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CAPÍTULO 6

VISIÓN ECOLÓGICA DEL PAISAJE

 

La ecología del paisaje emerge como una herramienta poderosa para tratar de hacer una síntesis de los principales procesos que se observan en los altiplanos de Colombia. Sin embargo nos preguntamos: ¿Cómo visualizar estos procesos en grandes espacios y en largos tiempos? ¿Qué estrategias se pueden aplicar para lograr el equilibrio entre la conservación y el manejo sostenible de los ecosistemas? El diseño de un esquema que permita encontrar las respuestas adecuadas para comprender la complejidad de los ecosistemas naturales y transformados de alta montaña tropical, se constituye en un reto para la ecología actual y su aplicación es uno de los mayores desafíos para las nuevas generaciones.

PAISAJES DE RECIENTE FORMACIÓN

Observar formas de relieve planas en las montañas se convierte en un acontecimiento de singular belleza; en términos generales su formación está relacionada con el depósito de materiales de origen volcánico o con el transporte de sedimentos por fuentes de agua o por lahares y en casos excepcionales con la existencia de estratos rocosos sin plegar, en posición casi horizontal. En las montañas ecuatoriales tropicales, los eventos glaciales del Pleistoceno, hace 10.000 años aproximadamente, modelaron el paisaje; por su fusión y poder erosivo, grandes valles y depresiones lacustres se rellenaron de sedimentos que generaron altiplanos, dinámica que se dio principalmente en la cordillera Oriental. Aunque la cordillera Central también fue modelada por los glaciares, la actividad volcánica, en algunos casos independiente, en otros asociada a la fusión de los glaciares o a la formación de gigantescos lahares, dio origen a enormes explayamientos en forma de conos o abanicos en las vertientes de la cordillera, que sepultaron relieves más antiguos y crearon nuevos, con forma de planicies.

Una vez establecido el relieve, a través del tiempo se inició la colonización de diferentes tipos de vegetación especialmente adaptados a cada piso altitudinal y con ella la de las especies de fauna propias de estos ecosistemas. Uno de los bosques de montaña más importantes es el robledal que llegó procedente de la región holártica, hace cerca de 250.000 años; osos, ardillas y algunos roedores, así como aves como el carpintero copete rojo y varias plantas asociadas a los robledales actuaron como eficientes dispersores de semillas y lograron que los últimos parches de este tipo de bosques avanzara hacia el sur, hasta Nariño. La vegetación que mejor se adaptó al hábitat frío de la alta montaña tropical fue la paramuna; los frailejones evolucionaron a partir de especies que ya se habían adaptado en el límite superior del bosque. El páramo se expandió cuando se retiraron los glaciares y posteriormente en algunos de sus espacios se formaron altiplanos, debido al relleno y sedimentación de antiguos valles glaciares y a la colmatación de algunas turberas.

PATRONES DE OCUPACIÓN DE LOS ALTIPLANOS

Sólo cuando los glaciares se retiraron y mejoraron las condiciones climáticas al finalizar el Pleistoceno, fue posible la ocupación humana en la alta montaña. Detrás de la vegetación llegaron los grandes herbívoros de la fauna del Pleistoceno, seguidos por el mayor de los depredadores, el hombre.

Aún hay enormes vacíos en cuanto al conocimiento de los patrones de ocupación de los altiplanos, pero se sabe que fueron territorios cuyas características geográficas y ambientales favorecieron el desarrollo de las culturas. Las evidencias arqueológicas y paleontológicas más antiguas en el altiplano de la Sabana de Bogotá, se encontraron en las regiones del Abra y el Tequendama y sus restos precerámicos se remontan a cerca de 12.500 años antes del presente; estos hombres que vivían en abrigos rocosos, eran cazadores especializados de los últimos mastodontes y caballos primitivos, en un paisaje de vegetación predominantemente abierta; de acuerdo con los hallazgos, probablemente hace 7.000 a 6.000 años, el hombre prehistórico acabó con la megafauna Pleistocénica del altiplano Cundiboyacense y entonces predominaron pequeños mamíferos, roedores y venados. De acuerdo con los registros paleoecológicos, entre 6.000 y 5.000 años antes del presente hubo un período de fuerte sequía que alteró los patrones de ocupación y produjo una disminución considerable de la población en la altiplanicie.

Hace unos 2.000 años se dio un gran salto; las poblaciones sedentarias más densas y complejas, con una organización social bien estructurada, desarrollaron la cerámica y practicaron la agricultura intensiva. En los altiplanos del sur del país la ocupación paleoindia dejó su huella; sin embargo, la evolución social de estos asentamientos en los altiplanos del Nudo de los Pastos, estuvo fuertemente relacionada con los procesos de ocupación de Los Andes ecuatorianos y con la cultura dominante de los incas. En la cordillera Oriental, en el altiplano Cundiboyacense, los muiscas establecieron una de las culturas más importantes de la Colombia precolombina.

PROCESOS ESPACIALES Y TRANSFORMACIÓN DEL PAISAJE

Desde tiempos históricos, las características ambientales de los altiplanos favorecieron el desarrollo de la agricultura y la ganadería y el establecimiento de grandes centros urbanos, así como la explotación intensiva de recursos mineros, cuyos efectos sobre el paisaje no se hicieron esperar; la disminución de la biodiversidad ha sido el resultado de procesos de fragmentación de los ecosistemas originales en segmentos cada vez más pequeños y aislados, donde muchas especies no pueden mantener sus poblaciones. Lo que fue una matriz forestal, de selvas andinas y páramos, se transformó rápidamente en un paisaje cultural homogeneizado por la actividad del hombre, en un mosaico complejo de agroecosistemas que domina los altiplanos y en medio de este escenario se consolidan las ciudades como grandes ecosistemas urbanos. A excepción de algunos altiplanos localizados en los páramos, los demás albergan grandes ciudades como Bogotá, Popayán y Pasto o pequeñas poblaciones en expansión, dispersas por toda la planicie. El funcionamiento de las ciudades ha generado fuertes disturbios en todos los componentes de los ecosistemas periféricos: se han alterado la flora, la fauna, el suelo, el agua y la atmósfera y sus efectos llegan hasta regiones distantes.

El sistema hídrico se convirtió en el receptor de los residuos de las ciudades; en un vertedero de desechos industriales y domésticos que generó consecuencias críticas para la salud pública y para la conservación de la biodiversidad. Esta ha sido la causa principal del segundo evento histórico de extinción masiva en los altiplanos, principalmente de los peces y las aves acuáticas.

Probablemente un tercer evento de extinción en los altiplanos, especialmente en el gran altiplano cundiboyacense, podría ser la desaparición de ecosistemas completos. El enclave xerofítico de La Herrera puede terminar convertido en canteras para extraer arenas y gravillas para la construcción y el sistema lagunar del altiplano de Ubaté y Chiquinquirá puede colapsar debido a la incorporación de tierras para la ganadería y la agricultura. Sin embargo, estas son señales que nos indican la necesidad de hacer ajustes inmediatos para volver a replantear el desarrollo de las ciudades en los altiplanos y la conservación y restauración de los ecosistemas.

Las nuevas tendencias en la organización espacial del paisaje y en la ordenación del territorio incorporan conceptos ecológicos, como el diseño de corredores biológicos en los sistemas orográficos periféricos de los altiplanos; se cree que se debe conservar una la conectividad entre los cerros que rodean los altiplanos y la planicie aluvial. El ejemplo más sorprendente de conectividad espacial, que además de ecosistemas naturales involucra un medio urbano, se diseñó en el altiplano de la Sabana de Bogotá y se conoce como «Paseo río Salitre», que está considerado como el corredor ambiental más largo de Latinoamérica que une física y ecológicamente los ecosistemas de los cerros orientales de Bogotá con los humedales y el río Bogotá, a través del sistema hídrico Salitre; en este corredor se habilitaron más de 400 ha de zonas verdes, 43 km de senderos peatonales, 37 km de ciclorruta y se proyecta restaurar más de 228 ha de humedales.

Las grandes ciudades de los altiplanos, Bogotá, Tunja, Popayán y Pasto han encerrado en su proceso de expansión urbana hábitats naturales como quebradas, humedales y pequeños cerros del altiplano, que aún conservan elementos importantes de la vida silvestre y que a pesar de estar inmersos en una matriz urbana deben ser conservados. Los ecosistemas urbanos en su zona periférica presentan grandes conflictos sociales y ambientales, por ser un frente dinámico de expansión urbana, de transformación del paisaje rural y pérdida de la agrobiodiversidad y la cultura campesina.

En los altiplanos densamente poblados se observan indicadores de alteración de los ecosistemas: deforestación, erosión, pérdida de biodiversidad, contaminación, disminución del recurso hídrico y por lo tanto de la calidad de vida del hombre. Es urgente adoptar las medidas necesarias en el ordenamiento del territorio, para evitar que se llegue a niveles críticos e irreversibles de deterioro.

Se debe limitar el uso de la tierra en los páramos y los bosques altoandinos circundantes a los altiplanos, que cada vez sufren mayor presión agrícola y ganadera y seguir el ejemplo de la enorme población campesina e indígena del sur del país, en el Macizo Colombiano y en el Nudo de los Pastos, que ha vivido siempre en estos ecosistemas y por tradición sabe cómo utilizar estos recursos. Recientes iniciativas internacionales buscan detectar los problemas en el bioma de páramos de la región andina desde Bolivia hasta Venezuela, lo que sin duda contribuirá a encontrar soluciones para su conservación.

En los altiplanos, el paisaje de tierras planas constituye la zona más compleja, en cuanto a la ocupación y uso del espacio; por esta razón los problemas ambientales se acercan a límites críticos; es urgente buscar alternativas para un mejor manejo del recurso hídrico, tanto en los procesos agroindustriales, como en el control del vertimiento de las aguas residuales, despertar la conciencia pública y generar un renovado interés por conservar el ambiente, tal como ha ocurrido recientemente con los humedales en los altiplanos que forman parte importante del maravilloso paisaje de la alta montaña tropical.

 
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