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CAPÍTULO 3

ALTIPLANOS DE LA
CORDILLERA ORIENTAL

 

La cordillera Oriental de los Andes ecuatoriales de Colombia, entre los 4° y los 6° de Latitud Norte se ensancha aproximadamente en 50 km, para formar el conjunto de altiplanos más grande y diverso del país, entre los departamentos de Cundinamarca y Boyacá. En este mismo sector, en las dos vertientes de la cordillera, aproximadamente entre los 1.000 y 2.000 msnm, se presenta otro tipo de planicies de menores proporciones, formadas por antiguas terrazas de acarreo.

Según el investigador Thomas van der Hammen, al oriente de la cordillera andina, desde el actual territorio de Ecuador hasta el de Venezuela, se formó un inmenso miogeosinclinal donde se depositaron hasta los 12.000 m de profundidad, sedimentos marinos y continentales que fueron transportados en su mayoría desde el Escudo Guayanés y en menor proporción desde la cordillera Central. La formación de esta gran cuenca sedimentaria comenzó en el Cretáceo, hace 100 millones de años y terminó a finales del Oligoceno superior y principios del Mioceno, hace 25 millones de años, momento en que empezó el plegamiento que originó la cordillera Oriental, cuyo levantamiento final pudo ocurrir hace entre 5 y 3 millones de años.

A principio del Plioceno —11 millones de años— esa cadena montañosa que apenas contaba con 1.000 m de altitud y algunos picos que llegaban hasta los 2.000 m, estaba rodeada de una vegetación de selva baja tropical y de ecosistemas muy similares a los de las sabanas. Arriba de los 1.000 m de altitud creció una flora que fue la precursora de la vegetación abierta de páramo; hay evidencias de la presencia de elementos herbáceos de pequeño porte que ocuparon las cimas de las montañas hace cuatro o cinco millones de años, procedentes de las sabanas bajas de los pisos climáticos adyacentes y de la regiones templadas y frías del sur del continente, que migraron a través de los Andes.

En algunos paramillos —como se les denomina localmente— de la cordillera Oriental, pequeñas hierbas de los géneros Bubostylis, Eriocaulon, Paepalanthus, Sporobolus, Sisyrynchium, Xyris y Borreria, son la evidencia de esa relación florística de los páramos con las sabanas. Una de las formas de vida más sorprendente del norte de los Andes ecuatoriales, importante en la historia de la evolución de la flora del páramo es el frailejón, especie que se desarrolló a partir de formas arborescentes y ramificadas que crecían en el límite superior del bosque andino.

Al final del Plioceno, las montañas alcanzaron 3.000 a 3.200 m de altitud y presentaban un protopáramo a partir de los 2.500 m, que comparado con el páramo actual era florísticamente pobre, con abundantes formas de pastos tipo gramíneas y ciperáceas y un pequeño árbol que en algunas épocas muy frías fue abundante en el límite superior del bosque; se trata del género Polylepis o coloradito, actualmente presente en áreas muy reducidas del páramo alto.

Con base en el análisis del contenido de polen fósil —palinología— de los sedimentos de la formación Tilatá al sur de Bogotá, de edad Pliocena, que presenta polen de flora tropical de baja altitud en su base, en las secciones superiores polen de plantas de climas más templados y en los últimos niveles el de vegetación de páramo de un clima comparable al actual, a una altitud de 2.600 a 2.800 m se pone de manifiesto un levantamiento de más de 2.000 m en un lapso de 2 a 3 millones de años, lo que indica que la velocidad del levantamiento de la altiplanicie de Bogotá fue de 1 a 3 mm por año. Estos estudios muestran, además, que en esta zona del norte de los Andes ocurrieron de forma intermitente de 15 a 20 períodos fríos o ciclos glaciales, intercalados con temporadas secas o ciclos interglaciales; la mayor extensión de los glaciares tuvo lugar entre los 45.000 a 25.000 años antes del presente, cuando el clima fue húmedo y relativamente frío. Durante este período hubo una mayor extensión de los hielos, por lo cual los glaciares y los bosques pudieron estar en contacto, en elevaciones que estaban entre 2.200 y 2.700 m y la franja de páramo pudo ser muy reducida y húmeda, con abundantes bosques de Polylepis en algunas de sus partes más bajas.

Posteriormente, hace entre 21.000 y 14.000 años, cuando se presentó un período muy frío y seco, la extensión del hielo fue mucho menor, el límite del bosque bajó a cerca de 1.300 a 1.500 m y la franja de páramo se hizo mucho más extensa; fue la mayor en la historia de los páramos, con grandes áreas en Mérida, Venezuela, en las cordilleras Oriental y Central, hasta Ecuador, en pequeñas partes de la cordillera Occidental y en la Sierra Nevada de Santa Marta. Durante las fases glaciales tuvo lugar la máxima inmigración de elementos de páramo desde las áreas templadas y el sur de la Puna y un intercambio de especies entre las grandes islas paramunas.

El Holoceno, que se inició hace aproximadamente 10.000 años, no fue un período de completa estabilidad; los mayores cambios tuvieron lugar durante la última glaciación, que corresponde al Abra, último estadial frío de la glaciación ocurrida hace 11.000 a 10.000 años, período en que el bosque desapareció parcialmente y fue reemplazado por vegetación arbustiva de subpáramo. En el Holoceno temprano y medio, hace 5.000 años, el clima mejoró y se hizo más seco y en el Holoceno tardío —3.000 años hasta el presente—, el clima fue ligeramente más frío, con aumento en las precipitaciones.

Un aspecto importante en la evolución del ecosistema de páramo durante este período fue el gradual desarrollo de suelos, pantanos y turberas en los páramos más húmedos, con la aparición de musgos como Sphagnum y cojines de Plantago rigida y Distichia. El evento frío más reciente ocurrió durante la «pequeña edad de hielo» —hacia el año 1700 de nuestra era—, cuyas huellas se aprecian en el retiro de los glaciares de la Sierra Nevada del Cocuy.

En los períodos interglaciales, como el actual, la inmigración de elementos florísticos desde las áreas templadas hacia el páramo, que se desarrolla en muchos parches aislados, es mínima. En consecuencia, los cambios ambientales de clima y vegetación ocurridos en el pasado fueron los factores formadores de los grandes paisajes de la cordillera Oriental y de la diversidad de ecosistemas de la región paramuna, de las selvas andinas y altoandinas y de las planicies aluviales de los altiplanos, con sus lagunas, humedales y enclaves de vegetación xerófila.

ALTIPLANO CUNDIBOYACENSE

La altiplanicie cundiboyacense como unidad biogeográfica de la cordillera Oriental agrupa cuatro grandes altiplanos que se suceden, con orientación suroccidente-nororiente, a lo largo de un eje de 250 km, entre los 2.000 y los 3.000 m de altitud. De sur a norte se encuentran la Sabana de Bogotá, el valle de Ubaté~Chiquinquirá, el altiplano de Samacá~Villa de Leyva y el de Tunja~Sogamoso~Lago de Tota. Debido a su cercanía y a que comparten un mismo origen geológico y algunos procesos ambientales y ecológicos comunes se les puede agrupar.

EL PATRÓN CLIMÁTICO

La tendencia general del clima en este altiplano es la del régimen bimodal tetraestacional; es decir, que se presentan dos estaciones lluviosas: de abril a mayo y de octubre a noviembre y dos estaciones secas: la de agosto, que es un corto veranillo de mitad de año y la de fin de año, de diciembre a febrero, que es la más prolongada.

El comportamiento de las lluvias es muy variable: las precipitaciones oscilan entre los 2.000 mm en las montañas y los 600 a 800 mm en el interior de la Sabana, donde hay una tendencia a la sequía y la aridez. Algunas modificaciones en el régimen de precipitaciones, ocasionadas por el fenómeno climático de “el niño” y por factores locales, como la sombra de lluvias, producen prolongados veranos que tienden a ser más críticos en el norte de la gran altiplanicie, donde además hay una fuerte incidencia de valles secos y transversales, como los de los ríos Chicamocha y Suárez.

Una larga temporada seca durante el verano, con cielos despejados y por lo tanto con una fuerte insolación durante todo el día, genera un fenómeno climático crítico: altas temperaturas durante el día, que llegan hasta los 24 °C y heladas al amanecer, cuyos registros mínimos en la Sabana de Bogotá han llegado a los 9 °C bajo cero. En ocasiones se presentan fuertes tormentas y granizadas que dañan los cultivos y la cobertura vegetal; estas condiciones climáticas tienen un gran poder destructor y afectan tanto los ecosistemas como la vida del hombre, sus cultivos y la economía local.

LA DIVERSIDAD ECOSISTÉMICA

La información histórica acerca de los cambios de la vegetación y el medio ambiente ocurridos en el altiplano cundiboyacense, permite deducir los siguientes patrones comunes:

• Expansión del páramo

Las grandes fluctuaciones climáticas presentadas durante el Pleistoceno —entre 21.000 a 14.00 años—, permitieron la máxima expansión de la franja paramuna en el altiplano y en consecuencia facilitaron los procesos de inmigración de la flora holártica y austral antártica. Por otra parte, la especialización y aislamiento geográfico generaron varios endemismos; la vegetación del páramo aumentó su diversidad en especies herbáceas como las pertenecientes a los géneros Valeriana, Geranium, Aragoa, así como frailejones de varias especies de los géneros Espeletia y Espeletiopsis.

• Aislamiento geográfico

Debido al cambio climático global, desde hace aproximadamente 10.000 años, hasta el presente, los páramos del altiplano quedaron nuevamente aislados en las partes altas —por encima de los 3.000 m de altitud— del sistema orográfico periférico.

• Enclaves xerófilos

Los cambios climáticos con largos períodos de sequía permitieron el contacto del altiplano cundiboyacense con elementos florísticos de la región Caribe, como cactáceas y arbustos espinosos, que llegaron por el corredor seco del valle del Magdalena y con gramíneas, entre otras especies, procedentes de las sabanas de la Orinoquia; actualmente estos ecosistemas xerófilos están restringidos a pequeños enclaves.

• Formaciones forestales

Otro aspecto que comparten los altiplanos, relacionado con la diversidad ecosistémica, es la presencia de selva andina en las laderas y cañadas de las montañas, conformada por bosques de encenillos, gaques, laureles, raques y tunos. Hace alrededor de un millón de años, el género arbóreo Alnus característico del hemisferio norte, migró a Suramérica y formó pequeños parches en zonas pendientes y en franjas riparias de grandes lagos y quebradas. En la transición hacia los páramos, principalmente en los más secos, se formaron matorrales de ericáceas, como el pegamosco Beffaria resinosa, uvos de monte y reventaderas. Finalmente, entre los últimos 350 y 186 mil años, el género arbóreo Quercus, migró a Suramérica y permitió el establecimiento de un nuevo tipo de bosque montano asociado con coníferas del género Podocarpus, que domina algunos sectores de la vertiente occidental, ubicadas entre los 1.000 y 2.800 m de elevación.

ALTIPLANO DE LA SABANA DE BOGOTÁ

Bogotá, la capital del país, se fundó en 1538 sobre el altiplano de mayor extensión de la cordillera Oriental, ubicado a 2.600 m de altitud en un escenario privilegiado del norte de Los Andes, con fértiles tierras, aguas abundantes y un clima privilegiado. En aquella época, desde la pequeña aldea erigida en la base de los cerros tutelares de Monserrate y Guadalupe, se observaba en el horizonte una extensa planicie verde salpicada de humedales y más allá de los cerros que circundan el occidente, los picos nevados de la cordillera Central.

La Sabana de Bogotá hace parte de la cuenca alta del río Bogotá, que abarca una extensión cercana a las 425.000 ha. Se estima que de esta superficie, 137.621 ha corresponden a suelos planos, 6.661 a espejos de agua entre represas y lagunas y las restantes 281.588 ha a suelos de ladera localizados en los flancos de la altiplanicie.

SISTEMA OROGRÁFICO PERIFÉRICO

Su sistema orográfico periférico presenta varios sustratos geológicos en los que sobresalen las areniscas —Formación Guadalupe— de origen Cretáceo y mantos de carbón o turbas de la formación Guaduas, los cuales dejaron sus depósitos en lugares como Suesca, Chocontá, Sesquilé, Guatavita y Guachetá.

El relieve muestra la herencia del paso de masas glaciares durante el Pleistoceno y épocas anteriores, en escarpadas crestas, picos de intersección y circos glaciares ocupados actualmente por lagunas. Las grandes lenguas glaciares que tallaron valles profundos en forma de U y las morrenas laterales y arcos morrénicos frontales en los fondos del valle, son evidencia del avance de los hielos. Las miles de toneladas de materiales que fueron transportadas y sepultadas posteriormente en la planicie, constituyeron gigantescos depósitos de gravillas y arenas en el sur de Bogotá, en el río Tunjuelo.

Al oriente del altiplano se encuentra un extenso corredor paramuno conformado por los páramos de Cruz Verde y del macizo de Chingaza, que alcanzan alturas de 3.600 msnm. Al occidente se eleva una estructura de estratos geológicos poco plegados que forman una gran mesa, el cerro Manjuy, con 3.200 m de altitud; hacia el norte continúa otro corredor paramuno, desde la cuchilla del Tablazo, hasta el macizo del páramo de Guerrero, con 3.700 msnm. Al sur la Sabana linda con el páramo más extenso de la cordillera Oriental, el macizo de Sumapaz con alturas que llegan a los 4.100 msnm. En el norte la Sabana se cierra con un pequeño ramal longitudinal de la cordillera de 3.000 m de altura, que alberga los páramos secos de la cuchilla El Amargosal; otros relieves de menor altitud lo separan de la altiplanicie de Ubaté.

La planicie se formó por el relleno de sedimentos fluvio lacustres durante el Cuaternario. Hace 50.000 años las lluvias disminuyeron y el gran lago que inundaba la Sabana comenzó a desaguar por el Salto de Tequendama y se secó hace unos 30.000 años; los sedimentos lacustres que quedaron son conocidos como Formaciones Subachoque y Sabana. Con su desaparición se formaron los valles del río Bogotá y sus afluentes que constituyen la actual Sabana de Bogotá.

CERROS AISLADOS Y PENÍNSULAS SECAS

Un conjunto de cerros aislados de poca altura y de penínsulas o entrantes del relieve sobre las formaciones aluviales de la Sabana, que son continuación del sistema montañoso periférico constituido por areniscas duras de la formación Guadalupe, constituyen una característica interesante del relieve de la altiplanicie.

Se destacan los cerros de Suba y de la Conejera, aproximadamente con 60 m de altura sobre la Sabana. Su poca altitud y su posición en el interior del altiplano, con precipitaciones inferiores a 1.000 mm, le confieren un carácter xerófilo a la vegetación del lugar. Como penínsulas se presentan el cerro Manjuy, localizado entre los valles del río Bogotá y el río Frío y que tiene laderas de pendiente fuerte y alturas de 3.000 msnm; el cerro de Juaica, entre el valle del río Subachoque y el río Frío; en el extremo suroriental de la Sabana, a partir del cerro de Juan Rey, se desprenden algunos ramales como el cerro Guacamayas que se prolonga en dirección norte hacia la planicie.

EL SISTEMA HÍDRICO

El agua y el manejo del recurso hídrico en las culturas del altiplano han sido factores críticos en el desarrollo y sostenibilidad de los pueblos que lo habitan. En los altiplanos de la cordillera Oriental varios factores son responsables del ambiente relativamente seco y de la baja disponibilidad de agua. El sistema orográfico periférico, con sus montañas elevadas que encierran la Sabana, tanto en la vertiente oriental como en la occidental le generan una sombra de lluvias; también influyen en su ambiente la posición longitudinal de sus valles, la elevada altitud, la amplitud de la planicie, la exposición a fuertes corrientes desecantes de aire, la distancia corta que recorren las quebradas y ríos en laderas de pendiente fuerte y la estacionalidad climática con dos temporadas de verano.

COMPONENTES DEL SISTEMA HÍDRICO

El sistema hídrico del altiplano Sabana de Bogotá hace parte de la cuenca alta del río Bogotá que drena sus aguas a la cuenca del río Magdalena. Está formado por un sistema de lagunas y turberas de páramo, quebradas y ríos; humedales y lagunas de la planicie aluvial; acuíferos subterráneos y un complejo sistema de abastecimiento de agua para consumo doméstico e industrial y para la generación de energía.

SISTEMA DE LAGUNAS Y turberas DE PÁRAMO

Como consecuencia del modelado glaciar, hace aproximadamente 10.000 años, por encima de los 3.000 m de altitud se formó un buen número de lagunas en los páramos circundantes de la Sabana de Bogotá. Las características geológicas y los sustratos de origen sedimentario —areniscas y lutitas— son determinantes en las propiedades físico químicas y la biota de los lagos de la cordillera Oriental; sus aguas se caracterizan por ser oligotróficas —pobres en nutrientes—, con escaso grado de mineralización, transparentes y bien oxigenadas. De acuerdo con los estudios detallados que realizó John Donato en los lagos andinos del norte de Suramérica, en los del páramo se identificaron 142 especies de fitoplancton. Al hacer un análisis comparativo de los géneros de fitoplancton, se concluyó que los lagos de la cordillera Central se relacionan con los andinos de altura, de Bolivia y Ecuador, mientras que los lagos Guamues, Cumbal y Tota, son parecidos a los de Perú. Parece ser una regla general que los lagos de alta montaña están limitados en nitrógeno y dependen de los aportes que les haga la cuenca; por esta razón cualquier disturbio puede alterar sus características y su dinámica.

En el sistema orográfico periférico del nororiente del embalse de Tominé, una de las lagunas que más llama la atención es la de Guatavita, que fue muy importante para la cultura muisca, puesto que allí se realizaba el ritual de investidura del nuevo cacique; según cuenta la tradición, éste iba en una balsa de juncos ricamente adornada; tenía el cuerpo cubierto íntegramente con oro en polvo; a sus pies ponían un gran montón de oro y esmeraldas para que ofreciera a los dioses y braseros encendidos para quemar una especie de sahumerio llamado moque; el nuevo dignatario iba acompañado por cuatro caciques y cuando la balsa llegaba al centro de la laguna, el pueblo que se encontraba en las orillas arrojaba objetos de oro y piedras preciosas a las aguas. La laguna está localizada a 2.990 m de altitud en una depresión montañosa de forma perfectamente circular, con 400 m de diámetro, rodeada de bosques nativos de encenillos. Aunque su origen es un misterio, se cree que la depresión de la laguna se formó por un colapso originado por la disolución de estratos salinos, lo que concuerda con las características geológicas de la región, donde hay grandes depósitos salinos como los de Zipaquirá, Nemocón y Tausa, donde nace el río Aguasal, cuyas aguas presentan solución de sales procedentes de la montaña.

En la cordillera Oriental los lagos paramunos de mayor tamaño ocupan antiguos circos glaciares. Al sur del altiplano, en el páramo de Sumapaz se encuentra una serie de lagunas unidas por pequeños hilos de agua y turberas. A 3.800 msnm, en la laguna de Chisacá o de los Tunjos nace el río Tunjuelo cuyas aguas son represadas en los embalses de Chisacá y La Regadera. Hacia el oriente de Bogotá, en el páramo de Cruz Verde, la laguna del Verjón, a 3.500 msnm, da origen al río Teusacá, que más adelante forma la represa de San Rafael. Hacia el norte en las Peñas de Siecha se destacan las lagunas de Siecha y Buitrago y en la región occidental, en el páramo de Guerrero, hay varias lagunas como la Verde y Pantano Redondo.

Estos sistemas lagunares, luego de captar el agua de las lluvias y la neblina, vierten sus aguas a las turberas o tremedales, formaciones que actúan como filtros naturales. Se generan zonas pantanosas de profundidad y tamaño variable, con diferentes grados de terrización, en las que crece una gran diversidad de musgos del género Sphagnum y de vegetación formadora de cojines como Plantago rigida, de pequeñas hojas duras en forma de roseta, que va creciendo sobre sus propios residuos orgánicos. El fango de estos pantanos es rico en turba o materia orgánica poco descompuesta, que ha sido acumulada durante cientos de años, por lo que guarda la historia de los cambios ambientales del pasado.

El hombre ha utilizado los páramos como zonas agrícolas y ganaderas, lo cual ha disminuido su capacidad reguladora de las reservas de agua. La deforestación y las plantaciones forestales en las cañadas con especies no adecuadas para la protección del agua, han contribuido a una mayor sequía, puesto que una de las funciones de los bosques andinos y altoandinos originales, tapizados de musgos y un grueso manto orgánico del suelo, es la retención del líquido.

SISTEMA DE QUEBRADAS Y RÍOS DEL ALTIPLANO

En los pliegues de las montañas que rodean el altiplano se forman numerosas quebradas que nacen en los páramos, cuyos cursos siguen las vertientes en un rápido descenso hasta llegar a la planicie aluvial; las de vertientes cortas o zonas muy secas sólo se presentan durante la estación lluviosa.

En los cerros orientales hay numerosas quebradas que drenan a los principales ríos de la capital. El río Tunjuelo recibe los aportes de las quebradas Yomasa, Trompeta, Limas y Chiguaza; el Fucha, los de las quebradas San Cristóbal, El Soche y el Juan Amarillo, los de El Arzobispo y San Francisco. Luego de un corto recorrido, las aguas cristalinas ricas en oxígeno, 4-10 mg por litro, se transforman en aguas anóxicas al entrar al medio urbano, debido a los vertimientos de aguas residuales domésticas e industriales. Las quebradas que nacen en los cerros al occidente y nororiente de la Sabana presentan mejores niveles de calidad de aguas; sin embargo, la intensa actividad agropecuaria, la minería, la deforestación y el vertimiento de aguas residuales han causado su deterioro. Entre otros sistemas hídricos se destacan los ríos Bojacá, Subachoque, Chicú, Frío y Neusa.

El río Funza o Bogotá es el principal sistema de drenaje de la Sabana de Bogotá; nace al oriente de Villapinzón en Laguna del Valle, un pequeño valle de origen fluvio–glaciar localizado a 3.400 m de altitud, en el Páramo de Gacheneque y recorre 180 km hasta el Salto de Tequendama. Durante miles de años ha sido testigo de los cambios ambientales de su cuenca; su curso ha cambiado muchas veces y en su amplia planicie aluvial de inundación ha formado meandros, lagunas y humedales.

Al alejarse de su nacimiento, en Villapinzón, el río Funza, con un caudal medio de 3 m3 por segundo empieza a recibir vertimientos de aguas residuales e industriales con metales pesados muy tóxicos —mercurio, plomo, zinc, cobre, cromo—; al salir de Bogotá su caudal de 30 m3 por segundo, está altamente contaminado y finalmente, cerca de Girardot vierte sus aguas al río Magdalena.

Mediante la localización de observatorios astronómicos en lugares específicos, el hombre prehispánico conoció los ciclos y los fenómenos naturales del altiplano y logró establecer en detalle las fluctuaciones estacionales de la planicie inundable del río. Con sistemas agrícolas sobre camellones logró aumentar la diversidad de alimentos y aprovechó la fauna acuática de peces, cangrejos, caracoles, aves y pequeños mamíferos de ambiente lacustre como los curíes. Los pulsos estacionales de lluvias y verano, con ligeras modificaciones, aún continúan. Durante los períodos de máximas lluvias —abril a mayo y octubre a noviembre— se inundan los planos del río Bogotá y de otros afluentes como el Tunjuelo.

Grandes ríos del mundo como el Sena en París, el Támesis en Londres, el Hudson en Nueva York, simbolizan grandes logros para el hombre, que les ha devuelto la vida a estos ecosistemas, integrándolos al desarrollo paisajístico y al espacio público de las ciudades modernas. La vieja concepción de sepultar humedales y revestir con concreto los ríos y quebradas tiende a desaparecer, para dar paso a nuevos conceptos de la ecología urbana y a la restauración de los ecosistemas degradados; con este criterio se está planificando la recuperación del sistema hídrico del altiplano de la Sabana de Bogotá.

HUMEDALES Y LAGUNAS DE LA SABANA DE BOGOTÁ

En la planicie extensa de la Sabana de Bogotá, a 2.600 m de altitud, la topografía plana y los depósitos fluviolacustres del Cuaternario, con suelos arcillosos e hidromorfos —sujetos a las fluctuaciones del nivel del agua—, favorecieron la formación de numerosas lagunas y humedales sobre el plano de inundación del río Bogotá. Las lagunas presentan en algunos casos un amplio espejo de agua, con pequeños parches de praderas de macrófitas sumergidas o hidrófitos, como Myriophyllum sp., Potamogetum sp., entre otras especies; pero debido a procesos acelerados de eutrofización y sedimentación, muchas de ellas se van convirtiendo en pantanos. Los humedales están dominados por la vegetación acuática emergente helofítica de juncales y varias especies de los géneros Juncus, Typha y Scirpus.

Las investigaciones en los humedales de la Sabana de Bogotá, demuestran que no hay mucha variabilidad en su flora, puesto que tan solo tienen en común aproximadamente 93 especies distribuidas en 35 familias botánicas y 69 géneros: 30,4% son monocotiledóneas, 63,8% dicotiledóneas y 5,8% pteridófitas formadas principalmente por helechos. Las familias que presentan el mayor número de especies son Asteraceas y Ciperáceas, estas últimas conocidas como cortaderas.

HUMEDALES DEL MEDIO NATURAL

La estructura y funcionamiento de los humedales obedece a procesos naturales que dan origen a un sinnúmero de hábitats y redes tróficas complejas, donde la estructura de las comunidades vegetales acuáticas, emergentes y sumergidas y los bosques de ribera sustentan las comunidades de una rica y abundante fauna de macroinvertebrados, lo que contribuye a sostener a multitud de aves, peces y algunos mamíferos. Estos humedales y pequeñas lagunas, muchas aún no cartografiadas, tienen problemas ambientales debido a la intensificación de las actividades agrícolas y pecuarias en su entorno y a la demanda de agua para riego de cultivos y pastizales. Algunas lagunas como La Herrera, la más grande del corredor seco del sur de la Sabana de Bogotá, permaneció en buen estado de conservación hasta cuando se empezó a bombearle agua del río Bogotá. Los estudios de Thomas van der Hammen revelan hallazgos interesantes sobre la evolución histórica de esta laguna y evidencian la ocupación humana en su entorno, correspondiente al período de cerámica Herrera, 2.700 y 2.000 años antes del presente. Según el análisis de sus sedimentos, hubo un fuerte período húmedo cuya duración fue de unos 400 años, lo que indica una fuerte disminución de la agricultura en la región debido a las inundaciones.

HUMEDALES DEL MEDIO URBANO

Desde la perspectiva de la ecología del paisaje, los humedales urbanos son ecosistemas inmersos en una matriz urbana densamente poblada, cuyo funcionamiento y procesos ecológicos son dependientes de la ciudad. Los más conocidos son los humedales de Bogotá, Juan Amarillo, el Jaboque, Capellanía, Techo, La Vaca, El Burro, Tibanica y Santa María del Lago, entre otros.

La conexión funcional entre estos humedales y el río Bogotá, que permitía el flujo de agua en las dos direcciones y que servía como elemento amortiguador de las crecientes, se perdió por la construcción de jarillones que impiden que el río contaminado se desborde y afecte las poblaciones que invadieron su ronda. Los humedales quedaron como cuerpos aislados, su proceso de sedimentación se aceleró y debido al aporte excesivo de sedimentos y materia orgánica rica en nutrientes, colapsó la estructura hidráulica del humedal, lo que a la vez disparó la producción de plantas que al cumplir su ciclo de vida le aportan mayor cantidad de toneladas de materia orgánica.

La aparente exuberancia de la vegetación acuática y el dominio de especies exóticas invasoras como el buchón y el pasto kikuyo, entre otras, son el reflejo de su estado crítico de eutrofización, que favorece la flora y la fauna más oportunistas o con altos niveles de tolerancia. Las primeras especies en desa-parecer, debido a la competencia, la falta de oxígeno y la pérdida del espejo de agua, son las plantas sumergidas; la ecología de estas comunidades poco se conoce, a pesar de su importante función como hábitat y alimento para las especies de patos como el zambullidor piquipinto o el zambullidor andino, especie endémica que no toleró la degradación de los humedales y según la Asociación Bogotana de Ornitología, se extinguió en los años setenta.

No se conoce el nivel de tolerancia de los organismos de estos humedales; de acuerdo con los estudios de Ecology & Environment, el mercurio es un metal que abunda en aguas residuales y sus efectos podrían afectar a pequeños mamíferos que están al borde de la extinción y en la cúspide de la estructura trófica, como las comadrejas de humedal o algunas aves rapaces que lo frecuentan. A pesar de su elevado nivel de contaminación y deterioro ambiental resulta paradójico que ecosistemas como los humedales de Córdoba, Jaboque y Juan Amarillo, entre otros, conserven una rica avifauna, con especies endémicas como la monjita del pantano. Otras especies que los habitan son la tingua bogotana, el pato pico azul, el cucarachero de pantano, la tingua pico rojo y la focha andina o tingua pico verde, subespecie endémica del norte de los Andes. Los humedales también son hábitat temporal para muchas aves migratorias, que durante la temporada invernal del hemisferio norte se desplazan hacia el sur.

Las intervenciones para la recuperación de los humedales Santa María del Lago y el tercio alto del humedal Juan Amarillo y la remodelación paisajística de su entorno, han creado una nueva dinámica ecológica inducida por el hombre, la cual permitirá diseñar un mejor plan de manejo y conservación de la biodiversidad, recuperar las funciones ambientales e integrar estos escenarios en armonía con el desarrollo de la ciudad y el rescate de espacios para recrear la vida; pero se debe tener en cuenta que los humedales con altos niveles de contaminación sirven de reservorio de elementos patógenos que afectan la salud humana.

ACUÍFEROS SUBTERRÁNEOS

Son los acuíferos subterráneos otro componente del sistema hídrico del altiplano que se encuentran en los estratos geológicos porosos y permeables a diferentes profundidades en las formaciones Tilatá, Sabana, Subachoque y Grupo Guadalupe. Este recurso es limitado y la recarga natural por la infiltración de aguas lluvias en los cerros que rodean la Sabana de Bogotá es muy lenta. La explotación del agua subterránea a través de pozos, cuyo elevado contenido en hierro y otros minerales la hace inadecuada para el consumo humano, se ha incrementado para uso industrial y agrícola.

EMBALSES Y REPRESAS

El déficit hídrico de la Sabana de Bogotá ha justificado la construcción de un complejo sistema de embalses en las principales cuencas del altiplano y de otras regiones aledañas; los principales son los del Neusa, Sisga, Tominé, Chingaza, San Rafael, La Regadera, Chisacá y Muña, que almacenan 1.230 millones de m3 de agua —aproximadamente el 7% de la del país—. El embalse del Muña tiene problemas críticos de contaminación por vertimiento de aguas residuales del río Bogotá y el embalse de Tominé, que en su formación sepultó el antiguo pueblo de Guatavita, presenta procesos acelerados de sedimentación que disminuyeron rápidamente su vida útil. Los otros embalses han generado nuevas formas de ocupación en su zona de influencia y se encuentran en buen estado de conservación; el más grande es el de Chingaza que abastece el 80% de la demanda de agua que consumen la ciudad de Bogotá y algunos municipios aledaños.

En la Sabana de Bogotá el recurso hídrico en realidad no es muy abundante a pesar de estar rodeada de extensos páramos. De acuerdo con los estudios de la Sociedad Geográfica de Colombia, los rendimientos medios de agua en la cuenca alta del río Bogotá son inferiores a los del resto del país —varían entre 10 y 25 litros/segundo/km2 en las cabeceras de las subcuencas y entre 3 y 10 en la Sabana— . Esta situación se explica por el bajo volumen de las lluvias en el año y por la voluminosa extracción; de acuerdo con el promedio anual del balance hídrico, el 70% de la superficie de la cuenca presenta déficit de agua.

CORREDORES SECOS DEL ALTIPLANO DE BOGOTÁ

Debido al encerramiento del sistema orográfico periférico y al efecto de abrigo o efecto Foehn, sobre la altiplanicie de Bogotá se desarrollan franjas áridas con vegetación xerofítica. Estas formaciones xerofíticas y subxerofiticas ocuparon su mayor extensión durante los períodos áridos del Pleistoceno —20.000 hasta 12.000 años— y actualmente pueden considerarse como refugios, donde la precipitación media anual fluctúa entre los 700 y 800 mm, las temperaturas medias anuales son de 13 °C y el régimen pluviométrico es bimodal, con dos estaciones de lluvia de mediados de marzo a mediados de junio y de mediados de septiembre a mediados de diciembre.

Los suelos en los enclaves xerofíticos han estado expuestos desde su formación a largos períodos de sequía, lo que creó tierras con un horizonte argílico negro, de suelos plano-sólicos, con poca profundidad efectiva debido a la presencia de una capa de arcilla impermeabilizante; estos suelos son muy vulnerables a erosión severa y a formación de profundas cárcavas.

En el altiplano se han identificado tres grandes enclaves xerófilos: El corredor seco del suroccidente del altiplano que incluye los municipios de Bosa, Soacha, Sibaté, Madrid, Mosquera, Funza y Facatativá; el segundo es un pequeño sector en el centro de la Sabana en Cajicá y Chía y el tercero está localizado hacia el norte y nororiente del altiplano, en una franja que incluye los alrededores de la represa de Tominé —municipio de Guatavita—, y algunos sectores de Chocontá, Villapinzón y Nemocón, en la subcuenca del río Checua, de gran importancia arqueológica.

El origen y procesos dinámicos de estas comunidades no está claramente dilucidado; sin embargo, algunos autores lo relacionan con estadios sucesionales de degradación del bosque andino, aspecto discutible, puesto que las evidencias paleoecológicas sugieren la existencia y origen natural de estas comunidades desde el pasado, como reliquias de sabanas altimontanas.

Su flora presenta un número apreciable de endemismos y posee ciertas especies afines o idénticas a las de comunidades análogas de Ecuador, Perú y Bolivia. Los pastizales corresponden, desde el punto de vista fisonómico, a formaciones vegetales xerofíticas abiertas, compuestas principalmente por gramíneas entremezcladas con hierbas de hoja ancha de porte bajo y ocasionalmente con presencia de algunos arbustos aislados. También se presentan pequeños parches degradados de vegetación boscosa achaparrada con gaques, tunos coronos y extensos matorrales con hayuelos y cactáceas.

EL ALTIPLANO Y SU RELACIÓN CON PÁRAMOS Y SABANAS

Los estudios paleoecológicos muestran evidencias de que durante la última glaciación —20.000 hasta 12.500 años antes del presente—, bajo un clima más seco, los enclaves secos de la altiplanicie estuvieron en contacto con los del valle del Magdalena y ocuparon una gran extensión en parte de la altiplanicie y el pie de monte de los cerros circundantes; desde entonces la vegetación xerófila quedó restringida a pequeños enclaves. Durante un largo tiempo elementos de flora de baja altitud tuvieron un continuo proceso de adaptación a nuevos hábitats, lo que permitió la evolución, en la altiplanicie andina, de una flora que procedía de las sabanas de baja altitud y de la región paramuna, la cual tiene cerca de 20 géneros de plantas vasculares en común con las sabanas y cerca del 7,5% del total de los 265 géneros presentes en la flora paramuna de la cordillera Oriental.

Estas zonas secas y degradadas siempre han sido poco valoradas en su biodiversidad; sin embargo, recientes investigaciones sobre los pastizales xerófilos del altiplano demuestran su gran valor ecológico. Sobre los enclaves secos del altiplano se describen dos grandes tipologías: los pastizales altos de Andropogon, localizados principalmente en laderas escarpadas y los pastizales cortos con Eragrostis tipo prados, y los terófitos —pequeñas hierbas de ciclo de vida muy corto— en laderas suaves y terrazas planas de origen coluvio–aluvial. La protección de estos pastizales contribuye a la conservación de una fauna que depende de hábitats abiertos, imprescindibles para la supervivencia de aves como la perdiz, la dormilona piquipinta y la alondra cornuda.

Estas islas de sequía, como las denominó el reconocido botánico Enrique Pérez Arbeláez, son muy vulnerables a los disturbios producidos por el hombre, los cuales aceleran los procesos de aridización. Las principales amenazas que las ponen en peligro son la intensa explotación de canteras, la fuerte erosión de suelos, el pastoreo excesivo, el reemplazo de los pastizales xerófilos por plantaciones forestales de especies exóticas, la invasión de plantas y animales exóticos, la erosión y carcavamiento y la fuerte presión demográfica.

ALTIPLANO DE UBATÉ Y CHIQUINQUIRÁ

Entre los departamentos de Cundinamarca y Boyacá se encuentra el altiplano del valle de Ubaté y Chiquinquirá, cuya longitud es de 70 km aproximadamente y está localizado sobre una planicie aluvial a 2.500 a 2.600 m de altitud, que da continuidad al corredor seco del norte de la Sabana de Bogotá, zona que presenta un fuerte déficit hídrico la mayor parte del año, con precipitaciones de 700 a 800 mm y temperatura media de 14 °C.

Las principales actividades productivas de la región son la industria lechera y la explotación minera, principalmente de carbón, una de las más productivas a nivel nacional. El sustento de la primera es una ganadería especializada que se nutre de pastos mejorados sobre las fértiles tierras de la planicie aluvial y el de la segunda son los ricos yacimientos de carbón de las laderas montañosas y secas, compuestas por rocas sedimentarias formadas durante el Cretáceo, hace unos 100 millones de años; la mayor parte de la producción carbonífera de la región sale de los municipios de Lenguazaque, Cucunubá, Guachetá y Tausa, población que también ha sido reconocida por sus minas de sal, explotadas desde tiempos prehispánicos por los muiscas.

De sur a norte, en el departamento de Cundinamarca se encuentran las poblaciones de Sutatausa, Cucunubá, Ubaté, Fúquene, Susa, Simijaca y Lenguazaque, entre otras y en la prolongación del altiplano en el departamento de Boyacá se destacan las poblaciones de Chiquinquirá y Saboyá.

SISTÉMA OROGRÁFICO

El macizo montañoso del páramo de Guerrero, al suroccidente del altiplano, con alturas de 3.700 msnm, es el sector más húmedo de la región, con precipitaciones de 1.200 mm; de esta formación se desprende un pequeño ramal de 3.000 m de altitud, que actúa como barrera orográfica entre la Sabana de Bogotá y el altiplano de Ubaté y Chiquinquirá. Por el oriente, sobre la planicie aluvial se elevan pequeños anticlinales de poca altitud, proyecciones del anticlinal de Nemocón de rocas fuertemente plegadas que conforman el sustrato de los páramos secos de Amargosal, Ovejeras y Rabanal. Sus laderas, crestas y picos de rocas areniscas pertenecen a la Formación Guadalupe y presentan un aspecto grisáceo debido a la cobertura vegetal dominada por matorrales como laurel, amargoso, hayuelo, motua y pastizales xerófilos dispersos; este es el hábitat preferencial del cardón de hoja espinosa Puya bicolor, planta rosetófila, perfectamente adaptada a los sustratos rocosos. Sobre las rocas de la Formación Guadalupe se encuentra la Formación Guaduas, cuyas areniscas intercaladas con mantos de carbón, afloran en diferentes sectores.

El altiplano de Ubaté y Chiquinquirá se extiende por el norte hasta Saboyá, donde lo rodean los páramos bajos y secos de Saboyá y Merchán, que lo separan del altiplano de Villa de Leyva. En algunas sectores el relieve suave y colinado se debe a la presencia de la Formación Bogotá, constituida principalmente por arcillas rojizas y grisáceas, que producen diferentes calidades de barro para la alfarería y la fabricación de ladrillos.

Las laderas de poca pendiente presentan suelos superficiales con un horizonte de arcillas negras endurecidas; debajo de éstas aparecen otras de colores amarillo- rojizo a pardo–amarillento, muy comunes en los enclaves secos del altiplano de Bogotá. El proceso de formación de estos suelos está relacionado con las condiciones climáticas que se presentaron durante el Pleistoceno — largos períodos secos y aportes de cenizas volcánicas procedentes de la cordillera Central—. De acuerdo con los estudios del Instituto Geográfico Agustín Codazzi —IGAC—, dichos suelos, al evolucionar bajo la influencia de ceniza volcánica y regímenes ústicos —secos—, generaron en el altiplano cundiboyacense terrenos altamente erosionables de extensiones relativamente grandes. Según los estudios detallados de Jaime Villarreal, en la cuenca de la laguna de Cucunubá se encuentran varios grados de erosión en las laderas, a una altitud entre 2.600 a 2.900 m; algunas presentan erosión laminar, otras surquillos y otras cárcavas profundas; hay pequeños sectores —menores del 10%—, utilizados para cultivos o pastos, que tienen poco deterioro. En este proceso han influido el drenaje externo de escorrentía, la pendiente, la baja infiltración, los aguaceros intensos de corta duración, la tala de la vegetación, el mal uso y el manejo inadecuado de la tierra y la actividad minera.

Buena parte del proceso erosivo del paisaje, con profundas cárcavas debido a la facilidad con que el agua remueve los horizontes arcillosos, consiste en el transporte de los sedimentos hacia la planicie aluvial que sepulta suelos fértiles hacia las lagunas del altiplano y acelera su sedimentación. Algunos sectores del valle de Ubaté han sido objeto de actividades intensivas de plantación forestal con pinos y acacias desde hace 20 años, lo que ha mitigado en parte los problemas del sustrato y de la demanda de madera para la minería; sin embargo, no se ha logrado contener la erosión superficial, factor que se habría logrado mediante la utilización conjunta de la vegetación nativa, especialmente adaptada a las condiciones ambientales de la región.

El más sorprendente paisaje de laderas en el Valle de Ubaté es el de un anticlinal conformado por rocas de la Formación Guadalupe, intercaladas con rocas arcillosas más blandas. Inicialmente se formó debido al fuerte plegamiento de la corteza durante el Plioceno —hace más de 10.000 años— y posteriormente los procesos erosivos se encargaron de tallar de manera diferencial la cumbre montañosa, que es el sector más débil por haber sufrido los efectos de distensión que fracturaron las rocas de arenisca y porque luego se erosionaron intensamente las rocas más blandas. El material erosionado que se depositó entre las crestas superiores de la serranía, originó un conjunto de valles angostos rodeados de paredes de rocas resistentes a la erosión, formadas por grandes bloques inclinados o por escarpes verticales. Sobre las rocas más blandas arcillosas y más húmedas de este valle elevado y oculto, se conservan algunos fragmentos de bosques con encenillos y arrayanes.

EL PAISAJE DE PLANICIE ALUVIAL

El paisaje de planicie aluvial o zona plana, cuya altitud es de 2.500 a 2.600 m, se formó por depósitos de origen lacustre hace unos 10.000 años, durante el PleistocenoHoloceno. Sus suelos muy ácidos, con un espesor de 400 m, están compuestos por arcillas, limos, gravas y mucha materia orgánica; hacia el piedemonte, el terreno que es mejor drenado, se formó en tiempos recientes por acarreo de materiales generados por la fuerte erosión y transportados por las lluvias.

Un factor determinante para la utilización de los suelos de la planicie aluvial, es la fluctuación del nivel freático que hace que en época de lluvias se produzcan encharcamientos temporales que afectan cultivos y pastizales. Por esta razón los habitantes han construido un complejo sistema de canales de drenaje para acelerar el proceso de desecación y así consolidar los predios para integrarlos a la ganadería.

EL SISTEMA HÍDRICO DEL ALTIPLANO

Hace 40.000 años el altiplano de Ubaté y Chiquinquirá era un gran lago rodeado por bosques de alisos; después de un largo proceso natural de sedimetación, y la intervención del hombre, el altiplano presenta un sistema hídrico complejo formado por tres grandes lagunas: Suesca, Cucunubá y Fúquene y por cuerpos de agua que, como la laguna de Palacio, se han colmatado y creado ambientes pantanosos cubiertos por juncos y otras plantas acuáticas. El principal sistema de drenaje es el río Suárez que nace en la laguna de Fúquene y más adelante, en la población de Saboyá, en el extremo norte del altiplano, desciende rápidamente para formar un profundo cañón seco que culmina en el valle del río Magdalena.

Varias quebradas y ríos nacen en la cuenca alta y después de recorrer cortas distancias, situación característica de los altiplanos, forman pequeños ríos como el Lenguazaque, Susa, Simijaca o el Ubaté, que da nombre al valle. El nombre del río Aguasal resalta sus características: nace en el anticlinal salinífero de Tausa y más adelante, cuando la sal se ha diluido, recibe el nombre de río Aguadulce. Se desconoce si estos ecosistemas de fuentes salinas de alta montaña tienen una biota de algas, musgos o artrópodos especialmente adaptada, o si la fuente salina es de origen reciente y no ha transcurrido suficiente tiempo evolutivo para formar nuevas especies en este hábitat singular.

LAGUNA DE SUESCA

La laguna de Suesca se localiza a 2.800 m de altitud, en el fondo de una depresión lacustre. Su área original de aproximadamente 500 ha se ha reducido a cerca de 200, con una borde lacustre amplio y de poca profundidad; es posible que su pérdida de agua se deba a infiltraciones a través de fallas en el fondo. Su microcuenca es muy cerrada y reducida con relieve suavemente colinado, que se caracteriza por la presencia de páramos secos a 3.000 m de altitud, en los cerros Amargosal al oriente y en la prolongación de la cuchilla Sibitá al occidente. La alimentación de la laguna depende principalmente de las aguas lluvias, de la escorrentía superficial y de fuentes estacionales que se secan durante el verano, lo que genera un sistema de drenaje endorreico —hacia el interior del cuerpo de la laguna.

Debido a los fuertes veranos y a las heladas al amanecer, frecuentes en la región, el paisaje adquiere un aspecto semiárido, cargado de pajonales secos y amarillos, donde la agricultura tiene poco desarrollo; sin embargo en las laderas, durante la estación de lluvias se cultiva papa gracias a un sistema de rotación o descanso de la tierra, que se intercala con pastoreo de ovejas. La vegetación dominante en las laderas que llegan hasta el borde de la laguna se compone de comunidades vegetales de pastizales xerófilos compuestos por una flora rica en gramíneas nativas como Aristida laxa, Aegopogon cenchroides y una diminuta hierba de hojas rosetófilas Chaptalia runcinata, que se registra por primera vez para esta región en la ladera suroccidental de la laguna. En las áreas recientemente intervenidas con cultivos, predominan pastizales con kikuyo.

Es sorprendente, que a pesar del avanzado estado de eutrofización de la laguna, las plantas acuáticas que son propias de estos ambientes permanezcan restringidas a unos pocos sectores. El espejo de agua es cubierto anualmente por el helecho de agua Azolla filiculoides y cuando llega el verano la extensa alfombra verde que cubre el lago termina su ciclo de vida, cambia su coloración al rojo y finalmente estas diminutas plantas flotantes se secan y varias toneladas de materia orgánica se depositan en el fondo, para hacer parte de un ciclo permanente de nutrientes que le sirven a la fauna acuática de anfibios y peces como la guapucha y el capitán de la Sabana y a las aves como la focha andina, los patos zambullidores y varias garzas, entre otras especies.

A este proceso de enriquecimiento o eutrofización con materia orgánica, se suma el aporte de sedimentos producido por la escorrentía superficial de las vertientes que rodean la laguna y de algunos cultivos. Hacia el sur son notorios los procesos de erosión y formación de cárcavas, que terminan por depositar sus limos arcillosos en el fondo de la laguna. El área que lentamente ha cedido la laguna es rápidamente colonizada por pastizales y utilizada para la ganadería. La fauna de pequeños mamíferos prácticamente ha desaparecido; sin embargo, ocasionalmente se observan zorros de montaña y faras o chuchas, posiblemente procedentes de las cumbres de la zona paramuna.

LAGUNA DE CUCUNUBÁ

En el plano aluvial del valle de Ubaté, la laguna de Cucunubá —rostro de hombre en lengua muisca—, está conectada mediante un canal con la laguna de Palacio y presenta una gran zona de juncales —96 ha—, unidos a los de Palacio. A poca distancia se fundó, en 1600, el pueblo de Cucunubá que conserva el trazado y varias construcciones del período colonial. La laguna tiene una configuración particular en su microcuenca de captación, por estar en el lado oriental de la planicie y al borde de un gran anticlinal erosivo, lo cual en cierta forma la diferencia de las otras lagunas de la región. Su cuerpo de agua, que en la actualidad es de 106 ha, se está reduciendo debido al aporte de sedimentos generados por la erosión, los cuales son transportados por las quebradas Pueblo Viejo y Chuncesia.

Los estudios de las condiciones fisioquímicas del agua revelan una característica común en las lagunas de poca profundidad, localizadas en zonas secas del altiplano: altos niveles de mineralización que se generan por los iones disueltos en el agua, procedentes de la meteorización de sustratos recientes de origen sedimentario, ricos en carbonato de calcio. Debido a la dureza del agua —altos niveles de iones, calcio y magnesio—, se presenta alta conductividad eléctrica, lo que a su vez hace que el sistema lagunar sea más productivo y favorable para la proliferación de algas y algunas plantas acuáticas sumergidas, de las cuales la elodea es la más invasiva y difícil de controlar.

La pérdida del espejo de agua de la laguna de Cucunubá se debe principalmente a la intervención del hombre en el manejo hídrico y al uso excesivo del agua para satisfacer la demanda de los sistemas de riego. De acuerdo con los estudios de la Universidad Nacional en 1981, aproximadamente en 20 años la laguna perdió el 26% de su capacidad de almacenamiento de agua; en ese mismo período la frontera agrícola avanzó en un 27%. Si bien la laguna no ha desaparecido, el proceso de eutroficación continúa y puede llevar a su desaparición, lo que generaría un gran problema ambiental.

LAGUNA DE FÚQUENE

Los muiscas le dieron el nombre de Fúquene —Lecho de la Zorra— a esta laguna, la más grande e importante de la planicie aluvial del valle de Ubaté y Chiquinquirá, cuyas aguas alimentan uno de los distritos de riego más extensos y complejos —22.000 hectáreas— del altiplano cundiboyacense y surten los acueductos de Chiquinquirá y otras poblaciones vecinas.

En los últimos 50 años la laguna ha reducido drásticamente su espejo de agua; de 3.000 ha, pasó a 1.800. El proceso de desecación ha aumentado el área pantanosa y en la zona de humedal —1.260 ha— se han establecido los juncales y totorales, plantas que han sido aprovechadas por los nativos desde tiempos prehispánicos para fabricar canastos y esteras; en la actualidad algunas familias campesinas que heredaron las técnicas de los indígenas, las utilizan para la elaboración artesanal de objetos utilitarios y decorativos.

El río Ubaté recorre buena parte del sur del valle hasta la laguna y varias poblaciones e industrias vierten en él sus aguas residuales que finalmente llegan a la laguna de Fúquene, la cual, además de presentar una menor superficie, recibe una carga de materia orgánica y una eutrofización que supera su capacidad natural para depurarla. De otra parte, la proliferación de plantas acuáticas y el exceso de nutrientes disponibles han favorecido la invasión del buchón acuático que cubre varias hectáreas y de la elodea que ha invadido todo el lago.

La desaparición de este gran sistema lagunar puede desencadenar una serie de procesos macroecológicos en cascada, que probablemente aumentarán la aridización de la región con graves consecuencias sociales y pérdida de biodiversidad. Sin embargo, con un manejo adecuado, la cuenca de Fúquene podrá continuar disfrutando de este maravilloso ambiente.

ALTIPLANO DE SAMACÁ Y VILLA DE LEYVA

Esta apacible región en medio de un paisaje intensamente erosionado y árido, donde los muiscas erigieron un centro ceremonial, o lo que parece ser un observatorio astronómico que consiste en un complejo de monolitos de gran tamaño con figuras fálicas alineadas y donde los conquistadores fundaron en 1572 Villa de Leyva, población declarada Monumento Nacional que aún conserva buena parte de sus construcciones coloniales, es reconocida por la abundancia de una rica fauna y una flora fosilífera que reposa en los sedimentos de un antiguo mar interior del Cretáceo.

El eje principal de este conjunto de altiplanicies de 30 km de longitud aproximadamente es el río Gachaneca o río Sáchica, que nace al suroccidente de Samacá, en el páramo del mismo nombre, a 3.200 m de altitud y recibe las aguas del río Cane; éste nace en los páramos del oriente, donde se encuentran la laguna de Iguaque y el río Sutamarchán, que recoge las aguas del valle seco del desierto de la Candelaria y la zona de Ráquira. El río continúa su curso a 2.100 msnm a través de las áridas tierras del altiplano de Villa de Leyva, cuyas precipitaciones medias anuales, hacia el centro de la región, son de 700 a 1.000 mm, con temperaturas medias de 18 °C.

La planicie aluvial baja del altiplano de Samacá, a 2.600 m de altitud, fue una gran laguna y actualmente sus fértiles limos son cultivados intensamente para producir cebolla, papa y ocasionalmente algunos cereales. A pesar de la sequía, algunos páramos, lamentablemente ocupados en parte por extensas plantaciones de pinos, capturan la poca humedad de la región y abastecen, a partir de pequeños embalses, los acueductos de Samacá y de la ciudad de Tunja. Sus laderas y pequeñas colinas son extremadamente secas y erosionadas.

Los estudios del impacto de las plantaciones de pino en el páramo seco de Gachaneca, demuestran un efecto negativo debido a la poca cantidad de materia orgánica y a la menor humedad que generan; las sustancias resinosas exudadas por los pinos conservan la estructura del suelo, pero al bloquear los poros dificultan su humedecimiento.

El altiplano de Villa de Leyva presenta un amplio gradiente altitudinal desde los 2.000 msnm en las planicies aluviales más bajas, hasta los 3.800 en los páramos del eje montañoso oriental donde nace la laguna de Iguaque en el páramo de Morro Negro que está sobre el anticlinal de Arcabuco al nororiente de Villa de Leyva. Según el mito muisca, en esta laguna está el origen de la humanidad, pues de allí emergió Bachué con un niño en los brazos; cuando éste se hizo hombre engendraron muchos hijos que poblaron la tierra y aprendieron de la pareja original a cultivar el maíz, a tejer y a elaborar objetos de arcilla.

Al sur, el altiplano está limitado por el páramo de Gachaneca, al occidente se levanta el páramo seco de Marchán y hacia el norte los sedimentos ricos en fósiles del antiguo mar, son cortados por el río Moniquirá. El paisaje de la planicie aluvial es muy seco y está conformado por numerosos valles pequeños, que han disectado profundamente las montañas de origen sedimentario con las rocas cretácicas y carboníferas que los rodean. De acuerdo con las investigaciones realizadas por Joaquín Molano sobre Villa de Leyva, se conjugan diversas causas en los procesos erosivos de esta área, que debido a las características del sustrato donde se encuentra, representan un factor favorable a la erosión. Las condiciones climáticas pasadas y presentes son determinantes en la transformación del área; tanto las fluctuaciones climáticas como la acción del agua lluvia, el sol y los vientos, han provocado mantos de intemperización y zonas de lavado, deflación, resecamiento y remoción, generadores de procesos erosivos, que sumados a la actividad humana se han tornado irreversibles.

En este paisaje fuertemente erosionado y seco se presenta una inusual diversidad ecosistémica con bosques de encenillos, matorrales y pajonales de páramos secos, bosques secos con gaques y arrayanes en algunas cañadas y finalmente bosques de roble restringidos a pequeños parches en las cañadas, especialmente en la región más húmeda de la cuchilla de Morro Negro al nororiente de Villa de Leyva. En los lomeríos predomina la vegetación abierta de pastizales xerófilos y en algunos casos se encuentran especies características de las sabanas de la Orinoquia que se entremezclan con elementos típicos del páramo bajo, lo que demuestra el largo proceso evolutivo y de adaptación de estas especies de sabana, a los altiplanos. Las evidencias paleoecológicas demuestran que los fuertes cambios climáticos ocurridos en el pasado, permitieron a esta flora de baja altitud colonizar los altiplanos a través de la formación de corredores secos.

Las difíciles condiciones ambientales han restringido el desarrollo de la agricultura, que en general se concentra en la producción de trigo, maíz y papa en pequeñas parcelas. En medio de estos campos áridos aún se mantienen unos cuantos olivos, testimonio de la siembra de estos árboles por los españoles, que pronto fueron abandonados. La ganadería se ha especializado en la cría de pequeños rebaños de cabras y ovejas, especies que toleran las condiciones de sequía. Estas últimas son de gran importancia para la producción de tejidos de la región; en telares artesanales se elaboran mantas, ruanas y diversos objetos de lana virgen.

 
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