados en algunos sectores por profundas grietas que siguen un patrón estructural de fracturamiento.
  • Los valles intertepuyanos localizados entre las mesetas, son de tipo alargado; muchos de ellos son profundos y separan completamente las estructuras tepuyanas
  • Las simas son depresiones —formaciones negativas, pequeñas y grandes— que semejan típicos «poljes» cársicos o huecos enormes de tipo circular sobre la superficie terrestre, que pueden llegar a tener más de 200 m de diámetro y varias centenas de metros de profundidad, con manchas de bosques pluviales en su base. Un mundo aislado y perdido dentro de la rareza misma del paisaje circundante.
La serranía de Chiribiquete contiene todos estos elementos y otros muy propios de los tepuyes guyaneses, como cuevas y cavernas con galerías de gran extensión. Éstos se han generado por la remoción mecánica de los granos de arena de las areniscas, luego de sufrir procesos de disolución parcial del cemento silíceo, que es la argamasa natural de los conglomerados rocosos de la formación Roraima.

Desde el punto de vista de la tectónica, sabemos que los tepuyes son el resultado de pulsaciones, durante el Precámbrico, que causaron periódicas elevaciones del Escudo Guyanés y generaron un rejuvenecimiento geomorfológico de la región, con el consiguiente incremento de procesos erosivos y la degradación de las capas superiores y exteriores. Estructuralmente, las rocas de la formación Roraima han sido solo levemente transformadas y deformadas por los procesos climáticos que han soportado durante más de 2.500 millones de años. Los amplios pliegues que se observan en la superficie de los topes tepuyanos y en las escarpadas verticales, son huellas dejadas por el tiempo en estas moles.

La estratigrafía es uno de los elementos distintivos del tepuy y determina la interrelación entre las unidades resistentes y las no resistentes a la erosión, así como el control en la densidad de fracturamiento ejercida por las estructuras sedimentarias. En Chiribiquete, en el tope de algunas de las mesetas, sobresalen los torreones de areniscas silicificadas poco solubles, conocidos también como paisajes cársicos en rocas calcáreas, que dan un toque peculiar y hermoso a la topografía. El agua tiene un efecto determinante en los procesos erosivos, disuelve el cemento silíceo que une los granos de arena y estas partículas son transportadas por escorrentía. Este fenómeno generó sitios tan especiales en Chiribiquete, como el valle de los Menhires o el valle de las Pirámides.

CLIMA

Debido a su aislamiento, poco se sabe de los aspectos climáticos de la serranía de Chiribiquete. No obstante, se estima una temperatura promedio de 24 °C y una precipitación anual de 2.500 a 3.500 mm con régimen pluviométrico monomodal; el período más húmedo ocurre entre octubre y noviembre.

Chiribiquete tiene un clima de montaña pero con características muy singulares, diferentes de las de otras zonas montañosas del país y de las que predominan en las tierras bajas adyacentes. En las partes más alta de la serranía, es marcada la influencia que ejercen las nubes y los cinturones de niebla, frecuentes al romper el alba y en las tardes, después de torrenciales lluvias.

Las temperaturas tienen fuertes oscilaciones diarias que pasan de un ambiente muy cálido y soleado, a un clima fresco y húmedo, con abundante nubosidad y fuertes precipitaciones; esto hace que, a pesar de que las mesetas tengan en sus cimas una cobertura vegetal de carácter sabanoide, el ambiente sea como el de un páramo. El gradiente térmico vertical puede estimarse en 0,6 °C de descenso por cada 100 m de incremento en la altitud; la temperatura máxima es de 35 °C en las partes bajas y la mínima de 2 °C en las altas.

La exposición superficial a los rayos del sol de las rocas areniscas, es una constante no solo en el tope del tepuy, sino también en la parte de la escarpada; esto significa una permanente acumulación de calor durante el día, lo cual facilita que se generen grandes volúmenes de vapor de agua cuando se presentan las lluvias, al final de la tarde.

FLORA

En la parte baja de este macizo, localizado en la planicie basal y cerca de los cursos de los principales afluentes del río Apaporis, sobresale la hylea o selva inundable, correspondiente al bioma higrofítico —de vegetación muy húmeda— con suelos profundos. Hacia el pie de la escarpa se encuentran bosques altos, de selva pluvial que luego de aproximarse hacia la escarpada vertical reducen su porte y aparecen las manifestaciones arbustivas y herbáceas, equivalentes a las catingas y campiñas —comunidades vegetales con serias limitaciones de suelo y escasa capacidad de retención de aguas que se establecen sobre arenas cuarcíticas—. En las escarpadas verticales y en los bordes y topes del tepuy se presenta una vegetación lito–casmo–quersofítica; es decir, comunidades de plantas adaptadas para colonizar ambientes rocosos, que aprovechan rendijas o cualquier tipo de agrietamiento donde se acumule una pequeña cantidad de materia orgánica; también se encuentran las típicamente quersotitas, que son de mayor porte y se desarrollan sobre suelos arenosos derivados de areniscas.

La selva higrofítica del pedimento incluye árboles de gran porte, con especies emergentes que alcanzan los 35 y 40 m; hay presencia de epífitas y parásitas y el sotobosque se caracteriza por tener una alta densidad, con abundancia de especies del género Heliconia, así como de especies de las familias piperáceas, aráceas y ciclantáceas. Dentro de las especies arbóreas más representativas se encuentran el guamo, el arenillo, el dormilón, el caimarón, el coduiro o carguero, la siringa y el capinurí.

Las catingas, localizadas en suelos arenosos y pobres en nutrientes, tienen un arbolado que oscila entre 12 y 15 m de altura; su aspecto es de matorrales con troncos, ramificaciones y hojas que tienden a la morfología retorcida. En esta formación vegetal, el bosque aparece ocasionalmente raleado en parches sobre la campiña o sabana amazónica; un tipo de sabana con estrato herbáceo, escasa existencia de gramíneas y predominio de ciperáceas, eriocauláceas y xiridáceas, plantas que son afines con las de los tepuyes venezolanos.

En los cerros y mesas de los afloramientos rocosos Precámbricos y Paleozoicos, la vegetación consta de un mosaico de sabanas, matorrales y bosquetes achaparrados, que se relacionan con los afloramientos de la región subcentral del Brasil; ecológicamente constituyen un complejo sucesional lito–casmo–quersofítico, que crece en áreas de roca carentes de suelos, en las fisuras de las mismas o en suelos prácticamente esqueléticos e incluyen un buen número de elementos endémicos llamativos, como el género monotípico Senefelderopsis, de la familia Euphorbiácea.

Es frecuente encontrar en parajes rocosos de la serranía de Chiribiquete toda una gradación que va desde la vegetación litofítica —sobre rocas— hasta la quersofítica —sobre arenas—, donde factores tales como la escasez de agua disponible para el desarrollo de las plantas, la erosión debida al viento, a las lluvias y al relieve, inhiben o retardan el proceso evolutivo de los suelos. De hecho, en estas circunstancias, aunque las lluvias sean frecuentes e intensas, los suelos, por su espesor reducido, no pueden almacenar agua suficiente para satisfacer las necesidades de las plantas. Este tipo de vegetación en Colombia, además de encontrarse en la serranía, se halla en otros enclaves del Escudo Guyanés, localizados en la orilla del río Orinoco, la serranía de la Macarena, las cuencas de los ríos Guaviare, Inírida, Negro, Vaupés, Yarí y Caquetá; su límite meridional corresponde al cerro Cumare, departamento del Caquetá, al sector de Araracuara, alto río Igara–Paraná, alto río Cahuinarí, y el Cerro de Cupatí, Yupatí o de la Pedrera y fuera del país, en los tepuyes del sur de Venezuela, Guyana, Surinam, Guayana Francesa así como en la de los campos rupestres de la región suroriental de Brasil.

FAUNA

Las investigaciones puntuales que pudieron realizarse entre 1991 y 1993 permitieron reconocer que el área hace parte de la región de distribución de numerosos mamíferos, entre los que se encuentran varias especies de murciélagos, tanto insectívoros como frugívoros y hematófagos. Se destacan igualmente el armadillo, el ñeque o guara, el cerdillo o pecarí, el borugo, los monos maiceros, los micos de noche o tutamonos, los felinos como el puma y el tigrillo y otros cuadrúpedos como la danta y el perro de agua o nutria.

Se destaca la babilla del Apaporis, cuyo aislamiento se debe a la presencia de los grandes raudales que también impiden la dispersión de otros elementos propios de la parte baja de este río y del resto de la Amazonia, como es el caso del caimán negro.

Entre las aves que posiblemente se encuentran en la zona escarpada, por el areal de distribución conocido y por los hábitats existentes, se pueden mencionar el guácharo, el gallito de roca, la guacamaya roja, el barranquero, el martín pescador y varias gallinetas o chorolas de la familia Tinamidae. Se han reportado más de 79 especies que se creían inexistentes en la región y en los matorrales bajos y abiertos se registraron más de 16 endemismos a nivel de subespececies; sin embargo, el ecosistema más profusamente habitado por las aves, es el de bosque denso húmedo —con más de 40 registros—; entre las especies más sobresalientes que allí se encontraron, están un colibrí y un pequeño atrapamoscas, cuyos parientes más cercanos se localizan en el valle del Magdalena. Lo anterior significa que en esta serranía encontramos especies características no solo de la Amazonia y la Orinoquia, sino también de los Andes y sus valles interandinos.

Es probable que los antecesores de la fauna de Chiribiquete hayan logrado cruzar los bosques húmedos del piedemonte andino en diferentes momentos, cuando se entrablecieron corredores secos o húmedos, de acuerdo con la intensidad de las glaciaciones y sus interglaciales. Tal parece ser el caso de un vencejo y una golondrina que no deberían encontrarse allí, por su carácter netamente andino.

Últimamente fueron reportadas más de 40 especies de lepidópteros —mariposas— y 78 de coleópteros —escarabajos—, lo que augura una importante oferta con datos de gran interés para la ciencia.

UN UNIVERSO MÍTICO


El respeto innato que tienen las tribus selváticas hacia la naturaleza y su concepción dual de lo sagrado y lo profano, lo tangible y lo intangible, lo terreno y lo sobrenatural, ha generado, a lo largo de siglos, una de las más singulares formas de adaptación a su medio ambiente.

Lo más notable de las culturas amazónicas, es quizás la relación de sus patrones de asentamiento con las prácticas extractivas; aquellas se caracterizan por conservar, de algún modo, la variedad del bosque tropical; además, gracias a sus profundos valores tradicionales han obtenido importantes logros técnicos y botánicos. Ninguna otra área cultural del mundo se compara con la «Tradición del bosque tropical» en la identificación y dominio de una gran variedad de sustancias alucinógenas; de hecho, el conjunto de éstas y la complejidad de los sistemas a través de los cuales su uso ha sido integrado a la cultura espiritual, simbólica y cosmogónica, es realmente sorprendente.

Durante las excavaciones arqueológicas efectuadas en 1992, como parte de las expediciones científicas al Parque Nacional Natural de Chiribiquete, se pudo comprobar la existencia de un conjunto apreciable de yacimientos pictográficos de imponente belleza y majestuosidad, constituido por más de 36 abrigos rocosos de diferente tamaño y ubicación; se identificaron más de 200.000 dibujos, que conforman el mayor hallazgo de pictografías amazónicas, hasta ahora reportado en el mundo científico.

Las pictografías encontradas en Chiribiquete permiten suponer que este lugar fue profusamente visitado por quienes eran intermediarios entre lo sagrado y lo terrenal; todo parece indicar que generaciones de chamanes con un gran conocimiento de las fuerzas sobrenaturales han llegado a estos cerros para plasmar, a través de la pintura, un pacto con el «dueño» de los animales.

Escenas de caza con venados, dantas, chigüiros, pecaríes, armadillos, borugos, guaras, paujiles, pavas, gallinetas, monos, tortugas y peces, entre otros, fueron dibujados con una extraordinaria delicadeza y rasgos realistas. Por encima de ellos, en lugar y en importancia, sobresale el jaguar, lo cual pone en evidencia el carácter divino y el poder fertilizador atribuido al felino. Su representación es diversa, pero siempre reconocible.

Según la mitología de un gran número de grupos indígenas de la Amazonia, el jaguar fue creado por el sol para ser su principal representante sobre la tierra; es el único animal que domina el agua, la tierra y el cielo, pero ante todo, es el protector de la selva; es un animal fálico, símbolo de la fecundidad del universo. Los jaguares de Chiribiquete parecen simbolizar su poder protector sobre la «Maloca–Cerro» y su papel fecundante en la generación de la vida animal. Se destaca su figura en movimiento, con el cuerpo arqueado y en constante actitud beligerante; las manchas centradas en un recuadro lateral, simbolizan la «energía».

Los dibujos hacen parte de un mecanismo que tenía como objeto la defensa de la fauna selvática, la búsqueda del equilibrio cultural y un complejo juego de reglas para adaptarse a un medio frágil y rápidamente agotable. Las pinturas buscan influir simbólicamente sobre los «dueños», para que cedan algunos de sus animales y también para advertir y preparar al cazador sobre la observancia de las prescripciones y pautas necesarias para conservar el equilibrio ecológico. Múltiples escenas demuestran esta intención: hombres de arco y flecha congregados ante el chamán, lo escuchan; en otras escenas efectúan su faena de caza selectiva; hay rituales posteriores que quizá indican su agradecimiento.

También aparecen representados pasajes mitológicos: secuencias que evocan el mito de creación, en el cual la «Vía Láctea» y la Anaconda–Río se convierten en un solo ser; semillas de palmas y plantas narcóticas que vienen del sol; energías que invaden el cuerpo de los principales animales; hombres que se convierten en animales y animales que lo hacen en hombres, son apenas algunas de las más características.

Los colores utilizados para la elaboración de las pinturas en Chiribiquete se definen entre las gamas del amarillo ocre y el rojo terracota. El amarillo podría representar el concepto de fertilidad, no tanto en términos de sexualidad, sino de energía cósmica de procreación y renovación; el rojo podría representar lo sexual en el sentido de la fecundidad uterina y de la vitalidad de nuestro mundo. Las gamas de los dos colores anteriores combinan los dos principios de la fertilidad cósmica y de la fecundidad terrenal, con los conceptos de salud y de «buena vida».

Las mesetas, los domos, los valles intertepuyanos, las grietas, cuevas y túneles de Chiribiquete, debieron de impresionar sobremanera a los nativos, acostumbrados a la monotonía horizontal del dosel selvático. Chiribiquete fue tal vez considerado «casa» y «templo» de los animales; la gran «maloca» de carácter uterino, y despensa de todos los poderes sobrenaturales.

En los afloramientos rocosos y las mesetas —casa de los Cerros— aparecen siempre pinturas, mientras que en las rocas de los raudales —casa de las Aguas— aparecen petroglifos grabados con incisiones profundas. Estilísticamente las dos formas de arte rupestre no coinciden y se podría suponer que se trata de dos grandes horizontes culturales, cazadores y pescadores, antiguos pobladores de la selva Amazónica.

Para los indígenas el chamán es el intérprete de la sociedad y el vocero de su comunidad ante lo desconocido; es el mediador entre la naturaleza y lo que pide la cultura; el emisario del sol y el catalizador del «poder» que mantiene el equilibrio del mundo selvático; es el intermediario entre el cazador y los «dueños». En tal sentido, Chiribiquete tuvo que ser el espacio más propicio y sagrado para esta intermediación. Un lugar vedado para el común de la gente y solo permitido a personas con un alto poder espiritual.

En la actual Amazonia colombiana, los indígenas Mirañas, Boras, Tanimukas, Yucanas, Matapies, Makunas, Andoques, Nonuyas y Huitotos, hablan acerca de héroes mitológicos que antaño recorrieron estos lugares y dejaron allí su pensamiento.

Simbólicamente, la iconografía animal de Chiribiquete podría asimilarse a los criterios generales que actualmente manejan las comunidades indígenas más tradicionales; el venado es visto como un principio femenino y de gran atracción sexual y lo consideran el animal más «humano» de la selva; la danta simboliza la gula y la fuerza bruta; la paca, la fertilidad; la ardilla es un animal solar y representa la sexualidad carnal; el murciélago simboliza la vagina y es el precursor y compañero de los espíritus de la selva; la oropéndola es un animal uterino y una figura fundamental para la cura de enfermedades; por sus plumas amarillas está asociado al sol. De otra parte, la anaconda o «güió negro», como símbolo uterino, se considera un animal devorador y destructor, pero al mismo tiempo es un elemento procreador. Ésta y otras serpientes, se asocian con los emisarios del «dueño de los animales» que causan grandes enfermedades a quienes no cumplen con las normas y los preceptos socioculturales.

La diversidad biológica del medio, sorprendente y vulnerable a la vez, ha llevado a estas culturas a buscar un equilibrio con la fauna silvestre. El Curupira o el Jarechina —chamanes amazónicos— tienen a su cargo la responsabilidad de cuidar los animales de la selva con el pensamiento y otras diversas prácticas. El jaguar y otros animales de la selva, como la boa, pertenecen al mundo sobrenatural en el cual los espíritus, el pensamiento de los antiguos y el origen de los clanes tribales, forman parte de un conjunto de símbolos que, entre muchas otras funciones, proporciona mecanismos de reciprocidad hombre–fauna y controla, a través de normas y tabúes, la explotación del recurso.

EL POBLAMIENTO


La unidad geográfica de Chiribiquete fue, en toda su extensión, el territorio tradicional de una muy notable y singular etnia aborigen conocida como Karijona. Las primeras referencias documentales sobre esta tribu fueron hechas por misioneros franciscanos durante la segunda mitad del siglo XVIII. Posteriormente, don Francisco Requena, en el año de 1782, recorrió los ríos Cunaré, Mesay, Amú y Yarí, y reseñó en estos sectores una población superior a 15.000 habitantes.

En 1810 Carl Friedich von Martius, durante su expedición por la parte sur de Chiribiquete —región del Araracuara—, observó algunas de las costumbres más sobresalientes de los Karijonas: el uso de fajas ceñidas, entre el tórax y las caderas, elaboradas con fibras vegetales y teñidas con vivos colores; el hecho de estar remando siempre de pie, ayudados por largos remos acorazonados, hace suponer que no podían sentarse. Martius llamaba a los Karijonas «indios camponenses», seguramente por su disposición para vivir en las sabanas naturales de la zona suroriental de la serranía y en las partes altas de los tepuyes.

En 1903, Theodor Koch–Grunberg contactó a los Karijonas en el río Vaupés, arriba del salto Yuruparí, cuando estos empezaban a rebelarse contra los caucheros colombianos y peruanos que para entonces habían inducido al grueso de la población a explotar el caucho —Hevea—, recurso vegetal que marca un hito en el proceso de aculturación, etnocidio y esclavismo indígena en el territorio amazónico. Este reconocido científico distinguió tres clanes localizados diferencialmente en la región del Chiribiquete: los Umauas, los Tsahaat-saha y los Hianacotos.

En la actualidad, la serranía está prácticamente deshabitada. Fuera de algunos individuos mezclados con los Koreguajes del Orteguaza y con unas cuantas familias establecidas en Puerto Nare en el Vaupés, los Karijonas prácticamente se extinguieron. Las investigaciones relacionan a los Karijonas con las actuales tribus Guakes, Huakes, Umauas, Murciélagos o Kalijonas, todos pertenecientes a la familia macrolingüística Karib. Igualmente parecen serlo los Riamas, ubicados entre el Yarí y el alto Apaporis; los Guaguas y los Caicushana, un poco más al occidente de este mismo sector y los Mahotayana y Yacaoyana, que tienen vestigios lingüísticos Arawak, aunque son netamente Karijona y Karib.

IMPACTOS AMBIENTALES


Por tratarse de un área tan aislada y remota, la serranía de Chiribiquete no ha sido poblada; además, presenta severas limitaciones por la inexistencia de suelos apropiados para cultivos agrícolas. Sin embargo, a finales de los años ochenta se estableció en esta región uno de los más grandes complejos del narcotráfico, conocido como Tranquilandia: enormes pistas de aterrizaje y un insólito conjunto de laboratorios para el procesamiento de alcaloides, que fueron destruidos por la policía nacional a comienzos de 1991. Con los radares puestos en Araracuara y Leticia, la actividad fue erradicada de esta región.

No obstante, el peligro persiste. Una análisis rápido de las imágenes satelitales de los últimos 10 años demuestra que el avance escalofriante de los «rotos» o chagras de cultivo de coca que se inició en las proximidades de Calamar, San José del Guaviare y Miraflores, hoy prácticamente han llegado a los límites mismos de la serranía.

Otra de las amenazas a mediano plazo, tiene que ver con el ecoturismo, que de no hacerse en una forma adecuada, podría causar uno de los daños más severos al patrimonio histórico, cultural y natural del país.

CONSERVACIÓN

Este gran tepuy, declarado Parque Nacional en 1989, tiene una extensión de 1’280.000 hectáreas y es la unidad de conservación más grande del Sistema de Parques Nacionales Naturales. El parque está ubicado en jurisdicción de los municipios de San Vicente del Caguán y Puerto Solano en el departamento del Caquetá y San José del Guaviare en la comisaría del Guaviare; es una de las áreas biológicas y geográficas más extraordinarias de la tierra que presenta asociaciones geológicas con la serranía de la Macarena, la serranía de Nukak, Puinawai y Naquén, localizadas más al noroccidente.

Chiribiquete puede ser considerado uno de los lugares más apartados e inhóspitos de nuestro país, pero al mismo tiempo es una de nuestras más valiosas riquezas y quizás uno de esos lugares de la tierra, donde el hombre adquirió mecanismos especiales de convivencia con su entorno y un profundo respeto por este santuario del culto a los animales selváticos y por el equilibrio perfecto entre el hombre y la naturaleza.
 
Ir al Cap. 2 Ir al Índice Ir al Cap. 4
Libros de la Colección Ecológica del Banco de Occidente:
Premio Planeta Azul
Sitios relacionados
Eventos
Descargas
Libros
Copyright © 2009 Banco de Occidente
Desarrollado por I/M Editores
www.imeditores.com